– ¿Y de qué vivías?
– Pues de trabajos que iban saliendo aquí y allá.
– O sea, que huiste de tu vida, de tus responsabilidades, ¿no?
– No, acepté la vida con todas sus posibilidades.
Natalie contempló el almacén y suspiró.
Cuando yo era más joven, después de que mis padres murieran, soñaba en escaparme algún día, dejar todos mis problemas atrás y empezar una vida nueva como si fuera otra persona.
– ¿Y qué te detiene ahora?
– Que he madurado. Tengo compromisos, una carrera, una relación, una nueva familia. Estabilidad y seguridad. Eso es lo que deseo y eso es lo que voy a lograr.
– ¿Todas esas cosas te hacen feliz?
– Creo que sí. No estoy segura. Nunca las he tenido antes.
– Creo que estás vendiendo tu vida muy barato, Natalie. A mí me pareces una mujer que podría disfrutar con un poco de aventura, con un poco de peligro.
– Sólo ves lo que quieres ver. No me conoces en absoluto.
Chase la miró tratando de evaluar la verdad que había en sus palabras. Por mucho que ella pudiera engañarse a sí misma, a él no podía engañarlo. Natalie Hillyard no era lo que parecía. Chase presentía que había una mujer muy distinta tras aquella fachada de orden y decoro. Una mujer fascinante y sin límites que él estaba decidido a descubrir.
El día había pasado tan deprisa que Natalie se sorprendió al ver que el sol se hundía en el horizonte. La comida y el vino le habían proporcionado una sensación de calor y bienestar tan agradables que no tenía ganas de irse. Pero le había concedido a Chase un solo día y ya estaba acabando.
Había contado con sentir alivio, satisfacción, cuando él saliera definitivamente de su vida. Pero lo único que notaba era una sensación de pesar, una punzada de duda y el miedo de no volver disfrutar de tanta paz.
Chase era divertido, reía y bromeaba y hacía que se sintiera especial. Le contaba historias absurdas y se deleitaba con sus reacciones. Muchas veces lo había descubierto observándola, absorbiendo cada detalle de su rostro, como si tratara de grabárselos en la memoria.
Pero ella no quería que las horas que habían pasado juntos fueran sólo una recuerdo, necesitaba aferrase a ellas como si fueran un salvavidas, conservar algo que saborear si la felicidad la esquivaba.
¿Cómo era posible que dudara? Ella había tomado su decisión y su elección era Edward. Sin embargo, el hombre que conocía apenas dos días había sumido su vida en un caos total. ¿Amaba a Edward? ¿O simplemente se estaba conformando con lo que creía creer, como Chase decía?
Chase Donnelly no era en absoluto como ella esperaba. Los comadreos de la oficina pintaban el retrato distorsionado de un playboy degenerado que vivía para la seducción. Chase parecía divertirse mucho con esos chismorreos, y la espoleaba constantemente hasta que Natalie ya no estaba segura de si estaba probándola o sólo era una broma. Pero al final, Chase bajó la guardia y se reveló como un hombre tierno y considerado.
Pero, ¿y si lo que ella quería era precisamente él? Se preguntaba si su pasión por ella sería tan fuerte como para hacerle olvidar que era una mujer prometida. Nunca se había considerado capaz de inspirar tales sentimientos en un hombre, pero tampoco había conocido nunca a un hombre como Chase.
– ¿Lista para irnos?
Natalie le sonrió. Chase tenía el pelo revuelto. Se lo echó hacia atrás y le ofreció una mano.
– Para ser la primera vez que estás en un barco, yo diría que lo has hecho muy bien. La próxima tendremos que probar con el barco en el agua.
«Pero no habrá próxima vez».
– Sí, volvamos. Se está haciendo tarde.
Chase la ayudó a bajar, con cuidado de tocarla sólo lo imprescindible, pero ella no podía ignorar el contacto de sus manos en el hueco de la espalda, sus dedos cálidos parecían grabarse sobre su piel a través de la ropa.
Chase puso la capota para el viaje de vuelta. Sin el rugido del viento que los distrajera, el trayecto estuvo presidido por un silencio incómodo. Natalie se sentía presa de un temblor frío que se acentuaba con cada milla que recorrían.
Se dijo que estaba tomando la decisión correcta. ¿Cómo era posible que renunciara al matrimonio que le brindaba una vida estable por un navegante cuya abuela había tenido una premonición? Tendría que estar loca. Además, ¿qué sabía en realidad sobre Chase, más allá de los chismes que circulaban por la oficina?
Eran polos opuestos. Él prefería vivir sin un plan predeterminado, zarpando hacia lo desconocido a su capricho. Ella prefería la comodidad de la rutina. Chase creía en el destino, en un sueño bobo que su abuela había pronosticado. Y ella creía en lo pragmático. No podía haber dos personas más distintas en temperamento y modo de ver la vida que Chase y Natalie.
– Me lo he pasado muy bien -dijo ella mirándolo.
Chase sonrió, pero no apartó los ojos de la carretera.
– Yo también. Me alegro de que tuviéramos la oportunidad de conocernos un poco mejor.
– Y la comida ha sido magnífica.
– «Sólo lo mejor», es el nombre de mi empresa. Importamos comida para gourmets, muchos vinos franceses y quesos. El negocio perfecto para alguien a quien le gusta la buena comida.
– Edward es banquero.
– Suena bastante aburrido.
– Sí, pero le gusta el dinero, de modo que también es el trabajo perfecto. Su padre es banquero, una tradición familiar. A toda la familia le gusta el dinero.
– ¿Pero tú lo quieres a él o al dinero?
– La verdad es que nunca he tenido demasiado dinero hasta hace poco. Edward y yo somos perfectos el uno para el otro.
– ¿Estás segura de eso?
– Mira, Chase. No quiero acabar este día con una discusión.
Hicieron el resto del viaje en silencio. Casi se sintió aliviada cuando detuvo el coche frente a la casa de Birch Street. Habría preferido bajar del coche sola, pero él se apresuró a abrirle la puerta. La acompañó hasta la puerta, deteniéndose bajo las sombras del porche mientras ella buscaba las llaves.
– Supongo que éste es el adiós -dijo él con una sonrisa.
– Gracias por este día. Espero que encuentres a la mujer que estás buscando.
– Ya la he encontrado -susurró él en la oscuridad.
Natalie quiso echarse a correr y cerrar la puerta, pero no podía despedirse de él así.
– Yo no puedo ser esa mujer. Lo siento. Confío en que lo entiendas.
Chase levantó una mano y ella retrocedió. Sin embargo, lentamente, él siguió adelante hasta pasarle la mano cerca de la mejilla, tan cerca que ella pudo sentir el calor que irradiaba. Con todo, no la tocó.
– Me gustaría besarte si pudiera.
– Pero no puedes.
Chase levantó la otra mano, pero tampoco la tocó.
– Me gustaría sostener tu preciosa cara entre mis manos, así, y llevar mi boca a la tuya. Tú tendrías un sabor dulce y cálido.
Natalie se echó a temblar. Instintivamente llevó la cara hacia sus manos, pero él las apartó. Entonces, se acercó a ella hasta que sus labios casi se rozaron y ella pudo sentir su aliento en ellos.
– Y mientras te besara, apretaría tu cuerpo contra mí porque te amoldarías perfectamente, porque cada curva está hecha para mí.
– Chase, por favor.
– Y después de que hubiera conocido todo tu cuerpo de memoria, te haría el amor. Nosotros sí seríamos perfectos, Natalie.
Natalie levantó la mano para ponérsela en los labios, para evitar que siguiera volviéndola loca con aquellas palabras. Pero, una vez más, Chase se apartó. Ella pudo ver su perfil contra las luces de la calle, tenía una expresión gélida y distante, absolutamente controlada.
Natalie dejó caer la mano y cerro los ojos.
– Me gustaría ser un poco más como tú, más impulsiva, más impetuosa. Subiríamos a mi habitación y haríamos el amor, pero no soy así, Chase.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo vas a saberlo alguna vez si te conformas con la vida que tú misma has fabricado?
– Tú no lo comprendes. Hay planes, invitaciones a la boda y regalos. Es demasiado tarde.
– Nunca es demasiado tarde. Tienes el resto de la vida por delante, Natalie. ¿Estás dispuesta a malgastarla con un hombre al que no amas?
Lágrimas de frustración pugnaban por brotar de sus ojos y ella las contuvo con todas sus fuerzas. Quería chillarle, abofetear su cara y gritarle que sí quería a Edward, pero hacía demasiado tiempo que conocía una verdad que había preferido ignorar. Su única esperanza era que, con el tiempo, pudiera llegar a querer a su esposo.
Chase sacó del bolsillo una tarjeta y se la puso en la mano.
– Si alguna vez necesitas algo, quiero que me llames sea de día o de noche. Te prometo que vendré, Natalie. En cualquier momento, esté donde esté. Sólo tienes que llamarme.
Con un suspiro trémulo, Natalie se guardó la tarjeta en un bolsillo de la chaqueta.
– Adiós Chase.
Abrió la puerta con una mano temblorosa, pero cuando consiguió llegar a la seguridad de su casa, todo el mundo comenzó a trepidar.
– Sácatelo de la cabeza -murmuró-. Has tomado tu decisión y no hay forma de echarse atrás.
Capítulo 4
La casa estaba a oscuras, excepto la luz que alumbraba en un balcón del segundo piso. Chase se subió el cuello de la chaqueta, hacía tres noches que se quedaba allí, mirando hacia la ventana de Natalie hasta que la luz se apagaba.
No había podido soportar la idea de mantenerse lejos de ella. ¿Por qué no podía olvidarla con la misma facilidad con que ella lo había olvidado? Por mucho que ella dijera, había en Chase un instinto oscuro que lo impulsaba a impedir que se casara con su prometido. Si se hubieran conocido en otra época, en otro lugar, la habría cortejado despacio, dejando que el amor se desarrollara a su propio ritmo. Pero el reloj corría y cada minuto que pasaba los arrastraba a un acontecimiento irreversible, su matrimonio con Edward.
Chase se pasó una mano por el pelo y se apoyó contra su coche. ¿Qué podía ofrecerle él que Edward no pudiera? Chase había pasado la vida evitando responsabilidades. Quizá si aceptara un trabajo fijo, empezara a ingresar dinero en el banco y se comprara unos cuantos trajes de ejecutivo, podría tener una posibilidad. Pero la idea de pasar el resto de sus días en un despacho de las Donnelly Enterprises ponía un sabor amargo en su boca.
De todas maneras, los rumores eran difíciles de superar y dudaba que le dieran una oportunidad. Echó a andar hacia la puerta de la casa, no podía marcharse sin intentar verla una vez más. En el último momento trepó a un roble cuyas ramas casi rozaban la ventana de Natalie.
Cuando estuvo al nivel de su habitación, lanzó una bellota contra el cristal. Lanzó tres bellotas más antes de ver su silueta contra los visillos. Las cortinas se abrieron y Natalie escudriñó la oscuridad.
Tiró otro fruto para llamar su atención. La persiana se levantó y ella apareció frente a Chase.
– ¿Chase? -dijo con una voz suave en el viento helado, a pesar de lo cual, él sintió escalofríos de satisfacción-. ¿Que haces ahí?
– Tenemos que hablar.
– ¿Y por qué no has llamado al timbre?
– Porque sabía que, en cuanto abrieras la puerta, iba a tener que besarte. He estado pensando en ti, Natalie. La verdad es que no puedo dejar de pensar en ti.
– Pues tienes que hacerlo -dijo ella con un suspiro.
Chase se sentó a horcajadas sobre la rama y se arrastró hacia ella.
– Se me ha ocurrido hacer algunos cambios. Cosas como sentar la cabeza y tomarme la vida un poco más en serio.
Natalie sonrió con tristeza.
– Es curioso, porque yo he estado pensando que me he tomado la vida demasiado en serio. Quizá fueras tú quien tenía razón.
– Puedo cambiar, siempre que tuviera una razón lo suficientemente poderosa.
Natalie hizo un gesto negativo con la cabeza, el viento le enredó el pelo. Chase sintió que sus dedos se agarrotaban con el impulso de acariciar aquellos mechones sedosos.
– No quiero que cambies, Chase. Y menos por mí. Me he pasado la vida para ser la persona que soy. Edward me comprende y yo lo comprendo a él. No habrá sorpresas entre nosotros. Estaré bien, te lo prometo.
– ¿Qué sientes cuando besas a Edward? Cuando te acaricia, ¿hace que te hierva la sangre?
– La pasión no es lo único que hay en el matrimonio.
– Entonces, dime cómo te sientes cuando yo te toco. Sé sincera contigo misma.
– Yo… siento pesar. Remordimiento por haber traicionado la confianza de Edward. Contigo, quizá me habría convertido en una mujer distinta.
Chase siguió avanzando por la rama, acercándose lo bastante como para mirarla a los ojos.
– Creo que te quiero, Natalie.
Natalie se quedó estupefacta.
– Pero si ni siquiera me conoces.
– Lo único que sé es que no puedes casarte con él.
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