Ese día salió del hospital y fue directamente a casa de Bill, vestida con la ropa que él le había comprado. Aún se sentía extraordinariamente cansada: aunque no había sufrido heridas graves, el trauma de la explosión en el centro comercial se había cobrado su tributo. Pero llamó al productor y le prometió que se reincorporaría al trabajo el lunes. Elliott la había llamado varias veces, preocupado por lo sucedido y contento de que hubiera sobrevivido. Prácticamente todos sus conocidos le habían enviado flores al hospital. Era un alivio estar en casa de Bill. A pesar de las amenazas de Jack, al día siguiente iría a recoger sus cosas. Había contratado a un guardia de seguridad para que la acompañase. No sabía nada de Jack desde que le había dicho que lo dejaba.

Esa noche, ella y Bill se sentaron delante de la chimenea, escucharon música y conversaron durante horas. Él le había servido la cena a la luz de las velas. Maddy se sentía mimada y agasajada. Ninguno de los dos podía creer en su buena suerte. Maddy se había librado de Jack y estaba en casa de Bill. Tenían una vida nueva por delante. Aunque ella aún se sentía extraña. Era como si Jack no hubiera existido nunca, como si su vida en común hubiese desaparecido en un instante.

– Parece que el grupo de mujeres maltratadas cumplió su función -dijo Maddy con una gran sonrisa-. Ya he madurado.

Sin embargo, aún quedaban resabios del pasado. Se preocupaba por Jack, sentía pena por él y temía que estuviese deprimido por las cosas que le había dicho y la ingratitud que le había demostrado. No podía saber que él había pasado el fin de semana con una chica de veintidós años con quien ya se había acostado en Las Vegas. Pero eran muchas las cosas que ignoraba sobre él y jamás descubriría.

– Lo único que necesitaste para entrar en razón fue que volaran un centro comercial -bromeó Bill, aunque los dos sabían que no se tomaba la tragedia a la ligera. Aún estaba muy afectado por las cosas que había visto mientras esperaba que rescataran a Maddy. Sin embargo, la experiencia los había sacudido tanto que ambos necesitaban animarse un poco-. ¿Cuándo te entregarán a Andy?

– Todavía no lo sé. Me llamarán. -Entonces le preguntó algo que había pensado desde el momento en que había decidido adoptar al niño-. ¿Aceptarías ser su padrino, ya que no quieres ser otra cosa?

– Será un honor. -Después de abrazarla y besarla, le recordó algo-: No he dicho que no quisiera ser «otra cosa». Ya veremos qué pasa. Pero si vamos a tener un bebé, Maddy, creo que antes deberíamos ocuparnos de otro asunto.

Maddy pilló la insinuación en el acto y rió.

Después de poner los platos en el lavavajillas, subieron en silencio a la planta alta y se dirigieron al dormitorio de Bill. Maddy había puesto sus escasas pertenencias en la habitación de huéspedes, pues no quería presionarlo. Sabía que Bill no había estado con ninguna mujer desde la muerte de su esposa, aunque ya había pasado más de un año. El aniversario había sido extremadamente doloroso para él, pero ahora parecía más libre y alegre.

Se sentaron en el borde de la cama y conversaron sobre la explosión en el centro comercial, los hijos de Bill, Jack y todo lo que había pasado Maddy. No tenían secretos el uno para el otro. Finalmente, él la miró con ojos llenos de amor y la atrajo hacia sí.

– Cuando estoy contigo, me siento como un niño -murmuró.

Era su manera de decir que estaba asustado; ella también lo estaba, pero en menor grado. Sabía que no tenía nada que temer.

Cuando se besaron, todos los fantasmas del pasado de ambos -los buenos y los malos- desaparecieron, al menos por el momento. Para Maddy era como empezar una nueva vida con un hombre que había sido su amigo durante tanto tiempo que no podía concebir una existencia sin él.

Todo sucedió con naturalidad y sin complicaciones: se acostaron lado a lado y se abrazaron como si siempre hubieran estado juntos. Como si no pudiera ser de otra manera. Después, él le sonrió y le dijo cuánto la quería.

– Yo también te quiero, Bill -murmuró Maddy.

Se durmieron abrazados, conscientes de su suerte. Habían recorrido un largo camino hasta encontrarse, pero el viaje, las penas, el dolor e incluso las pérdidas sufridas por ambos habían merecido la pena.

Capítulo23

Al día siguiente, cuando el guardia de seguridad se presentó en casa de Bill, Maddy le explicó a este que quería ir a la vivienda que había compartido con Jack y recoger sus cosas. Tenía maletas suficientes y había alquilado una furgoneta para transportarlas. Las dejaría en el apartamento de Lizzie. Eso era todo. Le dejaría a Jack las obras de arte, los recuerdos, todos los objetos que había acumulado en el transcurso de los años. Solo se llevaría su ropa y algunos efectos personales. Parecía una tarea fácil y sencilla. Hasta que llegaron a la casa.

El guardia conducía la furgoneta. Bill se había ofrecido para acompañarlos, pero a Maddy no le pareció bien y le aseguró que no había razón para preocuparse. Calculaba que tardaría pocas horas y sabía que en esos momentos Jack estaría en el trabajo. Pero en cuanto llegó a la puerta y puso la llave en la cerradura, presintió que algo iba mal. La llave encajaba perfectamente, pero no abría. Probó otra vez, preguntándose si habría algún problema con el mecanismo. Luego lo intentó el guardia de seguridad y le dijo que habían cambiado la cerradura. La llave no servía.

Usó el teléfono móvil para llamar a Jack, y la secretaria le pasó la comunicación de inmediato. Por un instante había temido que no quisiera atenderla.

– Estoy en casa. He venido a recoger mis cosas -explicó-, y la llave no abre. Doy por sentado que has cambiado la cerradura. ¿Podemos pasar por la oficina para recoger la llave nueva? Te la devolveré más tarde. -Era un pedido razonable y, aunque le temblaban las manos, lo hizo con voz amable y serena.

– ¿Qué cosas? -preguntó él con aparente perplejidad-. Tú no tienes nada en mi casa.

– Solo quiero recoger mi ropa, Jack. No me llevaré nada más. -También pensaba llevarse la ropa que tenía en Virginia-. Naturalmente, también quiero mis joyas. Eso es todo. Puedes quedarte con el resto.

– Ni la ropa ni las joyas eran tuyas -dijo él con voz glacial-, sino mías. Tú no tienes nada más que lo que sea que lleves puesto, Maddy. Todo lo demás es mío. Yo lo pagué. Me pertenece.

Igual que cuando le decía que ella le pertenecía. Sin embargo, Maddy tenía las joyas y la ropa de siete años en esa casa y no había razón alguna para que no se las llevase. A menos que Jack quisiera vengarse.

– ¿Qué piensas hacer con ellas? -preguntó con serenidad.

– Hace dos días que envié las joyas a una casa de subastas. Y mandé sacar tu ropa de casa el mismo día que me dijiste que te ibas. Di órdenes de que la destruyeran.

– Mientes.

– No. Pensé que no querrías que nadie usara tu ropa, Mad -dijo como si le hubiese hecho un gran favor-. En mi casa ya no hay nada que sea tuyo. -Ni siquiera las joyas representaban una inversión importante para él. No le había regalado ninguna excesivamente cara, solo alguna que otra alhaja bonita, de manera que no sacaría una fortuna de la venta.

– ¿Cómo has podido hacer una cosa así?

Era un cabrón. Maddy seguía ante la puerta de la casa, atónita ante la mezquindad de Jack.

– Te lo dije, Mad. No me joderás. Si quieres marcharte, tendrás que pagar por ello.

– Lo he estado haciendo desde que te conocí, Jack -repuso con calma, aunque estaba temblando. Se sentía como si acabaran de robarle. Su única posesión ahora era la ropa que le había comprado Bill.

– Todavía no has visto nada -advirtió Jack con un tono tan malicioso que ella se asustó.

– Bien -respondió.

Cortó la comunicación y volvió a casa de Bill. Este estaba trabajando y la miró con sorpresa al verla llegar tan pronto.

– ¿Qué ha pasado? ¿Jack ya te había hecho las maletas?

– Podría decirse que sí. Dice que no queda nada mío. Cambió la cerradura, así que no pude entrar. Lo llamé y me dijo que puso las joyas en venta y mandó destruir mi ropa y demás efectos personales.

Era como si un incendio hubiese acabado con todo lo que tenía. No le quedaba nada. Era un acto cruel y mezquino.

– El muy cabrón. Olvídalo, Maddy. Puedes comprar cosas nuevas.

– Supongo que sí. -Pero se sentía agraviada. Y resultaría muy caro comprar un guardarropa nuevo.

A pesar de lo afectada que estaba por lo que le había hecho Jack, pasó un fin de semana agradable con Bill. Trató de prepararse para el inevitable encuentro con Jack el lunes, cuando se reincorporase al programa. Sabía que sería difícil trabajar para él, pero le gustaba su empleo y no quería dejarlo.

– Creo que deberías renunciar -sugirió Bill con sensatez-. Hay muchas cadenas que querrían contratarte.

– Por el momento, preferiría dejar las cosas como están -dijo ella, quizá con menos sensatez.

Bill no discutió. Entre el atentado y el robo de sus pertenencias por parte de quien pronto sería su ex marido, Maddy ya había sufrido suficientes situaciones traumáticas en una semana.

Pero no estaba preparada para lo que sucedió el lunes, cuando se presentó en la cadena. Bill la dejó camino de la editorial, y ella entró en el vestíbulo con su tarjeta de identificación y una valerosa sonrisa en los labios. Cuando iba a pasar por el detector de metales, vio por el rabillo del ojo que el jefe de seguridad la estaba esperando. La llevó aparte y le dijo que no podía subir.

– ¿Por qué no? -preguntó ella, sorprendida. Se preguntó si estarían haciendo un simulacro de incendios o si habrían recibido una amenaza de bomba. Hasta consideró la posibilidad de que la amenaza fuese contra ella.

– No está autorizada a subir -dijo el hombre con brusquedad-. Son órdenes del señor Hunter. Lo siento, señora, pero no puede entrar en el edificio.

No se habían limitado a despedirla. También era persona non grata. Si el guardia le hubiese pegado, no la habría sorprendido más. Le habían dado un portazo en la cara. Se había quedado sin empleo, sin posesiones, sin suerte, y por un instante sintió el pánico que Jack deseaba hacerle sentir. Lo único que necesitaba era un billete de autocar a Knoxville.

Respiró hondo, salió a la calle y se dijo que Jack no podría destruirla, por mucho que lo intentase. Todo era un castigo por haberlo abandonado. Se recordó que no había hecho nada malo. Después de las cosas que había soportado, tenía derecho a la libertad. Pero ¿que pasaría si no encontraba otro trabajo? ¿Y si Bill se cansaba de ella? ¿Y si Jack tenía razón y ella no valía para nada? Sin saber lo que hacía, echó a andar en dirección a la casa de Bill. Llegó allí una hora después, completamente exhausta.

Bill, que ya había regresado, notó que estaba blanca como un papel. En cuanto lo vio, rompió a llorar y le contó lo sucedido.

– Tranquilízate -dijo él con firmeza-, tranquilízate, Maddy. Todo se arreglará. Ya no puede hacerte daño.

– Sí que puede. Acabaré en la calle, tal como decía él. Tendré que volver a Knoxville.

Era una idea absurda, pero le habían sucedido demasiadas desgracias en poco tiempo y estaba asustada. A pesar de que tenía dinero en el banco -había ahorrado parte de su sueldo sin contárselo a Jack- y Bill estaba a su lado, se sentía como una huérfana. Era exactamente lo que Jack había previsto. Sabía muy bien que se sentiría angustiada y aterrorizada, y eso era precisamente lo que deseaba. Ahora estaban en guerra.

– No irás a Knoxville. No irás a ninguna parte, excepto a ver a un abogado. Y no será uno de los que Jack tiene en plantilla.

Una vez que Maddy hubo recuperado la compostura, Bill llamó a un abogado, y fueron a verlo juntos esa misma tarde. Había cosas que no podría conseguir, como que Jack le devolviese la ropa, pero lo obligaría a cumplir con el contrato laboral. Jack tendría que compensarla por lo que había destruido, explicó; de ninguna manera iba a librarse de pagarle una indemnización y daños y perjuicios por echarla de la cadena. Mientras Maddy lo escuchaba atónita, el abogado mencionó la posibilidad de pedir una multa millonaria por incumplimiento de contrato. No estaba indefensa ni era una víctima, como había temido en un principio, Jack pagaría caro por lo que había hecho, y también saldría gravemente perjudicado por la publicidad que generaría el conflicto.

– Eso es lo que hay, señora Hunter. Su marido no podría haber hecho las cosas peor. Puede molestarla. Puede causarle disgustos, pero no saldrá bien parado de esta. Es un blanco fácil y una figura pública. Si no accede a darle una indemnización importante, un jurado lo condenará a pagar daños y perjuicios.

Maddy sonrió como una niña con una muñeca nueva. Cuando salieron del despacho del abogado, miró a Bill con una tímida sonrisa. Con él se sentía más segura que nunca.