– No sé qué pensar, Bill, ni adónde ir. Necesito tiempo para pensarlo.
– Es posible que no puedas permitírtelo -repuso él, recordando las cosas que había dicho la doctora Flowers. Maddy debía actuar con rapidez. No tenía sentido esperar-. No deberías posponer demasiado esta decisión. Si él busca ayuda, si las cosas cambian y llegáis a un entendimiento, siempre podrás volver.
– ¿Y si no me deja?
– Eso significará que no ha cambiado y que no te conviene. -Era exactamente lo que le habría dicho a su hija. Deseaba hacer todo lo posible para protegerla y ayudarla, y Maddy le estaba agradecida por ello-. Quiero que lo pienses y hagas algo cuanto antes. Es posible que Jack se dé cuenta de que las cosas han cambiado, de que tú eres más consciente de lo que pasa. En tal caso, se sentirá amenazado y podría buscarte complicaciones. No será una situación agradable.
Ninguna situación era agradable con Jack; Maddy lo sabía. Cuándo miró el reloj, vio que tenía que estar en la sala de maquíllale antes de diez minutos y le dijo a Bill de mala gana que debía volver al trabajo.
Unos instantes después salieron de la cafeteria y subieron al coche de Bill, que la dejó en la cadena. Pero antes de despedirse, la miró con inquietud.
– … Estaré en vilo hasta que hagas algo. Prométeme que no tratarás de volverle la espalda al problema. Te he visto despertar; ahora has de hacer algo constructivo.
– Te lo prometo -respondió, aunque todavía no sabia qué iba a hacer.
– Te llamaré mañana -dijo él con firmeza-, y quiero oír que has hecho algún progreso. De lo contrario, te secuestraré y te llevaré a casa de mi hija.
– Eso suena bastante bien. ¿Cómo puedo darte las gracias? -preguntó, sintiéndose profundamente agradecida.
Bill se había portado como un padre con ella. Lo consideraba un amigo, confiaba totalmente en él y en ningún momento se le cruzó por la cabeza que fuese a divulgar lo que le había contado. Sin embargo, él la tranquilizó al respecto antes de marcharse.
– La única manera de darme las gracias es haciendo algo por ti misma, Maddy. Cuento con ello. Y si me necesitas, me encontrarás aquí -dijo apuntando su número de teléfono en un papel.
Maddy guardó el papel en el bolso, volvió a darle las gracias, lo besó en la mejilla y corrió hacia el edificio. Sería su primer programa con Brad Newbury, y aún debía cambiarse, peinarse y maquillarse. Bill se quedó mirándola, asombrado por todo lo que le había contado. Era difícil imaginar que una mujer como esa pudiese dejarse intimidar por su marido, o que creyera que abandonarlo equivalía a volver a vivir en una caravana y quedarse sin amigos y sin trabajo. Nada más lejos de la verdad, pero Maddy no lo sabía. Era una demostración cabal de que todo lo que había dicho Eugenia Flowers sobre los malos tratos psicológicos era verdad, pero Bill no terminaba de creerlo.
Mientras él se alejaba, Maddy se dirigió a la sala de maquillaje.
Brad Newbury estaba allí, y Maddy lo observó mientras lo peinaban y maquillaban. Parecía un hombre increíblemente arrogante, y ella aún no podía creer que Jack lo hubiese contratado. Él hizo un esfuerzo para ser amable con ella, y charlaron amigablemente mientras la peinaban. Le dijo que estaba encantado de trabajar con ella, pero se comportaba como si le estuviese haciendo un favor. Por pura cortesía, Maddy respondió que también sería un placer para ella. Sin embargo, echaba de menos a Greg y se sorprendió pensando en él y en Bill Alexander mientras regresaba a su despacho para cambiarse de ropa. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer con Jack, pero ahora no tenía tiempo de pensar en eso. Saldría en antena en menos de tres minutos. Llegó al plató a último momento. Apenas si tuvo tiempo para recuperar el aliento cuando empezó la cuenta atrás.
Cuando salieron al aire, Maddy presentó a Brad y empezaron el programa. Él hablaba con sequedad y frialdad, y aunque en el transcurso del informativo Maddy tuvo que reconocer que era un hombre inteligente y culto, sus estilos eran tan diferentes que parecían fuera de sincronía, totalmente opuestos el uno al otro. Ella era afable, cálida y campechana, mientras que él era altivo y distante. No había un ápice de la armonía y complicidad que había compartido con Greg, y Maddy no pudo por menos que preguntarse si los índices de audiencia reflejarían ese hecho.
Permanecieron en el plató, conversando, hasta la hora del segundo informativo. Esta vez las cosas salieron un poco mejor, aunque no lo suficiente para impresionar a nadie. En opinión de Maddy, el programa había sido tedioso, y el productor tenía un aspecto ceñudo cuando ella salió del plató. Jack le había mandado decir que tenía una reunión y que le dejaba el coche. Pero en el último momento Maddy decidió dar un paseo y tomar un taxi. Era una noche templada y todavía había luz, pero ella tenía la extraña sensación de que alguien la seguía. Se dijo que era una paranoica. Después de un día angustioso, su imaginación se estaba desbordando. Empezó a cuestionar las conclusiones a las que había llegado y se sintió desleal con Jack por las cosas que le había dicho a Bill. Tal vez Jack no fuese culpable de sus acusaciones; había miles de explicaciones para su conducta.
Al bajar del taxi vio dos policías cerca de su casa y un coche sin identificación aparcado junto a la acera. En el camino hacia la puerta, los detuvo y les preguntó qué pasaba.
– Solo estamos echando un vistazo por el barrio -respondieron con una sonrisa.
Pero dos horas después vio que seguían allí, y se lo comentó a Jack cuando volvió, a medianoche.
– Yo también los vi. Por lo visto, uno de nuestros vecinos tiene un problema de seguridad. Dijeron que estarían un rato más por aquí y que no nos preocupásemos. Puede que el juez del supremo, el que vive más abajo, haya recibido una amenaza de muerte. Sea como fuere, el barrio es más seguro con la policía cerca.
Pero luego la riñó por no haber viajado con el chófer y tomado un taxi. Le dijo que quería que usase el coche siempre que saliera.
– No es para tanto. Solo quería dar un paseo -respondió, pero se sintió súbitamente incómoda con él.
Si Jack era como ella pensaba, ni siquiera podía saber cómo hablarle. De inmediato volvió a sentirse culpable. Había sido muy atento al dejarle el coche.
– ¿Qué tal ha ido el programa con Brad? -preguntó él mientras se metía en la cama.
Maddy se preguntó si tendría intención de hacerle el amor y se echó a temblar. Solo sabía que no lo deseaba.
– A mí me pareció aburrido -respondió-. No es desagradable, pero tampoco muy ameno. Vi la cinta del informativo de las cinco, y le faltaba vida.
– Pues pónsela tú -replicó con brusquedad, cargando la responsabilidad sobre sus hombros.
Maddy lo miró como si fuese un completo desconocido. Ni siquiera sabía qué decirle. ¿Cuál era la verdad? ¿Jack la maltrataba, o simplemente le gustaba controlar su vida porque la amaba? ¿Qué había hecho de malo? ¿Darle una carrera fabulosa, una casa espectacular, un coche y un chófer para ir al trabajo, ropa bonita, joyas maravillosas, viajes a Europa y un avión privado que ella podía usar para ir de compras a Nueva York cuando le diese la gana? ¿Estaba loca? ¿Por qué si no había imaginado que él la maltrataba? Empezaba a decirse que lo había inventado todo, que había sido una deslealtad pensar siquiera en ello, cuando él apagó la luz y se volvió hacia ella eon una extraña expresión en la cara. Sonriéndole, tendió una mano y le acarició un pecho; acto seguido, antes de que ella pudiese detenerlo, la agarró con tanta fuerza que ella gimió y le suplicó que parase.
– ¿Por qué? -preguntó él con un dejo cruel y luego rió-. ¿Por qué, pequeña? Dime por qué. ¿No me quieres?
– Te quiero, pero me haces daño… -respondió con lágrimas en los ojos. Él le levantó el camisón, revelando el resto de su cuerpo, y se hundió entre sus piernas, haciéndola gemir de excitación. Era el juego de costumbre: alternar dolor con placer-. ¡Esta noche no quiero hacer el amor -musitó.
Pero él no la escuchó. Cogiéndola por el pelo, le echó la cabeza atrás, le besó el cuello con una sensualidad que la hizo estremecerse de pies a cabeza y luego la penetró con tanta fuerza que Maddy temió que fuese a desgarrarla. Gritó ante sus violentas embestidas, y mientras le clavaba las uñas para obligarlo a detenerse, él se volvió tierno otra vez, de manera que permaneció entre sus brazos, llorando de desesperación, hasta que él se corrió con frenesí.
– Te quiero, pequeña -murmuró en su cuello.
Maddy se pregunto qué significaban esas palabras para Jack y si alguna vez conseguiría escapar de él. Había algo violento y aterrador en sus relaciones sexuales. Eran una forma sutil y familiar de asustarla, aunque ella nunca las había interpretado de esa manera. Sin embargo, ahora sabía que el amor de su marido encerraba un gran peligro.
– Te quiero -repitió él, esta vez con voz somnolienta.
– Yo también -murmuró ella mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Y lo terrible es que era verdad.
Capítulo9
Aún había dos policías en la puerta cuando Jack y Maddy salieron rumbo el trabajo al día siguiente, y en las oficinas, los controles de seguridad parecían más estrictos que nunca. Pedían identificación a todo el mundo, y Maddy tuvo que pasar tres veces por el detector de metales para convencer a los guardias de que lo que hacía sonar la alarma era su pulsera.
– ¿Qué está pasando aquí? -le preguntó a Jack.
– Pura rutina, supongo. Puede que alguien se haya quejado de que nos estábamos descuidando.
Sin dar más relevancia al asunto, Maddy subió a encontrarse con Brad. Habían acordado que se reunirían para trabajar en la presentación. Sus estilos eran tan diferentes que ella había sugerido que ensayasen con el fin de adaptarse el uno al otro. Contrariamente a lo que pensaba Jack, presentar un informativo era algo más que leer las noticias en el teleprompter.
Más tarde llamó a Greg para hablarle de la doctora Flowers, pero no lo encontró. Decidió ir a buscar un bocadillo. Hacía una tarde preciosa, y una suave brisa atemperaba el calor característico de los veranos en Washington. Al salir de la cadena, volvió a intuir que la seguían, pero cuando miró atrás no vio nada sospechoso. A su espalda solo vio dos hombres andando, riendo y charlando. En cuanto regresó al despacho recibió una llamada de Bill.
Quería saber cómo estaba y si había tomado una decisión.
– No lo sé -admitió-, puede que me equivoque. Tal vez todo se reduzca a que es un hombre difícil. Sé que parece una locura, pero yo lo quiero y él me quiere a mí.
– Nadie mejor que tú para juzgar la situación -repuso Bill en voz baja-. Pero después de la charla de la doctora Flowers, no puedo evitar preguntarme si una vez más estás negando la realidad. Quizá deberías llamarla y consultarlo con ella.
– Me dio su tarjeta, y estaba considerando esa posibilidad.
– Llámala.
– Lo haré. Te lo prometo.
Volvió a darle las gracias por las atenciones del día anterior y prometió llamarlo al siguiente para tranquilizarlo. Era un buen hombre, y ella se sentía agradecida por su amistad y su interés.
Durante el resto de la tarde trabajó en los reportajes pendientes, y el informativo de las cinco salió un poco mejor, aunque no demasiado. Le irritaba la torpeza de Brad. Lo que decía era inteligente, pero su forma de expresarse hacía que pareciese un novato. Nunca había trabajado como presentador, y a pesar de su brillantez, le faltaba encanto y carisma.
Maddy seguía molesta con él cuando salió del trabajo, Jack tenía una reunión en la Casa Blanca, de manera que le dejó el coche y le dijo que cerrase bien las puertas cuando llegase a casa, lo que a ella le pareció una tontería. Nunca las dejaba abiertas. Además, con la policía apostada junto a la casa, estaban más seguros que nunca. La tarde era tan agradable que le pidió al chófer que se detuviera antes de llegar y recorrió las últimas manzanas a pie. Era la hora del ocaso, y Maddy se sentía más alegre y tranquila que el día anterior. Estaba pensando en Jack cuando llegó a la última esquina y una mano, aparentemente salida de la nada, la agarró y la empujó hacia unos arbustos, jamás la habían sujetado con semejante fuerza, aunque no consiguió ver al hombre que la cogía por la espalda y le inmovilizaba los brazos. Gritó, pero él le cubrió la boca con una mano. Luchó como una tigresa y le dio un fuerte puntapié en la espinilla con un pie mientras trataba de mantener el equilibrio con el otro. Continuó debatiéndose, presa del pánico, hasta que ambos trastabillaron y cayeron al suelo. En menos de un segundo él estaba encima, levantándole la falda con una mano y tratando de bajarle las bragas con la otra. Pero dado que necesitaba ambas manos para conseguir lo que deseaba, la boca de Maddy quedó libre, y gritó con todas sus fuerzas. Entonces oyó pasos presurosos, y mientras su atacante terminaba de bajarle las bragas y comenzaba a abrirse la cremallera de los pantalones, alguien lo separó de ella. Prácticamente voló en el aire a causa de la violencia del tirón, y Maddy permaneció en el suelo, jadeando. De repente se vio rodeada de policías y luces, y alguien la ayudó a levantarse. Se arregló la ropa mientras recuperaba el aliento. Tenía el cabello alborotado y la parte trasera de la falda sucia, pero había salido ilesa de la experiencia. Aunque temblaba en los brazos de un agente.
"El viaje" отзывы
Отзывы читателей о книге "El viaje". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "El viaje" друзьям в соцсетях.