Ella les contó lo ocurrido desde su perspectiva y dijo, ante las cámaras, que Annie era una chica muy valiente.
– Tiene dieciséis años -añadió con admiración y orgullo. Notó una expresión extraña en los ojos de Rafe, y cuando pararon la filmación, le preguntó-: Se encuentra bien, ¿no, Rafe? ¿Sabes algo de ella?
El productor titubeó. Habría deseado mentirle, pero no se atrevió a hacerlo. Maddy se enteraría de todas maneras, y le parecía injusto ocultarle la verdad.
– El niño está bien, Mad. Pero no pudieron sacar a su madre.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó casi gritando.
Había hecho todo lo posible para mantenerla con vida durante catorce horas, ¿y ahora le decían que no habían podido liberarla? Era imposible. Se negaba a creerlo.
– Tuvieron que usar dinamita. Ya estaba en coma cuando te sacaron a ti, Maddy. Trataron de reanimarla, pero murió media hora después. Sus pulmones estaban aplastados y había sufrido una hemorragia interna tan grave que los médicos dijeron que hubiera sido imposible salvarla.
Maddy emitió un sonido gutural. Era un gemido angustioso, como si la joven hubiera sido su hija. No podía hacerse a la idea. ¿Qué pasaría con el niño? Rafe dijo que no sabía nada al respecto y se marchó poco después, no sin antes decirle, entre sollozos, cuánto se alegraba de que hubiera sobrevivido.
Todo el mundo se alegraba. Lizzie lloró desconsoladamente cuando Maddy la llamó para avisarle que estaba bien. La joven había pasado la noche en vela, pendiente de las noticias, y al no ver a Maddy con los demás reporteros había intuido que estaba atrapada allí.
Phyllis Armstrong telefoneó para decirle que había sido un gran alivio para ella y Jim saber que había salido indemne y se lamentó por la tragedia, en particular por la muerte de los niños. Ambas lloraron al pensar en ello. Tras colgar el auricular, Maddy preguntó por el niño a una enfermera. Al igual que ella, Andy seguiría ingresado en el hospital, en observación, durante unos días. Las autoridades de protección del menor no se lo habían llevado todavía. En cuanto la enfermera salió de la habitación, Maddy se levantó y fue a verlo al nido. Parecía un recién nacido. Maddy pidió permiso para cogerlo en brazos. Lo habían bañado, peinado y envuelto en una mantilla azul. Rubio y con grandes ojos azules, Andy tenía un aspecto inmaculado; mirándolo, Maddy dedujo que Annie debía de haber sido muy hermosa. Solo podía pensar en ella y en sus ruegos para que se ocupase del niño. Pronto quedaría abandonado al mismo destino que había tenido Lizzie, alternando entre orfanatos y casas de acogida, viviendo con extraños, sin unos padres que lo cuidaran y lo quisieran. Esta idea le estrujaba el corazón.
Mientras lo acunaba entre sus brazos y le canturreaba, el niño la miró fijamente, haciendo que Maddy se preguntara si habría reconocido su voz. Al cabo de unos minutos pareció perder el interés y se quedó dormido. Maddy recordó a Annie y lloró. Un extraño capricho del destino las había reunido entre los escombros. Depositó con cuidado al pequeño en la cuna del hospital y regresó a su habitación, todavía llorando por Annie.
Maddy estaba agarrotada y terriblemente cansada, pero no había sufrido ninguna lesión importante. Era consciente de su inmensa suerte. Mirando por la ventana, pensó que era curioso que la vida perdonase a algunos y se llevase a otros sin razón aparente. Nadie sabía por qué ella había sido una de las afortunadas y Annie, no. A pesar de que le quedaban muchos más años de vida. Mientras pensaba en los misterios del destino, Jack entró en la habitación con expresión solemne.
– Supongo que esta vez no necesito preguntarte dónde has estado toda la noche. -El «esta vez» era completamente innecesario, pero muy propio de él-. ¿Cómo estás, Maddy? -Parecía y se sentía incómodo. En ningún momento había creído que Maddy se encontrase entre los escombros. Se había sorprendido mucho al saber que, efectivamente, había estado allí, y era un alivio para él que hubiera sobrevivido-. Debió de ser una experiencia bastante desagradable -añadió mientras se inclinaba para besarla.
En ese momento, la enfermera entró con un gran ramo de flores enviado por los Armstrong.
– Sí, pasé mucho miedo -respondió Maddy con aire pensativo.
Jack era un maestro en el arte de subestimar y restar importancia a las tragedias ajenas. Pero era difícil desestimar ese trance. Pasar catorce horas atrapada en un edificio derrumbado por una bomba era una experiencia traumática, aunque Jack la calificase de otra manera. Maddy consideró la posibilidad de hablarle de Annie y su hijo, de lo mucho que la habían conmovido, pero decidió no hacerlo. Él no la habría entendido.
– Todo el mundo estaba preocupado por ti. Yo pensé que estarías en cualquier otra parte. No me pasó por la cabeza que pudieras estar allí. No tenía sentido.
– Fui a comprar papel de regalo -repuso Maddy, mirándolo.
Jack estaba en el otro extremo de la habitación, como si necesitara guardar las distancias. Y ella necesitaba lo mismo, por su propia seguridad.
– Tú detestas los centros comerciales -dijo él, como si eso pudiera cambiarlo todo.
Maddy sonrió.
– Ahora sé por qué. Son muy peligrosos.
Los dos rieron, aunque la tensión entre ellos era casi palpable. Maddy no había resuelto aún qué hacer con Jack, pero incluso había pensado en ello mientras estaba atrapada en el centro comercial, tratando de animar a Annie. Se le había ocurrido que, si lograba sobrevivir, dejaría atrás la experiencia más aterradora de su vida. No necesitaría ninguna otra y desde luego no la buscaría ni volvería a correr riesgos. Se había enfrentado ya a su peor enemigo: había mirado a la muerte a los ojos. Se había prometido a sí misma que no seguiría castigándose. Ahora, mientras miraba a Jack sentado en el otro extremo de la habitación, con evidente incomodidad, supo que no lo haría. Él ni siquiera tenía suficiente amor en el corazón para acercarse, abrazarla y decirle que la quería. Era incapaz de hacerlo. Quizá la quisiera a su manera, pensó, pero eso no bastaba.
Como si intuyese que estaba ocurriendo algo extraño, Jack se puso de pie, se aproximó a la cama y le dio una caja envuelta en papel de regalo. Maddy la cogió en silencio, la abrió y vio que contenía una pulsera de diamantes. Lo que ella no sabía era que esa mañana Jack había comprado dos pulseras idénticas en el Ritz Carlton. Una para ella, por lo que le había ocurrido en el centro comercial, y otra para la joven con quien había pasado la noche. Aun sin saberlo, Maddy le devolvió el regalo con expresión seria.
– No puedo aceptarlo. Lo siento, Jack -dijo.
Él la miró con los ojos entornados. Intuía que su presa se estaba escapando, y por un instante Maddy temió que fuese a pegarle. Pero no lo hizo.
– ¿Por qué no?
– Voy a dejarte.
Se sorprendió a sí misma con esas palabras, pero no tanto como sorprendió a Jack. Fue como si lo hubiese abofeteado.
– ¿De que coño hablas? -Como de costumbre, cubría sus pecados y debilidades siendo desagradable con ella.
– No puedo seguir así.
– ¿Así cómo? -preguntó él, paseándose por la habitación. Era incapaz de resignarse y dejar a Maddy en paz. Parecía un tigre acechando a su presa, pero ya no la asustaba como antes. Además, ella sabía que estaba segura. Al otro lado de la puerta había mucha gente-. ¿Qué es lo que te molesta? ¿Llevar una vida llena de lujos? ¿Ir a Europa dos veces al año? ¿Viajar en un avión privado? ¿Recibir joyas cuando yo soy lo bastante idiota para comprártelas? ¡Qué vida más insoportable para una zorra de Knoxville! -Volvía a las andadas.
– Ese es el problema, Jack -dijo ella con voz cansina, reclinándose en las almohadas-. No soy una zorra de Knoxville. Nunca lo he sido. Ni siquiera cuando era pobre y desdichada.
– Y una mierda. Que yo recuerde, jamás has sido una chica decente. No sabes lo que es eso. Joder, ya eras una puta en la adolescencia. Fíjate en Lizzie.
– No, fíjate tú. Es una chica estupenda y una gran persona a pesar de que, gracias a mí, ha tenido muchos problemas. Le debo algo. Y también me debo algo a mí misma.
– Me lo debes todo a mí. Ya sabes que si me dejas, te quedarás sin empleo. -Sus ojos brillaban como el acero.
– Es posible. Haré que mis abogados se ocupen de eso, Jack. Tengo un contrato con la cadena. No puedes despedirme sin aviso y sin una compensación.
Maddy se había vuelto más valiente y lista mientras luchaba por su vida entre los escombros. Se preguntó cómo era posible que Jack creyera que las cosas que decía la harían permanecer a su lado. Sin embargo, en el pasado había conseguido retenerla mediante la intimidación. Eso era lo más triste.
– No me amenaces. No me sacarás un céntimo con esas gilipolleces. Y no olvides que firmaste un acuerdo prematrimonial. Saldrás de mi casa con las manos vacías. Todo es mío, hasta las bragas que usas. Si te largas, Maddy, lo único que tendrás es la bata de hospital que llevas puesta.
– ¿Qué quieres de mí? -preguntó ella con tristeza-. ¿Para qué quieres que me quede? Me odias.
– Tengo motivos para odiarte. Me has mentido. Me engañas con otro. Sé que tienes un amante que te llama todos los días. ¿Acaso crees que soy idiota?
Idiota no; mezquino. Pero Maddy no dijo nada. Era valiente, no tonta.
– No es un amante. Hasta el momento, solo somos amigos. Nunca te he engañado. Y mi única mentira ha sido ocultarte a Lizzie.
– Yo diría que es bastante grande, pero estoy dispuesto a perdonarte. La víctima soy yo; no tú. No te das cuenta de la suerte que tienes. Espera a que estés muriéndote de hambre en un agujero en Memphis, Knoxville o dondequiera que acabes con tu hija bastarda. Me suplicarás de rodillas que te deje volver -dijo mientras se acercaba lentamente a la cama. Maddy se preguntó qué iba a hacer. Nunca había visto esa expresión en sus ojos, y de repente recordó todo lo que le habían contado en el grupo de mujeres maltratadas. Cuando Jack intuyese que su presa se le escapaba, haría cualquier cosa para retenerla. Lo que considerase necesario-. No me dejarás, Maddy -añadió, deteniéndose a su lado-. No tienes agallas. Además, eres demasiado lista. No arrojarás tu carrera y una vida lujosa por la ventana, ¿no? -Trataba de engatusarla y aterrorizarla a la vez, y su mirada era por sí sola una amenaza-. Puede que anoche te golpeases la cabeza. Eso lo explicaría todo. A lo mejor debería darte una paliza para que recuperases la cordura. ¿Qué te parece, Maddy?
Al oírlo, Maddy sintió que la invadía la ira y supo que si él le ponía una mano encima, lo mataría. No permitiría que volviese a atormentarla, humillarla, convencerla de que era una basura y que merecía sus acusaciones y el sufrimiento que le causaba. Jack se habría asustado de su mirada si hubiese comprendido lo que significaba.
– Si me tocas, aquí o en cualquier parte, juro que te mataré. No pienso seguir soportándote. Has limpiado el suelo conmigo, Jack, pero eso se ha acabado. No volveré a tu lado. Búscate a otra a quien rebajar, maltratar y atormentar.
– Vaya, la niña grande amenaza a su papá. Pobrecilla. ¿Te doy miedo, Maddy? -preguntó, y rió.
Pero ella se había levantado de la cama para hacerle frente. Había llegado la hora. El juego había acabado.
– No, no me das miedo, hijo de puta. Me das asco. Sal de mi habitación o llamaré a los de seguridad para que te echen.
Jack la miró unos instantes y luego se acercó tanto que, si hubiera querido, Maddy habría podido contar los pelos de sus cejas.
– Espero que te mueras, puta asquerosa. Y lo harás. Pronto. Te lo mereces.
Maddy no supo si era una amenaza directa y se asustó, pero no lo suficiente para arredrarse. Al verlo dar media vuelta y salir de la habitación, por un loco instante sintió la tentación de detenerlo y rogarle que la perdonase. Pero no podía hacer una cosa así. Era su parte enferma la que la empujaba a retractarse, sentirse culpable, desear que él la quisiera a cualquier precio, por mucho que tuviese que sufrir a cambio. Pero esa faceta de su personalidad ya no estaba a cargo, y lo miró alejarse en silencio, sin hacer ningún movimiento.
Una vez, Jack se hubo marchado, Maddy sucumbió a los sollozos de dolor, angustia y culpa. Aunque lo odiaba y reconocía que era un hombre perverso, una enfermedad para su alma, sabía que, por mucho que se esforzara por arrancarlo de su vida, jamás lo olvidaría. Y que él jamás la perdonaría.
Capítulo22
Al día siguiente del rescate, Maddy volvió al nido para visitar a Andy, y allí le dijeron que una asistente social había ido a verlo por la mañana. A menos que pudiesen encontrarle un hogar permanente, al día siguiente se lo llevarían a una casa de acogida. Maddy regresó a su habitación embargada por una profunda tristeza. Sabía que no volvería a verlo, como una vez había sabido que no volvería a ver a Lizzie. Sin embargo, Dios le había dado una segunda oportunidad con su hija. Ahora se preguntó si Andy y su madre se habrían cruzado en su vida por alguna razón.
"El viaje" отзывы
Отзывы читателей о книге "El viaje". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "El viaje" друзьям в соцсетях.