– La diferencia es que muchas de esas mujeres viven con sus agresores, o con sus futuros asesinos, durante diez, veinte o cincuenta años y permiten que sigan maltratándolas, e incluso que las maten.

– Entonces las enfermas son ellas, ¿no? Podrían poner fin a su calvario largándose, pero no lo hacen. Joder, a lo mejor les gusta.

Maddy nunca se había sentido tan frustrada como ahora, escuchando a su marido, pero él no era solo la voz de la ignorancia, sino la voz de la mayoría de las personas del mundo. Se preguntó si podría llegar a él. Se sentía impotente.

– En casi todos los casos están demasiado asustadas para escapar. La mayoría de los hombres amenaza a su mujer con matarla si ella los abandona. Las estadísticas son devastadoras, y las mujeres lo intuyen. Sienten demasiado miedo para marcharse de casa, para huir. Tienen hijos, no saben adónde ir, muchas están desempleadas y la mayoría no tiene dinero. Su vida es un callejón sin salida, y a su lado hay un hombre diciéndoles que si se largan, las matarán a ellas y a los niños. ¿Qué harías tú en una situación semejante? ¿Llamar a tu abogado?

– No. Me marcharía de la ciudad. Igual que hiciste tú.

Maddy probó otra estrategia.

– Ese tipo de maltrato es un hábito. Se convierte en algo normal. Creces presenciándolo, viéndolo todo el tiempo; te dicen que eres basura y que mereces el sufrimiento, y tú te lo crees. Estás aislada, sola y asustada, no tienes adónde ir e incluso es probable que desees morir porque no ves otra salida. -Sus ojos se humedecieron-. ¿Por qué crees que permitía que Bobby Joe me hiciera daño? ¿Porque me gustaba? Pensaba que no tenía alternativa y estaba convencida de que merecía sus agresiones. Mis padres me decían que era mala, Bobby Joe me decía que todo era culpa mía. No conocí nada más hasta que apareciste tú, Jack. -Él nunca le había puesto una mano encima, y para ella ese era el principal requisito para ser un buen marido.

– Tenlo en cuenta la próxima vez que me juegues una mala pasada, Mad. Yo jamás te he pegado y sería incapaz de hacerlo. Eres una mujer afortunada, señora Hunter. -Le sonrió y se puso de pie. Ya estaban en el aeropuerto, y había perdido interés en ese tema que para ella tenía una importancia crucial.

– Tal vez, por eso tengo la sensación de que debo ayudar a otras, a las que no tienen tanta suerte como yo -respondió, preguntándose por qué se sentía tan afectada por las palabras de Jack.

Pero era obvio que él se había aburrido del tema, y ninguno de los dos volvió a mencionarlo en el trayecto entre el aeropuerto y Georgetown.

Pasaron una noche tranquila: ella cocinó pasta, ambos leyeron, y cuando por fin se metieron en la cama, hicieron el amor. Maddy no sabía por qué, pero no consiguió entregarse por completo. Se sentía distante, extraña y deprimida. Después, tendida en la cama, recordó lo que había dicho Jack sobre las mujeres maltratadas. Lo único que sabía era que sus palabras, o acaso su tono, le habían dolido. Cuando se durmió, soñó con Bobby Joe y despertó en mitad de la noche, gritando. Casi podía verlo delante de ella, con los ojos llenos de odio y los puños en alto. En el sueño, Jack había estado presente, cabeceando y mirándola, y ella había sentido que todo era culpa suya mientras Bobby Joe volvía a golpearla.

Capítulo6

Al día siguiente hubo un gran trajín en la oficina. Había muchas cosas que leer sobre los enfrentamientos en Irak y las bajas estadounidenses. Durante el fin de semana habían matado a otros cinco marines y derribado un avión, causando la muerte a sus dos jóvenes pilotos. Por mucho que Jack se esforzase por ayudar al presidente a presentar los hechos desde una óptica positiva, no había forma de cambiar la deprimente realidad de que morirían personas de ambos bandos.

Esa noche Maddy trabajó hasta las ocho, cuando terminó el segundo informativo. Luego irían a una cena de gala en casa del embajador de Brasil, y había llevado un vestido de noche para cambiarse en el despacho. Sin embargo, mientras se estaba vistiendo, su marido la llamó por el intercomunicador.

– Estaré lista en cinco minutos.

– Tendrás que ir sola. Acaban de convocarme a una reunión.

Esta vez Maddy sabía cuál era el motivo. Sin duda, el presidente estaba preocupado por la reacción del publico ante las muertes en Irak desde que habían comenzado las hostilidades.

– Supongo que la reunión es en la Casa Blanca.

– Algo así.

– ¿Irás más tarde? -Estaba acostumbrada a asistir a fiestas sola, pero prefería ir con Jack.

– Lo dudo. Tenemos que resolver muchas cosas. Te veré en casa. Si termino temprano iré a la cena, pero ya he llamado para disculparme. Lo siento, Maddy.

– Está bien. Las cosas en Irak no pintan bien, ¿no?

– Todo se arreglará. Tendremos que aceptar lo que ocurre. -Si hacía bien su trabajo, acabaría convenciendo de ello al público, pero Maddy no se dejaba engañar. Y Greg tampoco, a juzgar por lo que habían hablado en el estudio. Sin embargo, no habían hecho ningún comentario personal sobre las noticias durante el informativo. Sus opiniones ya no formaban parte del programa-. Hasta luego.

Maddy terminó de vestirse. Llevaba un vestido rosa claro que le sentaba de maravilla a su piel perlada y su cabello oscuro. Los pendientes de topacio rosado relumbraron mientras se ponía una estola del mismo tono y salía del despacho. Jack le había dejado el coche, pues iría a la Casa Blanca con un vehículo y un chófer de la empresa.

La embajada estaba en Massachusetts Avenue, y en su interior había aproximadamente un centenar de personas. Hablaban en español, portugués y francés, con un precioso fondo musical de samba. El embajador brasileño y su esposa daban fiestas llenas de encanto y estilo, y en Washington todo el mundo los quería. Maddy echó un vistazo alrededor y se alegró de ver a Bill Alexander.

– Hola, Maddy -dijo él con una sonrisa afectuosa, acercándose-. ¿Cómo estás?

– Bien. ¿Qué tal el fin de semana? -Con lo que sabían el uno del otro, Maddy ya se sentía amiga suya.

– Tranquilo. Fui a Vermont a ver a mis hijos. Mi hijo tiene una casa allí. La reunión del otro día fue interesante, ¿no? Es sorprendente comprobar cuántas personas se han visto afectadas de un modo u otro por la violencia doméstica o por agresiones de otra índole. Lo curioso es que todos parecemos pensar que los demás llevan una vida normal, y no es verdad, ¿no? -Sus ojos eran de un intenso azul, un poco más oscuros que los de ella, su melena de pelo blanco estaba perfectamente peinada y se le veía especialmente apuesto con esmoquin. Medía un metro noventa y ocho, y a su lado Maddy parecía una muñeca.

– Hace tiempo que descubrí eso. -Ni siquiera la primera dama se había librado de la violencia en su infancia-. Solía sentirme culpable por lo que viví en mi juventud, y aún me pasa a veces, pero al menos sé que a muchos otros les ocurre lo mismo. Sin embargo, por una razón misteriosa, uno siempre tiene la impresión de que es culpa suya.

– Supongo que la clave está en comprender que no es así. Al menos en tu caso. Cuando volví a Washington, al principio todos decían o pensaban que yo había matado a Margaret.

Maddy se sorprendió. Alzó la vista y preguntó con delicadeza:

– ¿Por qué iban a pensar algo así?

– Porque yo me siento culpable. Ahora me doy cuenta de que lo que hice fue una estupidez.

– Es posible que el desenlace hubiera sido el mismo de todas maneras. Los terroristas no juegan limpio, Bill. Tú lo sabes.

– Es una verdad difícil de asimilar cuando el precio que se paga es la muerte de un ser querido. No sé si alguna vez lo comprenderé o lo aceptaré.

Era totalmente veraz y sincero con Maddy, y precisamente por eso le caía bien. Además, todo en Bill sugería que era una buena persona.

– Yo no creo que sea posible comprender la violencia -dijo Maddy en voz queda-. Lo que yo tuve que afrontar fue mucho más sencillo, y sin embargo creo que nunca lo entendí del todo. ¿Por qué alguien desea hacer daño a otra persona? ¿Y por qué yo permití que me lo hicieran?

– No tenías opciones, alternativa, salida, nadie que te ayudara y ningún sitio adonde acudir. ¿Alguna de esas respuestas te parece correcta? -preguntó con aire pensativo, y ella asintió. Bill entendía muy bien la situación. Mucho mejor que Jack, o que la mayoría de la gente.

– Creo que lo has descrito a la perfección -respondió con una sonrisa-. ¿Qué piensas de lo que esta pasando en Irak? -preguntó, cambiando de tema.

– Es una vergüenza que hayamos vuelto allí. La situación es irresoluble, y creo que la ciudadanía formulará preguntas difíciles de responder. Sobre todo si empezamos a perder jóvenes al ritmo vertiginoso de este fin de semana. -Maddy estaba de acuerdo con él, a pesar de la convicción de Jack de que podía pintar la situación de manera que la gente respaldara las acciones del presidente. Jack era mucho más optimista que ella-. No me gusta nada lo que estamos haciendo -prosiguió Bill-. Creo que la gente teme que las pérdidas superen los beneficios.

Maddy habría querido decirle que tenía que darle las gracias a Jack, pero no lo hizo. Se alegró de que Bill coincidiera con ella y continuaron charlando durante un rato. Él le pregunto qué planes tenía para el verano.

– De momento, ninguno. Tengo que terminar un reportaje. Además, mi marido detesta hacer planes. Se limita a avisarme cuándo tengo que hacer las maletas; por lo general, el mismo día de la partida.

– Bueno, seguro que eso da interés a tu vida -dijo Bill con una sonrisa mientras se preguntaba cómo se las apañaba Maddy. La mayoría de la gente necesitaba más tiempo. También se preguntó cómo reaccionarían los hijos de la pareja-. ¿Tienes hijos?

Maddy titubeó una fracción de segundo antes de responder.

– No, no tenemos hijos.

A Bill no le sorprendió. Ella era joven, tenía una profesión agotadora y mucho tiempo por delante para formar una familia. Maddy no lo sacó de su error, pues no era propio de una banal charla festiva explicarle que no podía tener hijos, que Jack se había casado con ella con la condición de que se hiciera ligar las trompas.

– A tu edad, tienes mucho tiempo para pensar en hijos. -Sabiendo lo que sabía de ella, no pudo evitar preguntarse si las experiencias traumáticas de su infancia la habían llevado a posponer la maternidad. A él le habría parecido comprensible.

– ¿Y tú qué vas a hacer este verano, Bill? -preguntó ella, cambiando de tema.

– Por lo general, vamos a Martha's Vineyard. Pero creo que este año será complicado. Le he cedido mi casa a mi hija para que pase el verano allí. Tiene tres hijos, y les encanta el lugar. Aunque si quiero ir, siempre puedo ocupar la habitación de huéspedes. -Parecía un buen hombre, y era obvio que estaba muy unido a sus hijos.

Continuaron hablando durante un rato, hasta que se les unió una interesante pareja francesa. Ambos eran diplomáticos y bastante jóvenes. Unos minutos después, el embajador de Argentina se acercó a saludar a Bill, y hablaron en un español fluido. Cuando Maddy descubrió que Bill se sentaría a su lado a la mesa, se disculpó por monopolizar su atención antes de cenar.

– No sabía que nos sentarían juntos.

– Me gustaría decir que he conspirado para conseguirlo -dijo con una risita-, pero la verdad es que no tengo tanta influencia. Supongo que simplemente he tenido suerte.

– Y yo -dijo ella con familiaridad mientras él enlazaba su brazo y la conducía a la mesa.

Fue una velada agradable. Al otro lado de Maddy se sentó el más antiguo senador demócrata por Nebraska, un hombre a quien Maddy no conocía personalmente pero al que siempre había admirado. Y Bill la deleitó con anécdotas de sus épocas contó profesor de Princeton y Harvard. Era obvio que había disfrutado dando clases, y su breve carrera de diplomático también había sido interesante y gratificante hasta su trágico final.

– ¿Y qué piensas hacer ahora? -preguntó Maddy durante los postres. Sabía que estaba escribiendo un libro, y él le había dicho que le faltaba poco para terminarlo.

– Francamente, no estoy seguro, Maddy. Había pensado en volver a las aulas, pero es algo que ya he hecho. Escribir ha sido una experiencia estimulante. Sin embargo, ahora no sé qué dirección tomar. He recibido ofertas de varias instituciones académicas, una de ellas Harvard, naturalmente. Me gustaría pasar una temporada en el oeste, quizá dando clases en Stanford, o quizá vivir un año en Europa. A Margaret y a mí siempre nos gustó Florencia. O puede que vaya a Siena. También me han ofrecido la oportunidad de pasar un año en Oxford, enseñando política exterior estadounidense, pero la idea no me entusiasma mucho, ya que el invierno en Inglaterra es muy crudo. Colombia me convirtió en un consentido, al menos en lo que respecta al clima.