»Por ejemplo, una mujer que ha vivido en un clima de violencia durante su infancia, digamos porque tenía un padre agresivo, puede pensar que un hombre que no le pega es un gran tipo; sin embargo, ese hombre podría ser diez veces más cruel que su padre, de manera mucho más sutil y peligrosa. Puede controlarla, aislarla, intimidarla, aterrorizarla, insultarla, menospreciarla, rebajarla, faltarle el respeto, negarle afecto o dinero, abandonarla o amenazarla con quitarle a los hijos. Sin embargo, no le dejará ninguna señal visible de malos tratos y le dirá que es una mujer afortunada. Lo más terrible es que ella muchas veces le cree. Y es imposible meter a esa clase de individuo en la cárcel, porque si intentan castigarlo por lo que hizo, dirá que ella está loca, que es idiota, embustera o psicótica y que miente sobre él. Es preciso sacar a esas mujeres de su relación de manera gradual, conducirlas poco a poco desde el borde del abismo hasta un lugar seguro. Pero ella luchara con uno todo el tiempo, defendiendo con su vida al hombre que la maltrata, y si abre los ojos lo hará muy despacio.
Maddy pensó que rompería a llorar antes de que acabara la reunión. Se esforzó por mantener la calma hasta que llegase el momento de marcharse y, cuando por fin se levantó, le temblaban las rodillas. Bill Alexander la miró y se preguntó si estaría sofocada por el calor. La había visto empalidecer media hora antes, y ahora su piel estaba verdosa.
– ¿Quieres un vaso de agua? -preguntó con cortesía-. Ha sido una reunión interesante, ¿no? Aunque no sé qué podemos hacer exactamente para ayudar a esas mujeres, aparte de educarlas y apoyarlas.
Maddy volvió a sentarse y asintió con un gesto. Mientras lo escuchaba, la habitación empezó a dar vueltas a su alrededor. Afortunadamente, nadie más se dio cuenta de que se encontraba mal. Bill Alexander fue a buscarle un vaso de agua.
Todavía estaba sentada, esperando, cuando la oradora invitada se acercó a ella.
– Soy una gran admiradora suya, señora Hunter -dijo sonriendo. Maddy fue incapaz de levantarse y se limitó a devolverle la sonrisa lánguidamente-. Veo su programa todas las tardes. Para mí, es la única forma de saber qué pasa en el mundo. Me gustó especialmente su comentario sobre Janet McCutchins.
– Gracias -dijo Maddy con los labios secos justo cuando llegaba Bill con un vaso de agua. Él no pudo evitar preguntarse si Maddy estaría embarazada.
Mientras bebía, la oradora la miró atentamente con expresión afectuosa. Maddy se puso de pie, negándose a reconocer que le flaqueaban las piernas. Empezaba a preguntarse cómo llegaría a la calle para tomar un taxi, pero Bill pareció adivinar su desazón.
– ¿Necesitas que te lleve a algún sitio? -preguntó con caballerosidad.
Maddy asintió.
– Tengo que volver al trabajo.
Ni siquiera estaba segura de poder presentar el informativo, y por un instante consideró la posibilidad de que la causa del malestar fuese algo que había comido. Pero sabía que no era así. Era la persona con quien se había casado.
– Me gustaría volver a verla -dijo la doctora Flowers cuando Maddy se despidió de ella y de la primera dama.
Le entregó una tarjeta de visita que Maddy guardó en el bolsillo de su camisa antes de darle las gracias y marcharse. Después de lo que le había dicho Greg, se sentía como si la hubiesen sacudido por partida doble, y ya no sabía si estaba en el mundo real o en una pesadilla, fuera lo que fuese lo que le ocurría, era como si la hubiera atropellado un tren. Y no consiguió disimular su estado mientras bajaba en el ascensor con Bill. Él había aparcado el coche en la puerta, y ella lo siguió en silencio.
Bill le abrió la portezuela, y Maddy subió. Un instante después, sentado al volante, él la miró con preocupación. Maddy tenía mal aspecto.
– ¿Te encuentras bien? Hace un momento temí que fueses a desmayarte.
Ella asintió y guardó silencio durante unos instantes. Pensaba mentirle, decirle que estaba resfriada, pero no pudo. Se sentía totalmente perdida y sola, como si le hubieran arrebatado todo aquello en lo que había creído y deseado creer, como si acabara de quedarse huérfana. Nunca se había sentado tan asustada y vulnerable. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas cuando él le tocó el hombro, incapaz de seguir conteniéndose, prorrumpió en incontrolables sollozos.
– Resulta angustioso oír esas cosas -dijo él con suavidad, e instintivamente la estrechó entre sus brazos. No sabía qué otra cosa hacer, pero era lo que otra gente había hecho por él tras la muerte de su esposa y lo que él habría hecho por sus hijos en una situación parecida. No había nada sexual ni inapropiado en su actitud. Se limitó a abrazarla mientras ella lloraba, hasta que sus sollozos se acallaron y alzó la vista. Lo que vio entonces en sus ojos fue auténtico terror-. Estoy aquí, Maddy. No te pasará nada malo. Estás bien.
Pero ella negó con la cabeza y empezó a llorar otra vez. Hacía años que no estaba bien y quizá no llegaría a estarlo nunca. De pronto comprendió el peligro que había corrido, la forma en que la habían rebajado y aislado de cualquiera que pudiese ver su situación y ayudarla a salir de ella. De manera sistemática, Jack la había alejado de sus amistades, incluso de Greg, y ella era una presa solitaria e indefensa. Súbitamente, todo lo que él le había dicho y hecho en el transcurso de los años, y también recientemente, adquirió un significado nuevo y temible.
– ¿Qué puedo hacer para ayudarte? -preguntó Bill mientras ella lloraba abrazada a él, cosa que nunca había podido hacer con ningún hombre. Ni siquiera con su padre.
– Mi marido hace todas las cosas que mencionó la doctora Flowers en su charla. Alguien me dijo lo mismo que ella hace unos días, pero yo lo negué. Pero cuando la doctora empezó a hablar, lo entendí… Me ha aislado por completo y lleva siete años maltratándome, pero yo pensaba que era un héroe porque no me pegaba.
Se enderezó en su asiento y vio que Bill la miraba con incredulidad y horror. Parecía muy preocupado por ella.
– ¿Estás segura?
– Completamente. -Ahora se daba cuenta de que incluso la había agredido sexualmente. No era brusco con ella por accidente ni porque lo cegara la pasión, simplemente era otra manera de rebajarla y dominarla. Parecía una forma aceptable de hacerle daño, y se lo había hecho durante años. No podía creer que nunca se hubiera dado cuenta-. No puedes imaginar las cosas que me ha hecho. Creo que la doctora las describió todas. -Sus labios temblaban-. ¿Qué voy a hacer? Jack dice que sin él no soy nadie. Me llama «escoria» y me amenaza con que podría volver a vivir en un parque de caravanas.
Era exactamente lo que había descrito Eugenia Flowers, y Bill la miró con profundo asombro.
– ¿Bromeas? Eres la mayor estrella de informativos del país. Conseguirías un trabajo en cualquier parte. No volverás a ver un parque de caravanas a menos que lo compres.
Maddy rió y miró por la ventanilla. Se sentía como si su casa acabara de incendiarse y no tuviese adónde ir. No podía ni pensar en volver a casa con Jack, en enfrentarse con él ahora que entendía lo que le estaba haciendo. Quizá su comportamiento no fuese intencional, se dijo, quizá estuviera equivocada.
– No sé qué hacer -musitó-. Ni qué decirle. Me gustaría preguntarle por qué se porta de esa manera.
– Puede que no conozca otra -dijo Bill con imparcialidad-, pero eso no es una excusa para maltratarte. ¿Cómo puedo ayudarte? -Deseaba hacerlo, pero estaba tan confundido como ella.
– Tengo que meditar sobre lo que voy a hacer -respondió ella con aire pensativo.
Él giro la llave del contacto y volvió a mirarla.
– ¿Quieres que vas amos a tomar un café? -Fue lo único que se le ocurrió para tranquilizarla.
– Sí, de acuerdo.
Bill se había portado como un amigo de verdad, y Maddy se sentía agradecida. Percibía su calidez y sinceridad y a su lado se sentía a salvo. En sus brazos había experimentado una profunda sensación de paz y seguridad. Sabía intuitivamente que era un hombre que nunca le haría daño. Entonces pensó en lo diferente que era de Jack. Este siempre actuaba con doblez y con cálculo, le decía cosas degradantes y trataba de convencerla de que ella era un ser insignificante y que él le estaba haciendo un gran favor al estar a su lado. Bill Alexander, en cambio, se comportaba como si la oportunidad de ayudarla fuese un privilegio, y Maddy adivinó acertadamente que podía sincerarse con él.
Se detuvieron en un pequeño café, y ella aún estaba pálida cuando se sentaron en una mesa apartada. Bill pidió café y Maddy un capuchino.
– Lo lamento -dijo con expresión culpable-. No quería involucrarte en mis problemas personales. No sé qué me ha pasado. Las palabras de la doctora Flowers me afectaron mucho.
– Puede que todo estuviese escrito, que el destino la enviase allí. ¿Qué piensas hacer, Maddy? No puedes seguir viviendo con un hombre que te maltrata. Ya has oído lo que dijo la doctora: es como tener una pistola apuntándote a la cabeza. Quizá aún no lo veas con claridad, pero corres un grave peligro.
– Creo que empiezo a tomar conciencia de ello. Pero no puedo marcharme sin más.
– ¿Por qué no?
A él le parecía sencillo: Maddy debía escapar para que Jack dejase de hacerle daño. Pero ella no lo tenía tan claro.
– Le debo todo lo que tengo y lo que soy. Él me convirtió en la persona que soy. Trabajo para él. ¿Adónde iría? Si lo dejo, tendré que renunciar también a mi empleo. No sabría adónde ir ni qué hacer. Además, él me quiere -añadió mientras sus ojos volvían a humedecerse.
– No estoy tan seguro -dijo Bill con firmeza-. En mi opinión, un hombre que hace las cosas que describió la doctora Flowers no actúa movido por el amor. ¿De verdad crees que te quiere?
– No lo sé -respondió, debatiéndose entre el miedo y los remordimientos.
Se sentía culpable por lo que pensaba y decía de Jack. ¿Y si se equivocaba? ¿Y si el caso de su marido era diferente?
– Creo que tienes miedo y que estás negando la realidad otra vez. ¿Que me dices de ti, Maddy? ¿Lo quieres?
– Pensaba que sí. Mi ex marido me rompió los dos brazos y una pierna. Me torturaba, y una vez me empujó por la escalera. En otra ocasión me quemó la espalda con un cigarrillo. -Todavía tenía la cicatriz, aunque apenas se notaba-. Jack me salvó de él. Me trajo a Washington en una limusina y me dio un empleo, una vida. Se casó conmigo. ¿Cómo voy a abandonarlo?
– Deberías hacerlo porque, por lo que me has contado, no es un buen hombre. Te maltrata de una forma más sutil y menos evidente que tu primer marido, pero ya has oído a la doctora Flowers, es igual de peligrosa. Y al casarse contigo no te hizo ningún favor. Eres lo mejor que le ha pasado en la vida, y un valioso trofeo para su cadena. No es un filántropo, sino un hombre de negocios, y sabe exactamente lo que hace. Recuerda las palabras de la psicóloga. Te está controlando.
– ¿Y si lo dejo?
– Buscará una sustituta para el programa y empezara a torturar a otra. No puedes curarlo, Maddy. Tienes que ocuparte de ti misma. Si él quiere cambiar, tendrá que hacer terapia. Pero tú debes marcharte antes de que te haga más daño, o de que te desmoralice tanto que seas incapaz de dejarlo. Ahora has visto las cosas claras. Sabes lo que pasa. Tienes que salvarte sin pensar en nadie más. Estás arriesgando tu bienestar y tu vida. Puede que aún no tengas moretones, pero si hace todo lo que dices no puedes darte el lujo de perder ni un minuto. Huye de él.
– Si lo dejo, me matará.
Hacía nueve años que no pronunciaba esas palabras, pero de repente supo que esta vez eran tan acertadas como entonces. Jack había invertido mucho en ella y no aceptaría que lo abandonase o desapareciera.
– Debes ir a un sitio seguro. ¿Tienes familia? -Maddy negó con la cabeza. Sus padres habían muerto hacía muchos años, y había perdido el contacto con sus parientes de Saratoga. Podría ir a casa de Greg, pero ese sería el primer sitio donde la buscaría Jack, luego culparía a Greg del abandono, y ella no quería ponerlo en peligro. Sería absurdo que una persona tan famosa como ella tuviese que refugiarse en un albergue para mujeres maltratadas, pero quizá debería hacerlo-. ¿Por que no te alojas con mi hija y su familia Martha's Vineyard? Ella tiene aproximadamente tu edad, y allí hay sitio para ti. Sus hijos son encantadores.
Al oír ese último comentario, Maddy pensó en lo que le habían hecho Jack y Billy Joe. En su primer matrimonio había tenido seis abortos: los dos primeros porque su marido decía que no estaba preparado para tener hijos; los demás, porque ella no quería hijos suyos ni compartir con un niño la vida que llevaba con él. Después, al casarse con Jack, este había insistido en que se ligase las trompas. Entre los dos se habían asegurado de que nunca tuviese hijos. Ambos la habían convencido de que era lo mejor para ella. Y Maddy les había creído. Ahora, además de destrozada, se sentía idiota por haberlos escuchado. La habían privado de la oportunidad de ser madre.
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