– Esto -dijo mirando a John- es típico de Dior. -Lo único que faltaba era un elefante, y al cabo de unos segundos apareció uno, acompañado por dos mozos, dotado con una silla cubierta de pedrería. John no pudo evitar preguntarse si los animales no se pondrían nerviosos entre tanta gente, pero a nadie parecía importarle esa posibilidad, pues estaban esperando con el alma en vilo la aparición de la ropa, que fue lo siguiente en salir.
Cada modelo iba precedida y seguida por un guerrero Masai, ataviados con ropajes auténticos, lanzas, cicatrices y muy pintados. Todas las modelos eran exquisitas, y una a una fueron bajando del tren. La ropa era recargada, colorista, exótica, con largas faldas de tafetán teñido, o mallas de encaje cubiertas de cuentas, corpiños extraordinaria e intrincadamente adornados. Algunas bajaron del tren con el busto al descubierto, y John intentó apartar la mirada. De hecho, una de ellas caminó directamente hacia John, envuelta en un enorme abrigo bordado y lo abrió muy despacio para mostrar su cuerpo perfecto cubierto únicamente por un tanga. Fiona la miró alucinada. A las modelos les encantaba juguetear con la multitud. John se esforzó por parecer tranquilo y no retorcerse sobre la silla cuando la modelo se alejó. Fue un momento inolvidable. Y a todo esto, Fiona estaba allí observando pasar a las chicas con una expresión indescifrable, algo que formaba parte de su mística. Sabía componer una muy bien estudiada cara de póquer que no permitía saber qué atuendos le gustaban y cuáles no. Le haría saber al mundo su opinión cuando estuviese preparada para hacerlo, ni un minuto antes. Y John no le preguntó nada. Le encantaba mirarla, y estaba disfrutando del evento.
Los vestidos de noche que aparecieron hacia el final del espectáculo fueron igualmente fabulosos y únicos. No podía imaginar a ninguna de las mujeres que conocía llevando una de esas creaciones el día de la inauguración de la temporada del Met, o en cualquier otro acontecimiento, pero le apasionaba contemplarlos, así como fijarse en el drama y el espectáculo que rodeaba a las modelos. Cuando apareció la novia, lucía una exagerada versión del atavío que los Masai llevaban en la cabeza, una falda de tafetán blanco tan grande que casi no pudo sacarla por la puerta del tren, y una coraza dorada cubierta por completo de diamantes. En cuanto la modelo bajó del tren, apareció John Galiano montado sobre un elefante blanco, vestido con un taparrabos y la misma clase de coraza. Media docena de guerreros pintados subieron a la novia a lo alto del elefante y la sentaron junto a Galiano, entonces ambos saludaron con la mano y se marcharon. A esas alturas, ya se habían llevado a los tigres y los leopardos de las nieves, algo que John entendió como todo un acierto, pues la multitud a su alrededor pareció volverse loca de repente, gritando y silbando y aplaudiendo, mientras el resto de los modelos acababa de pasar y la música de tambores alcanzaba un volumen por completo ensordecedor. Al poco rato los guerreros y las modelos montaron en el tren y salieron de la estación. El alboroto se apoderó del andén y Fiona finalmente se volvió para mirar a John.
– ¿Qué tal? -Parecía divertida, y pudo comprobar que John estaba anonadado. La representación le había hipnotizado. Había sido realmente fuerte para un novato, incluso para un aficionado a la alta costura. Pero en ese terreno, John era obviamente virgen. Para empezar, había sido la bomba.
– Para ti habrá sido como otro día cualquier en la redacción. -Le sonrió. Le había encantado-. Pero a mí me ha dejado patidifuso. Ha sido alucinante. Al completo. La ropa, las mujeres, los guerreros, la música, los animales. No sabía dónde mirar. -En un sentido mucho, mucho más glamouroso, le había recordado la primera vez que fue a un circo de tres pistas. Ni siquiera Disneylandia le había provocado ese efecto. Había sido el nirvana-. ¿Siempre es así?
– En el caso de Dior, sí. Siempre se superan a sí mismos. Las Casas con solera nunca hacen cosas como esta. Los desfiles suelen ser elegantes y relajados. Pero Dior siempre es así desde que entró Galiano. Tiene más que ver con el teatro que con la moda. Es más una campaña de publicidad que un intento serio de vestir a la mujer. Pero les funciona, y a la prensa le encanta.
– ¿Hay alguien que se ponga esos vestidos? -No podía imaginarlo, aunque una boda con la novia de Galiano como protagonista, ataviada con la coraza de oro y diamantes, sin duda resultaría muy interesante.
– No muchas personas. Y realizan un montón de cambios y ajustes. En cualquier caso, solo hay unas treinta o cuarenta mujeres en el mundo que vistan de alta costura, por eso varias firmas importantes han cerrado. El trabajo es tan intenso y tan caro el coste de los materiales y la confección, que todos pierden dinero. Por eso en ciertos casos lo tratan como una campaña de publicidad, no como un medio de ganar dinero. Pero en ciertos aspectos, causan un impacto en la ropa prêt-à-porter, y desde ese punto de vista les compensa. Porque tarde o temprano veremos cómo esa ropa se transforma teniendo en cuenta a las mujeres reales que compran su ropa en Barney's.
– Ardo en deseos de verlo -dijo John, y Fiona se echó a reír-. Me encantaría ver esos vestidos en mi oficina.
– En cierta medida, es posible que los veas, aunque en una versión muy descafeinada. Tarde o temprano llega ahí, en una interpretación tolerable para las masas. Aquí es donde empieza, en su forma más pura. -Era un modo de verlo, y él sabía que ella era una experta conocedora del negocio. Ahora, estando en París, la respetaba incluso un poco más, y sentía aun una mayor fascinación por ella. Y resultaba evidente que ella disfrutaba estando a su lado.
Cuando la multitud empezó a desperdigarse, se encaminaron hacia las salidas. Regresarían al hotel para tomar una copa, después acudirían a la piscina pública en la que Dior había montado su fiesta. Pero Fiona le dijo que no tenía sentido ir antes de medianoche. Eran las diez cuando salieron de la estación. Y las diez y media cuando llegaron al hotel, se sentaron a una mesa en un rincón del bar y tomaron unos cócteles y algunos aperitivos. Para entonces, John estaba hambriento, pero ella le había dicho que no tenía hambre. Adrian se detuvo con ellos un rato, dijo que el espectáculo había sido maravilloso y, cada cinco minutos, alguien pasaba junto a su mesa y saludaba a Fiona. Resultaba palmario que, en su territorio, Fiona era una reina.
– ¿Alguna vez te tomas un descanso de todo esto? -le preguntó John con sincero interés.
– Aquí no -dijo dándole un trago a su copa de vino blanco. Él había pedido un martini, pero no se quejó al comprobar que era básicamente vermut. Se lo estaba pasando demasiado bien con ella para preocuparse por la bebida. Y resultaba evidente lo mucho que a ella le gustaba todo aquello, no solo lo que tenía lugar en sí, sino también el ambiente. Estaba como pez en el agua, rodeada de sujetos y esclavos. Todo el mundo quería saber su opinión sobre los vestidos, y finalmente estuvo en disposición de admitir que, en gran medida, le habían gustado mucho.
– ¿Qué es lo que te ha gustado? -le preguntó intrigado.
– El trabajo empleado, los detalles, la imaginación, el color y lo que transmiten. Las faldas teñidas eran fabulosas, verdaderas obras de arte. Realmente es un genio. No sé si lo sabes, pero en alta costura, cada costura de cada prenda es realizada a mano. Ni una sola máquina tiene papel alguno en la colección al completo -le explicó. Para John todo era un misterio. Él podía entender el pequeño vestido negro de cóctel, pero no todo lo que se desarrollaba tras él. Ese era el mundo de Fiona, no el suyo. Y por eso la admiraba-. ¿Te gustaron los vestidos? -le preguntó mientras comían frutos secos y unos diminutos entremeses, sin que por eso dejasen de interrumpirlos un sinnúmero de personajes exóticos. Todos querían saludar a Fiona, y algunos parecían sentir algo de curiosidad por él cuando se los presentaba. Pero era con Fiona con quien deseaban hablar.
– Me gustan las mujeres bien vestidas. Todo esto me queda un poco lejos, pero lo cierto es que es muy divertido de ver. Y muy diferente. -Ella asintió y otro parásito se detuvo junto a su mesa-. Aquí no debes de tener modo de estar un poco tranquila. -No lo estaba en absoluto. Pero no iba a París para encontrar algo de paz.
– Forma parte del asunto -dijo con calma. Lo cierto era que no estaba tranquila en ninguna parte, pero eso no le importaba demasiado. En lugar de tener marido e hijos, había llenado su vida entregándose al trabajo. Las únicas constantes en su existencia eran el trabajo, Adrian y Sir Winston. El resto eran decorados y actores que entraban y salían del escenario. Le encantaba el efecto visual y el drama-. Creo que un exceso de paz me pondría nerviosa. Echaría de menos el ruido.
– ¿Y cómo lo haces cuando estás de vacaciones? -le preguntó interesado. Resultaba muy difícil imaginarla desocupada, sin hacer nada, o sola. Parecía formar parte por completo del caos en el que vivía sumida; ni él, ni siquiera ella, podían ubicarla fuera de ese marasmo. John sospechaba que a largo plazo, a tiempo completo, todo aquello podía volverle loco, pero en ese momento se sentía totalmente fascinado.
– Durante la primera semana suelo sentirme ansiosa -dijo con sinceridad respondiendo a su pregunta-. Y durante la segunda, aburrida. -Ambos se echaron a reír.
– ¿Y la tercera?
– Vuelvo al trabajo.
– Es lo que suponía. Entonces será mejor que no te vayas un mes a una isla desierta. Sería malísimo para ti.
– En una ocasión pasé un mes en Tahití después de una enfermedad. Mi médico insistió en que tenía que pasar un tiempo de descanso en un lugar con clima cálido. Casi me volví loca. Paso mis vacaciones en París, Londres o Nueva York.
– Y en St. Tropez -añadió John. Fiona sonrió.
– Es más de lo mismo, pero con agua y biquinis. Realmente, no descanso. Pero lo paso muy bien. -John asintió, dando a entender que él también lo pasaría bien, especialmente si estuviese acompañado por ella. Fiona era un pájaro raro, de una raza exótica, con un plumaje tan brillante y colorista como los diseños que había visto en el desfile de Dior; no había nada pequeño o átono a su alrededor. Nada en absoluto. Pero a él le gustaba que ella fuese así. Le gustaba mucho-. ¿Estás preparado para otra sesión de Dior? -le preguntó con una maliciosa mirada.
– ¿Más elefantes, tigres y guerreros? -Le habían resultado muy intrigantes, pero había tenido suficiente dosis de ellos por un día.
– No, en esta ocasión el tema principal es el agua -le dijo Fiona. Pero, una vez más, cuando llegaron, él se quedó completamente anonadado al ver en lo que habían convertido una sencilla piscina. Habían montado una pista de baile de metacrilato sobre la piscina, con enormes peces exóticos nadando en el agua, y había un montón de chicas pintadas con colores brillantes y pinceladas doradas para que pareciesen peces, sin nada de ropa, que se paseaban por entre los asistentes. Y hombres con cuerpos impresionantes y diminutos slips dorados que hacían las veces de camareros sirviendo bebidas y algo de comer. La música tecno era ensordecedora y la gente bailaba y se retorcía sobre la pista de metacrilato transparente. La fiesta al completo pretendía dar la impresión de desarrollarse bajo el agua. Sirvieron sushi y marisco. Todas las super-modelos que se habían concentrado en París estaban allí, junto a estrellas de cine, fotógrafos, famosos locales, aristócratas y miembros de la realeza europea gente exquisita y la élite del mundo de la moda. Todos parecían conocer a Fiona y se le acercaban para saludarla. Era sin duda una velada increíble, pero John se sintió enormemente agradecido cuando se marcharon de allí antes de que se cumpliese una hora de su llegada. Fiona había cumplido con sus obligaciones y también se sintió aliviada de marcharse. Cuando los dos pudieron repantigarse en los asientos de la limusina, dejaron escapar un sonoro suspiro al unísono.
– Dios mío, menudo espectáculo -dijo incapaz de encontrar mejores palabras para definir lo que acababa de ver. Estaba empezando a sentirse como Alicia en el país de las maravillas, o bien como si hubiese tomado una dosis de LSD con la comida. No se veía a sí mismo pasando una semana, dos veces al año, haciendo ese trabajo, pero ella parecía encajar a la perfección, como si no la perturbasen el frenesí y la confusión. Le sonrió tranquilamente de camino al Ritz bajo el cielo nocturno increíblemente hermoso de París.
– El resto de fiestas de la semana no serán tan exóticas como esta. Dior siempre se sale. -Sabía que habían invertido tres millones de dólares en la fiesta de la que acababan de marcharse y poco más o menos lo mismo en el desfile de la tarde. Las otras firmas eran más comedidas, tanto en los gastos como en los temas centrales que elegían. Lo de hoy había sido como una especie de iniciación para él, y cuando estaban llegando a la Place Vendôme, Fiona le pidió al chófer que detuviese el coche y se volvió hacia John-. ¿Te apetece que caminemos un rato o estás demasiado cansado? -A ella le gustaba caminar por las calles de París antes de irse a dormir, pero había sido un día muy largo para los dos y el jet lag estaba empezando a dejarse notar.
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