– ¿Dónde vas? ¿Quieres que vayamos a comer? -le preguntó Adrian con una sonrisa. La reunión había ido bien y ambos estaban satisfechos de cómo había quedado el número de agosto ahora que estaba definitivamente completo.

– No puedo. Estoy ocupada. Voy a comer con el director de nuestra agencia de publicidad. -Estuvo a punto de invitar a Adrian a que se sumase, pero no lo hizo.

– Creía que os habíais visto ayer. -Alzó una ceja. Sabía que Fiona no quedaba a comer con nadie si no se veía obligada a hacerlo, así que supuso que no se trataba de un encuentro social.

– Tenemos que acabar de concretar.

No estaba segura de si le estaba mintiendo a él o a sí misma. Por alguna razón, sintió que el almuerzo con John Anderson no era simplemente una cita de trabajo. Pero no le importó. Parecía un buen tipo, una persona decente. Le estaba esperando en la calle, en un Lincoln Town Car negro con chófer. En cuanto la vio, sus labios dibujaron una amplia sonrisa. Fiona llevaba unos pantalones de lino rosa, una camisa sin mangas, sandalias y un bolso de rafia colgando del hombro; parecía como si se dispusiese a ir a la playa. Era otro día de tórrido calor, pero felizmente dentro del coche imperaba el aire acondicionado. En cuanto entró, le correspondió con otra sonrisa.

– Estás estupenda -dijo John con un deje de admiración cuando ella se sentó a su lado y el coche se puso en marcha camino del deli al que le había propuesto llevarla. Estaba a pocas manzanas de distancia, pero hacía demasiado calor para ir andando. Fuera la temperatura rondaba los treinta y siete grados. Él llevaba un traje de color beige con camisa azul y corbata oscura. Aspecto absoluto de hombre de negocios, en claro contraste con el atuendo veraniego de Fiona. Se había recogido el pelo sin demasiada formalidad en lo alto de la cabeza con palillos de marfil. John no pudo evitar preguntarse qué sucedería si fuese tirando de ellos uno a uno. Le gustó imaginar la cascada de cabello rojizo que caería sobre sus hombros. Aun así intentó concentrarse en lo que ella estaba diciendo.

Le estaba hablando de la reunión a la que acababa de asistir, pero comprendió al mirarle que no había escuchado una sola de sus palabras. Para entonces ya habían llegado al deli, y el chófer abrió la puerta y la ayudó a salir.

El establecimiento estaba lleno y había mucho movimiento, por lo que podía apreciarse parecía un lugar limpio y despejado, y además la comida olía de maravilla. Fiona pidió una ensalada y té helado, John un bocadillo de rosbif y una taza de café. Al mirarla, se preguntó qué edad tendría. Había cumplido cuarenta y dos, pero parecía diez años más joven.

– ¿Pasa algo? -le preguntó Fiona. La cara de John había adoptado una extraña mueca, como si alguna clase de pensamiento le preocupara, mientras el camarero le servía el café.

– No. -Quería decirle que le gustaba su perfume, pero temía parecer estúpido si lo hacía. No daba la impresión de ser la clase de mujer que acostumbra a mezclar negocios y placer, y por costumbre él tampoco. Pero había algo profundamente perturbador en ella, algo casi hipnótico. Al menos él estaba empezando a sentirse hipnotizado. Sin pretenderlo, ella desprendía una poderosa fuerza de atracción, por lo que a él le estaba costando mucho mantener la concentración estando sentado al otro lado de la mesa, mirando directamente aquellos ojos verdes que con tanta franqueza parecían observarlo todo. Ella nunca había prestado mucha atención a la impresión que causaba en los hombres, estaba siempre demasiado ocupada pensando y hablando sobre una infinidad de temas. John estaba fascinado.

– Me gustaron los números de los que me hablaste esta mañana -dijo cuando llegó su comida, picando de la ensalada. Tenía una figura tan estilizada que resultaba difícil suponer que comiese demasiado, aunque no parecía precisamente anoréxica. Su figura tenía las curvas suficientes para resultarle atractiva a alguien como John. Su cuerpo era atlético, y él apreció que sus brazos eran delgados pero firmes y fuertes. Se preguntó si jugaría a tenis o si nadaría. El presupuesto para la revista Chic era la última cosa sobre la que se le habría ocurrido hablar en esos momentos, pues no dejaba de pensar en ella.

– ¿Qué vas a hacer este verano? -le preguntó tras un superficial repaso del presupuesto. Quería saber más cosas sobre su persona, no sobre su trabajo-. ¿Te vas fuera?

– Me voy a París dentro de dos semanas, para unos desfiles de moda. Más tarde paso siempre una semana en St. Tropez. Después de eso vuelvo aquí, porque si no me despedirían. -Le sonrió entre bocado y bocado de la ensalada, y él rió.

– Permíteme dudarlo. ¿Vas a las Hamptons los fines de semana? -Sentía una terrible curiosidad por su día a día.

– A veces. Muchas veces trabajo los fines de semana. Depende de cómo estén las cosas. Intento desconectar un poco. Habitualmente voy a Martha's Vineyard el Día del Trabajo. Estaré en Francia el Cuatro de julio.

– ¿Cómo son esos desfiles de moda? -Ni siquiera podía imaginar cómo eran, y lo bueno es que le parecían algo interesante. Nunca en su vida había estado en un desfile de moda, y mucho menos en París. Sin embargo, le resultaba fácil verla en esa clase de ambiente, y la idea le gustaba. Fiona resultaba apasionante y glamourosa sin proponérselo, era algo innato en ella.

– Los desfiles son divertidos, concurridos, hermosos y frenéticos. Preciosos vestidos y modelos espectaculares. Ahora hay menos casas de alta costura que antes, pero los desfiles siguen siendo muy buenos. Ahora que representas a la revista, deberías ir a algunos de ellos de vez en cuando. Te encantarían las modelos, es lo que siempre les pasa a los hombres. Puedo pasarte unas entradas si quieres. ¿Les gustaría ir a tus hijas?

– Es posible. -No recordaba haberle hablado de Hilary o de Courtenay, aunque tal vez le había comentado algo-. A ninguna de las dos les apasiona la moda, pero difícilmente se resistirían a un viaje a París. Solemos ir a un rancho en Montana todos los años. A las dos les encanta montar a caballo. Pero no creo que este año vayamos. Las dos van a trabajar este verano. Hilary en Los Ángeles y Courtenay ha aceptado una oferta en un campamento en Cape Cod. Ahora es más difícil reunimos todos que cuando estaban en la universidad. -Odiaba admitirlo, pero desde que su madre murió, la familia pasaba mucho menos tiempo junta de lo que le habría gustado. Todos seguían su propio camino a esas alturas, si bien mantenía el contacto, y por otra parte el rancho conllevaba toda una serie de agridulces recuerdos para John. No le apenaba demasiado lo de cancelar ese viaje. Le evocaba demasiado a su mujer, así como los felices veranos que habían pasado en el rancho cuando las niñas eran pequeñas-. ¿Tienes hijos, Fiona? -Sabía muy poco de ella más allá de lo relacionado con el trabajo.

– No. Nunca he estado casada, aunque eso no es un requisito imprescindible hoy en día. La mayoría de la gente con hijos que conozco no lo está. Pero la respuesta es no, no tengo hijos. -No parecía que ese detalle le doliese especialmente.

– Lo siento -dijo con una sonrisa tratando de mostrarse empático.

– Yo no. Sé que suena un poco raro que lo diga así, pero nunca he querido tenerlos. Supongo que hay mucha gente que son buenos padres, pero yo jamás he estado segura de poder serlo. Nunca he querido asumir ese riesgo. -Él quiso decirle que aún no era demasiado tarde, pero pensó que sonaría presuntuoso.

– Te sorprenderías. Es difícil hacerse a la idea de lo que supone tener hijos hasta que los tienes. A mí era una cuestión que me resultaba totalmente ajena hasta que Hilary nació. Fue mucho mejor de lo que había supuesto. Estoy encantado con mis hijas. Y ellas son muy tolerantes conmigo. -Dudó durante un segundo y después prosiguió-: Hemos estado muy unidos desde que su madre murió, aunque las chicas hacen su vida. Pero hablamos a menudo y estamos juntos en cuanto podemos. -También tenían más confianza con él, ahora que no estaba su madre, de la que habían tenido en el pasado.

– ¿Cuánto hace de eso? Me refiero a lo de tu mujer -preguntó con mucho tacto. Se preguntó si seguiría de duelo o ya habría aceptado la pérdida. Cuando se refería a su mujer no parecía conmocionado y sobrecogido, sino que hablaba con cariño y respeto, lo que le llevó a suponer que estaba en paz con el hecho de que hubiese muerto.

– Hará dos años en agosto. A veces me parece mucho tiempo y otras veces me da la impresión de que fuesen solo semanas. Sufrió una larga enfermedad. Fueron casi tres años. Las chicas y yo tuvimos tiempo de hacernos a la idea, aunque siempre es un shock. Tenía solo cuarenta y cinco años cuando murió.

– Lo siento. -No supo qué más decir, y pensar en ello le llevaba a sentir lástima por él.

– Yo también. -Le sonrió con cierto aire nostálgico-. Era buena persona. Hizo todo lo que pudo preparándonos para que supiéramos cuidar los unos de los otros cuando ella no estuviese. Me enseñó un montón de cosas acerca de la gracia que late bajo el fuego. No creo que yo hubiese sido tan fuerte en su situación. Siempre la admiraré por eso. Incluso me enseñó a cocinar. -Rió al decirlo y Fiona también sonrió, lo que aligeró el ambiente. Le gustaba ese hombre, le gustaba mucho más de lo que habría podido esperar. De repente, aquel encuentro no tenía nada que ver con Chic ni con la nueva agencia de publicidad que habían contratado.

– Por lo visto, era una mujer maravillosa. -Fiona tuvo ganas de decirle que creía que él era un hombre maravilloso. La imagen de su mujer en fase terminal enseñándole a cocinar le había llegado al corazón, y supuso que si sus hijas se parecían mínimamente a él también serían unas chicas estupendas.

– Era fantástica. Y tú también lo eres. Estoy muy impresionado por tu trabajo, por ser capaz de llevar adelante esa empresa, Fiona. No es poca cosa. Estás constantemente bajo presión, con fechas de cierre todos los meses. A mí me saldría una úlcera al cabo de una semana.

– Te acostumbrarías. A mí ha acabado gustándome. Las fechas de cierre me ayudan a centrarme. La empresa que tú diriges tampoco es pequeña.

La agencia de publicidad era la tercera más grande del mundo, e incluso antes había trabajado para una más grande. Pero cambiar de agencia había sido un gran avance para él, pues para la que ahora trabajaba tenía una impecable reputación y había ganado un montón de premios a la creatividad. Tenía más prestigio que la agencia en la que había estado anteriormente, a pesar de ser ligeramente más pequeña; solo ligeramente.

– Me encantan las oficinas de Londres. No me habría importado trabajar allí durante unos años. De hecho, en un principio me lo ofrecieron, hace unos cuantos años, pero no podía obligar a Anna a trasladarse, por aquel entonces ya estaba muy enferma, y tampoco quería dejar aquí a las niñas, no habrían querido cambiar de colegio. Lo bueno es que, al final, conseguí un puesto más importante rechazando esa propuesta. Y el cambio se produjo justo en el momento adecuado. Estaba preparado para cambiar y hacer algo nuevo. ¿Y tú qué, Fiona? ¿Quieres envejecer y que te salgan canas en Chic o quieres hacer otra cosa después de eso?

– En las revistas de moda ni envejeces ni te salen canas -dijo con una sonrisa-, salvo algunas excepciones. -Su mentor y predecesor en la revista había trabajado en ella hasta los setenta, pero era una rareza-. En la mayoría de los casos, se trata de un trabajo con fecha de caducidad, y no tengo ni la más remota idea de qué voy a hacer cuando lo deje. En este momento, no me agrada especialmente pensar en eso, porque espero pasar unos cuantos años más en Chic. Tal vez incluso un buen puñado, si tengo suerte. Pero siempre he querido escribir un libro.

– ¿Novela o no ficción? -le preguntó interesado. A esas alturas ya habían dado cuenta de la comida, pero ninguno de los dos parecía tener intención de regresar al trabajo.

– Tal vez ambas cosas. Un libro de no ficción sobre el mundo de la moda tal como es. Y tal vez más adelante una novela centrada también en el mundillo. Cuando era jovencita me encantaba escribir cuentos, y siempre quise reunirlos en un libro. Sería divertido intentarlo, aunque no estoy segura de si podría hacerlo.

A John se le hacía difícil imaginar algo que ella no pudiese hacer… si se le ponía entre ceja y ceja. No le resultaba complicado, por ejemplo, verla escribiendo un libro. Era una mujer brillante, inteligente y rápida, y le había oído contar unas cuantas historias de lo más divertido sobre su negocio. Daba por hecho que estaba capacitada para escribir algo realmente gracioso.

– ¿Te ves haciendo algo cuando dejes el mundo de la publicidad? -Sentía curiosidad por él del mismo modo que él la sentía por ella.

Sin lugar a dudas estaban labrando el terreno para crear un vínculo que trascendía lo meramente laboral. Tal vez se trataba de conocerse un poco mejor, aportarle algo de profundidad y personalidad al contacto que iban a mantener a partir de entonces debido a Chic.