Pensó en ello durante toda la tarde y habló de ello con Bill cuando fue a verla. Él estaba al tanto de la visita de Jack, y se sentía a un tiempo aliviado y preocupado. No quería que volviese a hacerle daño a Maddy. No podían prever lo que haría ahora que sabía que ella iba a abandonarlo, y Bill le aconsejó que tuviese mucho cuidado. Maddy pasaría a recoger sus cosas en cuanto se marchase del hospital y convino en que llevaría a alguien con ella. De hecho, pensaba contratar a un guardia de seguridad de la cadena. Bill le había prometido que le compraría ropa para usar al salir del hospital.

No estaba preocupada por Jack. Se sentía asombrosamente libre. Aunque lamentaba haberle dicho las cosas que le había dicho, le sorprendía no sentirse culpable. Sabía que volvería a tener remordimientos en algún momento. Se lo habían advertido. Pero también sabía que había hecho lo que debía. Jack era como un cáncer y, si se lo hubiera permitido, habría acabado matándola.

No podía dejar de pensar en el hijo de Annie.

– Sé que te parecerá una locura -le dijo a Bill-, pero le prometí que lo cuidaría. Al menos debería hablar con la asistente social y pedirle que me informe sobre la casa adonde van a llevarlo.

A Bill le pareció una buena idea. Luego charlaron sobre el atentado en el centro comercial. Habían detenido a uno de los responsables. Era un joven de veinte años con trastornos mentales y antecedentes delictivos. Al parecer, había actuado con dos cómplices que estaban en paradero desconocido. Se estaban celebrando servicios fúnebres por las víctimas en todos los puntos de la ciudad, y la proximidad de las fiestas navideñas hacía que la situación fuese aún más triste. Bill le había dicho a Maddy que estaba pensando en cancelar su viaje a Vermont para quedarse con ella.

– No te preocupes por mí. Estaré bien -prometió Maddy.

Aunque todavía tenía pequeños dolores y molestias, se sentía sorprendentemente bien, y ya había decidido mudarse al apartamento de Lizzie. Esta llegaría dentro de una semana y pasarían la Navidad juntas. A Maddy no le molestaba compartir habitación con Lizzie, al menos por el momento.

– Si quieres, puedes venir a mi casa -dijo Bill, ilusionado.

Ella sonrió y lo besó. Bill se había portado de maravilla con ella, tanto antes como después del atentado.

– Gracias por el ofrecimiento, pero no sé si estás en condiciones de tener una compañera de piso.

– No estaba pensando en eso -respondió él, ruborizándose ligeramente.

A Maddy le conmovía su delicadeza y las continuas atenciones que le dispensaba. Tenían muchas cosas que esperar con ilusión y que aprender el uno del otro. Pero ella no quería apresurarse. Necesitaba recuperarse de una vida entera de maltrato y de sus nueve años con Jack, mientras que Bill aún estaba en proceso de duelo por la muerte de Margaret. Sin embargo, en la vida de cada uno de ellos había sitio para el otro. Lo que no sabía Maddy era si también habría sitio para Andy. Deseaba hacérselo, aunque solo fuera para visitarlo de vez en cuando con el fin de cumplir la promesa que le había hecho a su madre. No iba a olvidarla.

Se lo dijo a Lizzie esa noche, cuando hablaron por teléfono. La joven se había asustado tanto por la explosión en el centro comercial que llamaba a su madre varias veces al día.

– ¿Por qué no lo adoptas? -preguntó con la inocencia propia de una chica de diecinueve años.

Maddy le respondió que era una sugerencia absurda. Ya no tenía marido, era muy probable que se quedase sin empleo y ni siquiera disponía de una vivienda propia. Pero después de colgar, esa idea empezó a darle vueltas en la cabeza como una canica en una caja de zapatos. A las tres de la mañana, incapaz de dormir, fue al nido, cogió al pequeño en brazos y se sentó en una mecedora. El niño dormía plácidamente cuando entró una enfermera y le dijo a Maddy que debería estar en la cama. Pero no podía. Tenía la sensación de que una poderosa fuerza la empujaba hacia el niño, y era incapaz de resistírsele.

Por la mañana, esperó con nerviosismo en el pasillo a la asistente social. Cuando llegó, le preguntó si podía hablar con ella. Le explicó la situación, y la mujer la escuchó con interés y asombro.

– Estoy segura de que fue un momento muy emotivo para usted, señora Hunter. Su vida estaba en peligro. Nadie puede pedirle que cumpla una promesa semejante.

– Lo sé -respondió Maddy-. Es que… no sé que me pasa… Creo que me he enamorado de él -dijo, refiriéndose al niño de ojos azules que le había encomendado Annie.

– El hecho de que esté separada no sería un problema. Aunque le pondría las cosas más difíciles a usted -explicó la asistente social. Maddy no había mencionado la posibilidad de que se quedase sin empleo, pero tenía suficiente dinero a su nombre para vivir sin estrecheces durante una temporada. Había sido precavida, y con lo que había ahorrado en el curso de los años tenía suficiente para formar un hogar cómodo con Lizzie. E incluso con un bebé-. ¿Me está diciendo que le gustaría adoptar al niño?

– Creo que sí -respondió, sintiendo una oleada de amor hacia el niño. Le parecía lo más correcto, aunque nadie más hubiera estado de acuerdo. No sabía qué pensaba Bill, pero no quería renunciar a sus sueños por él. Tenía que hacer lo que considerase oportuno. Si los deseos de los dos coincidían, sería una bendición para todos, no solo para ella y el bebé. Pero al menos quería pedirle su opinión-. ¿Cuánto tiempo tengo para decidirme?

– Una temporada. Vamos a llevarlo a una casa de acogida. Vivirá un tiempo con una familia que nos ha ayudado antes pero que no está interesada en la adopción. Lo hacen por razones religiosas, porque desean ayudar. Pero piense que el niño estará muy solicitado. Está sano, es blanco y tiene solo ocho semanas. Es la clase de niño que todo el mundo desea adoptar. Y no hay muchos como él.

– Deje que lo piense. ¿Tendré alguna clase de prioridad?

– Si la familia no pone objeciones, cosa que pronto averiguaremos, podrían entregárselo muy pronto, señora Hunter.

Maddy asintió. La asistente social se marchó pocos minutos después, no sin antes dejarle una tarjeta. Más tarde Maddy regresó al nido con el corazón acongojado, sabiendo que Andy no estaría allí. Todavía estaba triste cuando Bill fue a visitarla. Le había comprado un par de pantalones grises, un jersey azul, mocasines, ropa interior, un abrigo, artículos de tocador y maquillaje.

Maddy lo felicitó por su competencia: todo le sentaba de maravilla. Se marcharía del hospital al día siguiente y había aceptado alojarse en casa de Bill hasta que terminase de arreglar el apartamento de Lizzie. Calculaba que tardaría una semana. Quería recoger sus cosas de la casa que había compartido con Jack y regresar al trabajo. Tenía mucho que hacer y, después de hablar de ello con Bill, sacó el tema del niño. Le dijo que estaba pensando en adoptarlo.

– ¿De veras? ¿Estás segura, Maddy?

– No. Por eso quería hablarlo contigo. No sé si es la idea más ridícula que he tenido en mi vida, o lo mejor que puedo hacer… O lo que el destino quiere que haga. No estoy segura -añadió con cara de preocupación.

– Lo mejor que has hecho en tu vida es dejar a Jack Hunter -dijo Bill con convicción-. Esta podría ser la siguiente, después de Lizzie. Debo reconocer que me pones en un aprieto, Maddy. -Le recordaba que era mucho mayor que ella. Siempre había amado a sus hijos, y ahora amaba a sus nietos y estaba encantado con Lizzie, pero aceptar la responsabilidad de un bebé a su edad era más de lo que había previsto-. No sé qué decir -añadió con sinceridad.

– Yo tampoco. No sé si te estoy pidiendo permiso o simplemente comunicándote lo que voy a hacer; ni siquiera sé si me corresponde hacer cualquiera de esas dos cosas. Aún no sabemos si lo nuestro va a funcionar, por mucho que nos queramos. -Hablaba con sinceridad, y Bill la admiró por ello. Tenía razón. Él estaba enamorado, pero ninguno de los dos podía saber si la relación duraría toda la vida o una temporada. Estaban empezando. Ni siquiera se habían acostado, aunque ambos lo deseaban. Pero un niño era un compromiso importante. No cabía ninguna duda de ello-. La gente siempre me ha dicho lo que tenía que hacer en este y otros aspectos de mi vida -prosiguió Maddy, esforzándose por explicarse-. Mis padres me obligaron a entregar a Lizzie en adopción. Bobby Joe me obligó a abortar al principio de nuestra relación, y luego lo hice porque no quería tener hijos suyos, Jack no quería que tuviese hijos, así que me hice ligar las trompas. Después me prohibió ver a Lizzie. Ahora que ha aparecido Andy en mi vida, quiero asegurarme de que hago lo que necesito, lo que a mí me conviene, y no únicamente lo que deseas tú. Porque si renuncio a él solo para conservarte, es posible que luego me arrepienta. Por otra parte, no me gustaría perderte por un niño que ni siquiera es mío. ¿Me entiendes? -preguntó, confundida.

Bill sonrió, se sentó en la cama y la abrazó.

– Sí, te entiendo. Aunque, tal como lo explicas, parece complicado. No quiero arrebatarte algo que deseas. Acabarías odiándome, o sintiéndote estafada. Sobre todo porque no has tenido ningún hijo después de Lizzie, porque no la has visto en diecinueve años y porque no podrías tener otros. Yo disfruté de esa alegría. No tengo derecho a negártela.

Era lo que Jack debería haberle dicho hacía siete años, pero no lo había hecho. Entonces, ninguno de los dos se había sincerado con el otro. Esto era completamente diferente. Bill no tenía nada en común con Jack Hunter. Y la mujer que era Maddy ahora no se parecía en nada a la que se había casado con Jack. Era un mundo totalmente nuevo.

– Por otra parte, no sé si podré retroceder tantos años -prosiguió Bill, que quería ser absolutamente sincero y no dar lugar a malentendidos-; ni siquiera sé si lo deseo. Soy mucho mayor que tú, Maddy. A tu edad, tú deberías tener hijos. A la mía, yo debería tener nietos. Este asunto me obliga a afrontar ese hecho. Los dos debemos pensarlo. No me parece justo que un niño tenga un padre de mi edad.

A Maddy le entristeció oír eso. No estaba de acuerdo, pero no quería obligarlo a nada.

– No hay nada de malo en tener un padre de tu edad -dijo Maddy con convicción-. Serías maravilloso con un bebé. O con un niño mayor. Con cualquiera. -Era una conversación absurda, ya que ni siquiera habían hablado de matrimonio-. Estamos poniendo el carro delante del caballo, ¿no?

Así era, pero Maddy debía tomar una decisión antes de que otra persona adoptase a Andy. Y sabía que no buscaría a otro niño. Esto era diferente. Era el resultado de un acontecimiento que le había cambiado la vida, y no estaba dispuesta a pasar por alto ese hecho. La repentina llegada de Andy a su vida parecía obra del destino.

– ¿Qué quieres hacer? -preguntó Bill-. ¿Qué harías si yo no existiese? -Eso simplificaba las cosas.

– Adoptarlo -respondió sin vacilar.

– Entonces hazlo. No puedes doblegarte siempre a los deseos de otro, Maddy. Lo has hecho durante toda tu vida. Yo podría morir mañana, o la semana que viene. Puede que lleguemos a la conclusión de que, aunque los dos somos estupendos, preferimos ser amigos a ser amantes. Yo espero que no sea así, desde luego. Sigue los dictados de tu corazón, Maddy. Si lo nuestro funciona, más adelante arreglaremos las cosas. Quién sabe, es probable que me guste tener un niño con quien jugar al béisbol cuando sea un viejo chocho.

Maddy lo quiso más que nunca al oír estas palabras. Estaba de acuerdo con él. No quería renunciar a algo que quizá fuese obra del destino. Tenía la impresión de que había un motivo para que Dios le diera otra oportunidad, no solo con Bill sino también con Lizzie y Andy.

– ¿Me tomarás por loca si lo adopto? Ni siquiera sé si sigo teniendo un empleo, Jack me amenazó con despedirme.

– Esa no es la cuestión. Si no tienes trabajo ahora, lo tendrás muy pronto. Lo que debes preguntarte es si deseas criar al hijo de otra mujer y asumir esa responsabilidad durante el resto de tu vida.

– Lo deseo -respondió Maddy con seriedad.

Bill la conocía lo bastante bien para saber que no tomaría una decisión semejante a la ligera.

– Respondiendo a tu pregunta, no, no te tomaría por loca. Eres una mujer valiente, joven y llena de energía. Eres respetable, decente, dulce y bondadosa. No estás loca.

Era lo único que quería saber Maddy. Y esto le ayudaría a tomar su decisión.

Pasó toda la noche en vela, pensando, y por la mañana llamó a la asistente social para comunicarle que deseaba adoptar a Andy. La mujer le dio la enhorabuena y le dijo que iniciaría los trámites. Era un momento crucial en la vida de Maddy, que primero lloró y después llamó a Bill y a Lizzie para darles la noticia. Ambos parecieron alegrarse por ella. Sabía que Bill tenía sus reservas, pero si deseaba que la relación entre ellos funcionase, no debía renunciar a sus sueños por él. Bill tampoco se lo pedía. Sencillamente, no sabía si querría ser entrenador de la liga infantil de béisbol a los setenta años. Y Maddy no podía culparlo. Solo esperaba que esto fuese una bendición para todos; no solo para ella y Bill, sino también para Andy.