– A mí también me gusta estar contigo. -Incluso más de lo que habría podido soñar. Habían sido dos días inolvidables y, sin pensarlo, se inclinó muy despacio hacia ella y de lo siguiente que fue consciente fue que la estaba abrazando y besando en la puerta de su suite. Permanecieron allí un buen rato, y por la mente de John cruzó la idea de que Adrian podía aparecer en cualquier momento camino de su habitación. Pero no quiso entrar por cuenta propia en la habitación de Fiona. Así que siguieron allí, besándose y sin dejar de abrazarse, hasta que con voz suave y ligeramente rasposa, ella le susurró al oído:

– ¿Quieres entrar?

– Creí que no ibas a pedírmelo nunca -le susurró a su vez, y ella rió blandamente. Entraron en el salón y cerraron la puerta a sus espaldas. Durante unos segundos, los dos se sintieron como dos niños traviesos que hubiesen engañado a sus padres.

– ¿Quieres tomar algo? -le preguntó Fiona mientras se quitaba los zapatos y se colocaba frente a él descalza. Se había quitado la chaqueta del traje mientras estaban en el bar, por lo que lucía una blusa de satén color melocotón que había resbalado de forma muy insinuante por uno de sus hombros. John no podía pensar en otra cosa que en la mujer que tenía delante; lo último que le apetecía era tomar una copa.

– No, querida, no quiero tomar nada -dijo al tiempo que volvía a rodearla con los brazos e, instantes después, la blusa había caído ya hasta la cintura y sus manos pudieron limitarse a sentir el sedoso tacto de su piel.

Ella le apartó y él la siguió hasta el dormitorio. La cama estaba impecable, como si esperase la llegada de una pareja de la realeza. Volvió a besarla, apagó la luz y la siguió hasta el lecho. En la oscuridad, la ropa de John desapareció con tanta rapidez como la de Fiona, y segundos después los dos estaban entre las sábanas, abrazados con fuerza, saboreando el momento. Y entonces, como si de una gigantesca ola se tratase, la pasión los arrastró a los dos. Fue una noche larga y deliciosa con la que ninguno de los dos había contado, o soñado, pero en caso de haberlo hecho, lo que sucedió a lo largo de esa noche habría cumplido con creces con sus expectativas.

6

Fiona intentó dar una impresión respetable y solemne cuando salieron camino del desfile de Chanel a la mañana siguiente. John llevaba puesto un traje gris, camisa blanca y una corbata azul oscuro; parecía dispuesto a acudir a una reunión de trabajo. Como si desease con ello compensar la locura por la que se habían dejado llevar la noche anterior, Fiona se puso un serio traje negro de Chanel de falda corta. Pero lo que consiguió fue, por el contrario, lucir más sexy que nunca. Al menos eso fue lo que creyó John cuando la rodeó con sus brazos en el ascensor del Ritz y la abrazó con fuerza camino del lobby del ala Cambon. Fiona dejó escapar una risita ingenua.

– Te has levantado de muy buen humor esta mañana -se burló él. Ambos estaban de muy buen humor. Y tenían una buena razón para ello. Había sido una noche memorable para los dos.

– Estaba pensando en las cámaras del ascensor. Podríamos ofrecerles un auténtico espectáculo digno de ser contemplado -dijo con otra risita, pero entonces se abrieron las puertas y se toparon de frente con una familia japonesa esperando para entrar. John siguió a Fiona y enderezó el nudo de su corbata. Ambos se sentían como si todo el mundo a su alrededor pudiese suponer lo que había pasado esa noche entre ellos. Les parecía algo tan obvio-. ¿Mi falda es demasiado corta? -le preguntó con cierto aire de preocupación mientras uno de los hombres del servicio de seguridad les dejaba salir por la puerta, habitualmente cerrada, del ala Cambon. La abrieron especialmente para ella porque, de ese modo, solo era necesario cruzar la calle para llegar a Chanel. De no haber sido así, tendrían que haber rodeado toda la Place Vendôme, lo cual no tenía mucho sentido.

– Creo que tu falda podría haber sido más corta -dijo John en voz baja justo cuando llegaban a Chanel. Había un montón de gente en la puerta esperando para entrar, así como el habitual grupo de paparazzi y fotógrafos acreditados. La sede de Chanel era pequeña, y el grupo que logró entrar al desfile de alta costura era selecto y de élite. En cuanto vieron a Fiona abrieron hueco para que pudiese pasar entre la multitud. Tomó a John del brazo y caminaron en paralelo mientras los fotógrafos los retrataban-. ¿Todo bien? -le preguntó John al oído; no quería convertirse en un problema para ella. Después de todo, era una mujer muy conocida, y no sabía si le importaba o no que la fotografiasen con un hombre. Pero a modo de respuesta sonrió en dirección a las cámaras y después a él.

– Todo bien. Estás imponente -dijo, y empezaron a subir a ritmo lento las escaleras. Al poco llegaron a los asientos que tenían reservados.

Al contrario que otros desfiles, Chanel empezó según la hora prevista, con puntualidad, y los vestidos fueron respetables y estupendos. Sonó música de Mozart mientras las modelos desfilaban lentamente por el camino señalado entre los asientos. Todos los aspectos del espectáculo tenían que ver con la elegancia y la tradición. Fue como ir a casa de una gran dama a tomar el té. Karl Lagerfeld había diseñado una colección que dejó a todos boquiabiertos. El vestido de boda que cerraba el desfile fue tan espectacular como había dicho Adrian. El vestido de terciopelo con la capa de mustela dejó sin aliento a los presentes, y el propio Lagerfeld se llevó una sonora ovación cuando apareció en escena. Fiona sabía que la prensa se iba a volver loca con las fotografías, por eso estaba ansiosa por publicarlas en Chic. El vestido de boda era absolutamente exquisito, igual que el resto de la colección.

– Es una lástima que se trate de un vestido de boda -dijo John mientras se abrían paso entre la multitud camino de la calle. Fiona se había detenido antes unos segundos para saludar a Karl y le había presentado a John-. Te sentaría de miedo. -Fiona no pudo reprimir una carcajada.

– Gracias por el cumplido. Todavía no he visto los precios, pero hablando mal y pronto, ese vestido probablemente cueste más o menos lo mismo que una pequeña casa de veraneo. Y ese no es el tipo de vestido que le regalan a editoras de revista.

– Mala suerte. Te sentaría de maravilla -dijo con sinceridad.

Seguían charlando y riendo cuando el miembro del servicio de seguridad del hotel les abrió la puerta de nuevo. Comieron en el jardín. Después tuvieron que apresurarse para llegar al desfile de Gaultier con Adrian. Gaultier era el desfile favorito de la mano derecha de Fiona en la revista, expresaba al cien por cien su manera de entender la moda. Ese año, la colección al completo estaba marcada por el color rojo, incluidos los abrigos de piel, pues el tema de la colección era China. Resultaba extremadamente dramático, pero Fiona no fue tan entusiasta al respecto.

El último desfile al que acudieron esa misma tarde fue el de Valentino, que resultó tan elegante como lo había sido el de Chanel. Y, como solía ser costumbre en él, Valentino también había utilizado mucho el color rojo. Por una vez, y sin que sirviera de precedente, Fiona también estaba cansada cuando regresaron al hotel. Tenía que ordenar un millón de fotos y notas, pero tenía pensado hacerlo a la mañana siguiente, cuando se fuese John. Para esa última noche, habían previsto cenar en un sencillo restaurante en un Bateau Mouche y después querían dar un paseo por la orilla izquierda. Y el día después de que John se marchase, Fiona se iría a St. Tropez. Adrian tenía planeado regresar a Nueva York cuando ella se fuese de vacaciones. Tenía un montón de cosas que hacer. Las secuelas de los desfiles de alta costura en París solían mantenerle ocupado durante semanas. Era algo raro en ella, pero Fiona había decidido descansar durante dos semanas enteras. Hacía años que no se tomaba tanto tiempo libre, pero sentía que lo necesitaba.

– Pareces cansada, ¿te apetece una taza de té? -le preguntó John solícito. Ella asintió agradecida, contenta de poder tirarse en el sofá durante un rato mientras escuchaba los mensajes. La noche anterior había sido corta, ninguno de los dos había dormido mucho. John pidió té para dos y se sentó relajadamente con Fiona. Hablaron de los tres desfiles que habían visto ese día y ella le felicitó por haber asistido a los más importantes acontecimientos de la alta costura de la semana-. Te estoy muy agradecido. Ni siquiera se me ocurre cómo describir lo que he visto. Ha sido increíble. -Se inclinó entonces hacia ella y la besó-. Y tú también lo eres. -No había sido tan feliz desde hacía muchos años, y jamás había conocido a alguien como ella. Era mágica y emocionante y misteriosa, todo a la vez. Era como un hermoso animal en su hábitat salvaje, corriendo en libertad, pero absolutamente hermoso y atrayente cuando se detenía para mirarte. Se había enamorado de ella de la cabeza a los pies y no hacía más que unas pocas semanas que la conocía. La cuestión temporal tenía anonadada a Fiona, y a John también. Ella también estaba perdiendo la cabeza por él. Pero temía que se tratase de un fenómeno asociado a París y toda la excitación asociada al viaje. Temía que una vez de vuelta en casa se rompiese el hechizo, y así se lo dijo a John mientras tomaban té.

– No seas tan cínica, Fiona -la reprendió él-. ¿Acaso crees que es imposible enamorarse teniendo nuestra edad? A la gente le pasa constantemente. A gente mucho mayor que nosotros. ¿Por qué tendría que ser esto una fantasía?

– ¿Y qué pasa si lo es? -dijo con auténtica preocupación. Ella no quería que lo fuese. Más de lo que había querido nada desde hacía mucho tiempo. Ella tampoco había conocido a nadie como él. Fuerte, sólido, sensible, afectivo, cariñoso, inteligente, amable, razonable y, por otra parte, parecía tolerar a la perfección la locura ocasional asociada a su carrera, incluso durante la semana de la alta costura. Le gustaba Adrian, que para ella era un puntal en su vida. No estaba totalmente segura de cómo sería la relación entre John y Sir Winston en el futuro, pero tenía posibilidades de funcionar. Todo lo demás le parecía perfecto, aunque era muy poco lo que sabía en realidad. Pero, a simple vista, lo parecía. John parecía atesorar todo lo que ella había deseado encontrar en un ser humano. Su príncipe azul no solo era guapo, también era elegante y sexy, y muy inteligente. Entre ellos había una química evidente.

– No te las des de gatita asustada -dijo en confianza. Él también quería que ella conociese a sus hijas. Estaba convencido de que las chicas iban a quererla, aunque solo fuese porque él la quería.

– Voy a echarte de menos cuando esté en St. Tropez -dijo mordisqueando una galleta. Ahora no le apetecía lo más mínimo ir a St. Tropez. Iba a sentirse sola y a aburrirse como una ostra sin él. Además, había recibido un mensaje el día anterior de los amigos con los que tenía que encontrarse. En él le decían que estaban retenidos con su barco en Cerdeña debido al mal tiempo, y que por eso habían decidido quedarse allí. Así que iba a tener que quedarse sola en el hotel Byblos en St. Tropez.

– Podríamos hacer algo al respecto, si te apetece. Porque no quiero inmiscuirme en tus vacaciones, Fiona. Las necesitas. Y solo vas a descansar durante dos semanas. -A él también le parecía una eternidad.

– ¿Qué has pensado? -le preguntó intrigada.

– Es un poco una locura, pero si te parece bien, yo podría cambiar algunas citas. En esta época del año, la mayoría de la gente está de vacaciones. Y mis hijas están ocupadas. Si quieres, podría ir contigo. Pero si prefieres que no, lo entendería. Tengo trabajo para estar ocupado durante las próximas dos semanas. -Pero ella ya le estaba sonriendo.

– ¿Lo harías? ¿Podrías hacerlo? -Era una locura, lo sabía, pero no le importaba. Le encantaba que estuvieran juntos, y quería ir con él a St. Tropez si podía arreglarlo.

– Puedo hacerlo y me encantaría. ¿Te parece bien?

– Me parece genial -le aseguró.

John llamó a su secretaria media hora más tarde, mientras Fiona se duchaba y se vestía para la noche. Salió del baño con unos pantalones de seda beige y un pequeño suéter también de seda beige que era casi transparente, aunque solo casi. Siempre se las ingeniaba para estar sexy y elegante, y llevaba unas sandalias sin tacón de seda roja para la informal velada que tenían pensado pasar en el Bateau Mouche.

– ¿Ha podido arreglarlo todo? -preguntó Fiona, como si de una niña que espera la Navidad se tratase, refiriéndose al cambio de planes. Él se echó a reír.

– No le he dado oportunidad, le he dicho que tenía que hacerlo, sin más. Es una locura, pero qué demonios, Fiona, solo se vive una vez. Quién sabe cuándo tendremos otra oportunidad de hacerlo, siempre estamos tan jodidamente ocupados. Tú ya tenías planificadas tus vacaciones, lo mínimo que podía hacer era conseguir que mi agenda coincidiese. -Ella le sonrió sentándose en la cama del dormitorio de su suite y le rodeó con los brazos, agradecida de haberlo encontrado, de estar con él.