– ¿Se encuentra bien, señora Hunter?

– Creo que sí. -Estaban metiendo al agresor en la parte trasera de un furgón, y ella los miró temblando de la cabeza a los pies-. ¿Que ha pasado?

– Lo hemos atrapado. Sabía que lo haríamos. Solo teníamos que esperar a que asomase la cabeza. Es un pervertido, pero ahora volverá a prisión. No podíamos hacer nada hasta que la atacase.

– ¿Lo han estado vigilando? -Maddy estaba atónita. Había dado por sentado que se trataba de una agresión casual.

– Desde que empezó a enviarle cartas.

– ¿Cartas? ¿Qué cartas?

– Una al día durante la última semana, según tengo entendido. Su marido informó al teniente.

Maddy asintió, pues no quería parecer tan tonta como se sentía. Se preguntó por qué Jack no se lo había dicho. Lo menos que podría haber hecho era advertirla. De repente recordó lo que sí le había dicho: que saliese siempre en el coche particular y que cerrara las puertas con llave. Pero no le había explicado por qué, de modo que ella se había sentido perfectamente segura andando por el barrio, sin saber que iba directamente hacia los brazos de su acosador.

Seguía alterada cuando llegó Jack, enterado ya de lo sucedido. La policía lo había llamado a la Casa Blanca para comunicarle que habían detenido al agresor.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó con inquietud.

Hasta había salido de la reunión antes de hora a instancias del presidente, que estaba preocupado por la llamada de la policía y aliviado porque Maddy no había sufrido daños importantes.

– ¿Por qué no me advertiste lo que pasaba? -preguntó ella, todavía pálida.

– No quería asustarte -se limitó a responder él.

– ¿No crees que tenía derecho a saberlo? Esta noche regrese a casa andando. Así fue como me pilló.

– Te dije que usaras el coche -replicó él con una mezcla de irritación y pesar.

– Por el amor de Dios, Jack, yo no sabía que me perseguían. Deberías habérmelo dicho.

– No me pareció conveniente. La policía te estaba vigilando en casa, y en el trabajo reforzamos las medidas de seguridad.

Eso explicaba por qué durante los dos últimos días Maddy había tenido la sensación de que la seguían. En efecto, lo habían estado haciendo.

– No quiero que tomes decisiones por mí.

– ¿Por qué no? -pregunté Jack-. Tú no podrías tomarlas aunque te lo permitiese. Necesitas que te protejan.

– Te lo agradezco -dijo, tratando de parecer agradecida aunque en realidad se sentía asfixiada-, pero soy una mujer adulta. Es justo que decida y escoja por mí misma. Y aunque a ti no te gusten mis decisiones, tengo derecho a tomarlas sola.

– No si son incorrectas. ¿Por qué cargarte con esa responsabilidad? Durante los últimos nueve años yo he tomado todas las decisiones por ti, ¿acaso ha cambiado algo?

– Puede que haya madurado. Eso no significa que no te quiera.

– Yo también te quiero, por eso intento protegerte de tus propias imprudencias.

No estaba dispuesto a admitir que Maddy tenía derecho a por lo menos un mínimo de independencia. Ella trató de razonar con él, de demostrarse que sus temores eran infundados, pero Jack no quería renunciar a su control sobre ella, ni siquiera cuando lo que estaba en juego era su propia vida.

– Eres una mujer hermosa, Mad, pero eso es todo, cariño. Deja que yo piense por ti. Lo único que tienes que hacer tú es leer las noticias y mantenerte guapa.

– No soy una idiota, Jack -replicó ella con furia, todavía afectada por lo que había sucedido esa tarde-. Soy capaz de hacer algo más que peinarme y leer las noticias. Dios santo, ¿de verdad crees que soy tonta?

– Esa es una pregunta tendenciosa -dijo él, sonriendo con desprecio.

Por primera vez, desde que lo conocía, Maddy sintió deseos de abofetearlo.

– ¡Eso es un insulto!

– Es la verdad. Que yo recuerde, no fuiste a la universidad. De hecho, ni siquiera sé si terminaste el instituto.

Era el colmo: estaba insinuando que Maddy era demasiado mema e ignorante para pensar por sí misma. Lo dijo para humillarla, pero esta vez solo consiguió enfurecerla. No era la primera vez que sugería algo semejante, pero ella nunca se había defendido.

– Eso no evitó que me contratases, ¿no? Ni que consiguieses los mejores índices de audiencia de la cadena.

– Ya te lo he dicho. A la gente le gusta ver caras bonitas. ¿Podemos acostarnos de una vez?

– ¿Que quieres decir? ¿Que estás caliente? ¿Que otra vez sientes «pasión»? Hoy ya me han agredido sexualmente.

– Ten cuidado con lo que dices, Maddy -Dio un paso hacia ella, que vio furia en sus ojos. Aunque estaba temblando, no retrocedió-. Te estás pasando de la raya -murmuró a escasos centímetros de la cara de Maddy.

– Igual que tú cuando me haces daño.

– Yo no te hago daño. Te gusta y lo deseas.

– Te quiero, pero no me gusta cómo me tratas.

– ¿Con quién has estarlo hablando? ¿Con ese gamberro negro con quien trabajabas? ¿Sabías que antes era bisexual? ¿O es una sorpresa para ti?

Se proponía escandalizarla desacreditando a Greg, pero lo único que consiguió fue enfurecerla.

– Pues sí, lo sabía, y no es asunto mío. Ni tuyo. ¿Por eso lo despediste? Porque si es esa la razón, espero que te demande por discriminación sexual. Te lo merecerías.

– Lo despedí porque ejercía una pésima influencia sobre ti. Corrían rumores sobre vosotros. Te ahorré el mal trago de comentarlo contigo y lo mandé a la calle, que es donde debe estar.

– Es una acusación infame. Sabes que nunca te he engañarlo.

– Eso dices. Por las dudas, decidí que ora conveniente eliminar la tentación.

– ¿Por eso contrataste a esa momia engreída que ni siquiera sabe leer las noticias? Usa un teleprompter del tamaño de una valla publicitaria. Y va a conseguir que los índices de audiencia caigan en picado.

– Si es así, cariño, tú te irás a la calle junto con él. Así que más te vale que aprenda a expresarse con rapidez. Te conviene ayudarlo como hiciste con tu amiguito negro. Porque si los índices de audiencia bajan, te quedaras sin trabajo y tendrás que ponerte a fregar suelos. No sabes hacer otra cosa, ¿no?

Decía cosas espantosas, sin molestarse ya en fingir amor. Maddy habría querido pegarle.

– ¿Porque me haces esto, Jack? -preguntó.

Estaba llorando, pero a él no parecía importarle. Se acercó y le echó la cabeza atrás tirándole del pelo para asegurarse de que le dedicaba toda su atención.

– Te hago esto, pequeña llorica, porque necesitas recordar quién manda aquí. Parece que lo has olvidado. No quiero volver a oír amenazas ni exigencias. Te diré lo que quiero cuando quiera y si quiero. Y si prefiero callarme algo, no es asunto tuyo. Lo único que tienes que hacer tú es cumplir con tu deber: leer las noticias, preparar un reportaje de vez en cuando y meterte en la cama por las noches sin quejarte de que te hago daño. No sabes lo que es sufrir daños de verdad, y reza para no descubrirlo nunca. Tienes suerte de que me moleste en follarte.

– Eres repugnante -respondió ella, asqueada.

Jack no la respetaba, y era obvio que tampoco la quería. Habría querido decirle que se marchaba, pero tuvo miedo. La policía se había marchado después de apresar al violador. De repente su marido le inspiraba terror, y él lo sabía.

– Estoy harto de escucharte, Mad. Métete en la cama y quédate ahí. Ahora te enterarás de lo que quiero hacer,

Maddy permaneció inmóvil un buen rato, temblando y pensando en decirle que no quería dormir con él, pero intuyó que con eso solo conseguiría empeorar las cosas. Lo que antaño había sido un estilo algo brusco de hacer el amor se había ido convirtiendo en un acto violento desde que ella había desafiado a Jack con su comentario sobre Janet McCutchins. Él la estaba castigando.

Subió al dormitorio sin rechistar y se metió en la cama, rezando para que él no intentara hacerle el amor. Como por milagro, cuando Jack se acostó por fin, no le dirigió la palabra y le dio la espalda. Maddy experimentó un inmenso alivio.

Capítulo10

Al día siguiente no fueron juntos al trabajo. Jack tenía que llegar temprano, y ella dijo que debía hacer unas cuantas llamadas antes de salir. Él no hizo preguntas. Ninguno de los dos mencionó la discusión de la noche anterior: él no se disculpó, y ella no dijo nada al respecto. Pero en cuanto Jack se hubo marchado, Maddy marcó el número de la consulta de Eugenia Flowers y concertó una cita. La psicóloga la citó para el día siguiente, y Maddy se preguntó cómo soportaría otra noche junto a Jack. Ahora estaba convencida de que debía hacer algo antes de que él le hiciera daño de verdad. Ya no parecía tener bastante con rebajarla y llamarla «escoria»; empezaba a maltratarla de manera ostensible, y ella comenzaba a intuir que los únicos sentimientos que le inspiraba eran odio y desprecio.

En cuanto llegó a la cadena recibió una llamada de Bill.

– ¿Cómo van las cosas?

– No muy bien -respondió ella con sinceridad-. La situación empieza a ponerse violenta.

– Y empeorará si no te marchas pronto, Maddy. Ya oíste lo que dijo la doctora Flowers.

– La veré mañana.

A continuación le contó la sucedido con el hombre que la perseguía. La noticia aparecería en los periódicos vespertinos, y ella debía ir a la comisaría para identificar al agresor.

– Dios mío, Maddy. Podría haberte matado.

– Intentó violarme. Por lo visto, Jack sabía que me perseguía, pero no me advirtió. No cree que yo sea lo bastante lista para tomar decisiones porque no fui a la universidad.

– Eres una de las mujeres más inteligentes que conozco, Maddy. ¿Qué piensas hacer?

– No lo sé. Estoy asustada -admitió-. Tengo miedo de lo que podría ocurrirme si me marcho.

– A mí me preocupa lo que podría ocurrirte si no lo haces. Podría matarte.

– No lo hará. ¿Y si no encuentro otro empleo? ¿Y si tengo que volver a Knoxville? -Parecía presa del pánico. Las peores previsiones se agolpaban en su cabeza.

– No pasara nada de eso. Encontrarás un puesto aún mejor. Knoxville pertenece al pasado, Maddy. Deberías saberlo.

– ¿Y si él tiene razón? ¿Si soy demasiado tonta para que me contraten otros? Es verdad que no he estudiado en la universidad.

Jack había conseguido que se sintiera una impostora.

– ¿Y qué hay de malo en eso? -Bill se sentía impotente. Ella se negaba a aceptar ayuda-. Eres joven, bonita y brillante. Tu programa tiene los mejores índices de audiencia, Maddy. Aunque Jack estuviese en lo cierto y tuvieras que dedicarte a fregar suelos, siempre estarías mejor que ahora. Te trata como si fueses basura y podría hacerte daño.

– Nunca lo ha hecho.

Eso no era del todo cierto. Aunque no llegaba a los extremos de Bobby Joe, le había dejado una cicatriz en el pezón. Su violencia era más sutil y perversa que la del primer marido de Maddy, pero igualmente perjudicial desde el punto de vista psicológico.

– Creo que la doctora Flowers te dirá lo mismo que yo.

Conversaron durante unos minutos, y Bill la invitó a comer. Pero ella tenía que asistir a la rueda de reconocimiento al mediodía.

A última hora de la tarde la llamó Greg y le dijo lo mismo que Bill.

– Estás jugando con fuego, Mad. Ese hijo de puta está loco y un día de estos te hará mucho daño. No esperes a que llegue ese momento. Tienes que largarte de inmediato.

Sin embargo, Maddy estaba paralizada por las dudas y se sentía incapaz de abandonar a Jack. ¿Y si se enfurecía con ella? ¿Y si de verdad la quería? Después de todo lo que había hecho por ella, no podía dejarlo. Era la relación típica, entre la mujer maltratada y el hombre que la maltrata, como le había dicho la doctora Flowers por teléfono, aunque ésta también comprendía que el miedo le impedía actuar. La doctora Flowers no la presionaba como Bill o Greg. Sabía que debía esperar hasta que estuviese preparada. Y Maddy se sintió más tranquila después de hablar con ella. Seguía pensando en esa conversación y en la cita que habían concertado para el día siguiente cuando salió a almorzar. Al regresar a la cadena estaba tan distraída que no vio a la mujer que la miraba desde la acera de enfrente, joven, bonita, vestida con minifalda y tacones altos, no le quitaba los ojos de encima.

También estaba allí al día siguiente, cuando Maddy salió a comer con Bill. Se encontraron en la puerta de la cadena y fueron al restaurante 701, en Pennsylvania Avenue, sin hacer nada para ocultarse. Ambos trabajaban en la comisión de la primera dama, y Maddy sabía que ni siquiera Jack podía quejarse de que se reuniera con él.

Comieron bien y conversaron sobre una gran variedad de temas. Ella comentó su conversación con la doctora Flowers y le dijo que se había mostrado muy comprensiva.

– Espero que te ayude -dijo Bill con preocupación. Sabía que Maddy estaba en una situación delicada y sentía miedo por ella.