Salvo que Sonya también tenía un móvil para el crimen.
– Le aconsejo de nuevo que diga la verdad y no espere hasta que otra persona revele esa información, porque entonces usted parecerá más culpable.
– Tú eres un hombre de principios -dijo el general-. Como yo. Hablaré con Sonya para que no oculte los malos tratos y también le contaré la aventura que tenía su marido. A su debido tiempo.
Hunter asintió.
– Me parece justo. Y ahora, ¿dónde estaba Sonya cuando mataron a su marido?
– En casa. Edna y Molly vieron su coche en la calle, y Edna también la vio a ella en el patio. A Sonya le gusta sentarse en el jardín a mirar las estrellas.
– Bien. Entonces, Sonya no tuvo la oportunidad.
– Exacto -dijo el general.
– Y usted encontró el cadáver de su socio en la oficina al día siguiente, cuando fue a trabajar -dijo Hunter, recordando lo que le había contado antes el jefe de policía.
Su interlocutor asintió.
– Una cosa más. ¿Volvió a casa después de despedirse de Sonya?
Frank hizo un gesto negativo con la cabeza.
– ¿Adónde fue? ¿Dónde estaba a la hora del asesinato? -preguntó Daniel. La policía le había dicho que el crimen se había cometido entre las diez y media y las once y media de la noche.
El general se frotó los ojos. Era evidente que estaba muy fatigado.
– Salí.
– ¿Se llevó el coche?
– No. Di un paseo hasta el centro.
– ¿Lo vio alguien?
– No.
– ¿Paró en algún sitio?
El general gruñó.
– Estaba enfadado. Cuando estoy disgustado, salgo a caminar. Pregúntaselo a cualquiera de la familia. No tenía ningún destino en mente, sólo salí a andar. ¿Hemos terminado? Estoy muy cansado.
– Hemos terminado por el momento -respondió Hunter-. Voy a pedir otra vista para conseguir la libertad bajo fianza rápidamente. Tengo un amigo que es juez local. Si puedo mover algunos hilos, lo sacaré de aquí hoy mismo -dijo Hunter, mientras guardaba su libreta.
– Te lo agradezco. Puede que haya pasado mi juventud durmiendo en cualquier sitio, pero la edad y una cama blanda me han echado a perder -dijo el general, y le guiñó un ojo a Hunter. Hunter vio un parecido con Molly en la sonrisa y la mirada del general.
– No se preocupe. Yo me encargaré de todo. Hablaremos un poco más cuando esté en casa.
Después, le estrechó la mano al general y se marchó, pensando en todo lo que había averiguado. Lo más importante no estaba en el papel; había sido la expresión del general, su tono de voz, sus emociones.
Al averiguar que su mejor amigo y socio lo había traicionado, Frank se había enfadado, lógicamente. Sin embargo, Hunter no había detectado rabia asesina en su narración, y dudaba que la hubiera habido aquella noche. Aquel hombre no podía disimular tan bien sus sentimientos. A Daniel se lo decía el instinto, y el instinto le había prestado buenos servicios en el curso de su carrera estelar. En aquella ocasión, decidió fiarse también.
Molly tenía razón. Su padre no hubiera matado por venganza ni por dinero. Sin embargo, alguien sí lo había hecho, y en cuanto Hunter consiguiera la libertad bajo fianza del general, tendría que dar con otros sospechosos. De lo contrario, la verdad tal y como aparecía ante los ojos de la gente no bastaría para que el padre de Molly no volviera a la cárcel de por vida.
Molly entró en casa a las siete de la tarde. Todo estaba muy silencioso, y recordó que su abuela le había dicho que iba a llevarse a Jessie de compras después de comer.
Quizá no estuviera rodeada por los sonidos de la familia, pero Molly sabía que no estaba sola; había visto la motocicleta de Hunter aparcada junto a la casa, en la acera.
Y se alegraba. Fue directamente hacia el despacho de su padre. La puerta estaba entreabierta. Con una rápida mirada, advirtió que Hunter estaba sentado en una silla, junto a la jaula del guacamayo.
Ella alzó la mano para llamar y avisar a Hunter de su presencia, pero él habló primero. Obviamente, se dirigía al pájaro.
– Regatea por la cancha y se detiene ante el poste. Se prepara para el tiro y… ¡canasta!
Ella sonrió. El pájaro estaba entreteniendo a Hunter con su truco favorito. Tomaba una pelotita y la encestaba en un pequeño aro.
– No sabía que eras aficionado al baloncesto -dijo Molly, riéndose, mientras entraba en la habitación.
Hunter se levantó de golpe de su asiento con las mejillas ruborizadas.
– Me has pillado -dijo. Claramente, se avergonzaba de haber retransmitido las jugadas del guacamayo-. Pero es que el pájaro es fascinante.
Molly sonrió.
– Ollie tiene buenas cualidades. Responde cuando le hablan, sabe hacer monadas cuando se lo piden y hace sus necesidades donde debe. A un hombre no se le puede pedir más.
– Qué simpática -dijo él, y se acercó a ella-. ¿Has cenado ya?
Ella asintió.
– Compré un sándwich de camino hacia acá. ¿Y tú?
– Yo he cenado con Edna. Hace unos filetes con patatas deliciosos -dijo él, dándose unos golpecitos de satisfacción en el estómago.
– Edna es una magnífica cocinera -confirmó Molly-. Puedo afirmar con seguridad que yo no he heredado ese talento -añadió-. Siento haber llegado tarde. Me entretuve en el centro de mayores.
– No tienes por qué disculparte -respondió Hunter. Se dio la vuelta y comenzó a ordenar papeles y a colocarlos en montones sobre el escritorio-. No me debes explicaciones. Sólo estoy aquí por…
– Mi padre. Lo sé -dijo ella, apretando los dientes con frustración-. Hunter…
– Molly -dijo él al mismo tiempo.
– Tú primero -dijo Daniel.
Ella sacudió la cabeza.
– Tú.
– Está bien. Hoy he ido a ver al general. Es un hombre estupendo -dijo Hunter, y se metió las manos en los bolsillos-. No habría elegido a nadie diferente para ti. De hecho… Bueno, no importa.
– No, dímelo.
Hunter la miró a los ojos.
– Es todo lo que podías haber esperado, y más. Me alegro mucho por ti.
Ella tuvo una sensación cálida por dentro, de gratitud y de atracción. Hunter era un hombre muy especial.
– Gracias.
– De nada. Y ahora, ¿qué querías contarme tú?
Ella parpadeó.
– De verdad, no me acuerdo. Estoy demasiado asombrada por lo que acabas de decirme. Si no estuviera al tanto de la realidad, pensaría que te importo.
– ¿Y quién ha dicho que no me importas?
Hunter se acercó a Molly y se enroscó uno de sus rizos rubios en el dedo.
Molly sintió el suave tirón hasta los dedos de los pies, y se humedeció los labios. No pretendía que fuera un gesto seductor, pero él siguió el movimiento con los ojos, que se le oscurecieron de deseo. Molly notó un cosquilleo caliente en la piel y se balanceó hacia él, haciéndole una clara invitación. Esperaba que él la aceptara.
Entonces, Daniel deslizó la mano hasta su nuca y, sin dejar de mirarla a los ojos, le inclinó la cabeza suavemente hacia atrás y la besó.
Al instante, Molly le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí, haciendo que sus cuerpos se alinearan y se apretaran el uno con el otro. El calor que desprendía Daniel la succionó en un remolino de sensaciones y su olor prendió una llama de pasión que ella nunca había experimentado. Lo deseaba desesperadamente, y el gemido que se le escapó hizo que él lo supiera.
Molly enredó los dedos en su pelo en el mismo momento en que oía carraspear a alguien.
– Bueno, éste sí que es un buen recibimiento -dijo su padre.
Hunter se retiró al instante. Molly dio un saltito hacia atrás al mismo tiempo, y ambos miraron con culpabilidad al general. Sin embargo, Frank tenía una gran sonrisa en la cara.
Entonces, Molly se percató de lo que significaba su presencia.
– ¡Estás en casa! ¡Estás en casa! Oh, Dios mío -dijo, y corrió hacia él para abrazarlo-. No tenía ni idea, pero me siento muy aliviada.
– Lo mismo digo.
Ella dio un paso atrás sin soltarle la mano a su padre.
– ¿Cómo? ¿Cuándo?
– Hunter consiguió que me liberaran a tiempo para llegar a cenar.
Molly se volvió hacia Hunter.
– No me habías dicho nada.
– Así, la sorpresa ha sido mucho más dulce, ¿no? -le preguntó Daniel.
Molly pensó que se enamoraba otra vez de él en aquel mismo momento. Si acaso alguna vez había dejado de estar enamorada de Daniel Hunter. Lo dudaba.
Lo miró largamente antes de volverse hacia su padre otra vez.
– ¿Dónde estabas cuando he llegado a casa?
– Al lado, visitando a Sonya y a Seth.
Molly asintió.
– Bien. Y ahora que estás en casa, te vas a quedar aquí -dijo con determinación.
– Siento ser un aguafiestas, pero la libertad bajo fianza es sólo una solución temporal -matizó Hunter.
Molly suspiró con resignación.
– Pero esta noche podemos celebrarlo.
– Vosotros dos podéis. Yo tengo que trabajar, pero no quiero echarlo de su oficina, general -le dijo Hunter a Frank-. Como le he dicho a Edna, puedo alojarme en el hotel.
A Molly se le encogió el estómago. Aunque al principio no quería que él se quedara en casa, había cambiado rápidamente de opinión. Por suerte, el general agitó una mano para descartar su ofrecimiento.
– No te preocupes por mí. No podré concentrarme en el trabajo hasta que haya terminado todo esto, y no hay mucho que pueda hacer para limpiar mi nombre. Por favor, siéntete como en casa.
Molly se obligó a disimular su alegría, y no sólo porque pudiera estar cerca de Daniel para ayudarlo con el caso, sino también por razones puramente egoístas.
– Ayer, en la cárcel, no hablamos de dinero, pero hoy quiero que sepas una cosa -dijo su padre con seriedad-. En este momento no puedo permitirme pagarte mucho, pero te lo pagaré en el futuro.
Hunter sacudió la cabeza.
– Se lo agradezco, pero…
– Sin peros. Si vas a defenderme, te pagaré por ello. Yo no acepto caridad, así que dedica la asistencia legal gratuita a aquellos que la necesiten de verdad. Cuando pueda comprar y vender propiedades de nuevo, te pagaré por tu trabajo.
A Molly se le formó un nudo en la garganta. Sabía que mantener aquella conversación con Hunter no era fácil para su padre, y le admiraba por ello.
– Me parece bien -dijo Daniel, y le estrechó la mano a Frank.
Molly admiró también a Hunter, no sólo por el modo en que había tratado a su padre y había respetado su orgullo, sino también por el hecho de haber acudido a su llamada. Cuando ella había necesitado su ayuda, él había respondido, pese a su propio orgullo.
Los dos hombres tenían mucho en común, incluyendo cuánto le importaban a Molly. Miró a Hunter con la esperanza de poder transmitirle sus sentimientos con los ojos.
Él desvió la vista.
– Tengo mucho que trabajar para conseguir que su libertad sea permanente -le dijo Hunter al general.
Deliberadamente, evitó la mirada húmeda de Molly. Quería ver su expresión cuando supiera que había conseguido la libertad de su padre, pero una vez que lo había conseguido, no soportaba aquella mirada de adoración tan descarada.
Y menos después de aquel beso estremecedor. Si su padre no hubiera vuelto, Hunter habría tomado a Molly allí mismo, en el despacho, en el escritorio o en el suelo. La atracción que sentía por ella era tan fuerte y devoradora que apenas podía contenerla.
El sexo era fácil. Sin embargo, nada que tuviera que ver con Molly o con sus sentimientos por ella lo había sido nunca.
Daniel carraspeó.
– Bueno, pues empezaré ahora mismo. Si me disculpáis… -dijo, y señaló todos los papeles que tenía en el escritorio: anotaciones, copias de los expedientes policiales y pruebas. Sólo el comienzo del caso, en realidad.
El general miró con los ojos entornados a Molly y después a Hunter. Era evidente que el hombre no sabía qué pensar de la escena que había interrumpido ni de la distancia que había entre los dos en aquel momento.
Molly se pasó la lengua por los labios.
Demonios. Hunter odiaba que hiciera aquello, porque le encantaba. Aquel ligero roce de su lengua le resultaba excitante al máximo.
– He tenido un día muy largo en el centro de mayores. Voy a mi habitación a descansar -dijo Molly.
– Enfréntate a ello como un hombre -dijo el guacamayo, rompiendo la tensión con su agudo graznido.
Molly se rió. Hunter no la culpaba; aquel dichoso pájaro era muy gracioso.
– Bueno, esto es algo que no había echado de menos -dijo el general.
El pájaro graznó nuevamente.
Hunter se rió y miró a Molly.
– Me voy -dijo ella.
Al verlo dirigirse directamente hacia él, Daniel se quedó sorprendido.
– Gracias por sacarlo de la cárcel -le dijo en voz alta, para que el general pudiera oírlo también-. Y gracias por ese beso -susurró, sólo para Hunter.
Ante el recordatorio del beso y la atrevida promesa en sus ojos llenos de pasión, a él se le secó la garganta. Molly había conseguido lo imposible.
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