Maddy sabía que había algo de verdad en las palabras de Jack: todo el mundo mentiría, sería el mayor encubrimiento desde Watergate, y era poco probable que la gente le creyese. Ella era una pequeña voz en un mar de voces más altas que no se limitarían a taparla; también se encargarían de desacreditarla para siempre. Hasta era posible que la matasen. Pensar en ello la asustaba, pero la idea de defraudar al público, de ocultarle la verdad, la hacía sentirse como una traidora. Tenían derecho a saber que los pasajeros del vuelo 263 habían sido sacrificados en aras de la economía. Y que no significaban nada para las personas que habían tomado la decisión.

– ¿Me has oído? -preguntó Jack con una expresión terrible en los ojos.

Empezaba a asustarla. Si ponía en peligro la cadena, él sería el primero en atacarla, antes de que los otros tuvieran ocasión de hacerlo.

– Te he oído -respondió con frialdad-. Y te odio por ello.

– Me da igual lo que pienses o sientas. Lo único que me importa es lo que hagas, y más te vale que sea lo correcto. De lo contrario, será tu fin. Quedarás fuera de mi vida y de la cadena. ¿Está claro, Mad?

Ella lo miró largamente, dio media vuelta y empezó a bajar la escalera con paso vivo. Cuando llegó a su despacho, estaba pálida y temblaba.

– ¿Qué ha pasado? ¿Jack sabía algo? -preguntó Greg.

Al verla salir, había sospechado adónde iba, y nunca la había visto en un estado como aquel en que se encontraba cuando regresó a la oficina. Estaba mortalmente pálida y parecía enferma, pero permaneció callada durante algunos segundos.

– No, no sabía nada -fue lo único que dijo antes de tomar tres aspirinas con una taza de café.

No le extrañó que diez minutos después el jefe de producción asomara la cabeza y los mirara con seriedad antes de pronunciar su advertencia:

– Tendré que autorizar el guión antes de que salgáis al aire esta noche. Si decís algo que no esté en la copia autorizada, cortaremos la emisión e iremos a publicidad. ¿Entendido?

– Entendido -respondió Greg en voz baja. Al igual que Maddy, supo de inmediato de donde procedía la orden, ignoraba qué habían hablado arriba, pero estaba seguro de que no había sido agradable. Esperó a que el productor se marchase y luego miró a Maddy con expresión inquisitiva-. Supongo que Jack estaba informado -dio con delicadeza-. No tienes que decírmelo si no quieres.

Ella lo miró fijamente y asintió.

– No puedo probarlo. Y no podemos informar al respecto. Todos los involucrados lo negarán.

– Será mejor que esta vez no interfiramos, Mad. Es un asunto peliagudo. Demasiado grande para nosotros, creo. Si las autoridades estaban informadas, puedes estar segura de que se habrán cubierto muy bien las espaldas. Esto es obra de los peces gordos.

Le impresionó el hecho de que Jack Hunter fuese considerado uno de ellos. Hacía tiempo que había oído decir que se había convertido en asesor del presidente. Era obvio que jugaba en las grandes ligas.

– Dijo que me echaría del informativo si tocaba el tema. -Parecía menos conmocionada de lo que Greg habría creído razonable-. Pero eso no me importa. Detesto mentirle al público.

– A veces tenemos que hacerlo -dijo Greg con diplomacia-, aunque a mí tampoco me gusta. Pero los capitostes acabarían con nosotros si ventiláramos este asunto.

– Jack me advirtió que terminaría en la cárcel.

– Se está volviendo un poco tremendista, ¿no? -dijo con una sonrisa irónica, y Maddy no pudo evitar sonreír.

Entonces recordó la forma en que Jack le había sacudido el brazo. Nunca lo había visto tan furioso ni tan asustado. Pero aquel asunto era importante.

Escribieron el guión para el informativo de la tarde, y el productor lo revisó escrupulosamente. Media hora después, les llegó de vuelta con correcciones. La noticia sobre la tragedia aérea se transmitiría de la manera más anodina posible: los jefazos de las plantas superiores querían que las imágenes hablaran por sí solas.

– Ten cuidado, Mad -murmuró Greg cuando estaban sentados ante el escritorio del estudio, esperando a que terminara la cuenta atrás y llegase el momento de salir en antena.

Maddy se limitó a asentir con la cabeza. Greg sabía que era una mujer de principios y una purista. Hubiera sido muy propio de ella dar un salto al vacío y desvelar la verdad, pero esta vez, estaba casi seguro de que no lo haría.

Maddy leyó la noticia del accidente del vuelo 263, y por un instante su voz, estuvo a punto de quebrarse. Con tono triste y respetuoso, habló de los pasajeros y del número de niños que iban a bordo. Las imágenes que mostraron recalcaron la gravedad de la tragedia. Acababan de pasar la última secuencia de una cinta de la explosión filmada por alguien de Long Island cuando Greg observó que Maddy, que debía cerrar la emisión, cruzaba las manos y desviaba la vista del teleprompter. Tras cerciorarse de que no lo estaban enfocando, esbozó con los labios «No, Maddy», pero ella no lo vio. Estaba mirando directamente a la cámara, dirigiéndose a las caras y los corazones del público estadounidense.

– Hoy han circulado muchos rumores sobre el accidente aéreo -comenzó con cautela-, algunos muy inquietantes. -Greg vio que el productor, con cara de horror, se ponía de pie al fondo del plato. Pero no cortaron la emisión-. Se ha dicho que la FAA había recibido con antelación la advertencia de que «cierto» avión misterioso y desconocido saldría de Kennedy con una bomba en su interior en «algún momento» de esta semana. Pero no hay pruebas que respalden este rumor. Por el momento, lo único que sabemos es que se han perdido cuatrocientas doce vidas, y solo podemos suponer que si la FAA hubiera recibido un aviso, habría compartido esa información con el público. -Se estaba acercando a la línea prohibida, pero no la cruzó. Greg la miraba conteniendo el aliento-. Todos los miembros de la WBT queremos presentar nuestras condolencias a las familias, amigos y demás seres queridos de las personas que murieron en el vuelo 263. Es una tragedia inconmensurable. Les ha hablado Maddy Hunter. Buenas noches.

Entonces pasaron a publicidad. Greg estaba pálido, y Maddy empezó a quitarse el micrófono con expresión sombría.

– ¡Mierda, me has dado un susto de muerte! Pensé que ibas a soltarlo. Estuviste a punto, ¿no?

Maddy había planteado un interrogante, pero no había dado la maldita respuesta. Y habría podido hacerlo.

– Dije lo que podía decir. -Lo cual, como ambos sabían, no era mucho.

Mientras Maddy se ponía de pie, ahora fuera de las cámaras, vio al productor y a Jack conversando junto a la puerta. Jack caminó hacia ella con aire decidido.

– Has estado a un tris de cruzar la línea, ¿no, Maddy? Estábamos preparados para cortarte en cualquier momento. -No parecía complacido, pero tampoco furioso. Ella no lo había traicionado, y habría podido hacerlo. Al menos habría podido intentarlo, aunque no le hubieran permitido llegar tan lejos.

– Lo sé -respondió con frialdad, y sus ojos parecieron dos brillantes piedras azules al encontrarse con los de él. Esa tarde había ocurrido algo terrible entre ellos, y Maddy nunca lo olvidaría-. ¿Estás satisfecho? -preguntó en un tono tan gélido como su mirada.

– Has sábado tu culo, no el mío -dijo él en voz baja para que nadie pudiese oírlos. El productor se había alejado, y Greg había vuelto a su despacho-. Eras tú quien estaba en la cuerda floja.

– Hemos engañado al público.

– Al mismo público que se habría enfurecido si hubiesen cancelado todos los vuelos del aeropuerto Kennedy durante tres días.

– Bueno, me alegro de no haberlos cabreado, ¿tú no? Seguro que los pasajeros del vuelo 263 también se alegrarían. Es mejor matar a la gente que hacerla enfadar.

– No tientes tu suerte, Maddy -dijo con tono amenazador, y ella supo que hablaba en serio.

Sin responder, se marchó a su despacho. Cuando llegó, Greg se estaba preparando para irse.

– ¿Te encuentras bien? -murmuró, pues no sabía si Jack estaba cerca.

Pero se había quedado en el estudio, hablando con el productor.

– Pues no -respondió con franqueza-. No sé exactamente cómo me siento; sobre todo triste, creo. Me he vendido, Greg -añadió, esforzándose por contener las lágrimas. Se odiaba por ello.

– No tenías alternativa. Olvídalo. Ese asunto era demasiado grande para ti. ¿Cómo está él? -pregunté, refiriéndose a Jack-. ¿Cabreado? No debería. Le has hecho un favor. De hecho, has sacado a la FAA y a todos los demás del atolladero.

– Creo que asusté a Jack -dijo, sonriendo a través de las lágrimas.

– No sé a él, pero a mí casi me matas del susto. Pensé que tendría que cubrirte la cara con mi chaqueta para hacerte callar antes de que alguien te disparase. Lo habrían hecho, ¿sabes? Habrían dicho que habías sufrido un brote psicótico, que llevabas meses desequilibrada y en tratamiento psiquiátrico, esquizoide, y que habían hecho todo lo posible por ti. Me alegro de que no hayas cometido una estupidez.

Maddy estaba a punto de responder, cuando Jack entró en su despacho.

– Recoge tus cosas; nos vamos.

Ni siquiera se molestó en saludar a Greg. Jack estaba satisfecho con los índices de popularidad de Greg, pero no le caía bien y jamás había tratado de disimular su antipatía. Ahora le hablaba a Maddy como si fuese una criada, alguien a quien podía dar órdenes y sacar del despacho sin explicaciones. Ella no sabía cómo, pero estaba convencida de que a partir de ese momento las cosas cambiarían entre ellos. Ambos se sentían traicionados.

Jack la siguió hasta el ascensor y bajaron en silencio. No le dirigió la palabra hasta que subieron al coche.

– Hoy has estado a punto de destruir tu carrera. Espero que lo sepas.

– Tú y tus amigos habéis matado a cuatrocientas doce personas. No puedo ni imaginar lo que debe sentirse ante algo semejante. En comparación, mi carrera no significa gran cosa.

– Me alegro de que pienses de ese modo. Has jugado con fuego. Se te ordenó que te limitaras a leer el guión aprobado.

– Me pareció que la muerte de más de cuatrocientas personas merecía un pequeño comentario. No puedes poner objeciones a lo que dije.

Callaron otra vez hasta que llegaron a casa; entonces él la miró con desprecio, como para recordarle que era un cero a la izquierda.

– Haz tus maletas, Mad. Nos vamos mañana.

– ¿Adónde?

– A Europa. -Como de costumbre, no la consultó ni le dio más datos.

– Yo no iré -replicó ella con firmeza, decidida a plantarle cara.

– No te he preguntado nada. Me limito a comunicarte lo que vamos a hacer. No saldrás en antena durante dos semanas, y quiero que te tranquilices y recuerdes cuáles son las reglas del juego antes de reincorporarte al programa. Elizabeth Watts te reemplazará. Si lo prefieres, puede hacerlo definitivamente.

Jack no se andaba con miramientos. Elizabeth Watts era la predecesora de Maddy y aún la sustituía durante las vacaciones. Estaba obligada a ello por el contrato, aunque seguía guardándole rencor a Maddy por haberla desbancado.

– En estos momentos me da igual, Jack -respondió Maddy con frialdad-. Si quieres despedirme, adelante, hazlo.

Aunque sus palabras demostraban valor, se estremeció al mirar a su marido. Pese a que él jamás la había agredido físicamente, Maddy siempre le había tenido miedo. El despotismo que exudaba por todos sus poros no estaba dirigido exclusivamente a otros, sino también a ella.

– Si te despido, tendrás que ir a lavar copas. Deberías pensar en eso antes de abrir tu bocaza. Y sí, vendrás conmigo. Iremos al sur de Francia, a París y a Londres. Si no haces las maletas, las haré yo por ti. Te quiero fuera del país. No harás comentarios, ni darás entrevistas de ninguna clase. Oficialmente, estás de vacaciones.

– ¿Ha sido idea del presidente, o tuya?

– Mía. Yo dirijo la cadena. Tú trabajas para mí y estás casada conmigo. Me perteneces -dijo con una vehemencia que estremeció a Maddy.

– No te pertenezco, Jack. Puede que trabaje para ti y que esté casada contigo, pero no eres mi dueño. -Lo dijo con suavidad y firmeza, pero parecía asustada. Desde su más tierna infancia, había detestado los enfrentamientos y los conflictos.

– ¿Harás las maletas tú, o las hago yo? -preguntó Jack.

Maddy titubeó unos instantes interminables, luego cruzó el dormitorio en dirección al vestidor y sacó una maleta. Lo hizo con lágrimas en los ojos, y mientras empacaba trajes de baño, pantalones cortos, camisetas y zapatos, lloraba ya sin disimulos. Solo podía pensar en que las cosas no habían cambiado mucho. Bobby Joe la había empujado por la escalera, pero ese día Jack, prácticamente sin tocarla, no se había quedado atrás. ¿Qué inducía a pensar a ciertos hombres que una era propiedad de ellos? ¿Era culpa de los hombres que elegía, o acaso ella se lo buscaba? No había encontrado aún la respuesta cuando puso en la maleta cuatro vestidos de lino y tres pares de zapatos de tacón alto. Veinte minutos después había terminado, y se metió en la ducha. Jack estaba en su cuarto de baño, preparando sus cosas.