– Y lista para marcharnos.
Chase la llevó a la puerta sin perder de vista a la señora Jennings, que parecía a punto de explotar.
– Parece enfadada -masculló él-. ¿Quién es?
– La madre de Edward. Vamos, sácame de aquí.
Chase le puso una mano bajo la barbilla.
– Cariño, te llevaré donde tú quieras.
Cuando cerraron la puerta a sus espaldas, el grito agudo de la señora Jennings se elevó en el aire.
– ¿Cariño? ¿Te ha llamado cariño? ¡Ven aquí, zorra impertinente!
Entonces Natalie oyó la risa cálida de Chase y supo que todo iba a ir bien. Mientras que él estuviera a su lado no habría nada que ella no pudiera conquistar.
Capítulo 5
Lo neumáticos del Speedster chirriaron cuando Chase arrancó. Miró un momento a Natalie, vio que estaba pálida y empezó a darle masajes en el cuello.
– Respira hondo y seguido. Ya verás como te sientes mejor. ¿Qué ha pasado ahí?
Primero, Natalie siguió sus instrucciones. Cuando comenzó a hablar, aún le temblaba la voz.
– Pues que lo he llamado para decirle que no podía casarme con él. ¡Jamás había hecho una cosa así!
Chase dio un volantazo a la derecha y hundió el pie en los frenos hasta detenerse patinando. Hizo que Natalie lo mirara a la cara.
– ¿Ya no estás prometida?
Natalie sacudió la cabeza, los ojos atónitos.
Con un gruñido, Chase la estrechó entre sus brazos y la besó larga y profundamente. Tras la sorpresa inicial, ella le respondió con la misma fogosidad, sus labios se suavizaron e hinchieron. Era maravilloso dejarse llevar por aquella dulzura.
Chase había estado a punto de volverse loco. Incluso había hecho planes para navegar con el Summer Day lejos de Natalie y de sus recuerdos.
Ahora, tomó su rostro entre las manos y descargó sobre ella una lluvia de besos.
– Gracias por venir a rescatarme.
– De nada, cuando tú quieras, cariño.
Natalie se sonrojó.
– Me gusta que me llames cariño.
– Pues bien, cariño. ¿Dónde quieres que te lleve? Esta es tu escapada, tuyo es el plan.
Natalie parpadeó.
– No estoy segura de que tenga un plan.
Además, supongo que me he quedado sin casa. No puedo vivir en Birch Street. Mi hermana tiene un estudio minúsculo, de modo que tendré que buscar un hotel.
– Antes volveremos a tu casa y recogeremos tus cosas.
– No quiero volver allí -dijo ella.
Chase le tomó la mano y se la llevó a los labios.
– No te preocupes, yo estoy contigo.
– ¿Qué crees que pasará cuando Edward vuelva? ¿Crees que se pondrá furioso? Acaba de colgarme el teléfono.
– ¿A qué te refieres?
– Que ni siquiera ha discutido, ni me ha dicho que me quería. En realidad, ni siquiera estaba enfadado, sólo me ha colgado.
– Cualquier hombre que te deje ir con tanta facilidad no te merece.
– No quería herirlo. Chase. Esto no es culpa suya. ¿Crees que me perdonará algún día?
Chase deseó que hubiera un modo de calmar sus miedos y borrar los remordimientos. Había estado con Edward casi toda su vida adulta y, tanto si se querían como si no, era verdad que compartían un afecto y unos vínculos que los habían llevado a hacer planes para casarse. Maldijo en silencio.
Esto era lo que él deseaba. Pero, ¿y si Natalie se arrepentía de haber tomado aquella decisión? ¿Iba a ser capaz él de hacerla feliz por el resto de su vida? No, si no lo intentaba. Y estaba dispuesto a intentarlo con todas sus fuerzas.
– A mí me parece que, si le das tiempo, Edward acabará dándose cuenta de que sólo querías su felicidad.
– Yo sí que me siento feliz ahora -dijo ella-. Y asustada. Y aliviada.
Cuando estaban ante la puerta del caserón, Natalie se detuvo y sacudió la cabeza.
– No quiero entrar ahí. ¿Por qué no nos vamos? Puedo comprar la ropa que me haga falta.
Chase la abrazó y la besó en la cabeza.
– Vamos a hacer una cosa, quédate aquí fuera mientras entro yo. Sólo será un momento.
Natalie asintió. Chase tomó las llaves y entró en la casa. Encontró una maleta bajo la cama y comenzó a llenarla con todo lo que pensaba que podía necesitar. Cuando bajó, se encontró a Natalie en la puerta.
– Nunca me gustó esta casa, me producía una sensación de frialdad y vacío. Es demasiado pretenciosa. Creo que nunca me habría parecido mi hogar.
– Ven conmigo -dijo él-. Salgamos de aquí. Voy a llevarte a casa. A mi casa de Sand Harbor. Puedes quedarte conmigo hasta que decidas lo que quieres hacer.
Natalie le puso una mano en el hombro.
– Hay una cosa más.
Chase miró mientras ella se sacaba el anillo de diamantes del dedo. Después se lo entregó.
– ¿Quieres dejarlo en la consola, bajo el espejo? Edward siempre deja sus llaves ahí, seguro que lo encuentra. Quizá pueda devolverlo o venderlo… O regalárselo a otra.
Chase hizo lo que le pedía pensando que había logrado su propósito: había conseguido que Natalie dejara a su prometido. Respiró profundamente y vio que ella miraba a su alrededor.
– Creo que ahora no hay vuelta atrás -dijo.
– No, no hay vuelta atrás -repitió él.
Con cada milla que avanzaban, la vida que Natalie había llevado en Birch Street parecía perderse en la distancia. La tarde era soleada y Chase bajó la capota del Porsche para ver cómo el viento jugaba con sus cabellos y ponía color en sus mejillas.
Natalie sentía que se había quitado un peso de encima, se sentía libre, como si su vida con Edward nunca hubiera existido. En el pasado, había elegido la seguridad, el camino más trillado, pero algo había sucedido en el aseo de los Jennings. Un nuevo camino había aparecido en el horizonte y ella quería seguirlo.
Tampoco estaba segura de lo que iba a pasar entre Chase y ella, pero quería averiguarlo. Él no le había prometido nada excepto una pasión desenfrenada y un amor incuestionable. Por ahora le bastaba. La prueba vendría después. Al fin y al cabo, Chase era su destino, ¿no?
– Ya hemos llegado. No sé cómo estará por dentro. Hace tiempo que no viene la señora de la limpieza. Espero que no te importe que haya un poco de polvo.
Una estrecha senda de adoquines llevaba a una casa que podía haber cabido en un rincón de el caserón de Birch Street. No estaba cerrada, como podría esperarse de un Donnelly. Estaba construida en madera que los años habían curtido. Un amplio porche se abría en toda la amplitud de la fachada, una franja azul proporcionaba un contraste agudo con los muros grises. Un jardín a ambos lados de los escalones de la entrada esperaba a que lo plantaran con flores de primavera. La casa estaba a unas pocas manzanas del mar, que llenaba el aire con su olor salino.
Era la casa que ella siempre había imaginado en sus sueños de finales felices.
– Es perfecta -dijo en voz alta.
– A mí me gusta, no necesito una más grande.
Cuando entraron, Natalie se tomó su tiempo para observar los detalles del interior. Los muebles eran cómodos, las alfombras estaban muy usadas, la cama era enorme… Natalie se volvió hacia él con una sonrisa en los labios.
– Yo… No puedo creer que haya roto mi compromiso.
– Ya no estás prometida -dijo él en un murmullo.
– ¡No, no estoy prometida!
Se quedaron mirando. Entonces, sin siquiera parpadear, Chase dejó las cosas en el suelo y se plantó junto a ella en tres zancadas. Natalie salió a su encuentro y se lanzó a sus brazos buscando su boca con el deseo que por tanto tiempo habían negado. El contacto fue como un chispazo eléctrico, instantáneo, apabullándola en su inmensidad. Chase la levantó del suelo y la abrazó fieramente, antes de dejar que resbalara sobre él hasta que sus pies volvieron a tocar el suelo.
Sin romper el beso, Chase se quitó la cazadora con manos torpes. Natalie se retorcía bajo sus manos. Unos dedos frenéticos luchaban contra botones, cremalleras y hebillas mientras se desnudaban el uno al otro. Momentos después, ella sólo llevaba puestas unas braguitas de seda y una camisola. Chase llevaba los vaqueros, con el primer botón abierto.
Natalie había pasado miedo con aquel deseo irresistible que parecía tragársela en el momento en que los labios de Chase la tocaban. Tenía el poder de quebrar sus inhibiciones hasta que nada se interponía entre ellos. Con Chase, ella carecía de pasado. Parecía que todo lo experimentaba por primera vez.
– Yo… no soy muy experta… -dijo ella, con un temblor en la voz.
Chase la miró a los ojos mientras le acariciaba el pelo. Luego la besó suavemente y sonrió.
– Lo que ocurre es que no has estado con el hombre adecuado.
– ¿Y ése eres tú?
Chase la sujetó por la cintura y tiró de la camisola hasta que sus labios se encontraron y pudo apretar el bulto de la erección contra su estómago a través de las barreras de los vaqueros y las braguitas.
– Cariño, de ahora en adelante, soy el único hombre.
Una risilla se escapó de la garganta de Natalie, que apoyó la cara contra su pecho desnudo.
– Entonces, ¿por dónde empezamos?
– Primero nos libraremos del resto de la ropa.
– ¿Aquí? -dijo ella, mirando a su alrededor.
– Empezaremos aquí.
Chase le sacó la camisola por los hombros.
Natalie sintió el roce de la tela sobre sus senos. Instintivamente, levantó las manos para cubrirse, pero Chase la sujetó por las muñecas. Suavemente, le bajó los brazos, negándose a aceptar su cohibición. La camisola cayó entre las demás prendas.
– Ahora te toca a ti.
Natalie respiró profundamente e intentó calmarse. ¿Y si hacía algo mal? Nunca había sido una participante activa en aquel juego en particular. Tampoco había hecho el amor a plena luz del día y fuera de los límites de un dormitorio.
Le puso las manos en la cintura de los pantalones y le bajó la cremallera. Al hacerlo, le rozó el miembro enhiesto y oyó que Chase gemía. Impaciente, Chase se bajó los pantalones al mismo tiempo que se quitaba los zapatos y los calcetines.
Tenía un cuerpo espléndido, musculoso y firme y una piel bronceada. Se quedó en calzoncillos y Natalie siguió la suave línea de vello quemado por el sol y que iba desde las clavículas a la descarada evidencia de su deseo.
Envalentonada, lo tocó, ligeramente, por encima de aquel tejido suave. Había poder en lo que ella hacía, porque la respiración de Chase se aceleró y echó la cabeza hacia atrás mientras una mezcla de dolor y placer se apoderaba de su hermoso rostro.
De repente, contuvo el aliento y volvió a sujetarle la mano. Chase se la llevó a los labios y le besó la palma, una indicación muda de que había llegado su turno de atormentarla. Con una ternura exquisita, exploró el cuerpo de Nat con la boca. Ella sintió que la cabeza le daba vueltas, que las piernas se negaban a sostenerla con cada punto nuevo que él descubría. Y entonces la boca desapareció, se encontraba en sus brazos y Chase la llevaba al dormitorio.
Quería detenerle, decirlo que aún no estaba preparada, pero su cuerpo la traicionaba. Quería algo más, algo que no alcanzaba a describir. Estaba muy cerca, retorciéndose en sus entrañas con insoportable anticipación. Y ella sabía que sólo Chase podía satisfacerla ahora.
Cayeron enredados en la cama, un desorden de sábanas arrugadas, almohadas y un ligero aroma a loción de afeitar. Chase la estrechó contra sí, deslizando la mano por su vientre hasta que llegó a las bragas.
Natalie sabía que su alivio se escondía allí, bajo su mano, y arqueó el cuerpo hacia arriba, decidiendo seguir a sus instintos, a su cuerpo que necesitaba más. Chase encontró su lugar más húmedo con los dedos y empezó a acariciarla. El deseo hizo que gritara cuando la tensión fue excesiva, se le escapó el nombre de Chase de los labios, una y otra vez, en una suplica dulce.
Y entonces Natalie contuvo el aliento y se puso rígida. De repente estaba allí… rompiéndose, cayendo, ahogándose con oleada tras oleada de puro placer que traspasaba sus nervios, sus venas. Se suponía que no era tan increíblemente bueno, insoportablemente perfecto. Pero así era y eso sólo hizo que deseara más. Cuando su pulso y su respiración se hubieron calmado, se puso de rodillas y miró a Chase, su hermoso cuerpo tumbado. Le pasó la palma de la mano por el pecho, deleitada al darse cuenta de que podía hacerlo sin titubear. En aquel instante, él le pertenecía por completo. Y ella le quería en cuerpo y alma.
– Hazme el amor -susurró.
Chase gimió y la colocó encima de él. La carne tierna tocó el deseo duro mientras él se libraba de las últimas barreras que los separaban. Natalie lo sintió debajo, maduro y dispuesto, con el miembro satinado palpitando a sus puertas.
Natalie siempre había sabido que ése era el modo en que debía ser, intenso y sin inhibiciones, que el placer carnal era lo único que importaba. No había nada que ella se negara a hacer, ningún acto demasiado íntimo. Con la mano lo guió a su interior, dejándose caer sobre él hasta que le dolió. Se movieron juntos, lentos al principio. Pero la pasión los arrastró y las reservas dejaron de estar a su alcance. Al poco, se agitaban frenéticos, meciéndose el uno contra el otro, buscando la plenitud. Él la llamó, una súplica de alivio y Natalie fue a encontrarlo allí, en un momento único que hacía añicos las almas, un momento que ella nunca había conocido.
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