Kendall abrió y cerró los puños humedecidos.

– ¿Y cuál sería esa impresión?

Rick le acarició la mejilla.

– Que no puedo estar sin ti, que finalmente he encontrado a la mujer que buscaba. Y que ya no me interesa nadie más.

Hablaba con tal convicción que podría haber sido sincero… pero no lo era, se dijo Kendall. Era sólo un trato. Rick quería evitar las relaciones y el matrimonio. Lo único que hacía era demostrar que, de cara a los demás, podía fingir ser su amante.

Ella tendría que hacer otro tanto si aceptaba. Puesto que acababa de finalizar con un trato similar hecho con Brian, sabía lo muy unidos que Rick y ella podrían acabar estando. Pero Rick no le pedía nada duradero, tan sólo necesitaba una solución temporal para su problema. Lo mismo que ella precisaba una solución rápida para el suyo. Quid pro quo, en efecto. Ella apenas tenía dinero en el banco y Rick le ofrecía la solución que necesitaba desesperadamente.

– ¿Kendall? -Rick rompió el largo silencio y la devolvió al presente.

Podría hacerlo. Si se ponía una coraza y se recordaba a menudo que se marcharía en cuanto pudiera, no acabaría encariñándose con Rick ni con el pueblo.

Se las arreglaría. Lo miró a los ojos.

– Sí -le dijo.

– «Sí» me estás prestando atención ahora o «sí»…

– Seré tu amante -dijo rápido, antes de cambiar de idea-. Fingiré serlo…

Sin dejarla acabar, y sin que ella lo esperase, Rick la besó rozándole apenas los labios. Permanecieron unidos unos instantes, lo bastante para que el infierno entrase en erupción y las brasas se avivasen. Entonces, de repente, Rick se apartó, levantó la cabeza y la miró.

– Gracias.

Kendall sentía un cosquilleo en los labios, y una calidez inesperada le envolvió el corazón. Se asustó. Pero aunque turbada, se lo tomó a la ligera.

– Ya veremos si te lo mereces o no.

De repente, en la tienda se oyó un chillido. Kendall se dio la vuelta y vio a una mujer que salía corriendo tan rápido hacia el otro lado del pasillo que no llegó a verle la cara. Ni siquiera sabía si era esa mujer la que había gritado. Se volvió hacia Rick.

– ¿Qué ha sido eso?

Rick se encogió de hombros.

– Ni idea. -Los ojos le brillaron de emoción, pero se le pasó en seguida-. Creo que este trato nos beneficiará a los dos.

Kendall se encogió de hombros, insegura.

– Sigo pensando que estás loco.

– No, qué va. Sólo me gusta causar revuelo. -Se le iluminó la mirada-. Venga, acabemos la compra y pongámonos en marcha.

– Si tú lo dices, pero no pienso responsabilizarme de lo que pase a continuación.

– Has llegado al pueblo con un vestido de novia, querida. No pienso asumir yo la responsabilidad de nada. -Algo que Rick demostró al cabo de unos minutos, cuando el propietario de la tienda comenzó a cobrar la compra.

– Recién casados, ¿eh? -El hombre, mayor y medio calvo, marcaba los precios a mano. Era obvio que la lectura por escáner todavía no había llegado al pueblo-. ¿Te vas a mudar a la casa de invitados de Crystal? -le preguntó a Rick, pero no esperó a que respondiese-. Siento lo de su tía, señorita Sutton, es decir, señora Chandler.

Kendall comenzó a atragantarse.

– Kendall, llámeme Kendall -repuso-. Kendall Sutton.

Herb alzó la vista y frunció el cejo.

– ¿Te has casado con una feminista, Rick? No dejes que conserve su apellido porque dentro de nada comenzará a exigirte más y más cosas, como el mando a distancia de la tele. Al final, al hombre no le queda nada, ni siquiera el orgullo.

Rick respiró hondo y contuvo la risa, pero no corrigió a Herb.

– ¿No piensas decir nada? -le susurró Kendall.

– No serviría de nada y, además, tampoco es grave dejar que siga especulando, ¿no?

– El trato era para una relación, no para un matrimonio.

– Pronto conocerás el pueblo, pero por esta vez te haré caso. -Rick le dio una palmadita en la mano-. No estamos casados, Herb. Y te agradecería que aclarases el malentendido cuando se lo oigas decir a alguien. Aunque no creo que sirva de nada -añadió en un susurro para que sólo Kendall lo oyese.

Herb se pasó la mano por la calva.

– Pues Pearl dijo que te vio llevar en brazos a esta guapa señorita con un vestido de novia.

– Bueno, eso es verdad…

– Es una larga historia, señor… -Kendall se dio cuenta de que no sabía su nombre-. Es una larga historia, Herb.

– Y te la contaríamos, pero llegamos tarde a la cena en casa de mi madre. -Rick le apretó la mano a Kendall.

Ésta trató de asimilar rápidamente esas palabras y se dio cuenta de que Rick ya estaba interpretando su papel: decía en público que ella iría a cenar a casa de su madre, le cogía la mano delante de la gente. Sintió el calor que emanaba de esa mano y tragó saliva.

Herb se rió.

– A Raina le gustará tener una nuera que viva en Yorkshire Falls.

– No…

Rick le dio un codazo suave para recordarle que debía seguir el juego. Tal vez no fuera su novia, pero a partir de aquel momento, sería su amante a ojos de los demás.

Que comience la farsa, pensó Kendall y le entregó a Herb la tarjeta de crédito para que le cobrase. Herb leyó el nombre que figuraba en la misma, miró a Rick y luego a Kendall, y farfulló algo sobre las mujeres y sus malditas ganas de independencia, pero al cabo de unos minutos le había cobrado y guardado los productos en bolsas.

– ¿Has visto a Lisa Burton salir corriendo? -preguntó Herb.

– ¿La mujer que ha chillado antes? -inquirió Kendall.

– Sí. Ha dejado caer la cesta y se ha marchado a toda prisa; he tenido que limpiar los huevos rotos y todo.

– Nunca se sabe qué es lo que provoca a una mujer, Herb. -Rick tomó a Kendall del codo en un gesto caballeroso-. Me alegro de verte. -Rick le estrechó la mano.

– Igualmente.

– Encantado de conocerte -le dijo Kendall mientras recogía las bolsas con Rick.

– Estoy seguro de que volveremos a vernos. Una casa vieja necesita muchas cosas para dos personas y…

– Desde luego, por eso tenemos que marcharnos ya. -Rick interrumpió a Herb y empujó a Kendall hacia la puerta antes de que el hombre iniciase otra conversación sobre el matrimonio.

Kendall se alegró de ello porque suponía que la madre de Rick ya los interrogaría largo y tendido.


Rick parecía otra persona, pensó Raina encantada. No había visto esa mirada enamorada y vidriosa en ninguno de sus hijos desde… desde que Roman viera a Charlotte en el baile del día de San Patricio. Seguramente tenía que ver con el hecho de lo mucho que enseñaban el cuerpo las mujeres. O tal vez fuera el ombligo. Raina se dio cuenta de que Rick no dejaba de mirarle a Kendall el ombligo y el vientre.

Al ver a aquellos dos jóvenes juntos, Raina se sintió más tranquila y feliz. La sobrina de Crystal le devolvía la presencia de su amiga. Se preguntó si Crystal habría enviado a Kendall para trastocar la vida de todos. Si así era, Raina pensaba ayudarla.

– Entonces, ¿qué piensas hacer con la casa? -le preguntó a Kendall-. Pearl y Eldin estarían encantados de quedársela.

Kendall soltó el tenedor.

– ¿En serio? Excelente:

Raina asintió.

– Me alegro de que te parezca bien, sobre todo teniendo en cuenta que viven de unos ingresos fijos. El alquiler que acordaron con tu tía era el único que podían permitirse.

– Hablando de alquileres, tendría que averiguar los detalles sobre el contrato de alquiler -dijo Kendall.

– Oh, no existe. -Raina agitó la mano en el aire.

– ¿Qué quiere decir?

– En el pueblo, la gente que se conoce desde hace mucho tiempo todavía cierra los tratos con un apretón de manos. Lo sé, es una tontería, pero es lo que hay. Cuando tu tía enfermó, Pearl y Eldin dejaron su apartamento, que les costaba dinero, y se fueron a vivir a casa de tu tía para ocuparse de la misma durante su ausencia.

Kendall se atragantó con el agua.

– Oh, vaya, lo siento. No sabía que no pagaran alquiler. -Tosió de nuevo y se secó los labios con una servilleta.

Raina se percató de que Rick escuchaba la conversación con semblante serio.

– ¿Dice que se han ocupado del mantenimiento de la casa? -le preguntó Kendall cuando se hubo recompuesto.

– Eldin pinta en sus ratos libres, y tiene muchos, porque está de baja por discapacidad -explicó Rick-. Si te fijas bien, verás manchurrones en las paredes de la casa principal.

– Retoques -corrigió Raina.

– Sigo sin creer que no le pagaran alquiler a tía Crystal.

– Bueno, Crystal no veía motivo para ello, La casa era propiedad suya desde hacía años. Sabía que a Eldin y a Pearl no les sobraba el dinero y les pidió que se ocuparan de la casa mientras ella estaba en la residencia. -Raina alargó la mano y le dio una palmadita a Kendall-. Tu tía era una buena mujer.

– Una de las mejores -repuso Kendall bajando la voz, afligida por el dolor. Sin embargo, se armó de valor y sonrió, algo que a Raina le pareció admirable-. Pero tendré que arreglar la casa de todos modos -añadió-. Y luego decidiré qué hacer con ella… -Se calló. Las miradas de Rick y ella se encontraron y se comunicaron sin palabras.

Raina recordaba a la perfección esa época. Esas miraditas que sólo comprendían las parejas al comienzo de la relación.

– Es decir, no…

– No sabe qué hacer con la casa -intervino Rick para acabar la frase de Kendall.

– Bueno, no querrás venderla, ¡es tu patrimonio! -Raina no estaba al corriente de los detalles, pero le parecía increíble que la sobrina de Crystal renunciase a su herencia.

– Lo que Kendall quiera hacer con su propiedad no es asunto tuyo, mamá -dijo Rick.

Kendall suspiró.

– Me cuesta pensar en tener patrimonio cuando me he pasado la vida de un lado para otro.

– Ah, sí. ¿Tus padres siguen en el extranjero? Crystal solía hablarme de sus viajes. -Raina dio unos golpecitos en la mesa con las yemas de los dedos, pensando. La transitoriedad no era un rasgo útil, pero quizá Kendall no fuera como sus padres.

– Son arqueólogos. Ahora están en algún lugar de África.

– ¿Y tu hermana? ¿Cómo está?

– Hannah está en un internado de Vermont. Está bien. He recibido una o dos llamadas dándome a entender que es alborotadora, pero siempre ha tenido mucho brío. Pienso ir a verla para hablar con ella en cuanto arregle las cosas aquí.

Raina movió la cabeza.

– Es una pena cuando una familia no vive como una familia.

– Madre. -Rick la reprendió con el tono-. Kendall acaba de perder a su tía, no le des la lata. Lo que quiera hacer con su vida no es asunto tuyo.

La está protegiendo, pensó Raina, y aunque Rick era así por naturaleza, se dio cuenta de que en esa ocasión se trataba de algo personal. Raina observó a su hijo, complacida.

– Rick, no me importa explicárselo. Casi nadie entiende mi forma de vivir. Creo que ni yo misma la entendería si no fuera porque la vivo en primera persona. -Le sonrió a Raina-. Teniendo en cuenta que su familia es cariñosa y afectuosa, estoy segura de que la mía le parece extraña.

– Tonterías. Bueno, quizá -admitió Raina. La gente cambia, pensó, con el incentivo adecuado-. Quiero que te sientas como si formaras parte de nuestra familia. Crystal lo habría querido y es lo que yo deseo. -Más de lo que Kendall se imaginaba.

A primera vista, Kendall Sutton no sólo era atractiva, sino también inteligente, cariñosa y compasiva. Independiente. Raina supuso que aquella independencia atraía a su hijo, a quien le habían abordado mujeres más tradicionales. Raina se sentía responsable de ello, pero ahora las cosas habían cambiado.

Era obvio que Rick se había enamorado de Kendall aunque todavía no lo supiera. Si Kendall recibía muestras de amor y cariño, tal vez aprendiera a valorar la estabilidad que le había faltado de niña. ¿Y quién mejor que los Chandler para enseñarle los valores familiares? Sobre todo Rick.

– Qué bonito. No sé qué decir -declaró Kendall con los ojos brillantes.

– Yo sí. Te ha timado la mayor experta del negocio -dijo Rick con ironía.

Raina frunció el cejo.

– ¿Qué negocio? -le preguntó Kendall.

– El del matrimonio.

– Ah, sí. -Kendall se inclinó hacia adelante y sonrió-. He oído hablar de su vocación de casamentera.

– Y yo he oído hablar de tu feliz llegada. Cuéntame cómo es posible que llegaras aquí con un vestido de novia.

– Mamá…

– Es una pregunta justa, Rick. -Kendall se ruborizó, pero no se amilanó-. Se suponía que iba a casarme esta mañana -explicó, avergonzada al admitir que le había faltado muy poco para pronunciar el «sí, quiero»… antes de que todo se viniera abajo, claro-. Pero los dos nos dimos cuenta de que el matrimonio habría sido un error y suspendimos la boda.

Raina había estado felizmente casada durante casi veinte años hasta la muerte de John. Era incapaz de imaginarse que nadie pudiera casarse con alguien a quien no quería o poner fin a una relación de forma tan brusca.