– No podría hacerle eso a mis amigos. Estoy escribiendo una novela, pero no tiene nada que ver con la industria de la moda o de las revistas. Vuestros secretos están a salvo conmigo. -La editora hizo rodar los ojos con gesto de alivio. Cuando la mujer se marchó, Fiona se volvió hacia Adrian con una sonrisa-. Escribir un libro sobre el mundo de la moda me aburriría hasta la extenuación. -Ambos rieron y se lanzaron sobre la gigantesca bandeja de profiteroles que habían pedido como postre. Adrian se tranquilizó al verla comer con apetito, aunque no había dejado de fumar durante toda la comida.
– ¿Qué te parecería tener otro perro? -Adrian quería proponérselo desde hacía mucho tiempo, pero había estado esperando a que se cerrase la herida de Sir Winston. Había pasado el tiempo necesario para arriesgarse a comentárselo, pero ella encendió otro cigarrillo y negó con la cabeza.
– ¿Te acuerdas de cómo era yo? He vuelto a ser la que era en el pasado. Nada de responsabilidades, nada de lazos ni de dar importancia a nadie. No quiero poseer nada, ni amar a nadie ni vincularme demasiado a los demás, o a cosa o lugar alguno. Es una regla que creo que para mí funciona bien. -Eso le dio a entender a Adrian que Fiona seguía sintiéndose herida, y que quizá lo estaría por siempre. Al menos la herida que había dejado John seguía abierta, porque a pesar de haber compartido poco tiempo con ella, era la más profunda de todas. Pero también tuvo la sensación de que, como mínimo, Fiona había empezado a perdonarse a sí misma, por los errores que había cometido y por haber sido incapaz de darle a John todo lo que necesitaba. Durante sus meses de soledad, había tenido la valentía de enfrentarse a sus demonios. Por primera vez desde que dejó la revista y se fue a París, Adrian tuvo el convencimiento de que su amiga había hecho lo correcto. Ahora era una mujer más profunda y sabia, mucho más de lo que lo había sido nunca. Su vida era menos frívola, ya no había tipos raros a su alrededor correteando en taparrabos. Lucía menos elegante, no parecía mostrar un gran interés por la moda o por la ropa que llevaba puesta. Parecía menos perfeccionista y no tan dura para consigo misma. Daba la impresión de sentirse más relajada y de ser, en muchos sentidos, más filosófica, y le dijo que disfrutaba limpiando el apartamento. Pero lo que a Adrian le preocupaba más era que llevase una vida tan solitaria, que se hubiese aislado de ese modo. Tenía cuarenta y cuatro años, era demasiado joven para apartarse del mundo. Le dijo que no estaba interesada en tener citas, que no quería desarrollar una vida social. Lo único que deseaba era acabar su libro. Se había propuesto acabarlo para finales del verano, después iría a Nueva York para buscar un agente que lo vendiese por ella. Iba a quedarse en París todo el verano para poder trabajar. No mostraba el menor interés en ir al sur de Francia, y casi dio un brinco cuando Adrian le preguntó si iba a ir a St. Tropez. Obviamente, Adrian había apretado el botón equivocado. Dijo que no se le había pasado por la cabeza. Pero ambos sabían que, a decir verdad, solo pensar en ello ya le resultaba doloroso.
Adrian se quedó unos cuantos días en la ciudad después de los desfiles de alta costura para estar con ella, y cuando se marchó de París a principios de julio, ella retomó el trabajo. Ver a Adrian fue un agradable interludio para ella. Hablaban por teléfono con frecuencia, pero era mucho mejor tenerlo cara a cara, y comieron en Le Voltaire casi cada día. En una ocasión, Fiona preparó la cena para los dos en el apartamento, y se sentaron en la terraza para comer queso y beber vino. Adrian tenía que admitir que ella no había elegido una mala vida, y en cierto modo la envidiaba. Eso no significaba que no le apasionase su trabajo, y había llevado a cabo toda una serie de significativos cambios desde que Fiona se había ido.
– Es posible que me venga a París y escriba un libro cuando sea mayor -dijo cruzando las piernas. Llevaba unos estupendos Manolos nuevos de piel de serpiente.
– Tendrías que escribir el libro que yo no voy a escribir -dijo Fiona con una sonrisa-. Uno sobre el mundo de la moda. Tú conoces más secretos que yo. -Todo el mundo confiaba en Adrian, y podía ser más silencioso que una tumba. Ella siempre había sabido que sus secretos estaban a salvo con Adrian.
– Todo el mundo querría que firmase contratos. Aunque si no lo han hecho ya, tal vez no lo hagan nunca. -Le gustaba la idea, pero en su mente faltaban muchos años todavía para desarrollarla. Él se encontraba en el mismo punto que ella cuando tenía su edad.
Cuando Adrian se fue, aceleró el ritmo de escritura y apenas descansaba. Se levantaba con el alba, hacía café, encendía un cigarrillo y se sentaba a trabajar. La mayor parte del tiempo, no apartaba la vista del ordenador hasta mediodía. Comía algo de fruta, estiraba las piernas, y volvía al trabajo. Estuvo allí sentada, día y noche, durante dos meses. París estaba desierto en verano, incluso los turistas parecían haberse largado a otra parte, a Gran Bretaña o al sur, a Italia o España. Y ella no salía nunca de su apartamento, excepto para comprar algo de comida.
Era una soleado y brillante día a finales de agosto, escribió una frase y se quedó con la vista clavada en ella mientras las lágrimas empezaban a correrle por las mejillas. Comprendió lo que acababa de suceder. Había terminado el libro.
– Oh, Dios mío -dijo en voz baja, y después dio un brinco de alegría y se puso a reír y a llorar al mismo tiempo-. Oh, Dios mío… ¡Lo he conseguido! -Se sentó otra vez y leyó la frase una y otra vez. Había acabado. El libro en el que se había volcado en cuerpo y alma estaba finalizado. Le había llevado casi ocho meses.
Telefoneó a Adrian, era por la mañana en Nueva York y él acababa de llegar al trabajo. En cuanto le dijeron que era Fiona agarró el aparato al instante.
– Puedes recuperar tu puesto en cuanto quieras -dijo con un tono de voz exasperado-. Me están volviendo loco. Tres de mis mejores editores se han largado.
– Encontrarás otros. Nadie es irreemplazable, y eso me incluye a mí. ¿Sabes una cosa? -dijo con una sonrisa de medio lado haciéndose la interesante.
– Estás embarazada. La Inmaculada Concepción. O bien has conocido a un tipo estupendo. Vas a volver a Nueva York, gracias a Dios, y quieres trabajar para mí.
– Ni lo sueñes. Nada de eso. ¡He acabado el libro! -Su ilusión resultó contagiosa incluso por teléfono.
– ¡Cielo santo! ¡No me lo creo! ¿Ya? ¡Eres un genio! -Estaba emocionado por ella. Sabía lo mucho que significaba para Fiona. Y, como siempre, se sentía orgulloso de ella. Eran el hermano y la hermana, respectivamente, que nunca habían tenido-. ¿Vas a venir a casa? -preguntó esperanzado.
– Esta es mi casa ahora. Pero iré a Nueva York dentro de unas semanas. Quiero hablar con algunos agentes. Primero tengo que corregir el manuscrito. Quiero hacer algunos cambios. -Pero, finalmente, le llevó más tiempo del que había pensado.
Se le echó encima el mes de octubre antes de poder ir a Nueva York. Tenía que entrevistarse con tres agentes y había pensado alojarse en casa de Adrian. Todavía tenía inquilinos en su casa, y además había decidido venderla. Iba a ponerla a la venta mientras estuviese en la ciudad, pero en primer lugar tenía pensado ofrecérsela a los inquilinos. Si podían llegar a un acuerdo se ahorrarían la comisión de los agentes inmobiliarios, lo cual sería bueno para ambas partes, y la gente que vivía en la casa estaba encantada con ella. Estaba convencida de que no volvería a vivir en Nueva York. Era feliz en París y ya no tenía nada que hacer allí. A excepción de Adrian, nada le ligaba a la ciudad, y a él no le importaba ir a París a verla. En cuanto regresase a Francia, tenía pensado empezar otro libro. Tenía ya un esbozo, y lo había trabajado un poco en el avión.
Fiona quedó con Adrian en la revista, y para ella fue bastante extraño, algo así como visitar el hogar de la infancia, una casa en la que vive ya otra familia. Todavía más raro fue ir a su propia casa. Habían pintado las habitaciones de otro color y decorado la casa con muebles que a ella le parecieron horribles; pero ahora era su casa, no la de Fiona. Y los inquilinos estaban muy ilusionados ante la posibilidad de comprarla. En cuestión de dos días fijaron un precio muy conveniente para ambas partes, y de ese modo evitaron a las inmobiliarias. Así pues, el viaje a la ciudad habría valido la pena aunque solo hubiese sido para eso.
Pasó unas cuantas noches con Adrian en su apartamento y se entrevistó con los agentes literarios que tenía previsto. Dos de ellos no le gustaron nada, pero el tercero le pareció adecuado. Era un hombre inteligente y ambicioso, con una interesante conversación, conocedor de los entresijos de su negocio y más o menos de su edad. Fiona le explicó de qué iba el libro y a él le gustó. Le dejó un manuscrito y sintió como si le estuviese entregando su propio hijo a un extraño. Sufrió un leve ataque de nervios cuando llegó al apartamento de Adrian esa misma noche. Había pasado un buen puñado de horas con los agentes y Adrian le esperaba para cenar. Él sabía a la perfección lo estresante que debía de haber sido para ella ver a esos agentes debido a su libro.
– ¿Qué pasará si le parece odioso? -dijo con auténtica ansiedad. Se había puesto un jersey de cuello de cisne blanco, pantalones grises y zapatos bajos de satén también grises, así como su marca personal: el brazalete turquesa en la muñeca. No se había percatado, pero el agente se había fijado mucho en ella. Lo único que le importaba a Fiona era su libro. Ni siquiera se había maquillado, rara vez lo hacía ya, pero su piel era tan exquisita y sus ojos tan grandes, que Adrian creía que estaba más guapa así.
– No le va a parecer odioso. Escribes muy bien, Fiona. Y la historia es sólida. -Le había leído algunos pasajes, le había enviado algunas páginas por fax y también le había hecho resúmenes del mismo, en sus diferentes mutaciones, más o menos un millón de veces.
– No le va a gustar. Lo sé -replicó vaciando una copa de vino. Se emborrachó un poco mientras cenaban, algo muy infrecuente en ella. A la mañana siguiente, estaba totalmente convencida de que el agente rechazaría su novela, y se estaba haciendo a la idea de que tendría que guardar el manuscrito en algún cajón. Se limitó a pensar en el siguiente libro.
El teléfono sonó a última hora de la tarde en casa de Adrian. Fiona acostumbraba a dejar que saltase el contestador, pero por alguna razón contestó, pensando que podía ser Adrian. Tenían la intención de quedar para cenar esa noche, sin embargo él estaba incluso más ocupado de lo que lo había estado ella cuando ocupaba ese puesto. La única diferencia era que él no daba fiestas, y que ni los fotógrafos ni las modelos se alojaban en su casa. Pero el año anterior se había visto obligado a confesarle que había contratado a Jamal. Y Fiona se alegró de verlo cuando llegó. Adrian le había comprado un uniforme, pantalones blancos y camisa blanca, con una chaquetita blanca que, junto con la corbata, se ponía en las raras ocasiones en que Adrian recibía a alguien en su apartamento. También le dijo que Jamal no era tan feliz con él, porque no podía quedarse con sus cosas, ya que sus zapatos, por ejemplo, eran demasiado grandes para él. Pero, a decir verdad, Jamal parecía bastante feliz con su nuevo trabajo.
– ¿Diga? -preguntó Fiona con cautela cuando descolgó el teléfono. La voz al otro lado de la línea no le resultó familiar. No era Adrian, por eso lamentó al instante haber respondido. Pero para su sorpresa, la voz preguntó por ella. Era Andrew Page, el agente literario con el que se había visto el día anterior.
Le dio la noticia a la primera, sin rodeos. Sabía lo ansiosos que podían sentirse los autores y le dijo casi al instante que le había gustado el libro, que era una de las mejores primeras novelas que había leído en años. Creía que había que corregirla un poco, pero no gran cosa, y estaba casi convencido de tener editorial para publicarla. Había pensado quedar a comer con uno de los cargos de dicha editorial en relación a su libro. Si ella estaba dispuesta a firmar con su agencia, por supuesto. Le pidió que fuese a verlo por la mañana para firmar un contrato.
– ¿Hablas en serio? -le preguntó casi gritando-. ¿Estás de broma?
– Por supuesto que no bromeo -dijo entre risas. Para tratarse de una mujer de su fuerza y con sus capacidades, se mostraba tremendamente humilde respecto a lo que escribía, y también respecto a otros muchos temas, y eso al agente le gustó mucho de ella-. Es un libro estupendo.
– ¡Eres un agente fabuloso! -dijo sin poder contener una risotada. Quedaron para el día siguiente, colgó y, dos minutos después, llamó al teléfono móvil de Adrian-. ¿Sabes una cosa?
– No empieces otra vez. -Rió con ganas. Le gustaba comportarse como una niña cuando se trataba de dar buenas noticias. Adrian supo que tenía que tratarse de algo bueno sin lugar a dudas.
"Empezar de nuevo" отзывы
Отзывы читателей о книге "Empezar de nuevo". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Empezar de nuevo" друзьям в соцсетях.