– ¿Qué os parece si pedimos una pizza? -dijo Fiona intentando aligerar el ambiente, pero las dos chicas la miraron y la señora Westerman cerró de golpe la puerta de la cocina y no dejaría de hacer ruido con los cajones y los armarios durante toda la comida.

– Lo cierto es que se me ha pasado el hambre -dijo Hilary, se puso en pie, y Courtenay hizo lo mismo. Sin decirle una sola palabra más a su padre, ni a ella, las chicas se fueron a sus habitaciones. Fiona siguió sentada y miró a John con cariño, alargó el brazo para tocarle la mano, pero él parecía como si le hubiesen apaleado y apenas se atrevió a mirarla. No solo le habían partido el corazón debido al modo en que lo habían tratado, sino que se sentía profundamente avergonzado por haber hecho pasar por ello a Fiona.

– Lo siento mucho, cariño -dijo Fiona.

– Y yo -dijo con voz ronca al borde del llanto-. No puedo creer que se hayan comportado así, y también lo siento por la cena. La señora Westerman siempre fue extremadamente leal a Ann, lo cual estuvo muy bien, pero eso no es razón para hacerte esto. Siento haberte hecho pasar por este trago.

– Lamento haber llegado tarde. Eso no ha ayudado mucho, precisamente. Perdí por completo la noción del tiempo.

– Eso no ha cambiado mucho las cosas. Han estado de este humor desde que se lo dije el sábado. Creí que se alegrarían por nosotros, y por mí. Me sorprendió y pensé que cambiarían de opinión al día siguiente, pero no fue así sino que la cosa empeoró.

Fiona temió de repente que las circunstancias pusiesen fin a su relación. Parecía asustada cuando le miró; él también lo parecía. Era un hombre decente, y su corazón tal vez se resintiese. John se puso en pie y fue a darle un abrazo a Fiona para tranquilizarla justo cuando la señora Westerman abrió la puerta de la cocina y permitió que Fifi, la perra pequinesa de la familia, entrase en el salón. Había sido la última y adorada mascota de la señora Anderson, y había estado al cargo de la señora Westerman desde su muerte. Fifi se detuvo bajo el marco de la puerta, ladró al verlos, al ver a Fiona entre los brazos de John. Resulta imposible saber si creyó que Fiona estaba atacándole, pero sin dar tiempo siquiera a planteárselo, salió disparada como una flecha y aterrizó en los pies de Fiona. Antes de que ninguno de los dos supiese lo que estaba sucediendo, clavó los dientes con todas sus fuerzas en el tobillo de Fiona. A ella, más que otra cosa, le sorprendió, pues además la perra se negaba a soltarla, a pesar de que Fiona se agarró a John y este vertió una jarra de agua sobre el animal. Tuvo por lo tanto que tirar de ella para apartarla de Fiona y la lanzó hacia la cocina. La perra, empapada, se marchó aullando mientras la señora Westerman gritaba que John había intentado matar a la perra. Tras eso se metió en la cocina a toda prisa sin dejar de chillar con la perrita en brazos. No le pidió disculpas a Fiona, que sangraba profusamente de una herida de aspecto nada agradable.

John le colocó una servilleta húmeda en el tobillo e hizo que Fiona se sentase apoyando la espalda. Estaba temblando, y se sentía completamente ridícula debido al jaleo que se había montado. Pero el tobillo no dejaba de sangrar, a pesar de la presión ejercida por John en la herida. La miró apenado y la ayudó a llegar, cojeando, a la cocina, pero antes de entrar le gritó a la señora Westerman que atase a la perra. Pero ella ya se había retirado a su habitación con Fifi; podían oír los furiosos ladridos al otro lado de la puerta. Lo único que deseaba John en esos momentos era enviarlo todo al infierno e irse a casa con Fiona, pero sabía que tenía que quedarse con las chicas al menos hasta que regresasen a la universidad. Nunca había tenido que enfrentarse a una situación semejante. Sentó a Fiona en la encimera de la cocina, le metió el pie en el fregadero y estudió la herida. Después la miró a la cara con auténtica vergüenza y dolor.

– Odio tener que decirlo, Fiona, pero creo que habrá que poner puntos.

– No te preocupes por eso -dijo con calma, intentando hacer que el horror en que se había convertido esa noche fuese más liviano para él-. Estas cosas pasan.

– Solo en las películas de terror -dijo con una sonrisa boba. Le rodeó el tobillo con un trapo de cocina, la ayudó a bajar de la encimera y recorrieron el apartamento, observando con preocupación cómo la mancha de sangre iba creciendo rápidamente en el trapo. Para cuando subieron al taxi, la había empapado por completo, y goteaba cuando John la tomó en brazos para entrar en el hospital y la dejó en la sala de urgencias con una mirada de incredulidad.

Cuando el doctor de guardia finalmente la examinó dijo que se trataba de una herida profunda y que necesitaba puntos. Le administró un anestésico local y la cosió, le puso la inyección del tétanos, dado que no la habían vacunado desde hacía muchos años, y le dio antibióticos y analgésicos para que se los llevase a casa. A esas horas, Fiona no tenía ya muy buena cara. No había comido nada desde el desayuno, y habían sido una tarde y una noche bastante duras. Se mareó un poco al salir y tuvo que sentarse un par de minutos.

– Siento ser tan endeble -se lamentó-. No es nada. -Intentó que John no se preocupase, pero se sentía fatal. Los efectos del anestésico estaban pasando y el tobillo le dolía horrores. Aquella pequeña bestia había mordido con todas sus fuerzas, casi con tanta fuerza como las hijas de John. La perra era como su alter ego; igual que la señora Westerman.

– ¿Nada? Mis hijas se han comportado de un modo horrible, el ama de llaves se ha transformado en un monstruo y mi perra te ha atacado, han tenido que darte punto y que ponerte la inyección del tétanos. ¿Qué demonios quieres decir con «no es nada»? -Estaba furioso y no sabía cómo librarse de esa sensación-. Voy a llevarte a casa -dijo apenado, y añadió que se quedase donde estaba hasta que encontrase un taxi. Volvió cinco minutos después, la tomó en brazos, y cuando llegaron a casa, la desvistió, la metió en la cama, le dio las medicinas y le acomodó las almohadas. Bajó la escalera para llevarle algo de comer y un poco de té. Cuando subió acarreando una bandeja, Fiona tenía mejor aspecto y él había tomado una decisión. Se lo comentó a Fiona y ella sintió auténtico terror ante lo que esperaba escuchar. Después de la noche que habían pasado, él solo podía haber llegado a una conclusión: que incluir a Fiona en su vida era algo demasiado difícil de sobrellevar. Así pues, Fiona se sentó estoicamente mientras él ordenaba sus pensamientos y miraba a los ojos a la mujer de la que se había enamorado en París, o incluso antes. Para él, había sido amor a primera vista.

– Fiona, si tú estás de acuerdo, me gustaría venirme a vivir contigo este fin de semana, después de llevar a Courtenay a Princeton. Hilary se va a Brown el viernes por la noche. No voy a quedarme en el apartamento con esa mujer. No hay razón alguna para que me quede allí. Quiero estar aquí, contigo. -Miró al bulldog dormido sobre la cama, que apenas si había notado su presencia, y sonrió-. Y con Sir Winston. Las chicas tendrán que acostumbrarse. Me alojaré en mi casa cuando ellas estén de vacaciones o cuando vengan algún fin de semana. Y, finalmente, espero que tú también puedas venir conmigo. Mantendremos a salvo tus tobillos y llevaremos una pistola aturdidora para protegernos de la señora Westerman y de la perra. ¿Te parece bien? -le preguntó casi con tono humilde. Ella se echó a llorar. Estaba tan convencida de que iba a decirle que lo suyo se había acabado… No quería perderle. Lamentaba tanto que sus hijas la odiasen. El ama de llaves no le importaba, y la perra era una pequeña bestia. Pero las chicas le preocupaban de verdad.

– ¿Seguro que es eso lo que quieres? -le preguntó Fiona con cara de preocupación.

– Sí -afirmó tajante. No tenía dudas al respecto. Y nunca antes había estado tan enfadado con sus hijas, o tan decepcionado.

Ella no pudo dejar de llorar al mirarlo. Él la abrazó de nuevo. Había sido una noche infernal.

– Me encantaría que te vinieses a vivir conmigo -dijo con los ojos anegados en lágrimas. Se debía tanto a lo que había experimentado durante las últimas horas como al alivio de saber que él no quería acabar con su historia.

– Entonces, ¿por qué lloras? -preguntó con cariño.

– Porque voy a tener que hacer más espacio en mis armarios -dijo echándose a reír entre gimoteos al mismo tiempo que él.

9

Fiona estaba sentada tras su escritorio a la mañana siguiente cuando Adrian fue a verla después de una reunión. Estaba estudiando unas fotografías en la caja de luz, y la hizo rotar sobre su eje cuando él entró.

– ¿Cómo fue? -Había pasado la noche muerto de curiosidad, y no había tenido ni un solo minuto en toda la mañana para verla, y cuando lo había tenido habían estado rodeados de gente.

– Fue interesante -dijo de forma evasiva.

– ¿Y eso qué significa?

– Bueno, el ama de llaves me odia y, probablemente, tenía pensado envenenarme, pero achicharró la cena de tal modo que no llegué a probarla. Las chicas afirman odiarme, pero no han hablado con su padre desde que el sábado les habló de lo nuestro. Se negaron a dirigirme la palabra tras decir que nuestra relación era algo detestable, y después se fueron a sus respectivas habitaciones porque, en cualquier caso, no había nada para cenar. A modo de colofón, su perra me atacó. -Al menos pudo contárselo con una sonrisa en los labios. No había perdido su sentido del humor.

– Espero que estés exagerando. Al menos en lo relacionado con la perra. En serio, ¿tan mal fueron las cosas? ¿Las chicas acabaron aflojando un poco?

– No. Y te aseguro que no estoy bromeando respecto a la perra. Me dieron ocho puntos.

– ¿En serio? -Parecía realmente sobrecogido. Para reafirmar sus palabras, Fiona apoyó la pierna encima de la mesa y la dejó allí, luciendo el aparatoso vendaje.

– Me pusieron la vacuna del tétanos y me dieron antibióticos. La única buena noticia fue que vi a John tan afectado que creí que iba a romper conmigo. Pero en lugar de eso me ha dicho que quiere instalarse en mi casa a partir del fin de semana. -Dio la impresión de sentirse encantada. Adrian, por su parte, no apartaba los ojos de su pierna.

– Oh, Dios mío. ¿Qué vas a hacer con los armarios?

– Tendré que idear algo. Tal vez convierta el comedor en un gigantesco armario. O es posible que coloque una carpa en el jardín. Quién sabe, pero tendré que hacer algo. Al menos sigue enamorado de mí. Virgen santa, Adrian. Las chicas no fueron simplemente desagradables. Se comportaron como monstruos, principalmente con él, pero conmigo también. Y el ama de llaves es idéntica a la de Rebeca, o a la de alguna otra película de terror. Creí que iba a matarme. Pero no fue ella sino la perra la que me atacó. Gracias a Dios que no tenían un pit bull.

– ¿De qué raza era? -Parecía preocupado. A pesar del tono distendido de Fiona, se trataba de un relato espantoso. Y las hijas de John daban la impresión de ser auténticas brujas.

– Pequinesa, gracias a Dios. La maldita perra no quería apartar los dientes de mi pierna. John tuvo que tirarle una jarra de agua encima.

– Dios del cielo, Fiona, ¡menudo bicho! -Adrian se puso a reír porque ella hacía que sonase muy gracioso, pero sin duda debía de haberlo pasado muy mal.

– La cosa no fue muy bien -admitió con pesar-. Supongo que no iré a su casa el Día de Acción de Gracias.

– Puedes tomarte el pavo conmigo. Mis perros te adoran. -Tenía dos hermosos perros pastores húngaros, y realmente les gustaba Fiona. Se tiraban encima de ella en cuanto la veían, pero para cubrirla de besos.

– No sé qué va a hacer John. Tal vez el tiempo lo arregle todo. Sus hijas van a ser un problema, eso te lo aseguro. O al menos lo son de momento. Creen que está traicionando la memoria de su madre.

– Eso es ridículo. Me dijiste que habían pasado dos años. ¿Qué es lo que esperan? Es un hombre joven. No puede enterrarse vivo con ella.

– Lo sé. Pues ellas no lo ven así. Supongo que quieren a su padre solo para ellas, pero ni siquiera viven con él. Van a la universidad.

– Lo superarán. Como mínimo, él no ha permitido que le condicionen, o que le vuelvan contra ti.

– Al contrario, cuando volvimos del hospital me dijo que quería instalarse en mi casa. Y eso también me da un poco de miedo. Ha sido todo un poco rápido. Solo llevamos juntos dos meses y medio. Yo habría esperado bastante más, pero por otra parte me gusta vivir con él. Y me he acostumbrado a su presencia. Le he echado mucho de menos durante el fin de semana.

– ¿Puede soportar esa vida de locos que llevas? ¿Jamal, el perro, las visitas, yo, toda la gente que te rodea, las sesiones fotográficas hasta las tantas, los cierres de la revista, todos esos chiflados amigos tuyos? Parece un tipo bastante conservador. Asegúrate de dejarle espacio personal para no volverlo loco. No puedes seguir viviendo como si estuvieses sola, Fiona. Tendrás que hacer algunos ajustes, especialmente si va a instalarse en tu casa de verdad y no solo «va a quedarse» contigo, tal como dijiste.