Después hicieron el amor otra vez. Más despacio, más tiernamente y para Natalie todo volvió a ser nuevo. Desconocía lo placentero que podía ser para un hombre y una mujer porque antes no conocía a Chase. Él le había desvelado un aspecto distinto de su naturaleza, la pasión que se escondía dentro de ella. Una pasión que iba a ser de Chase y únicamente de él.

Chase la miraba desde la cama. Ella se había puesto un polo de su armario, que realzaba las deliciosas curvas de su trasero y se dedicaba a explorar la habitación.

– Has estado en muchos sitios. Yo nunca he viajado.

Chase sonrió.

– Entonces, tendremos que cambiar eso. Cuando vuelvas al trabajo el lunes, creo que deberías conseguir algunos días de vacaciones. Quiero llevarte a un sitio.

– Pero no puedo. Yo…

– ¿Por qué no? El día que fui a la oficina, John me comentó que nunca te tomabas días libres. Me dijo que Edward y tú ni siquiera pensabais ir de luna de miel.

– Edward detesta las vacaciones. No es un hombre que sepa relajarse.

– Pero yo sí. ¿Adonde te gustaría ir? ¿Tahití, Las Canarias? ¿Qué te parecen las Islas Griegas?

Natalie volvió a la cama sonriendo, se acurrucó contra él y le echó una pierna por encima de las caderas.

– ¿Por qué no nos quedamos aquí? Dos semanas juntos en la cama. Hay muchos lugares que todavía quiero explorar.

– Eso suena de maravilla. ¿Cuándo empezamos?

– Me muero de hambre -dijo ella de repente-. Parece que no haya comido hace días. ¿Sabes cocinar?

– Eso digo yo, ¿sé cocinar?

– Será mejor que sepas que yo no. Como regalo de bodas, la señora Jennings iba a contratar a un ama de llaves para mí. De modo que, como no sepas cocinar, tampoco vamos a comer demasiado bien.

– En este momento, no me importa la comida -murmuró él.

Con una risilla, Natalie se zafó de él y salió de la cama. Luego se acercó al escritorio.

– Necesito un papel. Voy a hacer una lista de la compra.

Chase gruñó y rodó a un lado. La sábana con que se cubría cayó de sus caderas.

– Podemos pedir que nos la traigan. Vuelve a la cama, Natalie.

– No, quiero preparar la cena. Será otra experiencia nueva para mí.

Registrando el escritorio, tropezó con un ejemplar del boletín interno de las Donnelly Enterprises.

– ¿Te has leído esto?

– Sí, los he leído todos.

Natalie lo abrió y le señaló una foto.

– Aquí estoy yo. La verdad es que no me gusta esta fotografía. Me hace parecer demasiado femenina y muy poco ejecutiva.

– ¿Me dejas que la vea? -preguntó Chase.

Sentía un vago cosquilleo en el fondo de su mente.

– Es el último número. Salió hace dos o tres semanas.

– Te digo que lo he leído. Y también el artículo sobre ti.

– Es raro que lo leas y luego…

Natalie se puso pálida.

– Lo leí, pero no me fijé en ti en ese momento. O quizá sí -añadió, empezando a preocuparse-. Y luego, unas cuantas noches después, soñé contigo.

Natalie se apartó de él, los ojos clavados en la foto.

– Entonces… no era el destino. No soñaste con la mujer con quien te ibas a casar. Soñaste con la mujer que acababas de ver en el boletín de la empresa.

Chase no sabía qué decir. En el instante en que vio la fotografía había llegado a la misma conclusión. Nana había plantado una semilla en su mente y él sólo tuvo que soñar con una mujer. Pero, ¿de verdad era la mujer con quien iba a casarse?

– En mi sueño eras tú, no otra, Natalie. Eso es lo único que importa.

Chase deseaba disipar sus temores, pero incluso él tenía dudas. Natalie sacudió la cabeza. Despacio, se alejó de la cama.

– No, no es lo único que importa. Se suponía que esto era el destino, hiciste que lo creyera.

Chase saltó de la cama con la sábana en torno a la cintura.

– ¿Y qué pasa si no lo fuera? Estamos juntos, somos felices y yo te quiero.

– ¿Ah, sí? -dijo ella desafiante-. ¿O sólo crees que me quieres? ¿No te habrás convencido de que me quieres sólo porque tu abuela te metió en la cabeza una idea fantástica? Y no me digas que no porque también tienes tus dudas, ¿verdad?

– Muy bien -dijo él, tomándola de la mano-. Quizá me haya obsesionado. Pero olvídate del sueño y de los vaticinios de mi abuela. Piensa en nosotros, en que estamos juntos. Piensa en lo que compartimos, en quiénes somos.

Natalie cerró los ojos, apartó la mano de él y se la puso bajo la barbilla. Entonces, lo miró directamente a los ojos.

– Yo sabía quién era. Y sabía exactamente lo que quería hasta que apareciste tú y me convenciste para que cambiara. ¿Por qué no me dejaste en paz?

– ¡Maldita sea, Natalie! Esto no supone ninguna diferencia.

– Mírame y dime que lo crees. Que no piensas que todo eso del destino es un montón de porquería.

Chase no le podía decir eso, no podía mentirle. Se había dejado llevar por un sueño que ni siquiera era un sueño en realidad. Ahora que la realidad empezaba a imponerse a su alrededor, no sabía qué hacer.

– Lo único que necesitamos es tiempo para pensar.

– Todo esto es un gran error. Quizá hubiera debido casarme con Edward desde el principio.

Chase maldijo en voz alta.

– No es posible que pienses eso, Natalie. No después de lo que acabamos de compartir.

– ¿Y tú cómo lo sabes? -dijo con una voz que temblaba de emoción y con lágrimas en los ojos-. No puedes estar mas seguro que yo -añadió sollozando.

Natalie empezó a recoger su ropa, desperdigada por el suelo.

– Tengo que salir de aquí. Tengo que encontrar un sitio tranquilo para pensar.

– Natalie, no tienes que irte. Esto es algo que debemos pensar juntos.

– Yo te creí -gritó ella-. Creí que verdaderamente estábamos destinados el uno al otro, aunque nunca antes había creído en el destino. Acabo de descubrir que es un error. ¿Cómo he podido ser tan ingenua?

– ¡Esto no ha sido un error!

– No pensé. Algo extraño me pasó al conocerte y… me volví loca. Yo no soy así. Yo no actúo precipitadamente, no soy una mujer que se meta en la cama por capricho, ¡no soy una mujer apasionada!

Natalie acabó de vestirse de cualquier manera. Chase la siguió a la puerta.

– ¡Natalie espera! Me visto y voy contigo.

Natalie no miró hacia atrás.

– Necesito estar sola.

Chase cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. ¿Qué demonios había pasado allí? Después de que todo estuviera arreglado entre ellos y ¡ahora esto! ¿De verdad significaba que su sueño había sido un error? No podía negar las dudas que le habían acosado al ver la foto, pero eso no tenía nada que ver con el amor que sentía por Natalie.

Nunca había experimentado una atracción tan intensa, un deseo tan fulminante hasta que la había conocido. Natalie se había convertido en parte de su futuro, Chase supo desde el momento en que entró en el ascensor que algún día se casaría con ella.

Pero ¿cuánto era realidad y cuánto sólo fantasía? ¿Acaso Natalie siempre había estado en su subconsciente, esperando el momento de salir a la superficie? Se apretó la frente con la mano.

– ¿Eso que llevas puesto es una sábana?

Chase abrió los ojos y, para su asombro, vio que era su abuela la que lo miraba desde los escalones del porche.

– ¡Nana Tonya! ¿Qué haces aquí?

– ¿Evitar que te arresten por indecencia pública, quizá?

Chase sonrió avergonzado y se subió la sábana que había empezado a resbalar por sus caderas.

– Lo siento. Estaba…

– ¿En la cama? ¿A mediodía?

– No hagas preguntas. No me gustaría explicarle a mi abuela mi vida sexual. Además, eres tú la que tienes que dar explicaciones.

– ¿Yo?

– ¿Por qué no entramos? Así me dices a qué has venido. Y no quiero oír que has tenido otra de tus visiones.

Nana entró en la casa y se quitó los guantes con gestos impacientes.

– Estoy aquí porque me invitaste a cenar contigo. ¿Y cómo me recibes? Llego y me encuentro con que has estado… haciendo un poco el salvaje, ¿no es así como lo decís?

Chase no pudo contenerse y se echó a reír, no sólo por los comentarios, sino por el gracejo con que los pronunciaba.

– Será mejor que no digas una palabra, Nana. Todo esto ha sido por tu culpa.

– ¿Tu vida sexual es culpa mía? Vaya, eso sí que es nuevo para mí.

– Me refiero al sueño. ¿Recuerdas la visión que tuviste? Esa misma noche, la de tu fiesta de cumpleaños, soñé con una mujer preciosa. Y, al día siguiente, me tropecé cara a cara con ella.

Nana Tonya se llevó una mano al corazón.

– ¿De verdad? ¿Has conocido a la mujer con quien vas a casarte?

– Yo creía que sí. ¡Demonios! Incluso he sido responsable de que rompiera su compromiso con otro hombre. Pero entonces, justo antes de que tú llegaras, todo se ha fastidiado. El destino es una patraña.

Nana avanzó y estiró el cuello para echar un vistazo al dormitorio.

– ¿Ella sigue ahí?

– No, se ha ido a dar un paseo. Mira, acabamos de descubrir que no apareció en mi sueño por las buenas. La había visto antes, al menos en fotografía, en el boletín de la empresa.

– ¿Y cuál es el problema?

– Porque eso significa que el destino no tuvo nada que ver con mi sueño.

Nana movió la mano y chasqueó la lengua.

– Pero tú la quieres, ¿no?

Chase le había dicho esas palabras impulsivamente a Natalie unos momentos antes para luego ponerlas en duda. Sin embargo, nunca había analizado la verdadera profundidad de sus sentimientos.

Tras un momento de reflexión, encontró su respuesta.

– Sí, la quiero. Me enamoré de ella en el momento en que la vi.

Nana se acercó a él y le clavó un dedo en el pecho.

– Entonces, ¿a qué vienen tantas dudas? Tú amas a esa mujer y yo diría que ella siente algo por ti. ¿Qué haces aquí, hablando con tu abuela cuando deberías estar buscándola?

Chase la miró y sacudió la cabeza con una risa irónica. Nana tenía un talento infalible para ir directa al grano. La besó en la frente y le dio una palmadita en la mejilla.

– Creo que es eso exactamente lo que voy a hacer.

Capítulo 6

La había encontrado aquel mismo día, en un banco desde el que se dominaba el puerto y hablaron. Pero, al final, ella no pudo creer que nada había cambiado entre ellos. Chase acabó llevándola, a ella y a su equipaje, a casa de su hermana.

Natalie se asombraba de que él no se diera cuenta de que todo había cambiado. Ella había depositado su confianza en el destino, en el sueño en que los dos habían creído. Había dejado a un lado el sentido común y la lógica, dos rasgos de su carácter en los que se había apoyado desde siempre. Natalie Hillyard no corría riesgos, no actuaba impetuosa ni irracionalmente. Y, por supuesto, no se enamoraba de un hombre al que apenas conocía.

Natalie contempló por la ventana de su oficina las luces nocturnas de la ciudad bajo una llovizna monótona. Allí la había llevado su impetuosidad. No tenía a Edward y no quería saber nada de Chase. De nuevo estaba sola, abandonada, exactamente igual que veinte años antes, más lejos que nunca de encontrar la seguridad y la familia que siempre había anhelado.

La había encontrado, brevemente, con Edward, sólo que ella no lo amaba. Y la había vuelto a encontrar con Chase, sólo que no había confiado en él.

Cerró sus ojos cansados y se masajeó la frente. Esperaba poder ocupar su mente con trabajo, pero sus pensamientos volvían a Chase y a la sombra de duda que había visto en sus ojos, a sus inquietos intentos de calmar sus temores. Si él no estaba seguro, ¿cómo quería que lo estuviera ella?

Suspiró frustrada y fue a ponerse el abrigo. Aunque no quería volver a la diminuta casa de Lydia, a las miradas de curiosidad y los comentarios de su hermana, tampoco podía quedarse más tiempo en la oficina. Apagó la luz y cruzó el vestíbulo oscuro hacia el ascensor.

– Trabajas mucho.

Natalie se sobresaltó y tuvo que llevarse la mano al pecho. Una anciana se sentaba recatadamente en una de las sillas de espera. Se levantó despacio, apoyándose pesadamente en el bastón y entonces levantó una mano.

– Siento haberte asustado -dijo con un acento que a Natalie no le resultaba familiar-. Pero necesitaba hablar contigo.

Natalie miró a su alrededor, preguntándose cómo había conseguido llegar allí aquella mujer.

– La verdad es que ya me iba a casa. Si tiene algo que tratar con la empresa, puede concertar una cita durante las horas de trabajo.

– He venido para verte a ti, señorita Hillyard.

– ¿Cómo conoce mi nombre?

– Soy Antonia Donnelly, aunque quizá hayas oído hablar de Nana Tonya.

Natalie ahogó una exclamación. Antonia Donnelly era la mayor accionista del clan. Nana Tonya, la abuela de sangre gitana de Chase. Hasta eses momento, Natalie no se había dado cuenta de que se trataba de la misma persona.