Pero no lo hizo.

Lenta, deliberadamente, sin romper el contacto visual, Hunter bajó la cabeza hasta que sus bocas se unieron. Los labios de Daniel tenían la suavidad del terciopelo, pero su roce era hambriento. Hundió la lengua en la boca de Molly con movimientos giratorios, posesivos, con seguridad sobre lo que deseaba. Y de alguna forma, sabía que ella lo deseaba también. Molly sintió un delicioso cosquilleo en el vientre, una sensación que la instaba a que aceptara su empuje, a que le devolviera el beso.

Devorándolo.

Disculpándose.

Compensándolo por el tiempo perdido.

No había ninguna otra cosa que tuviera importancia. Él la agarró por los hombros y la atrajo hacia sí mientras sus labios se volvían más duros y más exigentes. Los pechos de Molly se rozaron contra su torso, y ella sintió que se le endurecían los pezones, que su sensibilidad era cada vez mayor. Entre sus muslos se creó una humedad caliente y una presión vibrante, deliciosa, que la obligaron a cuestionarse lo que había hecho un año antes, y también el estado de su cordura en aquel preciso instante.

Se aferró a la camisa de Hunter y enroscó los dedos en la tela de algodón mientras el deseo y la necesidad tomaban control de su cuerpo. Prosiguieron los movimientos de la lengua de Daniel en su boca y él frotó la parte inferior de su cuerpo contra ella. Molly se deleitó con su sabor… Notó que el deseo de Hunter era muy intenso, tanto que consiguió que Molly emitiera un gemido involuntario.

Tuvo la sensación de que no podía obtener lo suficiente y que necesitaba mucho más de él, pero de repente, sin previo aviso, Daniel se apartó y la dejó temblando, con el único apoyo de la pared que había tras ella.

– ¿Lo ves? -le preguntó, mirándola con los ojos entornados-. Tenemos un asunto pendiente.

Molly tragó saliva sin poder dejar de temblar.

– ¿Acaso esto es un juego para ti? -le preguntó-. ¿Soy un juego?

Él negó con la cabeza y le pasó el dedo pulgar por los labios húmedos, mientras la observaba con sus magníficos ojos castaños.

– No es ningún juego.

– Entonces por qué…

– He parado porque no quiero que tu familia nos encuentre así en el vestíbulo, como si fuéramos adolescentes de instituto -respondió Daniel con la voz ronca.

Ella respiró profundamente.

– Y me has besado porque…

Él sonrió.

– Como los dos hemos dicho, hay un asunto sin resolver.

Molly no sabía si se refería a un asunto físico o emocional, pero sí estaba segura de que iba a averiguarlo durante las próximas semanas.

Se pasó la lengua por los labios y saboreó su esencia masculina, salada e irresistible.

– Cuando dije que teníamos un asunto pendiente, me refería a que teníamos que hablar, no que tuviéramos que… ya sabes.

Él se rió.

– ¿Quieres decir que este beso no entraba en tus planes?

Molly sonrió sin querer.

– No tengo ningún plan salvo el de exculpar a mi padre, y para eso, tenemos que trabajar.

– Está bien, pero primero quiero decir algo sobre lo que ocurrió el año pasado.

– Está bien. ¿De qué se trata?

– De Dumont.

Molly parpadeó de la sorpresa.

– ¿Qué pasa con él?

– Siento haberte hecho daño cuando Lacey decidió volver de entre los muertos. Sé lo mucho que significaba que Dumont se convirtiera en tu padrastro. Y, al final, tú tenías razón en confiar en él. Había cambiado.

Molly lo miró de hito en hito.

– Gracias -le dijo suavemente; se daba cuenta de lo difícil que era para él decir algo agradable sobre aquel hombre, teniendo en cuenta su pasado en común.

Él asintió secamente. Controlar sus emociones en aquel momento no le resultaba fácil. Se había prometido que investigaría hasta dónde podían llegar las cosas entre Molly y él. Gracias a aquel beso, lo sabía, y se había asustado mucho al comprobar que aquella mujer aún tenía el poder de encogerle el corazón.

Pero sólo si se lo permitía, pensó. En aquella ocasión, era él quien tenía el control, y de ningún modo iba a permitir que se le acercara tanto emocionalmente como para hacerle daño.

Sin embargo, tampoco se trataba de que quisiera vengarse. Hunter se dio cuenta de que quería la paz, y eso significaba que tenía que ser honesto con ella.

– ¿Molly?

– ¿Sí?

– No soy el mismo hombre que el año pasado -le advirtió.

– No. Vi tu apartamento. Percibí algunos de los cambios -respondió ella-. Ése no eres tú.

– Tú no me conoces, en realidad. No te digo esto para hacerte daño. Es sólo un hecho. Esa parte de mí estaba viva antes de que te conociera, y desde entonces, ha salido a la superficie.

– Está bien, pero, ¿por qué…?

– Olvídalo -dijo Hunter. No quería explicarle sus motivaciones. Eso le proporcionaría a Molly poder sobre él, y Daniel no quería darle ningún arma-. No quería sacar este tema.

Se sintió estúpido por haber estado a punto de advertirle que no se enamorara de él. Como si existiera la más mínima oportunidad.

– ¿Quieres que te lleve a alguna parte?

– De hecho, sí. Voy a Starbucks a tomar café, y después hago trabajo voluntario en un centro de mayores.

Él asintió.

– Me vendrá bien una dosis de cafeína. No quiero ir a la cárcel hasta que haya tenido noticias de mi oficina, y es demasiado pronto como para que hayan podido ponerse en contacto con los juzgados.

– Me parece bien. Lleva el ordenador portátil. Te contaré algunos detalles sobre mi padre y el caso, y podemos pergeñar cuál será nuestro próximo paso.

– ¿Nuestro próximo paso? No sabía que ibas a ser mi ayudante.

A Hunter le gustaba trabajar solo.

– No voy a ser tu ayudante -respondió ella. De nuevo, era la Molly segura de sí misma que él conocía-. Voy a ser tu socia -añadió con una sonrisa inesperada.

Daniel se dio cuenta de que estaba atrapado con aquella mujer. Y era demasiado tarde para pedir la libertad bajo fianza.

Capítulo 5

Hunter sujetó la puerta para que Molly pasara al interior de la cafetería Starbucks que había en Main Street, en la ciudad. Salvo por el hecho de que estaban en un centro comercial con un gran aparcamiento, podrían encontrarse en Albany. Todos los Starbucks eran iguales, lo cual le habría reconfortado de no ser por la mujer que lo acompañaba.

Aquella mañana habían ido en su moto.

Molly le había dicho que nunca había montado en moto antes, y sin embargo, se había comportado como si llevara haciéndolo toda la vida. Le había rodeado la cintura con los brazos y se había sujetado con fuerza, apretándose contra él a cada curva que tomaban. Durante todo el trayecto, Daniel había notado su pecho contra la espalda mientras conducía. La moto siempre le provocaba una inyección de adrenalina, pero con Molly tras él, sintió también excitación y una descarga de energía sexual de la que necesitaba desahogarse desesperadamente.

Teniendo en cuenta el modo en el que ella lo había besado en el vestíbulo, Hunter no creía que le resultara difícil acostarse con Molly. Por desgracia, no pensaba que fuera algo inteligente. No estaba seguro de que el sexo fuera un buen método para sacársela de la cabeza. Temía que la deseara más y más, ya que eso era lo que le estaba ocurriendo desde que se habían besado.

En aquel momento, mientras ella caminaba ante él, sus sencillos vaqueros, su jersey con cuello en pico y sus zapatillas de deporte, una ropa que nada tenía que ver con su forma de vestir llamativa, podían indicar que era una mujer que no quería llamar la atención, pero el balanceo sexy de sus caderas y el movimiento de su pelo hablaban de algo distinto. Todo el mundo miró a Molly cuando entró y, a medida que avanzaban por el local, la gente la saludaba.

– Hola, Molly.

– ¿Qué tal, Molly?

– ¿Cómo está tu padre?

Los saludos y las preguntas le llegaban desde todos los rincones de la cafetería, y Molly respondía a cada persona por su nombre y con una sonrisa. Parecía que estaba más cómoda y más feliz allí de lo que nunca había estado en la universidad ni en Albany.

Había encontrado el hogar que siempre había estado buscando. ¿Podía él guardarle rencor por eso?

Se acercaron al mostrador.

– ¿Un café con leche descafeinado grande, con aroma de vainilla? -le preguntó el camarero.

Era un chico que tenía el pelo corto y castaño oscuro, y unos ojos atentos que se fijaron en el pecho de Molly. Era lo suficientemente joven y atrevido como para pensar que podía competir por una mujer como ella.

Hunter apretó los dientes mientras Molly sonreía al chico.

– Podías haberme preguntado si quería lo de siempre.

El camarero se encogió de hombros y tomó una taza.

– Pero quería impresionarte.

Molly se puso las manos en las caderas.

– Siempre me impresionas, J.D.

– Yo tomaré un café solo -dijo Hunter, consciente de que el chico lo estaba ninguneando.

– ¿Cómo está tu padre? -le preguntó J.D. a Molly mientras le preparaba el café.

– Está muy bien. Confía en que lo exculparán pronto.

– Me alegro de saberlo. Cuando salga, dile que venga siempre que necesite un descanso. El café corre de mi cuenta -le dijo J.D. con una sonrisa.

– ¿El camino hacia el corazón de una mujer pasa por el estómago de su padre? -preguntó Hunter.

Molly le dio un codazo.

– Shh. Sólo está siendo amable.

A pesar de las objeciones de Molly, Daniel pagó los cafés, con la esperanza de que aquel gesto de Romeo le diera a entender al camarero que Molly estaba con él.

Finalmente, J.D. le entregó las vueltas a Hunter y se volvió a atender a otro cliente. Hunter y Molly se sentaron en una mesita al fondo de la cafetería.

– ¿No había que tener como mínimo dieciséis años para trabajar? -le preguntó Hunter-. Ese chico apenas tiene edad de afeitarse.

Ella se apoyó en el respaldo de la silla, a punto de echarse a reír.

– ¿Estás celoso de J.D.? -le preguntó, divirtiéndose a expensas de Daniel.

– No estoy celoso de nadie -respondió él. No podía creer que se hubiera metido en una conversación como aquélla-. Bueno, vamos a hablar de tu padre -le dijo a Molly para cambiar de tema.

– Es inocente -declaró Molly con rotundidad.

Y Hunter se dio cuenta de que aquel tema tampoco iba a ser fácil.

– No importa que sea culpable o inocente.Yo lo defenderé lo mejor que pueda. Estudiaste derecho. Lo sabes.

– Pero yo necesito que creas que es inocente -dijo Molly con el ceño fruncido.

Hunter no quería hablar de aquello, pero tenía que hacerle entender que su trabajo como abogado defensor no era tomar partido moral. Si se preocupaba por la culpabilidad o inocencia de su defendido, si se preocupaba por el estado emocional de Molly, se estaría exponiendo a otro rechazo, y entonces tardaría mucho más de un año en superarlo.

– Molly…

– Has leído el expediente, conoces los hechos, pero no conoces a mi padre. El general Addams nunca hubiera matado a su mejor amigo.

Hunter gruñó suavemente.

– Escúchame. Tú necesitas que yo sea el defensor de tu padre, no su paladín. Son cosas distintas.

– Es mi padre. Mi padre verdadero. Alguien que se preocupa por mí y que… -hizo una pausa y tragó saliva, intentando contener las lágrimas.

Demonios.

– Mira -continuó Daniel-. No puedo imaginarme lo que estás sintiendo en este momento, pero haré todo lo que pueda por él.

Molly asintió.

– Nunca lo he dudado. De lo contrario no te habría llamado. Así que ahora vamos a disfrutar. Ya tendremos tiempo de entrar en detalles más tarde -dijo, y empujó con suavidad la taza de Daniel hacia él.

Daniel asintió con agradecimiento y se llevó la taza a los labios. Tomó un largo sorbo de café y se quemó el paladar. Siguieron allí sentados, en un silencio muy confortable, compartiendo el café matinal y charlando sobre cosas generales como las noticias y el tiempo, de un modo relajado y comprensivo que hizo que Hunter recordara lo bien que siempre se habían llevado.

Poco a poco, él volvió al tema de la situación actual de Molly.

– ¿Te gusta vivir con toda tu familia, o detestas estar siempre rodeada de gente? Después de tantos años viviendo solo, no creo que yo pudiera vivir con extraños -le dijo.

Ella apretó los labios mientras pensaba en la respuesta.

– Al principio estaba incómoda, y todavía hay cosas que echo de menos de estar sola -dijo finalmente-. No voy a quedarme con ellos para siempre, claro. Sólo me parecía una buena manera de conocer a mi familia y de recuperar el tiempo perdido.

– ¿Incluso ante la hostilidad de Jessie? -le preguntó él. No entendía cómo Molly podía soportarlo día tras día.

– Ella ha sido el desafío más grande. Yo intento ponerme en su lugar. Normalmente, eso me calma lo suficiente como para no hacerle caso, ¿sabes?