– No puedes vivir en esta casa con un hombre, ya lo sabes -añadió con sensatez-. Refleja demasiado tu personalidad. Nunca se sentiría cómodo aquí, si empezase a vivir contigo.
– No se lo he pedido. Y yo nunca viviría en otro sitio. Esta es mi casa. Además, ¿no te estás precipitando un poco? -Se forzó a fruncir el ceño y luego soltó una carcajada-. Sir Winston y yo somos la mar de felices viviendo juntos aquí.
– Chorradas. Estás tan sola como cualquiera. Todos lo estamos. Tal vez seas perfecta, Fiona Monaghan, pero también eres humana. Te haría bien vivir con un hombre. Yo voto por John. A mí me parece alguien capaz de cuidar de ti. -Le asustaba pensarlo, y no quería admitirlo ante Adrian, pero ella también lo creía.
– Sir Winston nunca lo permitiría. Lo consideraría un gesto de infidelidad hacia él. Por otra parte, no podría hacerle sitio en el armario. Nunca he conocido un hombre que mereciese esa clase de esfuerzo -dijo con tozudez, pero ambos sabían que no era cierto. Había estado enamorada del director de orquesta que, finalmente, la había dejado por otra porque había rechazado casarse con él. Y también con el arquitecto que quería dejar a su esposa por ella. El problema con Fiona era que le aterrorizaba el matrimonio y, en gran medida, comprometerse en exceso con un hombre. No quería que la abandonase y sabía que, tarde o temprano, todos lo hacían. O al menos ese era el peor de sus miedos. Tras descubrir que su padre la había abandonado y conocer los malvados padrastros que pasaron por su vida, Fiona había tomado la decisión, hacía ya muchos años, de que nunca confiaría por completo en un hombre. Y Adrian sabía que si no echaba abajo esa clase de muros algún día, acabaría sus días más sola que la una. A ella le parecía un final razonable, pero a él no. Ella lo aceptaba como parte de su destino, de hecho lo había asumido por completo, e insistía en afirmar que era feliz estando sola.
– No seas tonta -le advirtió Adrian antes de irse. Jamal ya se había marchado- Comprométete un poco en esta ocasión, Fiona. Dale una oportunidad.
– Soy demasiado mayor para comprometerme -dijo, tal vez con sinceridad; fuera como fuese, era lo que ella creía.
– Entonces, vende esta casa y vete a vivir con él, o comprad una casa juntos. Pero no dejes a un hombre por una casa de ladrillo rojo, por tu carrera ni tampoco por un perro.
– Hay personas que han dejado a un hombre por cosas peores, Adrian -dijo con solemnidad-. Por otra parte, ni siquiera hemos tenido una cita formal. Tal vez no la tengamos nunca.
– La tendrás -replicó Adrian con calma, preocupado por ella-. Te lo prometo. La tendrás. Es un buen hombre. -Esperaba que Fiona no perdiese el tren en esta ocasión. Siempre lo había hecho. Siempre la había visto hacerlo. Y lo único que Adrian podía esperar, montado ya en un taxi camino de la parte alta de la ciudad, era que en esta ocasión el perro perdiese la partida y el hombre la ganase. Por eso Adrian creía que merecía la pena apostar por John.
3
John la llamó la mañana después de la cena y le dio las gracias una vez más por haberle incluido en su lista de invitados. Ella, sin embargo, solo dispuso de un par de minutos para hablar con él por teléfono. Estaba totalmente empantanada. Esa misma noche se iba a las Hamptons para pasar unos días con unos amigos y, a la semana siguiente, se marchaba a París. Le dijo que tenía un millón de cosas que hacer y cuando él le propuso quedar para cenar ella le respondió que no disponía de tiempo para verlo antes de irse, lo cual era verdad solo en parte. Podría haber alterado sus planes, pero estaba convencida de que no habría sido lo más adecuado. Estaba intentando resistirse con todas sus fuerzas a la terrible atracción que sentía por él. No quería que las cosas se desarrollasen a un ritmo demasiado acelerado, quería sentirse a gusto, y todavía no estaba cien por cien segura de querer sucumbir a los encantos de John. Las relaciones emocionales siempre eran peligrosas, por eso ella se mostraba tan recelosa. Si algo tenía que ocurrir entre ellos, Fiona quería que las cosas fuesen despacio, para poder tener tiempo para pensar. No tenía ninguna prisa por iniciar una relación de pareja, por muy atrayente que él le resultase; porque no había duda de la atracción que ejercía en ella. Tal vez incluso era algo excesivo, lo cual le llevaba a observar con suspicacia sus propios sentimientos. Eran tan fuertes que casi le resultaban irresistibles, y generaban en su interior el deseo de echar a correr.
– En tal caso, no tengo otra opción -dijo con sensatez.
– ¿Otra opción respecto a qué? -Fiona parecía algo confusa. John provocaba ese efecto en ella, le hacía sentir que no estaba al mando de la situación, y eso la asustaba.
– Respecto a verte. Supongo que me veo obligado a aceptar tu oferta de las entradas para uno de los desfiles de moda. Tengo una reunión en Londres el día 1, pero creo que podría ir a París esa misma tarde. ¿Hay algún desfile al que pudiese acudir? Pero solo si no te supone una molestia. -No quería hacerse pesado, pero deseaba volver a verla. Y París le parecía el escenario perfecto. Ella se quedó anonadada.
– ¿Estás hablando en serio? -No podía creerlo.
– Sí. ¿ Coincide eso con tus planes?
– De hecho, creo que te hará gracia. -Quiso que su voz sonase como la de una guía de museo más que como la de una mujer a la que le estaba poniendo cerco, simplemente para poder pensar con calma. Si reflexionaba un poco sobre el asunto, por una parte, sabía que el miedo haría acto de presencia. Era casi una amenaza. Se sentía demasiado atraída por él. Pero por otra parte, daba la impresión de ser un hombre extremadamente atento. No tenía efectos visibles, ni obvias debilidades de carácter, ni había oído decir nada malo de él a nadie. Era un buen hombre. Y ella sabía a la perfección los pocos ejemplares de esa especie que quedaban ya. Por el momento, sin embargo, no había echado a correr despavorida. Aunque tampoco estaba en disposición de brindarle algo de espacio en su armario, como Adrian le había aconsejado que hiciese. Todo lo que tenía pensado ofrecerle, si su intención de ir a París iba en serio, era reservar habitación para él en el Ritz. Allí dispondría de varios armarios para su uso personal-. El desfile de Dior es la noche del día 1, y sin duda es el más espectacular. Creo que te gustará, aunque la ropa que muestran no puede llevarla cualquiera. Galiano, por lo general, organiza los desfiles en lugares inusuales, y su ropa es increíble. Si te gusta, podríamos ir al desfile de Lacroix del día siguiente, que siempre hace cosas bonitas, casi como esculturas vivientes. Te reservaré un asiento en los dos. Y además hay una gran fiesta la noche de Dior. ¿Te gustaría venir?
– Me encantaría ir a cualquier sitio que me llevases. Pero no quiero molestarte, Fiona. Sé que tienes que trabajar. No quiero ser un estorbo, pero me encantaría ir a todas esas cosas que dices. Puedo tomarme unos días a partir del 4, y no tengo que volver aquí a toda prisa. Este año, mis dos hijas van a estar muy ocupadas, así que puedo pasar unos días contigo. O bien puedo marcharme después del desfile de Dior, si lo prefieres.
– ¿Por qué no lo decidimos sobre la marcha? Habrá que ver si te gusta, a lo mejor te resulta odioso. Aunque, en términos generales, suele ser muy divertido. Y si nunca has visto un desfile de alta costura, te aseguro que son todo un espectáculo, y las fiestas son fabulosas. Todo el mundo va vestido de punta en blanco. En Francia es una especie de forma de arte, incluso los taxistas saben de eso, y hablan de los desfiles como si hubiesen estado presentes. Están muy orgullosos de la moda en París. Creo que te encantará. ¿Quieres que te reserve habitación en el hotel? Vamos a quedarnos en el Ritz. Tal vez esté completo, pero puedo llamarles personalmente, me conocen bastante bien.
– Eso sería maravilloso, Fiona. Tú dime dónde se celebrará el desfile, y allí estaré. -Estaba contento consigo mismo, y todavía más con Fiona. Le divertía la idea de traspasar los seguros confines de su mundo familiar, adentrarse en un territorio mucho más exótico. Prometía ser toda una aventura para él. Cabía la posibilidad que incluso también lo fuese para ella. Aunque Fiona parecía dudar entre mostrarse cálida o impersonal con él, una muestra más de su ambivalencia al respecto.
– Le pediré a mi secretaria que te envíe un itinerario.
Intentó que pareciese algo que le habría dicho a un amigo cualquiera, lo que preocupó a John. Se había mostrado mucho más cariñosa con él la noche anterior, pero precisamente Fiona se había despertado pensando que tal vez había sido demasiado cariñosa; en particular teniendo en cuenta lo que Adrian le había comentado sobre compartir el armario. Se preguntaba si le habría dado a John una falsa impresión durante la cena. No quería que pensase que quería cazarlo, o bien que estaba disponible a cualquier clase de oferta. Ambos necesitaban algo de tiempo para pensar sobre lo que iban a hacer antes de hacerlo, más aún si John estaba dispuesto a ir a París. Pero Fiona no podía negar que le ilusionaba que él fuese a los desfiles. Iba a ser de lo más divertido tenerlo allí, y así se lo dijo. Él, por su parte, estaba ansioso porque llegase el día. Y Fiona lo telefoneó una hora más tarde para decirle que había conseguido una habitación en el hotel muy cerca de la suya. Quedaban muy pocas habitaciones libres, y estaba contenta de haberle conseguido una. Fiona siempre se alojaba en la misma habitación del ala Cambon del hotel. No quedaban habitaciones disponibles con vistas a la Place Vendôme, y ella suponía que a él le habría agradado disponer de una de ellas, pero tuvo que aceptar lo que le ofrecían.
– Un millón de gracias, Fiona, seguro que será estupendo. -Garabateó una nota para que su secretaria llamase al hotel, les diese sus datos y los de su tarjeta de crédito, y dispusiese todo para que un coche le recogiese en el aeropuerto Charles de Gaulle. Sintió un escalofrío al pensar que faltaba menos de una semana. Y Fiona sintió lo mismo en el coche de camino a East Hampton a última hora de la tarde. Sentía un leve remordimiento por no haber quedado con él para verle antes de marcharse. Habría sido más sencillo que volver a verlo directamente en París después de la cena en su casa. Era un poco extraño que todavía no hubiesen salido formalmente y que, sin embargo, fueran a verse en París, pero estarían los dos demasiado ocupados para pensar en ello. Y Adrian también estaría allí. Podría hacer que estuviesen juntos si ella tenía que trabajar. Aunque tenía pensado pasar todo el tiempo que le fuese posible con John. Era una manera estupenda de conocerse, y sin duda un escenario ideal.
El hecho de andar perdida en esa clase de pensamientos casi le llevó a sufrir un accidente debido al denso tráfico de la autopista Sunrise, lo que provocó que no llegarse a East Hampton hasta bien entrada la noche. El tráfico había sido horroroso y se alegró de ver a sus amigos. Fue un fin de semana agradable y relajado junto a una de las editoras veteranas de la revista, su marido y sus hijos. Y cuando Fiona regresó a casa el domingo por la noche, John la llamó.
– ¿Cómo está mi rival?
– ¿A quién te refieres? -Su voz transmitía alegría y relajación después del fin de semana en la playa. Y se sentía más cómoda también respecto a John, gracias en gran medida a que no lo había visto durante esos dos días.
– A Sir Winston, obviamente. ¿Lo llevaste contigo a East Hampton?
– Odia la playa. Hace demasiado calor para él, y no sabe nadar. Ha pasado el fin de semana con Jamal. Se lo llevó a casa. Se enfada mucho conmigo cuando me voy. La semana que viene voy a llevarlo a un campo de verano. -En este caso, realmente se trataba de una vida de perro, una vida que cualquier hombre habría envidiado. A John le gustaba en especial lo de irse tumbando donde a uno le apeteciese, dormir en la cama de Fiona…, pero no lo de los ronquidos.
– Es un tipo con suerte -dijo John crípticamente y hablaron después sobre los últimos detalles del viaje a París, como qué clase de ropa debía llevarse. Fiona le dijo que no tenía que llevarse corbatas negras, pero que necesitaría un par de trajes oscuros. La fiesta de Dior solía ser muy elegante. Y también habría otra ofrecida por Givenchy. Chic también preparaba un cóctel, como la mayoría de los grandes diseñadores. Valentino, Versace, Gaultier y Chanel siempre montaban una en el apartamento de Coco Chanel en la rué Cambon. No les iba a faltar entretenimiento y vida social. Y la fiesta que organizaba Chic en el Ritz siempre era divertida. Adrian estaba al cargo de la organización y las invitaciones. Siempre invitaba a todas las estrellas de cine, cantantes, diseñadores, famosos y nobles que se le cruzasen. La gente hacía lo que fuese para estar allí.
"Empezar de nuevo" отзывы
Отзывы читателей о книге "Empezar de nuevo". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Empezar de nuevo" друзьям в соцсетях.