– ¿Nos dejaría en paz a Chase y a mí? -preguntó Rick-. Ésa sería la suposición más obvia, ¿no? Así pues, ¿por qué no decirle que tenía lo que quería, que Charlotte estaba embarazada? Luego sacar a relucir su estratagema y que Chase y yo viviéramos tranquilos.

– Porque Raina no es una madre como las demás, y con ella no pueden hacerse suposiciones. Sé de buena tinta que nos quiere a todos asentados y felices. No sólo a uno de nosotros. Si se enterara de que Charlotte está embarazada, todavía se convencería más de que sabe lo que es mejor para nosotros e iría a por ti y Chase incluso con más ganas.

Al recordar el traje de dominatriz de Lisa, sin duda inspirado por las palabras de aliento de su madre, Rick negó con la cabeza con fuerza. Vio las estrellas al hacerlo. Maldita sea, tenía que dejar de mover la cabeza.

– No sé si mamá podía ir a por mí con más ganas -farfulló-. Si hubieras estado viviendo aquí, lo sabrías.

Roman apartó la mirada de Rick.

– Bueno, no sabía que la cosa se había puesto tan dura. Así que le dije a mamá que Charlotte y yo queríamos pasar algún tiempo solos antes de buscar descendencia. Quería hacerla sufrir un poco.

Si a Rick la cabeza ya le daba vueltas antes de oír esa explicación, ahora la situación era todavía peor. Pero por fin entendió una cosa: Charlotte estaba embarazada del primer nieto de los Chandler. Le embargó una sensación de orgullo y placer por su hermano pequeño junto con una buena dosis de envidia que imaginó que era normal y que se negó a analizar. Observó entonces a su cuñada. Aparte del buen color que tenía en las mejillas, nunca se habría dado cuenta. Se dispuso a incorporarse, a darle un fuerte abrazo y felicitarla, pero su cabeza se negaba a cooperar.

Charlotte se acercó a él y le colocó una mano en el hombro con firmeza mientras se reía por lo bajo.

– Ya me felicitarás más tarde. Antes mejor será que te recuperes. -Se acomodó a su lado-. Rick, nuestro silencio se debe a más razones que el mero hecho de hacerle pagar a vuestra madre el habernos manipulado. Sé que teníamos que habértelo dicho, pero cuando volvimos a casa, me di cuenta de que mi madre seguía inestable psíquicamente. Su depresión… -Negó con la cabeza-. La medicación todavía no le había hecho efecto, y quise esperar un tiempo para anunciarle el embarazo. Hasta que pudiera valorar la noticia. Así que entonces fui yo quien le dije a Roman que esperara antes de contar lo de la salud de Raina. O mi embarazo.

Rick miró a la mujer que había colmado la vida de su hermano. Ella lo observaba con sus grandes ojos verdes y con una expresión teñida de disculpa y arrepentimiento. ¿Cómo iba a enfadarse con ella? Soltó un quejido y le puso una mano en el hombro para reconfortarla.

– No te culpo.

Charlotte le dedicó una mirada de agradecimiento.

– De todos modos, hicimos mal.

Roman asintió.

– Y para cuando estuvimos preparados para contártelo todo, conociste a Kendall. Entonces no iba a decirte por nada del mundo que mamá había fingido tener problemas de corazón.

– ¿Por qué no?

Roman entornó los ojos como si el motivo fuera obvio. Como si algo de toda aquella situación pudiera ser obvio, pensó Rick con una dosis considerable de frustración.

– No podía decírtelo cuando conociste a Kendall porque era la primera mujer en la que confiabas desde Jillian. La primera que te interesaba de verdad. Parecías haber encontrado lo que nosotros tenemos. -Roman hizo un gesto para incluirse él y Charlotte-. Y no iba a ser yo quien te diera una excusa fácil para desconfiar de las mujeres y alejarte de Kendall. No cuando era tan obvio que estabas coladito por ella. Por eso, cuando mamá quiso decirte la verdad, yo se lo impedí.

Rick negó con la cabeza no dando crédito.

– ¿Mamá quería contármelo?

Roman alzó las manos en el aire.

– ¿Qué quieres que te diga? Está harta de fingir que está enferma porque eso le impide hacer mucha vida social. De modo que le dije que no confesara. Imaginé que hacerla seguir fingiendo que estaba enferma sería un buen castigo por inmiscuirse en nuestras vidas.

Rick se pellizcó el puente de la nariz. Menos mal que la aspirina había empezado a surtirle efecto y el martilleo se le había aligerado lo suficiente como para que se relajara y pensara con más claridad.

– No me lo puedo creer. Has hecho de psicólogo y de casamentero. -Le entraron ganas de estrangular a Roman.

Pero como hermanos siempre se habían comprendido y, al pensar en todo aquel lío, Rick supuso que el razonamiento de su hermano pequeño tenía sentido. De un modo un tanto retorcido.

– ¿Te das cuenta de que esto te sitúa a la altura de mamá?

Roman se sonrojó.

– Volviendo la vista atrás es fácil darse cuenta -musitó.

Charlotte suspiró y apoyó una mano en el hombro de Rick.

– Es lo que hay.

Rick gimió.

– Sí. Es lo que hay. ¿Sabíais que vosotros dos sois capaces de causarle dolor de cabeza a un hombre sobrio?

Roman se rió y, aunque Rick lo miraba furioso, acabó riéndose con su hermano. Si unía todas las piezas del rompecabezas y las motivaciones, no podía culpar a Roman de una situación que Raina había creado y que él había considerado que no le quedaba más remedio que perpetuar. Al fin y al cabo, los hermanos Chandler se mantenían unidos siempre que podían. Nada iba a cambiar eso, aparte de una mujer. En el caso de Roman se trataba de Charlotte y, sabiendo lo que Rick haría por Kendall, no pensaba juzgar a su hermano pequeño.

– ¿Deduzco que la contienda familiar se ha acabado? -preguntó Charlotte, observando a Rick hasta que éste se vio obligado a mirarla a los ojos.

– Lo pensaré. -Que Roman sufra un poquito más, pensó Rick. Le pareció que por lo menos mientras le durara la resaca, teniendo en cuenta que seguía teniendo un dolor de cabeza de mil demonios-. Tacha eso. Hoy no puedo pensar.

Roman se rió porque era obvio que interpretaba correctamente las palabras de Rick y sabía que la situación entre ellos se había normalizado.

– Tengo que hacer unos recados en el pueblo antes de que Charlotte y yo nos marchemos mañana a Washington. Acábate el refresco, tómate la otra aspirina y te llevo a casa.

Rick cogió el vaso y apuró la bebida de un solo trago junto con la aspirina.

– Eso está mejor.

Iba camino de la puerta delantera cuando una idea se abrió paso en su mente brumosa.

– Tenemos que contarle a Chase lo de mamá.

Roman y Charlotte adoptaron una expresión de vergüenza. Cuando su hermano mayor descubriera el alcance de los juegos de su madre, la situación se pondría fea. A él no le entusiasmaba la idea, pero el agotamiento, el cuerpo dolorido y otros achaques producidos por la resaca le impedían centrarse demasiado en las artimañas de Raina. Además, en ese preciso instante sólo era capaz de preocuparse de una cosa, de Kendall.

Al cabo de veinte minutos, sintiéndose igual de hecho polvo que cuando se había despertado, Rick bajó del coche de Roman y se dirigió al lateral del edificio donde estaba su apartamento.

Para su sorpresa, cuando llegó tenía visita. Hannah estaba allí sentada, con la cabeza gacha y el pelo caído delante de la cara. Rick se paró en el escalón justo debajo de ella.

– ¿Qué ocurre? -preguntó, preocupado al ver que se había presentado en su casa y lo había esperado.

Alzó el rostro y vio que lo tenía surcado de lágrimas y con una expresión de profundo dolor.

– Kendall va a vender la casa y a marcharse del pueblo. -La voz se le quebró al pronunciar la última palabra.

Rick no se había dado cuenta de que seguía albergando esperanzas de un futuro con Kendall hasta que advirtió la irrevocabilidad en el tono de Hannah. Y aunque su tristeza era mayúscula, las palabras de ella no le sorprendieron. En vez de sentirse conmocionado, se sintió decepcionado. Decepcionado con Kendall y su decisión de no quedarse y luchar contra sus demonios personales, de no luchar por su relación.

Rick se había pasado la noche ahogando sus emociones en alcohol y por la mañana le habían revelado la situación de la familia. Todavía no había tomado ninguna decisión, pero podía esperar. En esos momentos, Hannah le necesitaba más. Se arrodilló al lado de la muchacha deseando poder ofrecerle algún tipo de consuelo aunque sabiendo que era imposible.

Ni para Hannah ni para él. La rodeó con el brazo y la acercó a él.

– Tu hermana te quiere, ¿sabes?

– Sí, ya. -Le soltó un bufido en la oreja y luego sorbió por la nariz.

A pesar de sentirse decepcionado con Kendall, Rick sabía que lo mejor para Hannah era que diera un giro positivo a una situación desesperada. En circunstancias normales, Rick no se daba por vencido sin luchar, pero Kendall no le había dejado otra opción. Había hecho todo lo posible para mostrarle la vida que podían tener juntos, y ella lo rechazaba. Y, aunque pensaba que había estado preparándose para ese momento desde que ella llegó, el dolor ardiente que notaba en el vientre le indicaba que no lo había asumido.

Independientemente de los sentimientos de Kendall hacia él, Rick estaba convencido de que adoraba a su hermana. Pero antes de intentar que Hannah viera la realidad, tenía que saber los planes de Kendall.

– Vamos a ver, ¿adonde ha dicho tu hermana que os iríais cuando se marche? -Se le revolvió el estómago al pronunciar las palabras que ponían fin a su estancia en Yorkshire Falls.

Hannah exhaló un suspiro.

– Kendall ha dicho que me llevaría con ella pero yo no quiero ir a ningún sitio. -Su voz fue apagándose en un largo suspiro.

Estaba claro que Hannah esperaba más de lo que su hermana estaba dispuesta a darle. Bienvenida al club, pensó Rick en silencio. Pero saber que Kendall se portaba como debía con Hannah le alivió y aflojó el nudo que le atenazaba el corazón. Si Kendall iba a dejar de vagar en solitario, entonces es que había empezado a enfrentarse a su temor al compromiso y la estabilidad. Luchaba con más denuedo del que él la había creído capaz, pero no se hizo ilusiones pensando que fuera a hacer lo correcto consigo misma. Por lo menos había abierto su corazón y su vida a su hermana en el momento en que la muchacha más lo necesitaba. Para Rick, eso contaba mucho.

Miró a Hannah de reojo.

– Ya sabes cómo piensa tu hermana. No ha hecho otra cosa en la vida que ir de aquí para allá. Para ella, llevarte consigo es un paso enorme. Tienes que acompañarla. Estrechar lazos con ella. Comprender su modo de vida.

Respiró hondo, obligándose a teñir de rosa una situación funesta para una adolescente.

– Además, dicen que Arizona tiene un clima estupendo, no hay humedad y podrás aprender a montar a caballo -dijo, suponiendo que Kendall tenía intención de ir hacia el oeste, tal como le había dicho hacía algún tiempo. Le puso la mano bajo el mentón-. Mírame.

Hannah alzó la vista, pero Rick no vio más que desesperación en su joven mirada.

– Tienes que intentar impedírselo -le suplicó la chica sin rodeos.

Había llegado a querer a Hannah como si fuera de su familia y era capaz de hacer cualquier cosa por ella. Cualquier cosa que estuviera en su mano, rectificó Rick. Por desgracia, eso excluía lo que ella más quería en el mundo.

– No puedo.

Hannah parpadeó y apartó la mirada, recuperando esa inclinación del mentón rebelde y obstinada tan característica.

– Porque a ti te da igual que nos quedemos o nos vayamos. -La obstinación de su bravuconería flaqueó cuando pronunció esas palabras.

– No es verdad y lo sabes. -Rick seguía sujetándola con fuerza, a pesar de que ella intentaba distanciarse de él. Era obvio que quería echarle la culpa, obligarle a compartir la carga de su enojo.

– Entonces, ¿por qué no me ayudas a convencer a Kendall de que nos quedemos?

Porque Rick se negaba a cargar con la responsabilidad de los actos impulsivos de Kendall. Resultaba obvio que no hacía frente a sus sentimientos y Rick no iba a ser quien le facilitara la vida. No se lo merecía. Si su endiablada hermana pequeña quería torturarla un poco, quizá se viera obligada a analizar sus decisiones y las consecuencias de éstas.

– Porque Kendall es una mujer adulta -explicó con ternura en la voz pero con intención firme-. Sabe lo que quiere. No puedo obligarla a hacer algo que no quiera, Hannah.

– Ya, ya. Gracias por nada. -Se soltó de su mano y se puso de pie.

Rick la siguió y se paró en el escalón situado encima del de ella.

– ¿Me prometes una cosa?

– A lo mejor.

Quería a aquella jovencita, a pesar de lo contestona que era. Negó con la cabeza y reprimió una carcajada.

– Piensa en lo que te he dicho y dale una oportunidad a tu hermana. Ella te quiere.

– Eso lo dirás tú. -Se volvió y se dispuso a bajar la escalera a saltos.