– ¿Y qué pasó entonces? -preguntó Maddy. El corazón volvía a latirle con furia, igual que cuando Elizabeth le había dicho que era su hija-. ¿Qué te dijo Jack?

– Me dijo que estaba equivocada, que tú nunca habías tenido hijos. Creo que pensó que era una impostora y que quería chantajearte o algo por el estilo. Me ordenó que me marchara y que no volviese nunca. Le enseñé la partida de nacimiento y mi foto. Temí que no me las devolviera, pero lo hizo. Me dijo que Beaumont no era tu apellido de soltera, pero yo sabía que mentía y supuse que lo hacía para protegerte. Después se me ocurrió pensar que quizá no le hubieras hablado de mi existencia.

– Nunca lo hice -admitió Maddy con franqueza-. Tuve miedo. Jack ha sido muy bueno conmigo. Me sacó de Knoxville hace nueve años y pagó mi divorcio. Me convirtió en lo que soy. Temía que no se lo tomara bien, así que jamás le hablé de ti.

Pero ahora lo sabía todo, y no le había dicho ni una palabra al respecto. Se preguntó si pensaba que era un engaño y no quería preocuparla, o si se reservaba esa información para utilizarla como arma. Dado lo que había llegado a pensar de él recientemente, la segunda posibilidad se le antojó más verosímil. Sin duda se proponía usar lo que sabía en el momento en que pudiese hacerle más daño. De inmediato, Maddy se sintió culpable por sus pensamientos.

– Bueno, ahora lo sabe -dijo con un suspiro. Miró a la joven a los ojos-. ¿Qué piensas hacer con respecto a esto?

– Supongo que nada -respondió Elizabeth con pragmatismo-. No quiero nada de ti. Solo deseaba encontrarte y conocerte. Mañana volveré a Memphis. Me dieron una semana de excedencia en el trabajo, pero ya tengo que volver.

– ¿Eso es todo? -A Maddy le sorprendió que esperase tan poca cosa de ella-. Me gustaría volver a verte para llegar a conocerte, Elizabeth. Tal vez podría visitarte en Memphis.

– Me encantaría. Podrías alojarte conmigo, aunque dudo que quieras hacerlo. -Sonrió con timidez-. Vivo en una pensión, en un cuarto pequeño y apestoso. Me gasto todo el dinero en estudios y en… bueno, en buscarte. Supongo que ahora tendré menos gastos.

– Podríamos ir a un hotel.

Los ojos de la joven se iluminaron y Maddy se conmovió. No parecía tener grandes expectativas.

– No le contaré esto a nadie -dijo Elizabeth con timidez-. Solo a mi casera, a mi jefe y a una de mis madres de acogida, si a ti te parece bien. Aunque si no quieres, no se lo diré a nadie. No me gustaría crearte problemas.

Elizabeth no era del todo consciente de las consecuencias que podría tener para Maddy semejante revelación pública.

– Es todo un detalle de tu parte, Elizabeth, pero todavía no se qué voy a hacer al respecto. Tengo que pensarlo y discutirlo con mi marido.

– No creo que él se lo tome bien. -Maddy tampoco lo creía-. No me recibió muy bien. Supongo que fue una gran sorpresa para él.

– Sí, yo diría que sí. -Sonrió. También para ella había sido una conmoción, pero ahora estaba contenta. Súbitamente, tener una hija resultaba emocionante. Era el fin de un misterio, la cicatrización de una antigua herida a la que se había resignado durante años, pero que siempre había estado allí. Y ahora le parecía una bendición sin par-. Se acostumbrará a la idea, todos lo haremos.

Luego Maddy la invitó a comer. Elizabeth aceptó encantada y le pidió que la llamase «Lizzie». Fueron a una cafetería que estaba a la vuelta de la esquina, y en el camino Maddy le rodeó los hombros con un brazo. Mientras tomaban un bocadillo triple y una hamburguesa, Lizzie habló de todos los aspectos de su vida -sus amigos, sus temores, sus alegrías- y le hizo un millón de preguntas a Maddy. Era la reunión con la que la joven siempre había soñado y con la que Maddy nunca se había atrevido a soñar.

Regresaron a las tres de la tarde, después de que Maddy le diera sus números de teléfono y de fax y le prometiera llamarla a menudo. En cuanto aclarara las cosas con Jack, quería invitarla a pasar un fin de semana en Virginia. Cuando le dijo que le enviaría un avión, Lizzie abrió los ojos como platos.

– ¿Tenéis un avión privado?

– Bueno, es de Jack.

– ¡Guau! Mi madre es una estrella de la tele y mi padre tiene un avión particular. ¡Qué pasada!

– Él no es exactamente tu padre -corrigió Maddy con dulzura, sabiendo que Jack no querría comportarse como tal. Si no estaba a gusto con sus propios hijos, ¡cuánto menos lo estaría con la hija ilegítima de Maddy!-. Pero es un buen hombre.

Mientras pronunciaba estas palabras supo que mentía. Pero habría sido demasiado complicado explicarle que era infeliz y que estaba haciendo terapia para reunir el valor de dejar a su marido. Esperaba que Elizabeth nunca hubiera sufrido malos tratos. No había mencionado nada parecido durante la comida, y a pesar de no haber tenido un auténtico hogar, se la veía sorprendentemente equilibrada. Por mucho que le pesara pensar en ello, Maddy se preguntó si Lizzie no había corrido mejor suerte lejos de ella que viendo cómo Bobby Joe la arrojaba por la escalera o cómo Jack la insultaba. Pero no usaría eso como excusa para desentenderse de ella, pues se sentía culpable por las cosas que no había hecho por su hija. Se estremeció de solo pensar en esa palabra: una hija. Tenía una hija.

Se despidieron con un beso y un largo abrazo. Maddy la miró con una sonrisa y le dijo con ternura:

– Gracias por encontrarme, Lizzie. Todavía no te merezco, pero me alegro mucho de haberte conocido.

– Gracias a ti, mamá -murmuró ella, y ambas se enjugaron las lágrimas.

Maddy la miró mientras se alejaba. Sabía que ninguna de las dos olvidaría ese momento, y durante el resto del día se sintió en las nubes. Seguía distraída cuando la llamó Bill Alexander.

– ¿Tienes novedades? -preguntó con naturalidad.

Maddy rió.

– No me creerías si te las contara.

– Eso suena misterioso. ¿Ha ocurrido algo importante? -Se preguntó si le respondería que había abandonado a su marido, pero comenzaba a darse cuenta de que aún no estaba preparada para dar ese paso.

– Te lo contaré cuando nos veamos. Es una larga historia.

– Estoy impaciente por oírla. ¿Qué tal te va con tu nuevo compañero de programa?

– Las cosas mejoran lentamente. No es mal tipo, pero de momento me siento como si bailara con un rinoceronte. No hacemos una buena pareja.

Estaba esperando que los índices de audiencia bajasen. Ya habían recibido centenares de cartas de televidentes que se quejaban por la desaparición de Greg Morris, y se preguntaba qué haría Jack cuando las leyera.

– Con el tiempo os adaptaréis el uno al otro. Supongo que es algo parecido a lo que pasa en los matrimonios.

– Es posible-respondió sin convicción. Brad Newbury era inteligente, pero no formaban un buen dúo y era inevitable que los espectadores lo notasen.

– ¿Qué te parece si comemos juntos mañana? -preguntó Bill. Seguía preocupado por Maddy, y después de todo lo que le había contado, quería asegurarse de que estaba bien. Además, le gustaba.

– Me encantaría -respondió ella sin dudarlo.

– Así me contarás tu larga historia. Me muero por oírla.

Escogieron un sitio, y Maddy colgó el auricular sonriendo para sí. Poco después entró en la sala de peluquería y maquillaje.

Los informativos salieron bastante bien, y al final de la jornada Maddy se encontró con Jack en el vestíbulo. Él estaba hablando por el teléfono móvil y continuó la conversación en el coche, durante la mayor parte del trayecto a casa. Cuando por fin colgó, Maddy no le dijo nada.

– Esta noche estás muy seria -comentó él con indiferencia.

No sabía que Maddy se había encontrado con Lizzie, y ella no le dijo nada al respecto durante el trayecto.

– ¿Ha pasado algo especial hoy? -preguntó él con naturalidad mientras buscaba algo para comer en la cocina.

Con Maddy, el silencio solía ser un indicie de que estaba reservándose algo importante. Ella lo miró y asintió. Hacía rato que buscaba las palabras apropiadas para decírselo, pero de repente decidió soltárselo sin preámbulos:

– ¿Por qué no me dijiste que habías recibido una visita de mi hija? -preguntó mirándolo fijamente a los ojos, y vio aparecer en ellos algo frío y duro, una brasa rápidamente avivada por la furia.

– ¿Y tú por qué no me dijiste que tenías una hija? -replicó él con la misma brusquedad-. Me pregunto cuántos secretos más me escondes, Mad. Este es bastante grande. -Se sentó junto al mármol de la cocina con una botella de vino y se sirvió una copa, pero no le ofreció otra a ella.

– Debería habértelo dicho, pero no quería que nadie lo supiera. Sucedió diez años antes de conocerte, y quería dejarlo atrás. -Como de costumbre, era sincera con él. Hasta el momento, su única falta había sido por omisión.

– Es curioso, a veces las cosas vuelven para golpearnos cuando menos lo esperamos, ¿no? Tú creías que te habías librado de esa cría, y ella reaparece de repente como una moneda falsa.

Le dolió oírle hablar de esa manera. Lizzie era una chica estupenda, y Maddy se sentía obligada a defenderla.

– No hables así de ella, Jack. Es una buena chica. No tiene la culpa de que la tuviera a los quince años y la diera en adopción. Parece una buena persona.

– ¿Cómo diablos lo sabes? -le espetó con furia, y Maddy vio fuego en sus ojos-. Podría hablar con el Enquirer esta misma noche. Puede que mañana la veas en televisión, hablando de la mamá famosa que la abandonó. Lo hace mucha gente. Por Dios, ni siquiera sabes si es tu verdadera hija. Podría ser una impostora. Podría ser muchas cosas, igual que su madre.

Era el peor de los insultos: Jack sugería que Lizzie era «mala como su madre». Maddy cogió el dardo al vuelo y pensó en la doctora Flowers. Era la clase de maltrato de la que habían hablado: sutil, perverso, degradante.

– Se parece mucho a mí, Jack. Es imposible negarlo -respondió con serenidad, pasando por alto su comentario insidioso para centrarse en los hechos.

– ¡Por favor! ¡Cualquier campesina de Tennessee se parece a ti! ¿Crees que la combinación de pelo negro y ojos azules es muy original? Todas se parecen a ti, Maddy. No eres especial.

Ella hizo caso omiso también de esa pulla.

– Me gustaría saber por qué no me dijiste que la habías visto. ¿Para cuándo te reservabas esa información? -Para el momento en que más le doliera, supuso; para cuando pudiera conmocionarla y destruirla.

– Trataba de protegerte de una presunta chantajista. Pensaba investigarla antes de decírtelo.

Sonaba razonable, caballeresco, pero Maddy lo conocía mejor.

– Fue un detalle de tu parte. Te lo agradezco. Pero preferiría haberme enterado de inmediato.

– Lo recordaré la próxima vez. que se presente uno de tus bastardos. A propósito, ¿cuántos hay?

Maddy no se molestó en dignificar la pregunta con una respuesta.

– Fue bonito verla. Es una chica encantadora -musitó con aire triste y nostálgico.

– ¿Qué quería? ¿Dinero?

– Solo quería conocerme. Lleva tres años buscándome. Yo me he pasado la vida pensando en ella.

– Qué conmovedor. Volverá, te lo garantizo. Y no será una bonita historia -dijo con cinismo mientras se servía otra copa de vino y miraba a Maddy con furia.

– Es posible. Es humano. Estas cosas pasan.

– No a la buena gente, Mad -repuso él, regodeándose en las heridas que infligía con sus palabras-. A las mujeres buenas no les pasan estas cosas. No tienen hijos a los quince años, ni los dejan en el peldaño de una iglesia como si fuesen basura.

Maddy se sintió profundamente herida.

– No fue así como ocurrió. ¿Quieres escuchar la historia completa? -Se lo debía. Era su marido, y se sentía culpable por no haberle dicho nada.

– No, no me interesa. Solo quiero saber qué vamos a hacer cuando se divulgue la noticia y quedes como una puta en la television. Tengo que preocuparme por el programa y por la cadena.

– Yo creo que la gente lo entenderá. -Intentaba mantener su dignidad, al menos exteriormente, pero Jack ya había conseguido lo que se proponía. A Maddy le dolía el alma ante el cuadro que él estaba pintando de ella-. Por Dios; no es una asesina. Y yo tampoco.

– No. Solo una puta. Y escoria. Nunca me equivoqué, ¿no?

– ¿Cómo puedes decirme esas cosas? -preguntó mirándolo con profunda tristeza, pero no lo conmovió. Él quería hacerla sufrir-. ¿No te das cuenta del daño que me haces?

– Es lógico. No puedes estar orgullosa de ti misma; de lo contrario, estarías loca. Aunque puede que lo estés, Mad. Me mentiste a mí y abandonaste a la niña. ¿Bobby Joe lo sabía?

– Sí, lo sabía -respondió con franqueza.

– Puede que por eso te moliera a palos. Eso lo explica todo. No mencionaste ese episodio cuando viniste lloriqueando a mí. Ahora no sé si debo culparlo por lo que hizo.