– Me encantaría -dijo él sin énfasis. Ella salió del coche y ambos echaron a andar lentamente por la rué Castiglione camino de la Place Vendôme. De repente se sintieron personas reales en un mundo real en la más hermosa ciudad del planeta, y John se sintió agradecido por la posibilidad de ejercitar las piernas y respirar aire fresco. Esa caminata pareció reestablecer parte de la normalidad que había desaparecido tras las exóticas experiencias por las que había pasado esa tarde-noche-. Estaba empezando a sentirme como si hubiese tomado drogas -admitió mientras se adentraban en la plaza y se detenían a mirar los escaparates. Casi se sentía normal de nuevo, aunque cansado, eso sí.

– ¿Ya has tenido suficiente? -le preguntó Fiona, interesada por saber hasta dónde llegaba la tolerancia de John respecto a su entorno.

– Todavía no. Estoy fascinado, aunque lo de hoy ha sido un plan de choque. Me temo que me voy a sentir desilusionado si los otros desfiles están por debajo.

– No estarán por debajo, pero sí serán más comedidos. Los disfrutarás más. No son tan sobrecargados como el de Dior. Es su manera de enfocar el negocio.

– ¿Y la tuya? -le preguntó tras hacer que le agarrase del brazo mientras caminaban.

– Tal vez. Me gusta lo hermoso y lo exótico, la gente interesante con talento y los espíritus creativos. Creo que mi percepción está un poco estropeada. A veces, no estoy segura de qué es normal y qué no lo es. Para mí, todo lo que hemos visto hoy es normal. Se me olvida que otras personas llevan vidas más sencillas.

– Es posible que te aburras como una ostra si alguna vez dejas todo esto, Fiona. O tal vez te sirva de inspiración para escribir algo. -Pero incluso conociéndola desde hacía poco tiempo, era difícil imaginar que ella pudiese hacer otra cosa que lo que hacía, con una corte de adoradores rodeándola allí adonde fuese. El aire que respiraba era muy embriagador, y en medio de todo eso, era la abeja reina, tan poderosa como cualquier otra reina. Supuso que eso le hacía muy difícil relacionarse de un modo íntimo con cualquier hombre, y estaba seguro de que ella era plenamente consciente de ello. Pocos hombres serían capaces de existir en los márgenes de su mundo. Y menos aún querrían o estarían dispuestos a participar de él. Para la mayoría de hombres, la vida de Fiona era como viajar en un cohete a través del espacio exterior. Y John también lo creía. Pero disfrutaba a su lado, era una rara oportunidad. Aunque nadie podría tolerar su ritmo de vida fácilmente. Su propia existencia le parecía mortecina e increíblemente prosaica comparada con la de Fiona, a pesar de dirigir una de las mayores compañías publicitarias del mundo. Pero es que incluso ese mundo parecía gris comparado con el de Fiona. No podía siquiera sospechar cómo sería estar casado con ella. Por eso se preguntó si sería ese el motivo de que nunca se hubiese casado, y no pudo evitar preguntárselo a ella cuando se aproximaban al Ritz. Se preguntó también si la vida de Fiona sería demasiado divertida para dejarla y la vida de casada demasiado aburrida para probarla. Difícilmente alguien con marido o mujer podría permanecer demasiado tiempo inmerso en esa clase de mundo.

– En realidad, no -respondió ella pensativamente-. Nunca he sentido la necesidad de casarme, nunca he querido hacerlo. Siempre he pensado que es algo muy doloroso cuando no funciona. Nunca he querido correr ese riesgo. Es como saltar de un edificio en llamas. Si tienes suerte, es posible que caigas en la red de seguridad, pero por lo que he visto, es muy probable que des con tus huesos en el suelo. -Le dedicó una mirada sincera y él se echó a reír mientras caminaban hacia el hotel. Había guardias con perros en la puerta. Y los paparazzi seguían allí, esperando a que apareciese algún famoso.

– Supongo que es una manera de entenderlo. Pero es maravilloso cuando funciona. Me encantó estar casado. Aunque hay que elegir a la persona adecuada, y sin duda tener mucha suerte. -Ambos pensaron en la mujer de John, pero Fiona no tenía intención de seguir por esa senda.

– Nunca me ha gustado apostar -dijo Fiona con honestidad-. Prefiero invertir mi dinero en cosas que me gusten que arriesgarme a perderlo. Y nunca he conocido a alguien al que yo creyese capaz de tolerar el hecho de formar parte de mi estilo de vida para siempre. Viajo mucho, siempre estoy ocupada y me rodea un montón de gente que está mal de la cabeza. Mi perro ronca. Y a mí me gustan todas esas cosas tal como son. -Por alguna extraña razón, John se resistió a creer sus palabras a pies juntillas. Según su opinión, tarde o temprano todo el mundo comprende que uno no quiere estar solo para siempre. Aun así, tuvo que admitir que Fiona parecía inmensamente satisfecha de la vida que llevaba.

– ¿Y qué pasará cuando te hagas mayor?

– Lo sobrellevaré. Siempre he creído que el miedo a envejecer en soledad es una razón estúpida para casarse. ¿Qué razón hay para pasar treinta años con alguien con quien no estás a gusto únicamente para no estar sola cuando te haces vieja? ¿Qué pasaría si enfermase de Alzheimer y ni siquiera recordase su nombre? Pienso en todo el tiempo que habría malgastado pasándolo mal con el único fin de no ser infeliz cuando me hiciese mayor. Parece que hablemos de una póliza de seguro en lugar de una unión de mentes y almas. Por otra parte, podría sufrir un accidente de avión la semana que viene, y eso haría que alguien fuese terriblemente desgraciado. En mi situación, el único que lo pasaría mal sería mi perro. -John se dijo que era una curiosa manera de ver las cosas, pero Fiona parecía a gusto con esas ideas.

Era la antítesis del tipo de vida que él había llevado, con un largo matrimonio, una mujer a la que había amado y dos hijas. Y a pesar de que se sintió hundido cuando Ann murió, estaba convencido de que los años que habían compartido antes de su muerte merecía la pena haberlos vivido. Cuando él muriese, quería que alguien le echase de menos, una persona, no solo un perro. Pero Fiona no era de esa opinión. Se lo había dejado bien claro. Había sido testigo del dolor de su madre en cada ocasión que un hombre la abandonaba, y también ella se había sentido mal cuando las dos largas relaciones que había mantenido tocaron a su fin. Así pues, debido a sus experiencias, calculaba que casarse, y perder al marido, tenían que ser mucho peor, tal vez algo intolerable incluso. Resultaba más sencillo, al menos desde su punto de vista, no llegar a tener marido. Por eso llenaba su vida con otras cosas, pasatiempos, entretenimientos, proyectos y gente. -Además -prosiguió pensativamente-, no me gusta que se entrometan en mi vida. Supongo que me gusta disfrutar de mi libertad. -Sonrió con una mueca traviesa encogiéndose de hombros, pero sin aparentar estar pidiendo excusas-. Las cosas ya me van bien como están. -Y aunque sus ideas diferían enormemente, él estuvo de acuerdo. Parecía estar más que satisfecha con su existencia, y no parecía albergar dudas al respecto.

Una vez de vuelta en el Ritz, pasaron junto a las vitrinas llenas de joyas y prendas de ropa de elevado precio camino del ascensor del ala Cambon. Sus habitaciones estaban en la tercera planta, la de John concretamente al fondo del pasillo en la que se encontraba la de Fiona. Él se detuvo frente a la puerta de la habitación mientras ella rebuscaba en su bolso la larga tarjeta de plástico que hacía de llave. Solían colocarle un pesado aro metálico, por eso ella solía sacarle el aro y dejarlo encima del despacho de su habitación. Era demasiado pesado para cargar con él. John esperó amablemente hasta que encontró la llave, la insertó en la cerradura electrónica, y la puerta se abrió.

Ella se volvió y le dio las gracias una vez más por haber ido a París para estar con ella. Para él había sido maravilloso compartir aquella velada marcada por los espectáculos de Dior, de principio a fin. O mejor, desde la estación de tren a la piscina.

– ¿Tienes tiempo para desayunar conmigo mañana por la mañana o estarás demasiado ocupada? -le preguntó mientras ella se fijaba en que el aspecto de John era tan impecable como al inicio de la velada. Y eran ya las dos de la madrugada. Había sido una noche larga, pero había ido bien. Y él lo había sobrellevado con entereza. Era un hombre flexible y de trato fácil, además era divertido, y su aspecto era agradable y muy masculino, algo en lo que ella no había reparado hasta entonces. No estaba preparada para responder a eso. O al menos estaba siendo lo más cuidadosa posible para no responder llegado el caso.

– Tengo que hacer unas cuantas llamadas cuando me despierte y, en un momento dado, tendré que encontrarme con nuestro fotógrafo para ir a ver los contactos del desfile de Dior. Pero no los tendrá hasta última hora de la tarde. Y tenemos que estar en el desfile de Lacroix a las once. Tendremos que salir de aquí a las diez y media… Quiero estar vestida a las nueve… Podría desayunar contigo a las ocho y media. -Lo dijo como si se tratase de un encuentro profesional perfectamente encuadrado en su agenda, y él no pudo evitar sonreír.

– Creo que podré adaptarme. -Él también tenía que hacer algunas llamadas, pero había pensado hacerlas por la tarde debido a la diferencia horaria con Nueva York-. ¿Qué te gustaría desayunar? Lo pediré para los dos, si te parece bien. -Era una mujer tan independiente que no quería inmiscuirse en su intimidad o hacerle sentir que estaba perdiendo el control. Estaba convencido de que algo así jugaría en su contra.

– Uvas y café -dijo sin ninguna clase de formalismo y dejando escapar un leve bostezo. Se estaba durmiendo, y a él le gustaba la pinta que hacía con cara de sueño. Parecía, por alguna extraña razón, más pequeña y más dulce, no tan eficiente, distante y controladora.

– ¿Crees que será suficiente? No podrás aguantar hasta la hora del almuerzo con unas pocas uvas y una taza de café. Te vendrás abajo, Fiona. ¿Qué te parece una tortilla? -Ella dudó durante unos segundos y después asintió-. ¿Te gusta que tengan algo?

– Setas -le dijo con una sonrisa. A él pareció gustarle la respuesta.

– Me parece bien. Pediré que nos lo sirvan a las ocho y media. ¿En mi habitación o en la tuya? -Intuyó la respuesta antes de oírla. Estaba empezando a conocerla.

– Mejor en la mía. Es posible que me llamen por teléfono. Estoy trabajando.

– De acuerdo. Te veré por la mañana, Fiona. Esta noche me lo he pasado de maravilla. Gracias por invitarme. No olvidaré lo que he visto esta noche, aunque no creo que nadie me crea cuando lo explique. Creo que lo que más me ha gustado han sido los guerreros Masai.

– Cómo no. -Le dedicó una sonrisa-. Cosas de chicos.

– ¿Qué es lo que más te ha gustado? -preguntó intrigado.

Ella sintió el incontrolable impulso de decir: «estar contigo», pero no lo dijo; realmente se sorprendió de sus propios pensamientos.

– Posiblemente, el vestido de novia, o las faldas teñidas. -Iba a escribir sobre ellas en la revista y esperaba que los fotógrafos las hubiesen captado como merecían.

– Los tigres y los leopardos tampoco estuvieron nada mal -dijo John con un tono un tanto infantil. Estaba deseando contarle a sus hijas lo que había visto. Sabían que estaba en París, pero no estaban al corriente de lo que había ido a hacer. Siempre les comunicaba adonde iba, especialmente desde la muerte de Ann.

– Tendría que haberte llevado al Museo de Historia Natural o al zoo en lugar de al desfile de Dior -se burló Fiona, y los dos rieron.

Era un curioso modo de regañarle por su irreverente visión del asunto y por su falta de interés en la moda, pero sabía de sobra que se lo había pasado bien y eso era lo que realmente importaba. Permanecieron inmóviles durante un momento, sintiendo la presencia del otro sin decir nada, y después él la besó cariñosamente en la frente y se fue a su habitación tras despedirse con la mano. Fiona se sintió hechizada por él cuando lo vio alejarse por el pasillo. Era muy atractivo, responsable y normal, sensible e innegablemente masculino. Durante unos extrañísimos segundos, quiso echar a correr tras él, pero no se le ocurrió qué haría una vez llegase a su altura. Estaba intentando mantener la cabeza despejada a pesar de estar tan cerca de él, pero de repente le pareció un trabajo durísimo. Se sentía atraída por él más allá de lo razonable. Por fortuna, a esas alturas ya había cerrado la puerta de su habitación y se sintió aliviada por haber logrado mantener el control de sus actos. No tenía ningún sentido enrollarse con él, se dijo. Había tomado la decisión en el curso de la noche. Era muy guapo, le atraía mucho físicamente, pero no había que ser un sabio para darse cuenta de que eran demasiado diferentes. Ella ya no era una niña, después de todo, y sabía que algunos regalos, por irresistibles que resultasen, era mejor dejarlos envueltos y no abrirlos nunca. Lo único que tenía que hacer era limitarse a dejar pasar los próximos días entre desfile y desfile y mantener el control. Estaba totalmente dispuesta a no sucumbir a los encantos de John, por exquisitos que fuesen. Y cuando de lo que se trataba era de mantener el control, Fiona era toda una profesional.