– Respalda la teoría de que pensaba que no tenía otra forma de escapar y de que estaba desesperada. Lo bastante desesperada para dejar huérfanos a sus hijos, e incluso para arriesgarse a que uno de ellos descubriera su cadáver.

Mientras él hablaba, Maddy lloraba y respiraba con gemidos entrecortados. Sabía lo que era sentirse tan angustiada, tan aterrorizada y arrinconada que no parecía haber escapatoria. Si no hubiera sido joven y bonita, y si Jack no la hubiese querido para su cadena de televisión, habría acabado como Janet McCutchins. Y no creía que Jack tuviera razón cuando decía que antes habría matado a Bobby Joe. Había pensado en el suicidio más de una vez en las terribles noches en que él estaba borracho y ella tenía los labios y los ojos hinchados como consecuencia del último acto de violencia. Era fácil comprender lo que había sentido Janet. Entonces recordó las llamadas que había hecho por ella el día anterior desde su despacho.

– Ayer llamé a la Coalición los Las Mujeres y a una línea de ayuda. Mierda, ojalá la hubiera telefoneado anoche. Tuve miedo de que Paul interceptara la llamada y le crease problemas.

– No podías ayudarla, Mad. No te castigues. Esto lo demuestra.

– Maldita sea, esto no prueba nada, Jack. No estaba loca, sino aterrorizada. ¿Y cómo sabes dónde estaba él, o lo que le había hecho antes de que ella se suicidara?

– Es un idiota, pero no un asesino. Apostaría mi vida a que es así -respondió con calma, y Maddy se enfureció aún más.

– ¿Desde cuándo sois tan buenos amigos? ¿Cómo demonios sabes lo que le hizo? No tienes ni idea de lo que es vivir así.

Sentada a la mesa de la cocina, lloró por una mujer que apenas conocía pero que había recorrido el mismo camino que ella. Maddy sabía que era una de las afortunadas sobrevivientes. Janet no había tenido tanta suerte.

– Sé lo que es vivir así -respondió él con suavidad-. Cuando me casé contigo, tenías pesadillas espantosas y dormías en posición fetal, protegiéndote la cabeza con los brazos. Lo sé, pequeña, lo sé… Yo te salvé…

– Sé que lo hiciste -respondió ella, sonándose la nariz y mirándolo con tristeza-. Nunca lo olvidaré… Pero siento compasión por Janet… Piensa en lo que habrá sentido antes de suicidarse. Su vida debió de ser un horrible martirio.

– Supongo que sí -dijo él con frialdad-, y lo lamento por Paul y los niños. Será un duro trance para todos. Espero que la prensa no se ensañe con el caso.

– Yo espero que algún reportero joven lo investigue y saque a la luz lo que él le estaba haciendo. No solo por ella, sino por todas las mujeres que siguen vivas y se encuentran en la misma situación.

– Es difícil entender por qué no se marchó si las cosas iban tan mal como decía. Podría haberlo dejado. No necesitaba suicidarse.

– Puede que ella creyera que sí -sugirió Maddy, comprensiva. Pero Jack permaneció impasible.

– Tú escapaste, Maddy. ¡Ella podría haber hecho lo mismo! -dijo con firmeza.

– Tardé ocho años en decidirlo, y tú me ayudaste. No todo el mundo tiene tanta suerte. Y yo escapé por los pelos y con la ayuda de Dios. Si hubiera seguido un año más con él, tal vez me habría matado.

– Tú no lo hubieses permitido. -Jack parecía convencido, pero Maddy no lo estaba tanto.

– Dejé las cosas como estaban durante mucho tiempo, hasta que apareciste tú. Mi madre se resignó a la situación hasta que mi padre murió. Y te juro que luego lo echó de menos hasta el final de sus días. Esas relaciones son más patológicas de lo que la gente cree, tanto para el agresor como para la víctima.

– Interesante interpretación -repuso él, otra vez con escepticismo-. Creo que algunas personas buscan los malos tratos, o los esperan, o los permiten, sencillamente porque son demasiado débiles para hacer algo al respecto.

– Tú no sabes nada del tema, Jack -dijo Maddy con voz tensa mientras salía de la cocina y se dirigía a la planta alta a buscar el bolso y la chaqueta.

Bajó con una americana azul marino de impecable corte y se puso pequeños pendientes de diamantes. Siempre estaba perfectamente arreglada y vestida, tanto en casa como en el trabajo. Nunca sabía con quién podía cruzarse, y la gente la reconocía en todas partes.

Esa mañana fueron en silencio hasta la cadena de televisión. Maddy estaba molesta por algunas cosas que había dicho Jack, y no quería discutir con él. Pero Greg la estaba esperando en el despacho: había leído la noticia y parecía angustiado.

– Lo siento, Maddy, debes de sentirte fatal. Sé que querías ayudarla. Pero es posible que no lo hubieras conseguido.

Era obvio que intentaba consolarla, pero ella se volvió y saltó en cuanto terminó de hablar.

– ¿Por qué? ¿Porque era una psicótica, como todas las mujeres maltratadas, y deseaba cortarse las venas? ¿Eso es lo que crees?

– Lo único que digo es que tal vez estuviese demasiado asustada para escapar, como alguien que se queda paralizado de miedo en el campo de batalla. -No pudo evitar añadir-: ¿Por qué crees que lo hizo? ¿Porque él la maltrataba, o porque estaba desequilibrada?

La pregunta enfureció a Maddy.

– Es lo que piensa Jack, lo que piensa la mayoría de la gente: que casi todas las mujeres que se encuentran en esa situación están locas de antemano, con independencia de lo que les hagan sus maridos. Nadie entiende por qué esas mujeres no se marchan. Bueno, algunas no pueden… simplemente no pueden… -Rompió a llorar, y Greg la rodeó con sus brazos.

– Lo sé, cariño, lo sé… Lo siento… Pero puede que no hubieras podido salvarla. -Hablaba con tono tranquilizador y su abrazo reconfortó a Maddy.

– Yo quería… quería… ayudarla… -Los sollozos se hicieron incontrolables cuando pensó en lo mucho que debía de haber sufrido Janet para llegar a esa decisión y en la angustia que estarían sintiendo sus hijos por la pérdida de su madre.

– ¿Cómo vas a presentar la noticia? -preguntó Greg cuando ella recuperó la compostura.

– Me gustaría hacer un comentario sobre las mujeres maltratadas -respondió con aire pensativo mientras Greg le tendía una taza de café.

– Han eliminado esa sección del programa, ¿recuerdas?

– De todas maneras, le diré a Jack que quiero hacerlo -dijo con firmeza, y Greg meneó la cabeza-. Me gustaría destruir a McCutchins.

– Yo en tu lugar no haría nada parecido. Y Jack no te permitiría hacer un comentario al respecto. Da igual que te acuestes con él todas las noches, hemos recibido órdenes de arriba. Nada de comentarios políticos o sociales; solo noticias objetivas. Lo contaremos como sucedió, sin añadidos.

– ¿Qué va a hacer? ¿Despedirme? Además, esta es una noticia objetiva. La mujer de un senador comete un suicidio después de ser maltratada por su marido.

– Si conozco a Jack, te aseguro que no permitirá que digas eso, ni que comentes el tema a menos que tomes la cadena a punta de pistola. Y francamente, creo que eso no le gustaría, Maddy.

– Lo sé, pero pienso hacerlo de todas maneras. Por el amor de Dios, salimos en directo, no pueden cortarme sin causar una rebelión o un escándalo. Así que haremos un último comentario y luego pediremos disculpas. Si Jack se enfada, aguantaré el chaparrón.

– Eres una mujer valiente -dijo Greg con la gran sonrisa blanca que encandilaba a las mujeres con las que salía. Era uno de los solteros más cotizados de Washington, y con razón. Era inteligente, apuesto, honrado y con éxito, una combinación altamente deseable. Y de una manera totalmente inocente, Maddy estaba loca por él; le encantaba trabajar a su lado-. Yo no me atrevería a desafiar a Jack Hunter ni a quebrantar una de sus normas.

– Yo tengo influencias -repuso ella esbozando su primera sonrisa desde que había leído la noticia del suicidio de Janet McCutchins.

– Sí, y las mejores piernas de la cadena. Eso tampoco viene mal -bromeó.

Pero a las cinco de la tarde, cuando ella y Greg salieron en antena por primera vez, Maddy estaba nerviosa. Se la veía tan serena y compuesta como de costumbre, con su jersey rojo, su impecable peinado y sus sencillos pendientes de diamantes. Pero Greg la conocía lo bastante bien para detectar su ansiedad durante la cuenta atrás.

– ¿Lo harás? -preguntó pocos segundos antes de salir al aire.

Ella asintió con la cabeza y luego, citando la cámara tomó un primer plano suyo, sonrió, se presentó y presentó a su colaborador. Transmitieron las noticias como siempre, trabajando en perfecta armonía y por turnos. Por fin Greg, sabiendo lo que seguía, giró su silla, y la cara de Maddy se volvió instantáneamente seria mientras miraba a la cámara.

– En el informativo de hoy ha habido una noticia que nos afecta a todos; aunque a algunos más que a otros. Es la noticia sobre Janet Scarborough McCutchins, que se suicidó en su casa de Georgetown dejando tres hijos. Sin duda es una tragedia, y nadie puede decir con seguridad que sufrimientos empujaron a la señora McCutchins a quitarse la vida, pero hay preguntas que no pueden pasarse por alto y que quizá nunca tengan respuesta. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué terrible angustia sufrió en ese momento y antes? ¿Y por qué nadie escuchó o vio su desesperación? En una conversación reciente, Janet McCutchins me confesó que había estado hospitalizada durante una breve temporada a causa de una depresión. Pero una fuente cercana a la señora McCutchins ha informado que lo que la indujo a suicidarse podría haber sido un caso de violencia doméstica. Si es así, Janet McCutchins no sería la primera mujer que se quita la vida en lugar de huir de una situación de malos tratos. Tragedias como esta suceden demasiado a menudo. Es posible que Janet McCutchins tuviese otras razones para suicidarse. Quizá su familia, o su marido, sus amigos íntimos o sus hijos sepan por qué lo hizo. Pero su muerte nos recuerda que algunas mujeres se enfrentan al dolor, el miedo y la desesperación. Yo no puedo decirles por qué ha muerto Janet McCutchins. No estoy en posición de hacer conjeturas. Nos han dicho que dejó una carta para sus hijos, y estoy segura de que jamás nos enteraremos de su contenido.

»Pero no podemos menos de preguntarnos por qué cuando una mujer llora el mundo hace oídos sordos y muchos de nosotros decimos: “Debe de pasarle algo… Puede que esté loca”. ¿Y si no lo está? Todos los días mueren mujeres por voluntad propia o en manos de aquellos que las maltratan. Y con excesiva frecuencia no les creemos cuando nos cuentas sus sufrimiento, o les restamos importancia. Quizá sea demasiado doloroso escucharlas.

»Las mujeres que hacen estas cosas no están locas ni desequilibradas, no fueron demasiado holgazanas o tontas para marcharse. Tenían miedo de hacerlo. Eran incapaces. A veces, estas mujeres prefieren quitarse la vida. O consienten la situación durante demasiado tiempo y dejan que sean sus maridos quienes las maten. Eso ocurre. Es un hecho. No podemos volverles la espalda a esas mujeres. Debemos ayudarlas a encontrar una salida.

»Ahora les pido que recuerden a Janet McCutchins. Y la próxima vez que se enteren de una muerte como esta, pregúntese ¿por qué? Y al hacerlo, guarden silencio y escuchen la respuesta, por aterradora que sea.

»Les ha hablado Maddy Hunter. Buenas tardes.

Pasaron directamente a la publicidad y todo el mundo en el estudio se volvió loco. Nadie se había atrevido a interrumpirla, e hipnotizados por sus palabras no habían hecho una pausa para los anuncios. Greg sonrió y chocó los cinco con ella, que respondió con otra gran sonrisa.

– ¿Qué tal he estado? -preguntó con un murmullo ahogado.

– Como dinamita. Calculo que recibiremos una visita de tu marido en aproximadamente cuatro segundos.

Y así fue: Jack irrumpió en el estudio como un tornado, temblando con violencia mientras se aproximaba a Maddy. Se detuvo a escasos centímetros de ella y le gritó en la cara:

– ¿Te has vuelto completamente loca? ¡Paul McCutchins va a buscarme la ruina!

Maddy palideció, pero no retrocedió. Se mantuvo firme, aunque también ella estaba temblando. Solía asustarse cuando él -o cualquier otra persona- se enfurecía con ella, pero esta vez pensó que había merecido la pena.

– He dicho que una fuente cercana dijo que podría haber un caso de violencia doméstica. Por Dios, Jack, yo vi sus cardenales. Ella me dijo que él le pegaba. ¿Qué conclusión sacas cuando comete un suicidio al día siguiente? Lo único que he hecho es pedir a la gente que reflexione sobre las mujeres que se quitan la vida. Legalmente, no podrá hacernos nada. Si fuese necesario, yo podría testificar sobre lo que Janet me contó.

– Y es muy probable que tengas que hacerlo, ¿Estas sorda? ¿No sabes leer? ¡Dije que nada de comentarios, y hablaba en serio!

– Lo lamento, Jack. Tenía que hacerlo. Se lo debía a Janet y a otras mujeres en su situación.

– Oh, por el amor de Dios…