– Seguro. Debe de estar senil. Si le cuentas lo ocurrido a gente suficiente, Mad, pronto leerás tu historia en la prensa sensacionalista. Y espero que lo disfrutes, porque cuando eso ocurra te quedarás sin trabajo. Así que yo, en tu lugar, mantendría la boca cerrada. Y di le a esa puta de Memphis que se calle, o la demandare por calumnias.

– Si dice que es mi hija, no será una calumnia -replicó Maddy con mayor serenidad de la que sentía-, porque es verdad. Y tiene derecho a decirlo. Pero me prometió que no lo hará. Y no la llames «puta», Jack. Es mi hija. -Lo dijo con claridad y cortesía, pero él se volvió a mirarla con expresión malevolente.

– No me digas lo que tengo que hacer, Maddy. Soy tu dueño, ¿recuerdas?

Maddy estaba a punto de contestarle cuando su secretaria la interrumpió, entrando en el despacho. Sin embargo, ese era el quid de la cuestión, Jack creía que Maddy le pertenecía. Y durante los últimos nueve años, le había permitido que pensara eso porque ella también lo creía. Pero ya no. Aunque todavía no tenía valor para actuar, sus ideas empezaban a aclararse. Unos minutos después, Jack se marchó a sus oficinas. Casi de inmediato, sonó el teléfono, era Bill. Había recibido el mensaje de Maddy y estaba encantado.

– ¡Me encantan las flores! -exclamó Maddy, sonriendo otra vez y solo ligeramente afectada por la visita de su marido. Se alegraba de haber escondido la tarjeta; si no lo hubiera hecho, se habría metido en un lío muy gordo-. Ha sido un detalle muy bonito. Gracias, Bill. Y también por la comida.

– Ya te echo de menos -repuso él con tono juvenil y algo torpe. Hacía muchos años que no le enviaba flores a nadie, salvo a su mujer, pero había querido celebrar la aparición de la hija de Maddy. Sabía cuánto significaba para ella y se sentía profundamente conmovido por lo que le había contado y por su confianza en él. Jamás la traicionaría. Lo único que deseaba era ayudarla. Ahora eran amigos-. Te echaré de menos mientras esté fuera.

Era un comentario extraño, y ambos lo notaron. Sin embargo, Maddy se dio cuenta de que ella también lo echaría de menos. Contaba con él, o al menos con la certeza de que estaba cerca. Aunque no se viesen muy a menudo, hablaban por teléfono a diario. Claro que podrían seguir haciéndolo mientras él estuviese en Martha's Vineyard, excepto los fines de semana, cuando él no llamaría. Sería demasiado peligroso para Maddy.

– Volveré dentro de dos semanas. Ten mucho cuidado hasta entonces.

– Lo haré. Te lo prometo. Que lo pases bien con tus hijos.

– No veo la hora de conocer a Lizzie.

Era como si Maddy hubiese recuperado una parte de sí misma que casi había olvidado. Nunca se había dado cuenta de lo importante que era esa parte, pero ahora que se la habían devuelto, lo sabía con todo su corazón.

– La conocerás pronto, Bill. Cuídate tú también -dijo con dulzura.

Un minuto después colgó y se quedó mirando por la ventana, pensando en Bill y en las flores que le había enviado. Era un gran hombre y un buen amigo; se alegraba de haberlo conocido. Tenía gracia cómo actuaba la vida a veces: las cosas que arrebataba, los regalos que hacía. Maddy había sufrido grandes pérdidas, pero luego había encontrado otras personas, otros sitios, otras cosas. Por fin se sentía en paz con su pasado. Lo único que debía hacer ahora era procurarse seguridad para el futuro. Esperaba que el destino volviese a ser benévolo con ella.

En su casa de Dunbarton Street, Bill también miraba por la ventana. Pero sus ruegos por Maddy eran más específicos. Rezaba por su seguridad. Todo le decía que corría peligro. Un peligro mucho más grande de lo que ella imaginaba.

Capítulo14

Durante las dos semanas de ausencia de Bill, la vida de Maddy fue bastante pacífica. Ella y Jack se tomaron una semana libre para ir a Virginia, donde él siempre estaba de mejor humor. Disfrutó con los caballos y la granja, y voló a Washington varias veces para reunirse con el presidente. Cada vez que estaba fuera de Virginia o montando a caballo, Maddy llamaba a Bill a Martha's Vineyard. Antes, Bill había continuado llamándola a diario al despacho.

– ¿Se está portando bien? -preguntó Bill con tono de preocupación.

– Sí, todo marcha bien -lo tranquilizó ella.

No estaba pasándolo de maravilla, pero tampoco se sentía en peligro. Jack siempre se calmaba después de los períodos en que la trataba con particular crueldad. Era como si quisiese demostrar que todo era fruto de la imaginación de Maddy. Como había señalado la doctora Flowers, seguía el patrón clásico de Luz de gas para que, si Maddy se quejaba de su comportamiento, además de pasar por loca se sentiría como tal. Y eso era lo que Jack hacía en Virginia. Fingía que el asunto de Lizzie le traía sin cuidado, aunque había dejado muy claro que Maddy no podía ir a Memphis. Decía que corría el riesgo de que la reconocieran y que allí hacía demasiado calor. Además, la quería a su lado. Estaba inusualmente afectuoso, pero también tierno y civilizado, de modo que las quejas de Maddy por lo que le había hecho en París sonaban infundadas. Ella se guardaba de discutir con él, aunque la doctora Flowers le había advertido por teléfono que ese simple hecho podría despertar la desconfianza de Jack. Sin embargo, fue sincera con Bill cuando le dijo que se sentía segura.

– ¿Que tal va el libro? -preguntó. Él le informaba de sus progresos a diario.

– He terminado -respondió Bill con orgullo durante el último fin de semana que pasarían fuera. Los dos estaban impacientes por regresar a Washington, donde la comisión se reuniría el lunes-. No puedo creerlo.

– Me muero por leerlo.

– No es exactamente una lectura agradable.

– Lo sé, pero estoy segura de que será muy bueno. -Aunque sabía que no tenía derecho, se sentía orgullosa de él.

– Te daré una copia en cuanto lo pasen en limpio. Estoy deseando que lo leas. -Se hizo un silencio incómodo. Bill no sabía cómo decírselo, pero pensaba mucho en ella y estaba constantemente preocupado por su seguridad-. También estoy deseando verte, Maddy. He estado muy inquieto por ti.

– No te preocupes. Estoy bien. Y el fin de semana que viene veré a Lizzie, que irá a verme a Washington. Me muero por presentártela. Le he hablado mucho de ti.

– No puedo imaginar lo que le habrás dicho. -Parecía incómodo-. Para ella, yo seré como un monumento prehistórico. Y no soy un tipo muy divertido.

– Para mí sí. Eres mi mejor amigo, Bill.

Hacía años que no se sentía tan unida a alguien, con la sola excepción de Greg, que ahora tenía una novia en Nueva York y todavía hablaba con Maddy cuando conseguía comunicarse directamente con ella. Ambos sabían que si Jack atendía el teléfono, no le pasaba los mensajes. Bill y Maddy, por el contrario, tenían más cuidado con los horarios y circunstancias de sus llamadas.

– Tú también eres muy especial para mí -repuso Bill, sin saber qué decir. Estaba confundido por las emociones que le inspiraba Maddy: era alternativamente una hija, una amiga y una mujer. A ella le pasaba algo parecido. A veces veía a Bill como un hermano; otras, se asustaba de sus sentimientos hacia él. Pero ninguno de los dos había tratado de definir la relación-. Podríamos comer juntos el lunes antes de la reunión. ¿Te parece?

– Me encantaría.

Y Maddy estaba aún más desconcertada por la amorosa actitud de Jack durante el último fin de semana en Virginia. Le regalaba flores del jardín, le servía el desayuno en la cama, salía a caminar con ella y le decía lo importante que era para él. Y cuando le hacía el amor, era más dulce y tierno que nunca. Era como si los malos tratos del pasado fuesen fruto de la imaginación de Maddy. Otra vez se sentía culpable por las cosas que había contado de él a Bill, Greg y la doctora Flowers, y quería corregir la mala impresión que les había dejado sobre su afectuoso marido. Comenzaba a preguntarse si todo era culpa suya. Quizá hiciese aflorar lo peor que había en Jack. Cuando quería, y cuando ella era buena con él, Jack era una persona increíblemente encantadora.

Trató de explicárselo a la doctora Flowers la mañana en que regresaron a Washington, pero la psicóloga le advirtió con severidad:

– Tenga cuidado, Maddy. Fíjese en lo que hace. Ha vuelto a caer en su trampa. Él sabe lo que está pensando e intenta demostrarle que está equivocada y que todo es culpa suya.

Hizo que la actitud de Jack pareciese tan maquiavélica que Maddy sintió pena por él. Lo había calumniado, y ahora la doctora le creía. Durante la comida, no mencionó este tema con Bill por temor a que le respondiese lo mismo que la doctora Flowers. Hablaron del libro, que él había vendido a un editor varios meses antes por mediación de un agente.

– ¿Cuáles son tus planes para el otoño? -preguntó él, deseando oír que se proponía abandonar a Jack.

Ella no había dicho nada al respecto durante el almuerzo y se la veía más tranquila y contenta que nunca. Parecía que las cosas marchaban bien, pero Bill seguía preocupado por Maddy. Al igual que la doctora Flowers, temía que Jack le tendiese una nueva trampa y la mantuviese a su lado para siempre, maltratándola y confundiéndola alternativamente hasta que ella no pudiese soportarlo más. Maddy no dijo que fuese a abandonarlo.

– Me gustaría sacar a flote el programa. Los índices de audiencia han caído en picado. Pensé que era culpa de Brad, pero Jack dice que mi estilo está decayendo y que últimamente no me comunico tan bien como debería. En su opinión, mis últimos reportajes han sido muy aburridos. Quiero investigar para hacer algunas entrevistas especiales y tratar de ponerle un poco de chispa a los informativos.

Como de costumbre, Jack la culpaba de algo que no era culpa de Maddy. Bill lo sospechaba, pero ella estaba dispuesta a creerle. No es que fuese tonta; el problema era que estaba fascinada por Jack y que este era sorprendentemente persuasivo. A menos que uno conociese estas pautas de conducta, era difícil verlas. Y Maddy estaba demasiado involucrada para detectarlas.

Después de comer con Maddy, Bill sintió la tentación de llamar a la doctora Flowers. Sin embargo, sabía que la ética profesional le impediría hablar de una paciente. Y lo entendía. Solo podía observar lo que pasaba y prepararse para intervenir a la primera oportunidad de ayudarla, pero de momento no había ninguna. No quería cometer el mismo error que con su esposa y asustar al enemigo. Sabía mejor que nadie que Jack era un oponente temible, un hábil terrorista. Y lo que Bill deseaba por encima de todo era salvar a Maddy. Ojalá esta vez pudiese hacerlo.

La comisión funcionaba bien, y estaban hablando de reunirse con mayor frecuencia. La primera dama había reclutado a seis miembros nuevos, y entre todos estaban organizando una campaña de anuncios contra la violencia doméstica y los delitos contra las mujeres. Habían formado subgrupos para trabajar en seis anuncios diferentes. Bill y Maddy estaban en la subcomisión sobre violaciones, donde descubrieron auténticas atrocidades. Otro subgrupo se centraba en los asesinatos, pero ninguno de los dos había querido trabajar en él.

El fin de semana siguiente a que ambos regresaran a Washington, Lizzie regresó a la ciudad y Maddy la alojó en el Four Seasons. Invitó a Bill a tomar el té con ellas, y él se quedó impresionado con la joven. Era tan bonita como había dicho Maddy y tan brillante como su madre. Teniendo en cuenta las pocas ventajas que le había ofrecido la vida, parecía sorprendentemente culta. Le gustaba estudiar, disfrutaba de sus clases en la universidad de Memphis y era una lectora voraz.

– Me gustaría enviarla a Georgetown el trimestre que viene -dijo Maddy mientras tomaban el té en el comedor del hotel.

Lizzie parecía encantada con la idea.

– Tengo algunos contactos que podrían resultar útiles -ofreció Bill-. ¿Qué quieres estudiar?

– Política exterior y comunicaciones -respondió Lizzie sin titubear.

– Me encantaría conseguirle un contrato de prácticas en la cadena, pero me temo que no será posible -dijo Maddy con tristeza. Ni siquiera le había dicho a Jack que Lizzie estaba en la ciudad, y no pensaba decírselo. Últimamente era tan encantador con ella que no quería disgustarlo. Hablaba de llevarla a Europa otra vez en octubre, aunque Maddy aún no se lo había contado a Bill-. Si Lizzie viene a estudiar aquí, le buscaremos un pequeño apartamento en Georgetown.

– Cerciórate de que sea un lugar seguro -dijo Bill con cara de preocupación, los dos estaban alarmados ante las estadísticas de violaciones que habían llegado a conocer durante la última semana de trabajo en la comisión.

– Descuida, lo haré -asintió Maddy, pensando en lo mismo-. Quizá debería tener una compañera de piso.

Cuando Lizzie fue a empolvarse la nariz, Bill le dijo a Maddy que tenía una hija encantadora.