– Su tía parece una mujer sensata -dijo Rick finalmente.

– Lo es. Es decir, lo era. -Kendall tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Tía Crystal había muerto hacía varias semanas en la residencia que Kendall había pagado, un gasto que le había supuesto tener que renunciar a su libertad casi por completo. Kendall lo había hecho de buena gana, sin que su tía se lo pidiera. Había dos personas en el mundo por las que haría cualquier cosa: su tía y Hannah, su hermana pequeña de catorce años. Con el paso de los años, Kendall había pasado de guardarle rencor a su hermana a quererla. En cuanto hubiera acabado con los asuntos de Crystal, antes de marcharse al oeste, iría a ver a Hannah al internado.

El policía la miraba con recelo, entornando los ojos color avellana que los rayos del sol tornaban dorados.

– Vamos, confiese el verdadero motivo por el que está aquí y podremos acabar con esto.

– ¿Acabar con qué? No sé a qué se refiere. -Pero ya se le había disparado la adrenalina.

– Vamos, nena. La he rescatado. ¿Qué cree que ocurrirá a continuación?

– Pues ni idea. ¿Haremos el amor en el asiento trasero del coche patrulla?

Cuando los ojos de Rick se oscurecieron hasta adoptar un tono tempestuoso, Kendall percibió la atracción sexual, y habría preferido morderse la lengua y haberse ahorrado ese comentario sarcástico. Sin embargo, tenía que admitir que sentía lo mismo; le habría arrastrado hasta el bosque para que fuese suyo. No terminaba de creérselo, pero el policía la excitaba. Más que cualquier otro hombre que hubiera conocido, incluido Brian.

– Al menos hemos avanzado algo. Entonces, ¿admite que se trata de una trampa?

– No admito nada de nada. De hecho, no tengo ni idea de qué está hablando. -Puso los brazos en jarras-. Dígame, agente, ¿es así como las fuerzas de seguridad de Yorkshire Falls reciben a los recién llegados? ¿Con mal gusto, sarcasmo y acusaciones? -No esperó a que respondiera-. Porque si lo es, no me extraña que la población siga siendo tan reducida.

– Somos quisquillosos respecto a los nuevos habitantes.

– Bueno, menos mal que no pienso quedarme aquí mucho tiempo.

– ¿Acaso he dicho que no quiero que se quede? -Esbozó una sonrisa desganada.

Incluso cuando era sarcástico y lanzaba acusaciones, su voz era tan seductora que rezumaba atracción. Sexo. Kendall se estremeció.

Se relamió los labios secos. Tenía que irse de allí.

– Aunque deteste pedírselo, ¿podría llevarme hasta el 105 de Edgemont Street? -No le quedaba más remedio que confiar en su insignia, su integridad y en su propio instinto sobre Rick, a pesar de su temperamento.

– ¿El 105 de Edgemont? -Se puso tenso por la sorpresa.

– Es lo que he dicho. Déjeme allí y no volverá a verme.

– Eso es lo que cree -farfulló.

– ¿Perdone?

Rick movió la cabeza, volvió a farfullar y luego la miró.

– Eres la sobrina de Crystal Sutton.

– Sí, soy Kendall Sutton, pero ¿cómo…?

– Yo soy Rick Chandler. -Hizo ademán de ir a tenderle la mano, pero se lo pensó dos veces e introdujo el puño en el bolsillo del pantalón.

Ella tardó un minuto en asimilar aquellas palabras, pero nada más hacerlo le miró de nuevo.

– ¿Rick Chandler? -Su tía Crystal sólo había conservado una amiga después de que Kendall la trasladara a la residencia de Nueva York. Observó las atractivas facciones del hombre-. ¿El hijo de Raina Chandler?

– Exacto. -Todavía no parecía muy satisfecho.

– Ha pasado mucho tiempo. Una eternidad. -Desde que tenía diez años y pasara un verano feliz con tía Crystal antes de que le diagnosticaran la artritis y Kendall tuviera que marcharse. Apenas recordaba haber conocido a Rick Chandler, ¿o había sido a uno de sus hermanos? Se encogió de hombros. Habiendo pasado un único verano en el pueblo, y con apenas diez años, no había entablado amistades duraderas, y perdió el contacto con ellas en cuanto se hubo marchado.

Seguir adelante era el motor que impulsaba la vida de Kendall. Sus padres eran arqueólogos y se iban de expedición a lugares remotos del mundo. De niña casi nunca sabía dónde estaban y ahora le interesaba tanto su paradero como a ellos el suyo.

Kendall había vivido con ellos en el extranjero hasta los cinco años, cuando la habían enviado de vuelta a los Estados Unidos para que se hicieran cargo de ella otros familiares. En numerosas ocasiones se había preguntado por qué sus padres habían tenido una hija a la que no pensaban criar, pero nunca había estado con ellos el tiempo suficiente para preguntárselo… hasta que nació Hannah, y entonces sus padres se quedaron cinco años en los Estados Unidos. A los doce, casi trece, años, Kendall había vuelto a vivir con ellos, pero no había abierto su corazón a las personas que, prácticamente, la habían abandonado pero que, sin embargo, habían regresado por la recién nacida. En ese tiempo, la distancia entre Kendall y sus padres había aumentado, a pesar de que entonces no los separasen océanos ni continentes; y ahí permaneció hasta que ellos se marcharon. Entonces Kendall tenía dieciocho años y estaba sola.

– Te has hecho mayor. -La voz de Rick la devolvió al presente. Frunció los labios y esbozó una sonrisa encantadora.

No cabía duda, Rick tenía estilo.

– Tú también te has hecho mayor -repitió como una estúpida a aquel hombre espectacular; uno cuyas raíces en aquel pueblo eran más profundas que las de cualquier árbol. Kendall desconocía lo que era echar raíces y un hombre atractivo con semejantes características sólo podía representar problemas para una mujer destinada a la vida nómada.

– ¿Sabe mi madre que hoy venías al pueblo? -le preguntó Rick.

Kendall negó con la cabeza.

– Fue otra decisión impulsiva. -Al igual que el pelo, pensó mientras se pasaba la mano por los mechones color rosa.

Rick exhaló y pareció relajarse un poco.

– ¿Fruto de la boda anulada?

Kendall asintió.

– Del plantón mutuo. -Se mordió el labio inferior-. Hoy nada ha salido según lo planeado.

– ¿Incluido el rescate?

Ella sonrió.

– Ha sido toda una experiencia, agente Chandler.

– Ya lo creo. -Se rió.

Aquel sonido áspero y profundo hizo que a Kendall el estómago se le encogiese de deseo.

– Ya sé que te parecerá extraño, pero ¿puedo pedirte que los detalles de este primer encuentro queden entre nosotros? -Rick se sonrojó, algo que no debía de sucederle muy a menudo, pensó Kendall.

– Llévame a una casa con aire acondicionado, lejos de este calor, y te prometo que no diré nada.

Rick arqueó una ceja.

– Hace tiempo que no vas a casa de Crystal. -Más que una pregunta, se trataba de una aseveración que los dos sabían que era cierta.

Sólo Kendall conocía los motivos. Afirmó con la cabeza.

– Hace años. ¿Por qué?

Rick se encogió de hombros.

– Ya lo verás. ¿Llevas equipaje en el maletero? -le preguntó.

– Equipaje de mano y una maleta. -Con trajes de baño y ropa de vacaciones. Suspiró. No podía hacer nada al respecto en ese momento, ya se compraría ropa más práctica más adelante.

Rick sacó las maletas y las colocó en su coche; luego volvió y acompañó a Kendall sujetándola del codo con caballerosidad… un gesto que nada tenía que ver con la conducta cínica mostrada hasta el momento.

Al cabo de unos minutos estaban en marcha. Kendall notaba que la espalda le sudaba por culpa del maldito vestido. A pesar del aire acondicionado del coche, las ráfagas de aire frío no la ayudaban a aliviar el calor. Estar tan cerca de Rick Chandler hacía que se le disparase la temperatura corporal, mientras que él parecía ajeno a sus encantos.

Se había convertido en su guía turístico y le indicaba los lugares de interés del pequeño pueblo. Mientras lo hacía, Rick se mantenía distante y respetuoso. Demasiado distante y respetuoso, pensó Kendall irritada.

– Hemos llegado. -Rick le señaló Edgemont Street.

Kendall alzó la vista. Desde lejos, la casa estaba como la recordaba: un edificio Victoriano con porche y un gran patio delantero. Un lugar en el que había compartido muchas tertulias a la hora del té y había descubierto por primera vez el diseño de joyas y los adornos de cuentas antes de que la artritis de su tía lo cambiase todo. Era también la casa en la que Kendall había alimentado el sueño infantil de quedarse para siempre con la tía a la que adoraba.

Pero la casa de Crystal había sido algo temporal, lo mismo que cualquier otro lugar anterior o posterior. Cuando su tía enfermó y le pidió a Kendall que se fuera, Kendall aprendió a no confiar ni a soñar demasiado con nada ni con nadie. Pero si había aprendido bien esa lección, ¿por qué tenía un doloroso nudo en la garganta mientras observaba la casa con ojos de adulta? Exhaló un suspiro de frustración.

Rick aparcó y se volvió hacia ella.

– Ha perdido con los años.

– Vaya eufemismo. -Sonrió sin ganas. No tenía motivos para hablarle de sus problemas a Rick. Ya la había ayudado bastante-. Tía Crystal dijo que había alquilado nuestra casa. Y puesto que nunca me pidió que me ocupara de nada mientras estaba en la residencia, ni siquiera cuando le preguntaba al respecto, supuse que todo estaba en orden. Al parecer, me equivoqué.

– Las apariencias engañan. Todo está en orden. Sólo depende de la perspectiva con que se miren las cosas.

Otra vez el humor sarcástico. Rompió a reír, consciente de lo mucho que Rick le gustaba

– ¿Pearl y Eldin te esperan? -preguntó Rick.

– ¿Los inquilinos? -Asintió-. Les llamé desde la carretera y les dije que iba a venir pero que me alojaría en un hotel. Insistieron en que me quedara en la casa de invitados que hay en la parte posterior. -Se preguntó si estaría en mejor estado que la casa que tenía delante-. Esperaba llegar a un acuerdo para que comprasen la casa. -Teniendo en cuenta las elevadas facturas de la residencia de su tía, Kendall necesitaba venderla a precio de mercado, o bien superior, pero en ningún caso más bajo. Se mordió el labio inferior-. Si llegamos a un acuerdo rápidamente, me marcharé antes de que acabe la semana -dijo con más optimismo del que sentía.

Rick no replicó.

– ¿Qué?

Él movió la cabeza.

– Nada. ¿Quieres entrar ya?

Kendall asintió y se dio cuenta de que había estado intentando ganar tiempo. Antes de que pudiera aclarar sus ideas, Rick apareció junto a la puerta del coche para ayudarla a salir. Ella apretó los dientes antes de tocarlo y luego colocó la mano sobre la suya. Sintió una pequeña descarga eléctrica, más intensa que la anterior. No podía liberarse de aquello, ni tampoco quería, pero al parecer Rick sí, ya que le soltó la mano en seguida y dejó que se recogiese el vestido y se encaminase hacia la casa.

Kendall comenzó a recorrer el largo camino de entrada. En ocasiones, los tacones se le hundían pero logró no perder el equilibrio… hasta que dio el último paso antes de llegar al porche; el tacón se le hundió hasta el fondo en el alquitrán caliente y, con una pierna inmovilizada, el cuerpo se le desplazó hacia adelante y se cayó de bruces sobre el suelo duro, no sin antes gritar y cerrar los ojos para no ver lo que sucedería a continuación.

Capítulo 2

¿Qué tenían de especial las mujeres y los tacones? Rick no lo sabía, pero aquella mujer en concreto era muy atractiva, incluso vestida de novia. La observó tambalearse por el camino de entrada y la habría ayudado, pero llevaba una maleta en la mano e intuía que los dos estarían más seguros a una distancia prudencial… hasta que ella perdió el equilibrio.

No podía evitar que se cayera, pero sí amortiguar el golpe, por lo que se arrojó al suelo y Kendall se desplomó sobre él. Rick recibió el impacto con un gruñido en el momento en que su espalda chocó contra el primer escalón del porche. Respiró hondo y el aroma intenso y excitante de Kendall lo pilló desprevenido.

Joder, aquella mujer era diferente. Incluso sin resuello, era consciente de ella; y no sólo porque notase su pelo suave en la cara. Era femenina y tersa, como deberían ser todas las mujeres, y, sin embargo, ese enigma del pelo rosa lo tenía intrigado.

– ¿Estás bien?

Rick no estaba seguro de quién lo había preguntado primero.

– Nada magullado salvo mi orgullo -admitió ella-. ¿Y tú?

– He sufrido caídas peores jugando.

– ¿A béisbol?

– No, a softball contra los policías de los pueblos vecinos. -Aquella conversación trivial no le ayudó a dejar de pensar en el hecho de que la estaba sosteniendo entre sus brazos. El deseo que le embargaba iba en aumento, algo que ella seguramente no notaría, ya que los separaba demasiada ropa. Pero Rick sí notaba que la atracción era mutua, y había llegado el momento de separar sus cuerpos antes de que hiciese el idiota y la besase-. ¿Crees que podrías apartarte de mí sin aplastarme?