Menos mal que Hannah se había perdido el espectáculo. Kendall tendría que contárselo antes de que se enterara por ahí. El asunto resultaría embarazoso para una adolescente y Kendall deseó poder ahorrárselo a su hermana, pero era imposible. Lo máximo que podía hacer sería atenuar el golpe cuando Kendall se lo explicara.
Luego ella y Hannah se irían al oeste, lejos de ese pueblo, antes de que alguna de las dos se sintiera más apegada a él, o sufriera alguna otra decepción.
– Buenos días, Kendall. -Las chicas irrumpieron en la cocina con la euforia de dos adolescentes dispuestas a iniciar un nuevo día.
Lo que más le apetecía a Kendall era volver a meterse en la cama, pero esbozó una sonrisa forzada.
– Buenos días, chicas. ¿Os preparo algo para desayunar?
– No. Tomaremos cereales -dijo Hannah.
– ¿Qué tal el pase de diapositivas? Anoche estuvimos tan ocupadas con Feliz que se me olvidó preguntar. -Jeannie acarició la cabeza del perro-. Mi madre suele ir pero está tan harta de ver las mismas imágenes cada año que prefirió llevarnos al cine.
Kendall no tenía intención de contarle lo sucedido a Hannah delante de su amiga.
– Fue… interesante. ¿Qué plan tenemos para hoy?
El móvil de Kendall sonó y evitó que las chicas respondieran.
– Le di el número a mis amigos, así que ya contesto yo -dijo Hannah mientras se abalanzaba sobre el teléfono que estaba en la encimera-. ¿Diga?
Kendall esperó, confiando en que Rick no decidiera llamarla de buena mañana.
– ¿De parte de quién?
– De parte de quién, por favor -articuló Kendall para que le leyera los labios. Hannah aprendería modales o Kendall moriría en el intento, pensó con ironía.
– ¡No, no, no! Esta casa no está en venta y no va a venderse. No, no puede hablar con la señora de la casa porque voy a ser yo quien va a hablar con ella. -Hannah apagó el teléfono móvil y se volvió para fulminar a Kendall con la mirada.
Oh, lo que faltaba.
– No he puesto un anuncio de la casa, Hannah.
– Todavía no. Era esa tal Tina Roberts. Vas a poner un anuncio para vender la casa. ¿Y luego qué? ¿Yo voy a otro internado? ¿Cómo has podido? -gimió, se sorbió la nariz y se frotó los ojos llenos de las lágrimas que le habían corrido el maquillaje.
A Kendall se le encogió el corazón al ver el sufrimiento de su hermana. Sabía demasiado bien lo que era sentirse abandonada y rechazada y Kendall estaba decidida a evitar que Hannah volviera a sentirse así.
La mirada de Jeannie iba de Kendall a Hannah, absorta en la discusión familiar. Kendall no podía hacer nada al respecto. Estaba claro que en esa ocasión no podía darle largas a su hermana hasta que estuvieran solas, de modo que dio un paso adelante y puso la mano con firmeza en el brazo de Hannah.
– No voy a mandarte a ningún internado.
– ¿Ah, no? -Hannah alzó la vista hacia ella, con ojos muy abiertos y esperanzados.
Kendall negó con la cabeza.
– Por supuesto que no. -Kendall no estaba segura de demasiadas cosas en la vida pero, tras pasar unas semanas con su hermana, no podía ni quería mandarla a otro sitio-. Voy a ponerme en contacto con papá y mamá para que me nombren tu tutora legal y así ocuparme de ti y tomar las decisiones adecuadas en tu nombre.
– ¡Lo sabía! -Hannah dio un grito de alegría.
Acto seguido, se lanzó al cuello de Kendall y la abrazó con fuerza. ¡Qué sensación tan agradable notar el contacto de sus brazos!
– Sabía que no me mandarías a ningún sitio -le dijo Hannah al oído.
Qué rápido cambiaban de opinión los adolescentes. Sin duda una mujer estaba en su derecho, pero en este caso se trataba más bien de un capricho juvenil. Hannah se apartó y miró a Kendall con todo el amor y cariño que albergaba su corazón. A Kendall se le formó un nudo en la garganta, la sensación de ser necesaria para alguien amenazaba con asfixiarla. No quería lanzar cohetes de alegría ni tampoco que el temor a perder a Hannah la consumiera. Como hermanas de sangre, y por ser la mayor, Kendall tenía más control de la situación.
No era como Rick o Yorkshire Falls, los elementos en los que ella había puesto su confianza. Esta vez era Hannah quien depositaba su fe en Kendall, y estaba decidida a no decepcionarla.
– No voy a mandarte a ningún sitio, Hannah. Tú irás conmigo allá donde yo vaya. Tú y yo somos un equipo. -Le dedicó una sonrisa, contenta de que por fin se tuvieran la una a la otra.
– ¿Qué quieres decir con eso de «allá donde yo vaya»? -Hannah la hizo retroceder y se cruzó de brazos-. Pensaba que íbamos a quedarnos aquí. He hecho amigos. Me gusta este pueblo. A ti también, y Rick te quiere.
«Te quiero, Kendall.» Se lo había dicho la noche anterior, justo antes de que apareciera la dichosa foto en la pantalla. Y ella se había quedado tan inmersa en su conmoción y tristeza, en su determinación de creer que no era bien recibida en el pueblo, que no había vuelto a pensar en las palabras de Rick. La quería, pero a saber qué sentía después de las repercusiones de la proyección de la foto.
Se dirigió a su hermana, que la miraba fijamente, y cuyos ojos verdes habían sustituido el amor y el agradecimiento por un sentimiento de sentirse traicionada.
– ¿Qué te hace creer que Rick me quiere? -Al fin y al cabo, Hannah no había estado con ellos la noche anterior.
– Resulta obvio con solo mirarle. Tan obvio como que tú sólo te preocupas de ti misma. -Dio una zancada hacia Jeannie, que seguía contemplando la escena, boquiabierta-. Vámonos.
– ¿Adónde? -preguntó Jeannie.
– Al pueblo. A tu casa. Me da igual mientras me largue de aquí -declaró Hannah.
Kendall exhaló un suspiro.
– Hannah, espera. No hemos terminado.
– Oh, sí que hemos terminado. Prefiero ir a un internado que vivir contigo. Por lo menos allí la gente no finge que le importas cuando en realidad les das igual. Me largo de aquí. -Y como si quisiera demostrar que tenía razón, Hannah cogió a Jeannie de la mano y la sacó a rastras de la cocina. Al cabo de unos segundos, la puerta delantera se cerró de un portazo.
El sonido coincidió con el nudo que a Kendall se le formó en el estómago al ver que su hermana se marchaba furiosa con ella.
Capítulo 13
Rick tenía la boca pastosa, la cabeza le martilleaba y aun así se sentía muchísimo mejor que cuando había visto a Kendall alejándose de él la noche anterior.
– ¡Arriba! -La voz excesivamente jovial de Charlotte le llegó desde el otro extremo de la casa.
Después de acompañarlo de borrachera y no hacerle hablar, Roman se lo había llevado a su casa para que durmiera la mona. Rick seguía enfadado con él, pero como compañero de copas, Roman había cumplido.
– Levántate, dormilón. -Charlotte entró en la estancia y le abrió las contraventanas de la sala de estar.
La luz del sol le dio de lleno en los ojos y Rick soltó un gemido.
– Ay, por Dios, Charlotte, ten un poco de compasión. -Se dio la vuelta y se tapó la cabeza con las manos.
Su cuñada se colocó a su lado. En la postura en que él estaba, boca abajo y tumbado, sólo veía los pies descalzos de ella. Por desgracia, daba la impresión de que se hubiese atado una ristra de latas a los tobillos, a tal punto le retumbaba la cabeza.
– Tengo compasión. Mira qué te he traído. -Se agachó y le dejó un vaso delante.
– ¿Qué es eso? -Echó un vistazo al líquido oscuro con ojos entrecerrados.
– Algo comestible. Iba a prepararte el viejo remedio de mi padre, compuesto por huevo crudo y leche.
A Rick se le revolvió el estómago, pero reprimió las arcadas.
– Pero me he apiadado de ti y te he traído una Coca-Cola sin gas. Además de una aspirina. -Extendió la palma de la mano para enseñarle las dos pastillas, que él cogió agradecido-. Oye, ¿te bebiste el agua que te traje anoche? -preguntó Charlotte.
– No me acuerdo. -Se incorporó en el sofá y consiguió levantarse a pesar del intenso dolor de cabeza. Se tragó las pastillas y luego tomó la Coca-Cola para llenarse el estómago vacío y gruñón.
Acto seguido, se obligó a enfocar la vista y se encontró con la expresión divertida de Charlotte. Como primera imagen del día para un hombre, era espléndida. Además, le había dado un remedio para la resaca sin ni siquiera habérselo pedido. No podía tener más aprecio por ninguna mujer.
A no ser que se tratara de Kendall, pero ése era un problema para cuando estuviera un poco más recuperado.
– ¿Te he dicho alguna vez que mi hermano es un hombre con una suerte cojonuda?
– Dímelo tú y deja de comértela con los ojos. -Roman entró en el salón sin preocuparse por ser discreto ni por la resaca de Rick.
– ¿Quién ha dicho que veo lo suficientemente bien como para comérmela con los ojos? Si está todo borroso -farfulló Rick.
– Lo cual significa que la ves doble. Qué suerte la tuya. -Roman habló con un tono claramente divertido. Se situó junto a Charlotte, le pasó una mano por la cintura y la abrazó con fuerza por el costado.
– No te rías de mí después de lo que has hecho. -Mientras hablaba, Rick recordó la sensación de recibir un puñetazo en el estómago cuando oyó que su madre reconocía que había fingido tener problemas de corazón. Recordó la sensación de alivio mezclada con la de traición, el impulso de abrazarla y estrangularla a la vez, y la increíble sensación de incredulidad al enterarse de que su hermano lo sabía y le había seguido el juego-. ¿Cómo tuviste la cara de dejarme creer que mamá estaba enferma?
Roman acercó un sillón y Charlotte se acomodó en el brazo acolchado del mismo.
– Te debemos una explicación -declaró Roman, y se calló como si quisiera poner en orden sus pensamientos.
Rick esperó. Tenía muchas ganas de dar golpecitos con el pie en el suelo por el enfado pero se imaginó que su martilleante cabeza se merecía un trato mejor.
– Es complicado. -Roman negó con la cabeza presa de la exasperación-. Al comienzo no te lo dije porque estábamos de luna de miel en Europa. -Buscó la mano de Charlotte y se la cogió.
Rick había descartado el sueño de disfrutar de esa camaradería, ese sentido de unidad con otra persona, sobre todo con Kendall. Por eso, ver a su hermano con su esposa le resultaba agridulce. Rick se masajeó las doloridas sienes.
– Podrías haber llamado -dijo, en un intento por centrarse en los problemas familiares y no en su incluso más complicada vida sentimental. Tenía por delante muchos días y noches solitarios para descubrir en qué se había equivocado en ese sentido.
– Tienes razón. Joder, probablemente debería haber llamado. Debo decir en honor a Charlotte que me suplicó que te llamara para decírtelo.
– ¿Y por qué no lo hiciste?
– No tengo ninguna excusa que sirva como prueba en un juicio -dijo Roman con ironía-. Estaba muy ocupado siendo feliz, e imaginé que unas cuantas semanas más de silencio no iban a perjudicar a nadie. Joder, incluso me hice la ilusión de pensar que quizá mamá se saldría con la suya y te juntaría con una mujer tan maravillosa como Charlotte. Que serías tan feliz como yo he acabado siendo. A pesar de la intromisión de nuestra madre.
Rick arqueó las cejas haciendo caso omiso del dolor que le recorría el cráneo.
– Tendría que pegarte un tiro.
Roman se encogió de hombros.
– Probablemente tengas razón.
– ¿Qué pasó después de que volvierais a casa? ¿Qué te impidió contarme entonces el secreto de mamá?
Roman pareció avergonzado y luego, con un gemido, se recostó en el asiento sin soltar la mano de Charlotte. Probablemente necesitara su apoyo porque había metido la pata y estaba acorralado. Rick no tenía ni idea de cómo pensaba justificar sus actos.
– Bueno, supongo que recuerdas que estuvimos fuera más de un mes -continuó Roman-. No quería darle mucha libertad de acción a mamá, pero Charlotte y yo estábamos muy ocupados preparando el apartamento de Washington D. C. y yo me estaba adaptando al nuevo trabajo. Y tienes que reconocer que al comienzo parecía que sus intentos de encontrarte la mujer adecuada te divertían bastante. -Se encogió de hombros-. Por eso no dije nada. Durante más tiempo del que debería.
– Tú lo has dicho. -Rick ladeó la cabeza, error que lamentó inmediatamente, cuando volvió a parecer que tuviese una banda de música dentro-. Y entonces, ¿qué te impidió decir la verdad?
– Tú y yo sabemos que, en parte, mamá representa esta farsa porque quiere que sentemos la cabeza y seamos felices, pero también quiere…
– Nietos -dijo Rick, afirmando lo obvio. Al fin y al cabo, Raina llevaba ya mucho tiempo inculcándoles esa idea en la cabeza.
– Eso. Y pensé que, después de fingir que estaba enferma, no se merecía que su mayor deseo, tener nietos, se hiciera realidad tan fácilmente. Quería que sudara un poco. Si le decía que Charlotte estaba embarazada, imaginé que…
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