Ella es mi sueño

Ella es mi sueño (1999)

Historia corta incluida en la antología Cuentos de verano 1999

Título Original: She's the one

Sello / Colección: Internacional 192

Capítulo 1

Nubes oscuras atravesaban raudas el cielo empujadas por un viento húmedo del Atlántico. Donnelly se apoyó en la barandilla del porche y contempló las aguas agitadas, siguiendo el curso de una ola espumosa hasta que se disolvió sobre la arena. Recordó las veces incontables en que había contemplado aquel mismo paisaje desde la terraza de la gran casa victoriana de su abuela, soñando aventuras de niño en lugares lejanos. Summerhill había sido como un segundo hogar para él desde que tenía memoria.

Recordaba la primera vez que había llegado con sus dos hermanos. Nana había mandado a su chofer para recogerlos en el momento en que acabaran las clases y llevarlos de Boston a Woods Hole.

El verano comenzaba oficialmente en el momento en que Winston metía el Bentley en el ferry que iba a Martha's Vineyard. Su vida en Boston, tan regular y correcta, desaparecía tras él mientras el verano se alzaba sobre el horizonte con sus resplandecientes aguas azules, sus dunas de arena blanca y su hierba susurrante que se agitaba con el viento. Eran unos días de verano interminables, llenos de aventuras en su pequeño balandro, con sus velas quemadas por el sol y su mástil de madera. La vida nunca había sido tan buena ni tan feliz y él hubiera querido que durara para siempre.

Rió para sí. Según su familia, seguía pasando los veranos igual que cuando era un niño. Su padre decía que nunca había crecido, pero Charles Donnelly III no sabía nada del mayor de sus hijos, Charles IV. De lo único que su padre sabía era de beneficios y pérdidas, de estrategias y maniobras. Conocía los negocios de la familia mucho más íntimamente que a la propia familia.

– ¿Otra vez soñando despierto?

Nana Tonya estaba en la puerta, el pelo de nieve escapándose del moño prieto y azotándole la cara surcada de arrugas suaves.

– No pasará mucho antes de que venga a hacer una visita. Quiero botar el barco el primero de abril.

Nana se acercó despacio, apoyándose pesadamente en su bastón.

– ¿Y luego qué? ¿Te pasarás el tiempo navegando como el verano pasado y el anterior?

Chase aún podía detectar restos de su acento rumano en aquella voz. Le sonrió.

– Pues es una buena idea.

– Tu padre no diría lo mismo.

Chase le pasó una mano por el hombro a su abuela.

– Lo siento, es tu fiesta de cumpleaños. Se supone que somos una familia feliz. Lo último que quería era discutir con mi padre.

Nana le acarició la mejilla.

– Yo no esperaba otra cosa.

– ¿Esa famosa clarividencia tuya ha vuelto a funcionar?


Nana Tonya se enorgullecía mucho de sus orígenes gitanos y de su capacidad para ver el futuro. Al resto de la familia le parecía bochornoso, sobre todo cuando hablaba sin tapujos de sus visiones. Sin embargo, para Chase era encantador.

– Vuestras peleas se han convertido en una tradición familiar.

– Ya sé que soy la diversión de los cumpleaños, vacaciones y demás fiestas.

– No podrás hacerle feliz hasta que no sientes la cabeza y ocupes el lugar que por derecho te corresponde en los negocios de la familia -dijo con un suspiro-. Y él nunca podrá hacerte feliz hasta que no entienda la clase de hombre que eres. Con vosotros dos, nunca hay lugar para llegar a un acuerdo.

– Dime, ¿qué ves en mi futuro, Nana? -bromeó él.

– No tengo respuestas para tus preguntas, Chase.

– De acuerdo. ¿Qué tal algún consejo sobre cotizaciones? Me has dirigido bien en más de una ocasión y he ganado montones de dinero. Me conformo con el resultado del béisbol. ¿Van a ganar los Sox el partido inaugural del verano?

Nana le acarició otra vez la mejilla y se volvió a mirar al océano.

– Ya sabes que mis visiones no son como la tele. No puedo apagarlas y encenderlas cuando me apetece.

– ¿Y tú? ¿Cómo pudiste encontrar un sitio en esta familia, Nana? Me extraña que con tu sangre gitana te casaras con una familia bostoniana tan tradicional y estirada.

– Me enamoré de tu abuelo y él de mí.

Recuerdo cuando Charles le dijo a su familia que quería casarse conmigo. Siempre fue un rebelde, pensaban que me había escogido precisamente porque era la menos apropiada. Tú te pareces mucho a mi Charles -dijo ella con una sonrisa de añoranza.

– Pero tú hiciste que funcionara, Nana. Conseguiste encajar.

– Sólo porque, para mí, la familia es lo más importante del mundo.

Nana se quedó contemplando las olas. Entonces, se estremeció y frunció el ceño.

– Esta noche soñarás con la mujer con quien vas a casarte.

Chase parpadeó, pero su risa murió en el viento.

– Vamos, Nana. No me gastes bromas.

– Lo he visto -dijo ella encogiéndose de hombros-. Ahora mismo.

– ¿Hablas en serio?

– Puedes creer lo que más te plazca.

– Siempre me tomo muy en serio tus visiones porque siempre tienes razón. Pero yo quería alguna pista para la bolsa, no estoy buscando esposa.

Nana se colgó del brazo de su nieto.

– Una esposa te haría mucho bien, Chase Donnelly. Ahora debemos entrar. Seguramente tu madre le habrá prendido fuego a mi tarta y debo formular un deseo y poner buena cara por haber cumplido un año más.

Volvieron al interior de la casa tomados del brazo, todos guardaron silencio al ver a Chase. Seguían sentados en torno a la mesa, igual que quince minutos antes. El padre de Chase, sus dos hermanos menores y sus esposas con sus mejores vestidos de diseño.

Siempre rebelde, Chase se había presentado con pantalones de deporte arrugados y un polo viejo.

– Aquí está la dama de la casa -anunció el padre, levantándose de la cabecera de la mesa.

Tomó la mano de Nana sin perder ocasión de lanzarle una mirada furiosa a su hijo.

– Quizá ahora podamos comportarnos como adultos.

– Mejor que no -dijo Chase sentándose en su sitio-. Nana se merece ver a nuestra familia en su estado natural, ¿no creéis?

– Será mejor que no -dijo su madre-. Nana, no deberías haber salido sin tu chal. Vas a pillar un resfriado de muerte.

– Después de noventa años, ¿no crees que soy mayorcita como para cuidar de mí misma, Olivia? Chase y yo hemos tenido una charla muy agradable.

– ¿Ya te ha estado pidiendo las cotizaciones de la bolsa? -preguntó John.

Era el mediano de los tres, el más parecido al padre; conservador, engreído y cínico. Patrick, el más joven, aún no había revelado su verdadera personalidad. Aunque demostraba cierta inclinación hacia John, de vez en cuando seguía tomando como modelo a Chase.

Nana empezó a apagar las velas, pero tuvo que dejar gran parte de la tarea para Olivia.

– Le he dicho a Chase que esta noche soñará con la mujer con la que va a casarse.

Mientras la abuela sonreía, todos los ojos se centraron en él. Patrick estaba boquiabierto.

– ¿Chase casado? Antes apostaría mi dinero por la bancarrota de las Donnelly Enterprises.

– ¿Por qué te parece tan difícil de creer? -dijo Chase-. ¿No crees que llegará el día en que siente la cabeza? Me gustaría conocer a una mujer y casarme, no soy distinto del resto de los hombres -añadió a la defensiva.

– Claro -replicó John-. Serías un marido estupendo si fueras capaz de quedarte más de una semana en el mismo sitio y de conformarte con una mujer.

– Cuando conozca a la mujer adecuada, lo sabré. Sólo que aún no ha sucedido.

– Me sorprendería que la encontraras -dijo John.

– Chicos, es el cumpleaños de Nana -intervino Olivia-. ¿No podemos cambiar de tema?

Por lo general, era el padre quien intermediaba, pero estaba demasiado entretenido viendo el enfrentamiento de sus hijos.

– Careces de las más mínima aspiración en tu carrera -continuó John a pesar de su madre-. Pasas de una cosa a otra como si nada.

– No quiero trabajar en el negocio de la familia -contestó Chase-. Pero eso no significa que no trabaje.

– ¿Cómo puedes considerar ese negocio de importación una carrera? -dijo Patrick, uniendo fuerzas contra la oveja negra-. ¿Cuánto ganas al año?

– ¡Un vendedor de quesos! -exclamó John-. Eso cuando no navega alrededor del mundo persiguiendo mujeres. ¿Cuánto te parece a ti que puede ganar?

– Tengo intereses en una empresa que importa comida de gourmet y vino, no sólo quesos -dijo Chase, esforzándose por mantener la calma-. ¿He de recordaros que el tatarabuelo vendía leche y queso de puerta en puerta con una carretilla?

Nuestra familia mantiene una antigua relación de negocios con el queso.

– ¿Tener un pequeño negocio de importación no se parece ni de lejos a dirigir una división de las Donnelly Enterprises. ¿Cuándo fue la última vez que pusiste un pie en nuestras oficinas? -preguntó John.

– No me acuerdo de la última vez que fui invitado -contestó Chase.

El padre tiró la servilleta sobre la mesa y se levantó maldiciendo en voz baja.

– Pues ahora te invito, maldita sea. Eres accionista y miembro de la junta. Ya es hora de que demuestres algún interés por el negocio. Te presentarás en el despacho de John mañana por la mañana.

– ¿Es una orden?

La expresión del padre se volvió gélida.

– Haz lo que quieras, pero si quieres conservar tu asiento en la junta, te sugiero que dediques unos cuantos días a la semana a aprender un poco más del negocio de la familia -dijo antes de salir del comedor.

Otro silencio incómodo se adueñó de la mesa. Nana miraba a Chase con una expresión curiosa. Como de costumbre, las esposas de John y de Patrick empastaron unas sonrisas educadas en sus labios, manteniéndose a una distancia segura de las riñas familiares. Y Oliva, la eterna forjadora de la paz, se aclaró la garganta antes de empezar a cortar la tarta.

– ¿Por qué no tomamos la tarta con un café en el solarium? -sugirió animadamente.

Todos se levantaron excepto Nana y Chase.

– No sé por qué tengo la impresión de que has sido tú la que ha orquestado todo esto -dijo él cuando se quedaron solos.

– Cree lo que más te plazca -dijo ella con una sonrisa enigmática en los labios.


Esa misma noche, más tarde, cuando dormía en su vieja habitación cargada de recuerdos de su infancia, Chase soñó con una mujer con el pelo del color del lino hilado y los ojos azules como un atolón del Pacífico. Estaba de pie, en la proa de su velero, la brisa agitaba su vestido largo y blanco, el sol había dorado su piel.

Ella sonreía y caminaba hacia Chase, pronunciando su nombre como si fuera el canto de una sirena. Cuando estuvo lo bastante cerca, él levantó una mano y empezó a desabrocharle el vestido. La tela cayó de sus hombros y se arremolinó a sus pies antes de que la brisa salada la atrapara y se la llevara por la borda. Ella se echó a reír con un sonido dulce y musical que el viento esparcía.

Y entonces cayó entre sus brazos, toda piel cálida y curvas suaves. Él la besó. Chase supo que nunca podría separarse de aquella mujer, de aquel deseo, de su esposa.


– ¡Estamos hablando de una boda, no de una OPA hostil!

Natalie Hillyard no respondió al principio, sino que siguió caminando por la acera, esquivando peatones a la hora de comer por las calles de Boston. Su hermana Lydia trataba de mantenerse a su altura, pero cuando llegaron al vestíbulo del Edificio Donnelly, se encontraba sin aliento y con las mejillas sonrosadas por el frío. Al fin, Natalie se detuvo y le dio la oportunidad de recuperarse.

– No entiendo por qué te parece tan sorprendente. Tengo toda mi boda plasmada en un organigrama. Le he puesto fecha a todas las decisiones, a cada compra, a cada acontecimiento con el minuto preciso y su exacto precio en dólares. Y el organigrama dice que tú y yo tenemos que visitar al florista exactamente a las cinco y treinta y siete, p. m. ¿Te vas a quitar esa mecha morada del pelo para el mes que viene?

Lydia se tocó el pelo. Nadie habría adivinado que eran hermanas. Natalie llevaba un traje de chaqueta y un sobretodo de cachemira. Salvo por la mecha morada, Lydia vestía enteramente de negro, encajando con su imagen de estudiante de arte.

– Bueno, quizá tu organigrama debería haberte dicho que me llamaras con unos cuantos días de antelación para hacérmelo saber. No puedo ir, Natalie. Tengo clase.

– Tengo todas tus clases en mi programa de horarios y no tienes clase esta tarde. Eres mi dama de honor, Lydia. La norma es que me ayudes con estas cosas.

– Nat, esto es una boda. El día más importante de tu vida. No tienes por qué hacerlo todo según las normas y al pie de la letra.

Frustrada, Natalie se sentó en un banco de mármol. Al cabo, la tensión de los preparativos estaba pasándole factura.