– ¿Sinceramente? No. Nunca me he dedicado a nada que no tenga que ver con la publicidad. ¿Jugar a golf, tal vez? No lo sé. No estoy seguro de que haya vida más allá del trabajo.

– Todos nos sentimos así. Muchas veces me da por pensar que moriré sentada a mi escritorio. Espero que no siempre sea así -dijo sintiéndose repentinamente incómoda al pensar en la esposa de John-. No tengo mucho tiempo para hacer otra cosa que trabajar.

– Al menos tienes tiempo para ir a sitios interesantes. París y St. Tropez no parecen destinos tan terribles.

– No lo son. -Sus labios dibujaron una amplia sonrisa-. Y acaban de invitarme a pasar unos días en el barco de un amigo cuando vaya a St. Tropez.

– Eso sí me pone los dientes largos -dijo mientras pagaba la cuenta. Sabía que ella tenía que regresar a la redacción, y él también tenía que volver al trabajo.

– Tal vez puedas comprobarlo por ti mismo. Hazme saber si quieres las entradas para los desfiles.

– ¿Cuándo serán? -preguntó con interés. Jamás en la vida se le habría ocurrido pensar que podría ir a París a ver un desfile de moda, sin duda sería la primera vez para él si iba. Pero lo tenía realmente difícil. Estaba muy ocupado.

– La última semana de junio y los primeros días de julio. Es muy divertido, sobre todo si conoces a gente. Pero aunque no conozcas a nadie, es algo espectacular que merece la pena ver.

– Tengo que ir a Londres a principios de julio. Si se da el caso y cabe la posibilidad de perderme durante un par de días, te lo haré saber. -Mientras salían del deli se sintieron como si hubiesen sido engullidos por una aspiradora, y se apresuraron en llegar al coche.

– En cualquier caso, gracias por la comida -dijo Fiona sentándose a su lado. Cinco minutos después se detuvieron frente al edificio de la redacción y se volvió para dedicarle una sonrisa antes de bajar-. Ha sido divertido. Gracias, John. Vuelvo a sentirme un ser humano ahora que tengo que volver al trabajo. Mi equipo te lo agradecerá. La mayoría de los días me salto el almuerzo.

– Tendremos que hacer algo al respecto, no es sano. Pero yo también suelo saltármelo -le confesó con una sonrisa-. Yo también lo he pasado bien. Repitámoslo un día de estos -le dijo mientras ella salía del coche con una sonrisa.

Después, Fiona echó a correr hasta la puerta mientras el coche se alejaba. John pensaba en ella. Fiona Monaghan era una mujer extraordinaria, hermosa, inteligente, apasionante, elegante y, a su inimitable manera, atemorizadora como el mismísimo infierno. Pero al pensar en ella de regreso a su oficina, John se dijo que no estaba asustado. Estaba seriamente intrigado. Era la primera mujer con la que quedaba en los últimos dos años que merecía algo más que una segunda mirada. No podía negarse.

2

La semana después del encuentro con John Anderson, Fiona pasó dos días en una importante sesión fotográfica. Participaron en ella seis de las más destacadas super-modelos, cuatro de los diseñadores más famosos del mundo estuvieron representados, y la realización de las fotografías corrió a cargo de Henryk Zeff. Voló desde Londres para la sesión, acompañado de cuatro ayudantes, su esposa de diecinueve años y sus gemelos de seis meses. La sesión fue fabulosa y Fiona estaba convencida de que las instantáneas serían extraordinarias, pero la semana al completo se transformó en un zoo. Las modelos eran de trato difícil y muy exigentes: una de ellas no dejó de esnifar cocaína durante gran parte de la sesión, dos eran amantes y protagonizaron una escandalosa pelea en el set, y la más famosa e imprescindible de las modelos era anoréxica y se desmayó tras tres días de trabajo en los que, literalmente, no había probado bocado. Dijo que estaba «haciendo régimen», pero los de la ambulancia que llegó para atenderla sospecharon que también estaba sufriendo síndrome de abstinencia. Algunas de las fotografías fueron a hacerlas a la playa, cubriendo a las modelos con peludos abrigos, por lo que el sol implacable y el calor abrasador casi acabó con la vida de todas ellas. Fiona lo controló todo metida en el agua hasta la cintura, era el único modo de sentir un mínimo alivio; eso y un enorme sombrero de paja. Su teléfono móvil, que ya había sonado unas noventa veces ese día, volvió a sonar a última hora de la tarde. En las ocasiones anteriores habían sido llamadas desde la redacción de la revista para anunciarle alguna nueva clase de crisis. Para entonces, estaban plenamente inmersos en el número de septiembre. Esa sesión fotográfica estaba prevista para el número de octubre, pero esa había sido la única fecha en la que Zeff estaba disponible, pues tenía cubierto ya el resto del verano. Cuando volvió a sonar el teléfono, no llamaban desde la redacción. Se trataba de John Anderson.

– Hola, ¿cómo estás? -Parecía relajado y alegre, a pesar de llevar un largo e irritante día a sus espaldas. Pero no era quién para quejarse, en especial a una persona a la que no conocía demasiado bien. Llevaba toda la tarde peleando para mantener una de las cuentas importantes, pues les había amenazado con abandonarles. Finalmente la había salvado, pero se sentía como si hubiese pasado el día donando sangre-. ¿Te pillo en mal momento? -Fiona dejó escapar una carcajada.

Una de las modelos se había desmayado debido al calor, y otra le había lanzado una botella de Evian a Henryk Zeff por haberla retirado de una de las fotos.

– No, qué va. Llamas en el momento justo -dijo Fiona riendo-. Mis modelos están cayendo como moscas y teniendo unas rabietas de lo lindo, una de ella le ha tirado algo al fotógrafo, vamos a caer todos en redondo debido a esta solana, y la esposa de doce años del fotógrafo se ha traído a sus gemelos, a ambos les han salido sarpullidos por el calor y no han dejado de llorar en toda la semana. No es más que un día corriente en Chic. -John rió al oír su descripción, pero para Fiona la situación era del todo real, a pesar de que a él le resultase difícil hacerse a la idea. Estaba acostumbrada. Era el pan de cada día-. ¿Y a ti qué tal te ha ido?

– Ahora que me has explicado lo tuyo, no me parece que haya ido tan mal. He estado negociando el tratado de paz de Versalles desde las siete de la mañana. Pero creo que lo he logrado. Se me ocurrió una idea un poco loca y por eso te he llamado. Me preguntaba si querrías comer una hamburguesa conmigo cuando vuelvas a casa. -Ahora ella dejó escapar una risotada.

– Me encantaría, pero estamos a ochenta grados y me estoy remojando el trasero en el Atlántico en algún punto de la playa de Long Island, junto a un pueblucho dejado de la mano de Dios en el que no hay otra cosa que una bolera y un restaurante, y a este ritmo vamos a estar aquí hasta mañana por la mañana. Pero ya te digo, me encantaría. Gracias por pedírmelo.

– Bueno, ya quedaremos en otro momento. ¿A qué hora tenías pensado acabar?

– Cuando se ponga el sol, sea la hora que sea. Creo que hoy es el día más largo del año. Lo supe al mediodía, después de que dos de las modelos se peleasen y otra vomitase debido al calor.

– Me alegro de no tener tu trabajo. ¿Siempre es así?

– No. Por lo general es peor. Zeff es bastante riguroso. No tiene demasiado aguante. Amenazó con largarse y espera que todo el mundo se comporte bien. Hemos tenido suerte con eso.

– ¿Siempre estás en las sesiones de fotos? -Sabía muy poco del funcionamiento de su trabajo, y de algún modo había supuesto que se limitaba a estar sentada tras su mesa y escribir sobre ropa. Era algo considerablemente más complicado que eso, aunque también escribía un montón y tenía que controlar el trabajo de todos los demás, tanto respecto a los contenidos como al estilo. Fiona dirigía Chic con mano de hierro. Se preocupaba mucho de los gastos y era la editora en jefe más responsable a nivel fiscal en la historia de la revista. A pesar de sus muchos gastos, la revista resultaba rentable desde hacía años, en parte debido a ella, así como a la calidad de su producto.

– Solo voy a las sesiones fotográficas cuando tengo que hacerlo. En la mayoría de ocasiones son los editores más jóvenes los que se encargan de eso. Pero si las cosas no están muy claras, o si la cosa puede complicarse, voy yo. Y esta era una de esas ocasiones. Por otra parte, Zeff es un fotógrafo estrella, y las modelos también.

– ¿La cosa va de biquinis? -preguntó inocentemente, y ella se echó a reír sonoramente.

– No. Pieles.

– Oh, mierda. -No se atrevió a imaginar por lo que debían de estar pasando con ese calor.

– Exacto. Tenemos que meter a las chicas en hielo cuando acaban las fotos. Hasta el momento nadie ha muerto, así que supongo que todavía estaremos aquí un rato.

– Espero que tú no tengas que ponerte también esos abrigos -dijo en tono burlón.

– No. Estoy metida en el agua, en biquini. Y la mujer del fotógrafo se ha pasado el día de un lado para otro desnuda de pies a cabeza, con los niños a cuestas.

– Suena todo muy exótico. -Mujeres hermosas caminando de aquí para allá desnudas o con abrigos de piel en la playa. Le resultó sin duda interesante imaginar a Fiona metida en el agua en biquini mientras hablaba con él por teléfono-. No se parece demasiado a mi rutina diaria. Y supongo que también tiene su parte divertida.

– A veces sí -asintió justo cuando Henryk Zeff empezó a hacerle gestos de pánico con los brazos. Quería trasladarse para las últimas fotos, pero una de las chicas se negaba suplicando compasión debido al calor. Quería que Fiona llevase a cabo la negociación en su lugar, lo cual ella haría-. Me temo que voy a tener que dejarte. Por lo visto los marineros están a punto de matar al capitán. No sé muy bien por quién tendría que sentir lástima, si por él, por ellas o por mí. Te llamaré -dijo ya con aire distraído-. Mañana, probablemente. -Al echar un vistazo a su reloj comprobó que eran las siete y cuarto, por lo que le sorprendió que John todavía estuviese en su oficina.

– Te llamaré yo -dijo él con calma mientras se sentaba pensativamente tras su escritorio, aunque ella ya no estaba al otro lado de la línea.

La vida de Fiona parecía desarrollarse a años luz de la suya, a pesar de que en el departamento artístico de la agencia desarrollaba un trabajo bastante similar al que llevaba a cabo ella. John, por su parte, rara vez trataba con ello y nunca acudía a las sesiones fotográficas. Estaba demasiado ocupado intentando conseguir cuentas nuevas, haciendo felices a los poseedores de las ya existentes y controlando las enormes cantidades de dinero que se invertían en las campañas publicitarias. Los detalles de cómo se llevaban a cabo dichas campañas no eran de su incumbencia. Sin embargo, le intrigaba sobremanera todo lo relacionado con el mundo de Fiona. Le parecía fascinante y exótico, por mucho que Fiona no hubiese estado de acuerdo con eso mientras ayudaba a trasladar el equipo de Henryk, al tiempo que a su esposa le daba una rabieta, se producía una discusión de pareja y sus hijos se echaban a llorar. Las modelos languidecían bajo las sombrillas, bebiendo limonada caliente de un gigantesco contenedor y amenazaban con largarse, intentando así conseguir un plus en sus honorarios, llamando para ello a sus agentes con sus respectivos teléfonos móviles. Decían que nadie les había explicado cuánto duraría la sesión, ni que tendrían que ponerse abrigos de piel. Una de ellas incluso amenazó con marcharse por principios, y añadió que iba a informar a la gente de PETA, la asociación a favor del trato ético para los animales, quienes sin duda se manifestarían frente a la sede de la revista, como ya habían hecho anteriormente, si tenían que hacer ostentación de los abrigos de piel.

Pasó otra hora hasta que lo prepararon todo en la nueva localización; casi estaba anocheciendo. Apenas iban a tener tiempo para las últimas fotos, por lo que Henryk estaba de lo más ocupado colocando a todo el mundo en el lugar que le correspondía. Para entonces, su mujer dormía en el coche junto a los gemelos. Fiona se dio cuenta de que también estaba exhausta mientras observaba cómo finalizaba la sesión fotográfica. Eran las nueve pasadas cuando todo el mundo se vistió y se fueron de la playa, con todo el equipo de cámaras guardado y las modelos metidas en las limusinas que Chic había alquilado para ese día. El camión del catering ya se había ido. Henryk, su mujer y los niños fueron los primeros en desaparecer. Fiona había alquilado un Town Car para su uso personal, por lo que pudo cerrar los ojos y recostar la cabeza en el asiento cuando todos se pusieron en marcha. Eran casi las once de la noche cuando llegó a su casa. Pero desde un punto de vista técnico, había sido un día perfecto. Sabía que las fotografías quedarían estupendas y no quedaría plasmado en ellas ninguno de los problemas con los que habían tenido que lidiar.