A mitad del pasillo, Natalie se detuvo, incapaz de seguir soportando impávida aquella situación ridícula. Miró a Edward, a la señora Jennings, a los invitados, y vio su futuro claro como el agua.

– ¡Qué demonios! -exclamó, limpiándose la nariz con la manga-. ¿De qué tengo miedo?

Los murmullos comenzaron a hacerse audibles.

Lydia se volvió hacia ella, perpleja con la conmoción. Le lanzó a su hermana una mirada de ánimo, pero Natalie negó con la cabeza y se encogió de hombros. Lydia sonrió de oreja a oreja.

– ¡Vete! -gritó.

La señora Jennings se abanicaba frenéticamente con el programa. Aun así, se lanzó hacia Natalie. La novia miró a su hermana una vez más, lanzó una carcajada, tiró el ramo y, subiéndose el vestido echó a correr rezando para que no se hubiera dejado las llaves dentro del coche.

Casi había llegado a la calle cuando vio el Porsche de Chase aparcado junto a su coche. Natalie se detuvo de golpe en mitad de la lluvia. Entonces, Chase se inclinó sobre el asiento del pasajero y le abrió la puerta. Natalie se inclinó para verlo.

– ¿Necesitas que te lleve? -preguntó él con una sonrisa en las comisuras de los labios.

– Yo creo que será lo más conveniente -dijo, oyendo los gritos que atronaban la iglesia.

No sin esfuerzo, Natalie consiguió meterse en el coche, junto con los varios metros de satén chorreante.

– Has venido por mí -dijo con un suspiro cuando pudo quitarse el velo.

Chase se rió entre dientes y le dio un beso en los labios mojados.

– A cualquier hora, esté donde esté.


Una brisa viva rizaba las velas del Summer Day, que cortaba las aguas de un mar picado. Chase viró hacia el canal de Cape Cod. La lluvia había cesado mientras iban a puerto. El sol resplandecía a pesar de que los meteorólogos habían pronosticado tormentas para varios días.

Natalie, aún presa en su vestido de novia, se sujetaba a un estay y contemplaba las aguas bravas. Chase estaba deseando ir a su lado, abrazarla y decirle que había tomado la decisión acertada, pero eso ya lo descubriría ella sola y en su momento. No sabía cuánto tiempo les iba a costar superar todas las inseguridades, pero estaba dispuesto a esperar la vida entera. La amaba y jamás habría otra mujer para él. Natalie le sonrió.

– ¿Adonde vamos?

– A donde el viento quiera llevarnos. Costearemos por si el tiempo vuelve a empeorar y pasaremos la noche cerca de Buzzer's Bay.

Cuando ella volvió a sonreír, Chase pensó que no había visto nada más hermoso en su vida. Y ahora se sentía segura en el barco, donde la familia Jennings no podría encontrarla. Maravillado, la miró mientras ella se desprendía del velo y el viento se lo llevaba por la borda.

– Es igual que en mi sueño -grito ella-. El viento y el velo, eso fue lo que vi cuando soñé con mi boda.

Natalie se acercó, los pies descalzos asomaban por debajo del vestido. Despacio, se llevó una mano a la espalda y comenzó a bajar la cremallera mientras le sonreía tentadora. El sueño de Natalie se había hecho realidad y ahora sucedía con el de Chase, que no podía apartar la mirada de ella mientras se liberaba del vestido y lo lanzaba al mar.

Se había quedado en ropa interior de encaje y volantes, con un liguero y medias blancas. Provocándolo deliberadamente, se quitó el liguero y deslizó las medias hasta sus tobillos. Chase tenía los nudillos blancos de tanto apretar el timón.

Por supuesto, conectó el piloto automático y esperó a que ella llegara. Natalie se lanzó a sus brazos, todo carne suave y curvas dulces, sus lenguas se buscaron, los cuerpos se fundieron en la brisa fría. Natalie se puso a temblar.

– ¿Tienes frío? -le preguntó él.

– Estoy helada, pero tú puedes calentarme.

– ¿Qué voy a hacer contigo? Menuda mujer imprudente, has tirado toda tu ropa por la borda.

– Tendrás algo que pueda ponerme, ¿verdad?

– Nanay. Me gusta lo que llevas, es el uniforme perfecto para el primer sobrecargo.

– ¡Chase! ¡No puedo llegar al paraíso sin ropa!

– ¿Ahí es donde vamos? ¿Al paraíso?

Entonces vio lo que ella llevaba entre los pechos, era su brújula. Natalie la sostuvo en alto y él le pasó los dedos, como si la acariciara.

– Quiero vivir la vida -dijo ella-. Quiero que cada día sea una nueva aventura. Y no pienso conformarme con nada menos que amor absoluto.

– ¿Y tu carrera?

– Estaba pensando que me sentiré feliz si no vuelvo a poner el pie en ese edificio.

– Y yo que pensaba en sentar la cabeza -dijo él, riéndose-. Tengo un despacho en «ese edificio». Quizá deba aprender a usarlo.

Natalie le puso una mano en la mejilla.

– No tenemos por qué decidirlo ahora. Vamos a buscar alguna isla donde estemos solos, podamos correr desnudos por la playa y hacer el amor sobre la arena.

– Un sitio con una iglesia pequeña y blanca donde podamos casarnos.

– El paraíso -dijo ella.


Chase la besó de nuevo. No necesitaba sino lo que tenía, a la mujer que amaba a su lado, el viento en la espalda y el horizonte ilimitado delante de la proa. Fueran donde fueran, siempre se tendrían el uno al otro. Porque había logrado convertir un sueño en realidad y tenía el paraíso entre las manos.

Kate Hoffmann

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