– ¿Qué piensas hacer con respecto a las ofertas de trabajo? -preguntó Lizzie en el camino a la casa de Bill, que estaba en Sugarbush.

Maddy suspiró.

– Aun no lo sé. Quiero volver a trabajar, pero también me gustaría dedicarme exclusivamente a ti y a Andy durante una temporada. Esta es mi primera y mi última oportunidad para ser una madre a tiempo completo. En cuanto consiga un empleo, volverán a agobiarme con exigencias. No tengo prisa.

Además, tenía que resolver algunas cuestiones legales. Su abogado estaba preparando una demanda contra Jack y su cadena de televisión. Aparte de exigirle una cuantiosa indemnización por despido, le pedirían responsabilidades por calumnias y daños intencionados. Pero, por encima de todo, Maddy quería quedarse en casa durante una temporada para disfrutar de la compañía de Lizzie y Andy. Lizzie comenzaría las clases en Georgetown dos semanas después y estaba muy entusiasmada con la idea.

Llegaron a Sugarbush a las seis de la tarde, justo a tiempo para cenar con los hijos de Bill. Y sus nietos se volvieron locos con el bebé. Andy les sonrió a todos y miró fascinado cómo el más pequeño le hacía palmas.

Después de cenar, Lizzie cogió al pequeño de brazos de su madre y se ofreció para dormirlo. Después de ayudar a la hija y a las nueras de Bill a recoger la mesa y limpiar la cocina, Maddy se sentó con él ante la chimenea y charlaron durante un rato. Cuando todos se retiraron a dormir, Bill sugirió que salieran a dar un paseo. Hacía mucho frío, pero las estrellas relucían y la nieve crujía bajo sus pies mientras caminaban por el camino que había despejado el hijo de Bill. La casa era antigua y cómoda, y saltaba a la vista que todos le tenían mucho afecto. Formaban una familia bien avenida y les gustaba estar juntos. Nadie pareció escandalizarse por la relación de Bill con Maddy. Además de dispensarle una calurosa acogida, se mostraban encantadores con Lizzie y el bebé.

– Tienes una familia maravillosa -comentó ella mientras caminaban tomados de la mano, con los guantes puestos.

Los esquís de todo el mundo estaban alineados en el exterior de la casa. Al día siguiente, si conseguían que alguien se quedase con Andy, Maddy iría a esquiar con Bill. Estaba ilusionada. Era una vida nueva, y sabía que durante un tiempo se le antojaría extraña, pero estaba disfrutando cada minuto.

– Gracias -respondió Bill, rodeándole los hombros por encima del pesado abrigo-. Andy es un niño muy dulce -añadió con una sonrisa.

Era obvio que Maddy adoraba al pequeño. Habría sido un error negarle la posibilidad de vivir esa experiencia. Ella le daría una vida que no habría podido tener con su madre biológica. Dios sabía lo que hacía el día que los había reunido a los tres entre los escombros del centro comercial. ¿Y quién era él para robarle todo eso?, pensó Bill.

– He estado pensando mucho -dijo al cabo de un rato.

Al dar la vuelta para regresar a la casa, Bill notó que Maddy parecía asustada.

– No sé si quiero oír lo que vas a decir. -Sus antiguos miedos brillaron en sus ojos, y desvió la mirada para que él no pudiera ver las lágrimas que empezaban a formarse.

– ¿Por qué no? -preguntó Bill con ternura. Se detuvieron en el camino cubierto de nieve, y él la obligó a mirarlo-. Se me han ocurrido algunas ideas. Pensé que querrías conocerlas.

– ¿Sobre nosotros? -preguntó ella con voz ahogada, temiendo que la relación entre ambos terminara tan pronto, cuando acababa de empezar.

No era justo, pero nada en la vida le había parecido tan inalcanzable como lo que tenía ahora: Bill, Lizzie y Andy. Eran lo único que le importaba. Su vida con Jack parecía una pesadilla.

– No tengas miedo, Maddy -dijo él en voz baja. La sentía temblar entre sus brazos.

– Lo tengo. No quiero perderte.

– No hay garantías contra eso -repuso él con sinceridad-. Tienes por delante un camino mucho más largo que el mío. Pero en este punto de mi vida, creo saber que lo importante no es llegar a destino, ni la velocidad a la que se llega. Lo importante es el viaje. Y quizá no podamos pedir nada más que viajar acompañados y hacerlo bien. Nadie sabe lo que puede encontrar a la vuelta de la esquina. -Al igual que Maddy, había aprendido esa lección de una forma dolorosa-. Se necesita fe para seguir adelante. -Ella todavía no entendía adónde quería ir a parar, y él deseaba tranquilizarla-. No voy a dejarte, cariño. No voy a ninguna parte. Y no quiero hacerte daño.

Claro que ambos se harían daño alguna vez. Pero eso no importaba siempre que no hubiese mala intención. Ambos lo sabían.

– Yo tampoco quiero hacerte daño -musitó, abrazándose a él como si fuese un salvavidas, pero algo más tranquila. Intuía que no tenía nada que temer.

Era una vida nueva, un nuevo día, un nuevo sueño que habían forjado y alimentado juntos.

– Lo que quiero decir -prosiguió él, sonriendo en el frío aire de la noche- es que he pensado que quizá me haga bien jugar al béisbol a los setenta. Andy podrá arrojarme la pelota y yo la atajaré desde mi silla de ruedas.

Maddy lo miró con perplejidad.

– No estarás en una silla de ruedas. -Entonces vio que él reía.

– ¿Quién sabe? Es posible que me destroces. Ya lo has intentado. Una bomba, un bebé, un ex marido loco… sin duda sabes cómo animarme la vida. Pero no quiero limitarme a ser el padrino de Andy. Merece algo más. Todos merecemos algo más.

– ¿Quieres ser su entrenador en la liga infantil? -bromeó ella.

Se sentía como si acabara de llegar un barco que había esperado durante mucho tiempo; de hecho, toda su vida. Con Bill, por fin estaría segura y en buenas manos.

– Lo que intento decir es que quiero ser tu marido. ¿Qué te parece, Maddy?

– ¿Qué dirán tus hijos? -Seguía preocupada, a pesar de que habían sido extremadamente agradables con ella.

– Tal vez digan que estoy loco, y con razón. Pero creo que es lo mejor para los dos… para todos… Lo sé desde hace tiempo, aunque no estaba seguro de qué ibas a hacer tú ni de cuánto tardarías en librarte de Jack.

– He tardado demasiado -repuso ella. Ahora lo lamentaba, pero también sabía que no había sido capaz de actuar más aprisa.

– Ya te lo he dicho, Maddy. No importa la rapidez con que se llegue a destino. Lo que cuenta es el viaje. ¿Y bien? ¿Qué piensas?

– Pienso que soy muy afortunada -murmuró.

– Y yo también -dijo él y le rodeó los hombros con un brazo para conducirla a la casa.

Lizzie, que estaba acunando al bebé, los miró desde una ventana de la planta alta. Como si intuyese su mirada, Maddy alzó la vista, sonrió y saludó con la mano. Bill la detuvo en el umbral y la besó. Para ellos, aquello no era un comienzo ni un final. Lo único que contaba era la vida que compartían y la dicha de saber que el viaje continuaría durante mucho tiempo.

Danielle Steel

Danielle Fernande Dominique Schuelein-Steel n. 14 de agosto de 1947 en Nueva York, EE. UU., es conocida sobre todo por sus novelas románticas como Danielle Steel. Ha vendido más de 530 millones de ejemplares de sus libros a fecha 2005. Sus novelas han estado en la lista de bestseller del New York Times durante más de 390 semanas consecutivas y veintiuna han sido adaptadas para la televisión.