– ¿Qué ascensor? Nat, estás desvariando y tú nunca desvarías.
– ¿Crees que me habrá seguido? No, imposible -se contestó ella misma-. Estaba aquí cuando yo he llegado. Sólo es una… coincidencia. El destino -murmuró-. El destino -repitió recordando sus palabras.
– ¿Por qué te escondes tras los tiestos? Seguramente no te reconocerá.
– ¡Sí que me reconocerá! Dice que tengo que casarme con él, que me ha visto en sus sueños. No sé, tenía algo que ver con la tarta de cumpleaños de su abuela. La verdad es que no acabo de entenderlo. Es un poco… agobiante.
– ¿Bromeas? ¿Tu jefe te ha dicho que tienes que casarte con él? ¿Es que está loco?
– Lo más seguro. Pero no es mi jefe, sólo un pariente. Quizá por eso nunca vaya a la oficina, quizá la familia lo tiene ingresado en una institución mental. ¿De verdad un tipo tan guapo puede estar loco? Tiene unos ojos de lo más amables y un hoyuelo en la barbilla y…
Lydia abandonó el escondrijo, pero Natalie tiró de ella otra vez.
– ¿Adonde vas?
– Voy a investigar.
– Si hablas con él, dile que me deje en paz. Dile que estoy comprometida.
Natalie vio cómo su hermana se acercaba al mostrador. Lydia siempre había sido más positiva y segura de sí que ella, más dispuesta a correr riesgos. Y siempre se había sentido más cómoda con los desconocidos, sobre todo con los hombres.
Al principio, Lydia lo estudió con disimulo. Pero luego, para consternación de Natalie, entabló conversación. Cuando vio que charlaban amigablemente, Natalie sintió una punzada de algo muy parecido a los celos. Les dio la espalda.
¿Qué le estaba pasando? Aquellas sensaciones extrañas no hacían más que confundirla y asustarla. Jamás había actuado de una manera tan irracional, pero aquel hombre sacaba a la superficie defectos de carácter que desconocía poseer.
– ¿Natalie?
Cuando se dio la vuelta, vio horrorizada que Lydia avanzaba hacia ella seguida de Chase. Frenéticamente, Natalie calculó sus probabilidades de escapar. Pero no podía salir corriendo, tenía que poner punto final a aquella situación ridícula lo antes posible.
– ¡Nat, mira a quién acabo de conocer! ¡Es Chase Donnelly! Chase, ya conoces a mi hermana, Natalie Hillyard.
Con una sonrisa revoloteando en las comisuras de sus labios, Chase extendió la mano, retándola una vez más a poner sus dedos en ella. Natalie estaba extasiada con su atractivo, con la mirada de sus vibrantes ojos verdes, con el hoyuelo de su mentón. Su mente era un torbellino de confusión, atracción y frustración.
– Me alegro de volver a verte, Natalie -dijo él en un tono guasón.
Su mano era cálida y fuerte; un cosquilleo, que empezaba a ser familiar, le subió a Natalie por el brazo, Notó que se sonrojaba y luchó por encontrar su voz. Cuando trató de retirar la mano, él se la retuvo.
– ¿Qué… hace aquí… señor Donnelly? -Pasaba por aquí a encargar unas flores para mi abuela.
– ¿Has oído, Nat? -dijo Lydia-. Está comprando flores para su abuela, ¡qué bonito! No me parece que sea cosa de locos -añadió bajando la voz.
– Sí -dijo Natalie-. Muy bonito.
Chase pasó lentamente la yema del pulgar sobre el dorso de su mano. Natalie sintió que se perdía en la simple felicidad de aquella caricia.
– No sabes lo que me alegro de que tengamos Otra oportunidad para vernos. Así podré disculparme por mi comportamiento de esta tarde en el ascensor. Estoy seguro de que debo haberte parecido un loco de atar.
– Sí. Quiero decir, no. En absoluto.
– ¿Sería mucho atrevimiento preguntarte si te importa venir a tomar un café conmigo cuando termines aquí? Quisiera compensarte por las molestias.
– Sí. Me refiero a que no sería mucho atrevimiento.
– Bien. Entonces, te espero en el Jitterbug dentro de media hora. Está en esta misma manzana.
– Jitterbug -repitió ella como una autómata-. Sí, en esta misma manzana.
Entonces él le soltó la mano y se dirigió a la puerta. Se volvió una vez para mirarla antes de salir. Natalie no supo el tiempo que se quedó allí, mirando hacia la puerta y frotándose el dorso de la mano. Si no hubiera sido por Lydia, se habría pasado toda la tarde allí.
– ¡Ay, Dios! -dijo Lydia suspirando-.¿Acabas de aceptar una cita con él?
Natalie parpadeó.
– No, no. ¿Verdad que no? Le he dicho que no era demasiado atrevido pedírmelo, pero no le prometido que iría.
– Yo creo que sí.
Natalie sujetó a su hermana por el codo y lo apretó con todas sus fuerzas.
– ¡No puedo tomarme un café con él, estoy prometida!
– ¡No me grites! Eres tú la que ha aceptado la invitación.
– ¿Por qué no me has detenido? ¿Has olvidado a qué habíamos venido? Tenemos que elegir las flores para mi boda.
– ¿Qué boda? Creo que deberías olvidarte de Edward. Este tipo es mucho mejor.
– ¿Olvidar a Edward? ¿Cómo podría olvidarme de mi prometido?
– Bueno, pues ¿dónde está? ¿No crees que debería ayudarte con los preparativos? Nunca está cuando se supone que debería echar una mano.
– Edward ha ido a Londres por negocios, estará toda la semana en el extranjero.
– Genial. Entonces puedes tomarte un café con Chase cuando terminemos y nadie tiene por qué enterarse.
– Lydia, ¿por qué me haces esto? Corren rumores de que Chase Donnelly es un auténtico casanova.
– Porque creo que te mereces algo mejor que Edward Jennings y esa panda de buitres que él llama familia. Y, desde luego, este tipo es muchísimo mejor, ¿no te parece?
Natalie maldijo la impulsividad que se había apoderado de ella. Había planificado toda su vida como un cuento de hadas que estaba a punto de hacerse realidad. Y ahora, de buenas a primeras, aceptaba una cita con un desconocido, con un famoso playboy por añadidura.
– Son los nervios de antes de la boda -musitó-. Todas las novias pasan por momentos de duda, ¿verdad?
– Claro, aunque la mayoría se sienten mejor con un buen grito. Pero una cita para tomar café con un hombre tan atractivo, desde luego es un enfoque novedoso.
La verdad era que Natalie quería ir. Quería averiguar por qué Chase sentía aquella fijación con ella y por qué ella perdía todo sentido del decoro y de la decencia cuando él estaba cerca. Y, por encima de todo, quería poner fin a todas las sensaciones estúpidas que despertaba en sus entrañas.
– No iré, no puedo -gimió-. Después de todo, estoy prometida.
Chase estaba sentado en una mesa junto a la Ventana cuando ella llegó. Aún tenía el pelo mojado por la lluvia y se lo había echado hacia atrás con las manos. Aún era más atractivo con las luces intensas del café.
Natalie se acercó conteniendo el aliento y evitando mirarlo a los ojos.
– Esto es un error -dijo con voz firme-. No pretendía aceptar su invitación. Ha sido un malentendido.
Chase se echó hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho, mirándola con aire dubitativo.
– Pero estás aquí. Si no querías venir, ¿por qué no te has limitado a dejarme plantado?
Natalie movió las manos inquieta. Ella también se había preguntado lo mismo.
– Yo… eso no sería educado. Después de todo, técnicamente, trabajo para usted. Es mejor cultivar una relación profesional correcta, ¿no le parece?
– Vamos, Natalie -dijo él con una sonrisa encantadora-. Reconócelo, tienes tanta curiosidad como yo.
– ¿Sobre qué? -preguntó ella, levantando la barbilla.
– Sobre lo que está pasando entre nosotros.
Natalie se envaró y trató de guardar la compostura.
– No pasa nada entre nosotros. Usted es un completo desconocido para mí. Si ni siquiera lo conozco, ¿cómo puede haber algo entre nosotros?
– Nos atraemos. Lo sentí en el momento en que entré en el ascensor. Lo que ocurre es que eres demasiado testaruda como para admitirlo.
– No… no. Nada de eso.
– ¿Que no eres testaruda o que no te sientes atraída hacia mí?
– Atraída -repitió ella.
– Entonces, te lo vuelvo a preguntar. ¿Qué haces aquí?
– ¡De acuerdo! -dijo ella, harta de jugar al ratón y al gato-. Quizá me atraiga usted, pero eso no significa que tenga que seguir el dictado de mis impulsos. Quiero olvidar nuestro encuentro en el ascensor y voy a olvidar que he aceptado su invitación a tomar café. Lo mejor es que finjamos que esto no ha sucedido.
– No puedo hacer eso, Natalie. Y tampoco quiero. No hasta que esté seguro.
– Tengo que irme -dijo ella, confusa con aquellas palabras crípticas.
Mientras ella daba media vuelta, Chase se levantó y la sujetó del brazo. Natalie no pudo soltarse. Con suavidad, Chase la hizo girar, le puso la mano bajo la barbilla y la obligó a mirarlo. Natalie estaba segura de que iba a besarla y tuvo miedo pensando en las consecuencias.
– No quiero que me bese -murmuró. Chase sonrió apenas.
– No iba a hacerlo. Aún no.
Natalie vio su mirada chispeante y sintió que se sonrojaba.
– Sólo quédate un poco más. Toma asiento. Podemos hablar un rato.
Natalie obedeció. Pidió un café «latte» y esperó a que él empezara.
– ¿Por qué no te quitas el abrigo? -Porque no pienso quedarme tanto. -Cuando entré en el ascensor, me pillaste desprevenido. Era como si ya nos conociéramos. ¿Crees en el destino, Natalie?
A Natalie le habría gustado, eso explicaría la muerte de sus padres y todos los acontecimientos que se sucedieron en su infancia. Pero sólo podía creer en los hechos fríos y duros. En el camionero que se había quedado dormido al volante y en la policía que llamó a la puerta de madrugada. En la horrible sensación de abandono que Lydia y ella habían sufrido cuando sólo tenía trece años y seis su hermana. Natalie negó con la cabeza.
– No, no creo en el destino. Todo sucede por una razón y sólo se ha de buscar atentamente para encontrar una explicación lógica.
– ¿Y nuestro encuentro?
– Yo volvía de comer y llegaba tarde. Y usted… ¿qué estaba haciendo en la oficina?
– Era un intento de conseguir la armonía familiar.
– De modo que no era el destino. Los dos teníamos que estar donde estábamos.
– Y ahora nos encontramos aquí, tomando café. Venga, Natalie, ¿por qué no me cuentas algo de tu vida?
– Estoy prometida -repitió ella, que ya empezaba a cansarse de sonar como un disco rayado.
– ¿Qué diría tu prometido si supiera que has tomado café conmigo?
Natalie abrió la boca y volvió a cerrarla. Edward no diría nada, no era propenso a los celos. Claro que ella tampoco le había dado motivos nunca.
– Confiamos completamente el uno en el otro.
Chase soltó una risilla.
– Si fueras mi prometida, no sería tan magnánimo.
Natalie siempre se había preguntado cómo sería que un hombre sintiera tanta pasión por ella que pudiera tener celos. Pero Chase no la sorprendía, parecía que sólo actuaba por impulsos, únicamente dejándose llevar por las emociones y eso era algo que ella ni siquiera podía empezar a imaginar.
– Pero no es mi prometido -dijo Natalie-. Ni siquiera es amigo mío. Aunque he oído hablar de usted y no crea que me engaña con su encanto.
– Dime la verdad, Natalie. ¿En serio eres feliz con ese prometido tuyo?
– Edward es todo lo que siempre he buscado en un marido -dijo ella secamente-. Nada de lo que digan los demás va a impedir que me case con él.
Chase se la quedó mirando un momento y entonces se levantó.
– Muy bien -dijo mientras dejaba unos billetes sobre la mesa-. Demonios! Creí que debía intentarlo. Un hombre no puede ignorar las señales del destino, ¿verdad?
– No, supongo que no.
Chase sonrió sarcásticamente y entones se inclinó y la besó en la mejilla.
– Ha sido maravilloso no enamorarme de ti, Natalie Hillyard. Cuídate mucho.
Natalie lo vio irse a través de la ventana, encogiendo el cuello como los demás peatones que poco a poco lo ocultaron de su vista. Respiró hondo. Ordenó lentamente los objetos que había sobre la mesa, la taza, la servilleta, la cuchara, hasta que todo estuvo perfecto. Cuando acabó, unió las manos y trató de hacer lo mismo con sus pensamientos.
– Lo que pasa es que he tenido un mal día -se dijo a sí misma-. Mañana todo volverá a la normalidad.
Se quedó sentada en el café largo rato, tratando de convencerse de que todo volvería a ser como antes. Sin embargo, de alguna manera, sabía que no era verdad, que siempre se preguntaría adonde podía haberla llevado aquel encuentro de haber estado dispuesta a dejar a un lado toda precaución y arriesgarse.
Capítulo 3
Los regalos empezaron a llegar a la mañana siguiente, justo cuando Natalie había conseguido conciliar el sueño. Había sido una noche de dar vueltas en la cama, de soñar que un hombre moreno y de sonrisa picara se superponía a las imágenes de su boda, un día lleno de equívocos, desgracias y tormentas.
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