Kendall fue a inhalar profundamente, pero se atragantó. Rick tenía razón. El aire estaba viciado y era sofocante. Se sintió deprimida.

– Oh, vaya, no contaba con esos gastos extras. -Calculó mentalmente el dinero que tenía en la cuenta bancaria. Por desgracia, necesitaría más de lo que tenía en el banco para pasar un mes allí.

– Supongo que pensabas que llegarías aquí, pondrías un anuncio de la casa, la venderías y te marcharías, ¿no?

– Demasiado optimista, o eso parece -asintió Kendall.

– Eso parece. -Rick sonrió-. Pero me gusta tu actitud. ¿No es mejor esperar a que surjan los problemas para lidiar con ellos?

– Eres demasiado bueno conmigo. No quieres llamar atolondrada ni idiota impulsiva a la recién llegada.

La atractiva sonrisa de Rick desapareció y la miró con el cejo fruncido.

– Oye, no te flageles. Ya has sufrido bastante. A ver, ¿tienes algún plan inmediato?

En lo que se refería al dinero, tenía las tarjetas de crédito, y Brian le enviaría las joyas y demás cosas por mensajería. Si encontrase una tienda que aceptara vender sus joyas en depósito, conseguiría algo de dinero extra. O sea que tenía un plan. Más o menos. Miró a Rick.

– Dime cómo llegar al pueblo y…

– ¿Irás volando en tu alfombra mágica?

Suspiró y añadió mentalmente la reparación del coche a la lista de gastos.

– Supongo que no podrás llevarme… -Se mordió el labio inferior al darse cuenta de que, para un hombre que estaba harto de que las mujeres lo persiguieran, Kendall era un posible problema más.

– Pensaba ir al pueblo de todos modos. Y antes de que me lo preguntes, sí, puedo traerte de vuelta a casa.

¿Acaso Kendall tenía casa? Como no le apetecía profundizar al respecto, le dedicó una sonrisa de agradecimiento.

– Eres un auténtico caballero de armadura reluciente, Rick Chandler.

Él sonrió.

– ¿Qué quieres que te diga? Nunca he podido resistirme ante una damisela en apuros. -Una mezcla de humor e inesperada tristeza tiñó su voz a pesar de la sonrisa. ¿Tendría la tristeza que ver con su matrimonio?, pensó Kendall.

Al pensar en ese hombre enigmático, Kendall se preguntó por qué. ¿Qué le había ocurrido en el pasado que le inducía a evitar otro matrimonio aunque, sin embargo, estuviera acostumbrado a ayudar a mujeres con problemas? Sabiendo lo mucho que le atraía, se alegraba de no quedarse el tiempo suficiente para averiguarlo.

Capítulo 3

Al cabo de una hora, Rick la había llevado al pequeño supermercado de Herb Cooper y la había ayudado a escoger lo que necesitaba para la casa. Mientras recorrían los pasillos, Rick tenía la impresión de que los observaban, pero no veía a nadie cuando miraba a su alrededor.

Lo achacó a haber pasado demasiadas horas de guardia, pero entonces oyó un ruido a sus espaldas y, al volverse, vio a Lisa Burton. Estaba al final del pasillo de los quesos y las galletas saladas y los observaba cuando creía que él no miraba. Rick gimió y apartó la mirada antes de que ella se diera cuenta. No le apetecía enfrentarse de nuevo a aquella obsesa sexual.

– Te has callado de repente -le dijo Kendall-. Ya casi he acabado y te agradezco que me hayas acompañado a hacer la compra.

– Ha sido un placer -repuso Rick, y lo era. Le gustaba Kendall, su perspicacia y sentido del humor. La prefería a cualquiera de las otras mujeres con las que había estado, incluida Lisa, desde luego.

Una mirada rápida por encima del hombro le bastó para ver que esta última había desaparecido. Seguramente habría ido al otro pasillo para hacerse la encontradiza con él. En ese momento, Rick se trazó un plan. Sabiendo que iba a toparse con la mujer, si actuaba antes de que ella lo hiciera, entonces Lisa y sus sueños de matrimonio pasarían a ser un recuerdo lejano… dejándolo con una candidata menos… y todo un pueblo por delante, pero algo era algo.

– La cena. -Kendall sonrió y arrojó un paquete de perritos calientes al carrito como si fuera una pelota de baloncesto.

La cena.

– ¡Joder! -exclamó. Su madre y Chase estaban esperándolo -consultó la hora- desde hacía más de una hora. Era normal que no le hubieran llamado. Cuando Rick estaba de servicio, su familia se había acostumbrado a que llegase tarde, pero quizá estaban preocupados.

– Admito que no son una exquisitez, pero se preparan rápido y son baratos. La comida perfecta para un soltero, así que ¿a qué viene la palabrota? -Kendall estaba mirándolo sorprendida.

– Había olvidado que tenía que ir a cenar a casa de mi madre.

– Y aquí estás, perdiendo el tiempo conmigo. -Alargó la mano y le tocó el brazo.

Entre ellos saltaron chispas que se burlaron de las palabras de Kendall y cimentaron la idea de que el plan para intimidar a Lisa funcionaría.

– Siento haberte entretenido -dijo Kendall.

– Yo no. -A Rick le gustaba estar con aquella mujer que lo divertía, le excitaba y que no quería nada a cambio, salvo lo que él estuviese dispuesto a darle.

Extrajo el móvil de entre el equipamiento que le colgaba de la cintura, marcó el número de memoria y esperó a oír la voz de Raina al otro lado de la línea.

– Hola, mamá. Siento el retraso. Me he distraído.

– ¿Tu nueva novia? -Se rió; parecía mucho más animada de lo normal.

Desde que a su madre le diagnosticaran meses atrás que tenía problemas de corazón, estaba preocupado por su salud. Chase y él se turnaban para controlarla, asegurarse de que comía con regularidad y no se fatigaba en exceso. Tras la muerte de su padre, los tres hermanos Chandler se ocupaban de ella.

– Habrás cenado, ¿no? -le preguntó.

– Chase y yo hemos cenado -le aseguró-. Lo han llamado del periódico y se ha marchado, pero te he guardado la cena caliente. Y no he tomado postre para luego comérmelo contigo. Quiero que me lo cuentes todo sobre la boda.

Rick puso los ojos en blanco. Sabía que su madre no creía en los rumores, pero era obvio que aquél había corrido como la pólvora. Echó un vistazo y vio a Lisa donde se había imaginado, esperándole al final del pasillo y, sin duda, tratando de adivinar quién era Kendall. Rick necesitaba darle un motivo de peso para que se convenciera de una vez de que ella no le interesaba. Al mismo tiempo, necesitaba que su madre pensase que estaba con una mujer, para que acabase de una vez por todas con su infernal campaña.

– Te agradezco que me esperes, mamá. Llegaré dentro… -consultó la hora mientras calculaba el tiempo que necesitaría para acabar allí-… de una media hora. Oh, iré acompañado.

Kendall meneó la cabeza a su lado.

– No hace falta -le susurró-. Me las apañaré sola.

Rick hizo un gesto para restarle importancia a aquella objeción y oyó el final de la pregunta de su madre.

– Llevaré una acompañante, mamá, que te sorprenderá gratamente. -Antes de que Raina comenzase el interrogatorio, Rick cortó la llamada, cerró el móvil y se lo guardó.

– Eso ha sido una tontería. -Kendall lo fulminó con la mirada.

Rick se le acercó, consciente de que Lisa estaba espiándolos.

– No eres muy agradecida que digamos teniendo en cuenta que acabo de salvarte de una cena a base de perritos calientes y polvo.

– Acabas de contarme que tu madre quiere casarte. Seguramente todo el pueblo piensa que ya nos hemos casado, ¿y pretendes llevarme a cenar con ella? ¿Te has vuelto loco?

– Probablemente. -Vio la mirada sorprendida de Kendall y le dedicó una sonrisa-. Tengo un plan. Una especie de quid pro quo y tienes que oírlo antes de negarte.

Kendall adoptó una expresión recelosa y Rick pensó que rechazaría la idea antes siquiera de que pudiera proponérsela.

Ella puso los brazos en jarras y le miró.

– ¿Qué te hace pensar que voy a negarme? -preguntó, y el tono desafiante le pilló desprevenido.

Rick supuso que ella quería demostrarle que era muy capaz de plantarle cara a cualquier propuesta y, después de aquel beso, a Rick tampoco le importaría demostrarle algo parecido.

– ¿En qué clase de intercambio has pensado? -preguntó en el mismo tono cauto.

Si quería convencerla para que participase en el plan, tendría que cambiar de actitud. Apoyó un brazo en la puerta de cristal que había detrás de Kendall, con lo que la dejó atrapada entre su cuerpo y el compartimiento de comida congelada. Era una inconfundible situación íntima para que ella bajase la guardia.

– Te propongo una especie de ayuda de limpieza mutua. -Bajó la voz al sentir su cercanía y la emoción desatada en sus venas-. Te ayudaré a limpiar tu casa si tú me ayudas a limpiar la mía.

Kendall negó con la cabeza y se rió.

– No lo dices en sentido literal.

– Lo de tu casa, sí. Lo de la mía, no. -Alargó la mano por puro impulso y le cogió un mechón de pelo, que frotó entre el pulgar y el índice, deleitándose con la sensación que le producían los cabellos en la piel-. Te ayudaré a dejar la casa de tu tía en condiciones para venderla y tú me ayudarás a poner orden en mi casa. Mi casa interior.

¿Hacía falta que añadiera algo? «¿Quieres ser mi amante, Kendall?» Sintió un hormigueo en la piel y se estremeció. Las palabras y el hecho parecían correctos. Ella parecía la persona correcta. ¿Cómo era posible que le propusiera algo que sonaba tan desalmado?

– Deja de andarte por las ramas y dime qué has pensado.

Rick respiró hondo y decidió decirle la verdad pura y dura.

– Quiero que finjas que eres mi amante, que todo el mundo chismorree y que las mujeres me dejen tranquilo. -La miró de hito en hito-. ¿Qué te parece?

Kendall se notó un tic nervioso en la boca.

– Lo que ya te he dicho. Estás loco -respondió sin apartar la mirada.

¿Era su imaginación o le parecía que había visto un destello de dolor en sus preciosos ojos verdes antes de que ella pudiera disimularlo?

– No estoy loco -repuso Rick-, lo que pasa es que estoy harto del acoso femenino. Por otra parte, estoy a gusto contigo y pienso que este plan nos beneficiaría a los dos. -¿Acaso no le decía su cuerpo lo que el de Rick ya sabía? ¿Que estaban hechos el uno para el otro y que sólo les faltaba consumar la unión?

Él tuvo que recordarse que lo que le había sugerido era una relación ficticia, pero su cuerpo opinaba distinto al ver cómo ella se mordía el labio.

– No lo sé.

– Has dicho que no te sobra el dinero. ¿Puedes pagar a un carpintero? -Rick buscó argumentos para convencerla de que él tenía lo que ella necesitaba, es decir, él-. ¿Un pintor? -prosiguió-. ¿Cualquier otra reparación que necesite la casa?

Kendall exhaló de forma sonora.

– Seguramente no. -Sin lugar a dudas, no podría hacer frente a todos esos gastos, pensó Kendall. Aunque recurriese a las joyas para mantenerse mientras arreglaba la casa, no sabía si dispondría de ingresos suficientes para cubrir las reparaciones. Rick se estaba ofreciendo a hacerlas él… por un precio especial. Un precio que Kendall le había pagado con anterioridad a Brian… y había acabado vestida de novia.

La recorrió un escalofrío que nada tenía que ver con el compartimiento de alimentos congelados que tenía detrás. No quería depender de nadie para satisfacer sus necesidades o lograr sus sueños. Sobre todo, no quería que nadie se interpusiese en sus propósitos. Y Rick, con aquellos ojos dorados, aquella atractiva sonrisa y su personalidad encantadora, era un peligro mucho mayor del que había supuesto Brian.

Sin embargo, sabía que su trato tenía sentido. La frente de Rick todavía tocaba la suya, y con aquel contacto íntimo le era mucho más difícil sopesar las alternativas. Que era justamente lo que él quería, de eso no le cabía duda.

– Como incentivo añadido, resulta que soy un manitas.

Quiso preguntarle hasta qué punto lo era, pero se contuvo. Aunque su cuerpo ya había reaccionado a su deliberado equívoco y sintió una calidez deliciosa en el estómago mientras un intenso hormigueo sensual se apoderaba de su entrepierna. La voz de Rick destilaba seducción y Kendall se dejó seducir.

Se lamió los labios y trató en vano de concentrarse en cosas más triviales.

– No me dejes con la intriga. Dime qué saben hacer esas manos. -Por desgracia, las frases sonaron como las de una persona necesitada, que era como ella se sentía en esos momentos.

Rick sonrió.

– En mis días libres, en casa de mi madre he hecho de todo -repuso-. Puedo ocuparme de casi todo lo que necesites, y si hay algo que no sepa hacer, puedo pedir un favor; por suerte, tengo turnos bastante flexibles. Cuatro de diez.

– Que yo lo entienda, por favor.

Rick puso los ojos en blanco con un gesto divertido que a Kendall le pareció sumamente atractivo.

– ¡Muy fácil! Tengo cuatro turnos de diez horas a la semana con tres días libres. Tiempo de sobra para ayudarte en la casa y dar así la impresión correcta a los ojos de los demás.