– Tienes un abanico de opciones -dijo ella con admiración, y comprendía por qué todo el mundo deseaba contratarlo. Era inteligente y simpático y estaba abierto a ideas y conceptos novedosos-. ¿Qué me dices de Madrid? He visto que hablas un español perfecto.
– Esa es una posibilidad que ni siquiera he considerado. Tal vez debería aprender a torear. -Ambos rieron de la descabellada idea, y cuando llegó la hora de levantarse de la mesa, Maddy casi lo lamentó. Bill había sido un magnífico acompañante, y al final de la velada se ofreció a llevarla a casa, pero ella le dijo que tenía un chófer esperándola.
– Estoy impaciente por verte en la próxima reunión. Es un grupo ecléctico y muy interesante, ¿no? Aunque a mí no me parece que tenga mucho que aportar. No sé gran cosa del tema, al menos de las agresiones domésticas. Me temo que mi contacto con la violencia es bastante inusual, pero de todas maneras me alegro de que Phyllis me haya invitado a participar.
– Sabe lo que hace. Creo que una vez que nos pongamos en marcha formaremos un buen equipo. Espero que consigamos apoyo de los medios de comunicación. La gente necesita que le abran los ojos en temas como el de los malos tratos a mujeres.
– Tú serías una portavoz perfecta -dijo Bill, y ella volvió a son reírle.
Charlaron unos minutos más, y luego ella se marchó a casa, donde encontró a Jack leyendo en la cama, con aire relajado y sereno.
– Te has perdido una fiesta estupenda -dijo ella. Se quitó los pendientes y los zapatos y se detuvo a darle un beso.
– Cuando terminé, di por sentado que ya habríais acabado de cenar. ¿Has visto a alguien interesante?
– A mucha gente. Y me encontré con Bill Alexander. Es una excelente persona.
– A mí siempre me ha parecido bastante aburrido. -Después de desestimar el tema, miró con admiración a su esposa, que estaba particularmente guapa, incluso sin los zapatos ni los pendientes-. Estás guapísima. Mad. -Era obvio que lo decía con sinceridad, y ella se inclinó para darle otro beso.
– Gracias.
– Ven a la cama. -Sus ojos tenían un brillo familiar que ella reconoció, y unos minutos después, cuando se metió en la cama, Jack se encargó de demostrarle que estaba en lo cierto.
Había ciertas ventajas en el hecho de no tener hijos. No necesitaban preocuparse por nadie más, y cuando no estaban trabajando, podían dedicarse en exclusiva a disfrutar el uno del otro.
Después de hacer el amor, Maddy se acurrucó en brazos de Jack, sintiéndose cómoda y satisfecha.
– ¿Qué tal han ido las cosas en la Casa Blanca? -preguntó con un bostezo.
– Muy bien. Creo que hemos tomado varias decisiones sensatas. O más bien, las tomó el presidente. Yo me limito a decirle lo que pienso, él lo compara con lo que piensan los demás, y decide lo que quiere hacer al respecto. Pero es un tipo listo, y casi siempre escoge la opción más acertada. Está en una posición difícil.
– En mi opinión, el suyo es el peor trabajo del mundo. Yo no lo haría ni por todo el oro del planeta.
– Serías una presidenta fabulosa -bromeó él-. En la Casa Blanca todos serían guapos e irían maravillosamente vestidos, el lugar estaría impecable y la gente se conduciría con amabilidad, respeto y consideración. Todos los miembros de tu gabinete serían sensibleros. El mundo perfecto, Mad. -A pesar de que parecía un cumplido, Maddy lo tomó como un desprecio y no respondió.
Mientras se sumía en el sueño lo olvidó todo, y no volvió a despertar hasta la mañana. Los dos tenían que ir a trabajar temprano.
A las ocho ya estaban en la cadena, donde Maddy y Greg se sentaron a trabajar en un reportaje especial sobre bailarines estadounidenses. Ella había prometido ayudarle, y seguía en el despacho de él a mediodía, cuando ambos notaron una pequeña conmoción en los pasillos.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Greg.
– Mierda. Es posible que las cosas se hayan puesto feas en Irak. Anoche Jack estuvo con el presidente. Seguro que traman algo. -Los dos salieron al pasillo para averiguar de qué hablaba la gente. Maddy fue la primera en pillar a uno de los asistentes de producción-. ¿Ha pasado algo importante?
– Un avión con destino a París estalló en el aire veinte minutos después de salir del aeropuerto JFK. Dicen que la explosión se oyó en todo Long Island. No hay supervivientes.
Era la versión abreviada de lo ocurrido, si bien cuando Greg y Maddy consultaron los cables de noticias, descubrieron que había pocos datos más. Nadie se había responsabilizado de la explosión y, aunque todavía no se conocieran los pormenores del caso, Maddy intuía que había algo turbio.
– Hemos recibido una llamada anónima de alguien que parecía hablar en serio -les informó el productor-. Dicen que los directivos de la compañía aérea sabían que había una amenaza. Puede que lo supiesen ya ayer al mediodía, pero no cancelaron el vuelo.
Greg y Maddy cambiaron una mirada. Aquello era una locura. Nadie podía haber permitido que ocurriera semejante tragedia. Era una compañía estatal.
– ¿Quién es tu fuente? -preguntó Greg con expresión ceñuda.
– Lo ignoro. Pero el que llamó sabía de qué hablaba. Nos dio un montón de datos comprobables. Lo único que sabemos es que la FAA, la Administración Federal de Aviación, recibió una advertencia ayer y que no hizo nada al respecto.
– ¿Quién es el encargado de comprobar la veracidad de esa información? -preguntó Greg con interés.
– Tú, si quieres. Tenemos una lista de personas a quienes llamar. El individuo que telefoneó proporcionó nombres y direcciones.
Greg enarcó una ceja y miró a Maddy.
– Cuenta conmigo -dijo ella, y ambos se dirigieron al despacho del asistente de producción, que era quien tenía la lista-. No puedo creerlo. Cuando hay amenazas de bomba, cancelan los vuelos.
– Puede que sí; o puede que no lo hagan y nosotros no estemos al tanto -murmuró Greg.
Consiguieron la lista, y dos horas después, sentados a ambos lados del escritorio de Maddy, se miraron con incredulidad. Todas las personas consultadas habían confirmado la noticia. Había habido una advertencia, aunque no demasiado específica. La FAA había recibido una llamada diciendo que habría una bomba en algunos de los aviones que saldrían del aeropuerto Kennedy en los tres días siguientes. Eso era lo único que sabían, y en las altas esferas habían tomado la decisión de reforzar las medidas de seguridad pero no cancelar ningún vuelo a menos que hubiese indicios de bomba o recibiesen más información al respecto. Pero no les habían hecho una segunda advertencia.
– Fue una amenaza muy vaga -dijo Maddy en defensa de la FAA-. Quizá pensaron que era falsa.
Pero también habían sospechado que la amenaza procedía de uno de los dos grupos terroristas que habían cometido atrocidades parecidas en el pasado, de manera que tenían razones para creerles.
– Esto es aún más raro de lo que parece -dijo Greg con desconfianza-. Me huele algo sucio. ¿A quién podríamos llamar que tenga algún contacto en la FAA?
Habían agotado todas sus fuentes, pero de repente Maddy tuvo una idea y se levantó de la silla con cara de determinación.
– ¿Qué se te ha ocurrido?
– Puede que nada útil. Volveré en cinco minutos.
Sin decirle nada a Greg, tomó el ascensor privado para ir a ver a su mando. El había estado en la Casa Blanca la noche anterior y, dada la gravedad de la amenaza, era muy probable que hubiese oído algo al respecto.
Jack estaba en una reunión, pero Maddy le pidió a la secretaria que entrase y le preguntase si podía salir un momento. Era importante. Un minuto después, él salió de la sala de juntas con cara de preocupación.
– ¿Te encuentras bien?
– Sí. Estoy trabajando en la noticia del avión que explotó. Se ha filtrado la información de que hubo un aviso de bomba indeterminado y que pese a ello permitieron que el avión despegase. No cancelaron ningún vuelo. Supongo que no sabían en qué avión pondrían la bomba -explicó con rapidez.
Jack no pareció afectado ni sorprendido.
– Esa cosas pasan de vez en cuando, Mad. No habrían podido hacer gran cosa. Si la amenaza fue vaga, habrán creído que era falsa.
– Pero ahora podemos decir la verdad, al menos si nuestra información es cierta. ¿Oíste algo al respecto anoche? -Lo miró con atención. Había algo en los ojos de Jack que indicaba que la noticia no era una novedad para él.
– No creo -respondió con aire evasivo.
– Esa no es una respuesta, Jack. Es importante. Si recibieron una advertencia, debieron cancelar los vuelos. ¿Quién tomó la decisión?
– No he dicho que supiera nada al respecto. Pero si les dieron un aviso general, ¿qué crees que deberían haber hecho? ¿Cancelar todos los vuelos procedentes de Kennedy durante tres días? Dios, eso equivaldría a paralizar el tráfico aéreo estadounidense. No podían hacer algo semejante.
– ¿Cómo sabías que se trataba de los vuelos «procedentes de Kennedy» y que la amenaza comprendía un período de tres días? Estabas al corriente de todo, ¿no?
Ahora se preguntó si esa era la razón por la cual habían convocado a Jack a la Casa Blanca con tanta premura: para que los aconsejara sobre qué tenían que informar a la opinión pública, si es que decían algo, o quizá sobre que debían o no debían hacer al respecto. Y para que los ayudara a cubrirse las espaldas en caso de que un avión estallara. Aunque no hubiese sido él quien había tomado la decisión, sin duda había influido en ella.
– Maddy, no es posible cancelar todos los vuelos del aeropuerto Kennedy durante tres días. ¿Sabes lo que eso supondría? Con esa lógica, habría habido que impedir también la entrada de aviones, por si la explosión los afectaba. Habría sido una hecatombe para el país y para nuestra economía.
– No puedo creer lo que oigo -dijo ella, súbitamente furiosa-. ¿Tú y vaya a saber quién más decidisteis no advertir a nadie de las amenazas y comportaros como si no ocurriese nada porque hacer lo contrario habría afectado a la economía? ¿Y por temor a alterar los horarios de los vuelos? Dime que esto no ha ocurrido de la manera que sospecho. Dime que no han muerto cuatrocientas doce personas para ahorrar problemas a la industria de la aviación. ¿Es eso lo que sugieres? ¿Que fue una decisión comercial? ¿Quién demonios la tomó?
– Nuestro presidente, tonta. ¿Qué crees? ¿Qué yo tomo decisiones de esa envergadura? Era un asunto importante, pero la amenaza había sido vaga. No podían hacer nada al respecto, aparte de revisar escrupulosamente cada avión antes del despegue. Y si citas mis palabras, Mad, te juro que te mataré.
– Me importa un bledo lo que hagas. Se trata de la vida de personas, de niños y bebés, de seres inocentes que subieron a un avión donde había una bomba porque nadie tuvo cojones para cerrar el aeropuerto Kennedy durante tres días. ¡Maldita sea, Jack! ¡Deberían haberlo cerrado!
– No sabes de qué hablas. No se cierra un importante aeropuerto internacional durante tres días debido a una amenaza de bomba; sería un caos económico.
– Por el amor de Dios, lo han hecho más de una vez a causa de las nevadas, y nuestra economía sigue a flote. ¿Por qué no iban a hacerlo por una amenaza de bomba?
– Porque habrían quedado como idiotas, y habría cundido el pánico entre los viajeros.
– Ah, claro, supongo que cuatrocientas vidas es un precio pequeño a pagar para evitar el pánico. Dios mío, no puedo creerlo. No puedo creer que estuvieras enterado y no hicieses una mierda al respecto.
– ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que fuese al JFK y repartiese panfletos?
– No, idiota, eres propietario de una cadena de televisión. Habrías podido dar la voz de alarma, incluso anónimamente, y obligarlos a cancelar todos los vuelos.
– Entonces me habrían cerrado definitivamente las puertas de la Casa Blanca. ¿Crees que no se habrían enterado de quién había filtrado una noticia semejante? No seas ridícula y no vuelvas a llamarme idiota nunca más. -La agarró del brazo y se lo sacudió con fuerza-. Yo sé lo que hago.
– Tú y tus compañeros de juegos de anoche habéis matado a cuatrocientas doce personas esta mañana. -Prácticamente escupió estas palabras, y su voz tembló. No podía creer que Jack hubiese participado en la decisión-. ¿Por qué no te compras un arma y empiezas a disparar a la gente? Sería más limpio y más honesto. ¿Sabes qué significa esto? Significa que los negocios son más importantes que la gente. Significa que cada vez que una mujer suba a un avión con sus hijos no sabrá si alguien ha avisado que hay una bomba dentro, que por el bien de las grandes transacciones comerciales ella y sus pequeños serán carne de cañón, porque nadie piensa que sean lo bastante importantes para justificar «trastornos económicos».
– Pues en términos generales, no lo son. Tú eres una ingenua. No entiendes nada. A veces es preciso sacrificar a algunas personas por intereses más importantes. -Maddy sintió ganas de vomitar-. Y te advierto una cosa: si comentas una sola palabra de esto, te llevaré personalmente a Knoxville y te dejaré en la puerta de la casa de Bobby Joe. Si hablas, tendrás que responder ante el presidente de Estados Unidos, y espero que te metan en la cárcel por traición. Es un asunto de seguridad nacional, y fue analizado por personas que ocupan los más altos puestos y saben lo que hacen. No estamos hablando de un ama de casa llorica y psicótica ni de un senador gordo y baboso. Si agitas este avispero, te saltarán al cuello el presidente, el FBI, la FAA y todas las instituciones importantes de este país, y yo me sentaré a mirar cómo te hacen picadillo. No vas a meterte en este asunto. No sabes una mierda del tema, y te enterrarán en menos que canta un gallo. Jamás ganarías esta batalla.
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