Lo había dejado sin habla, esperando su próximo movimiento.

En aquel momento, Hunter decidió deshacerse de sus dudas y sus preocupaciones sobre el futuro. Había crecido sin saber dónde estaría viviendo la semana siguiente. Seguramente, podría soportar tener una aventura sin compromisos con Molly en aquel momento.


Frank estaba sentado en el jardín, observando la luna y las distintas luces que brillaban en su casa. Molly estaba en la cocina, haciendo una tarta para la mejor amiga de Edna, que vivía en la residencia de mayores. Al pasar por la ventana lo saludó con la mano.

Y, a juzgar por la luz encendida del escritorio de su despacho, el amigo abogado de su hija seguía trabajando. O eso, o era Molly quien lo mantenía despierto e inquieto.

Sólo a un idiota se le escaparía la tensión sexual que había entre los dos, y sólo alguien a quien nunca le habían hecho daño sería incapaz de reconocer las molestias que tomaban para fingir que no pasaba nada y que no sentían nada el uno por el otro. Él debería saberlo. Hacía lo mismo.

Con un gruñido de frustración, Frank se levantó de su asiento y se dirigió hacia la casa de al lado. Entró con su llave. Después del asesinato de Paul, Sonya le había dado una llave por seguridad. Él sacudió la cabeza, sin poder creerse todavía que su amigo estuviera muerto. Asesinado. Y el hecho de que la policía lo señalara como culpable era absurdo. Sin embargo, Frank entendía la evidencia y conocía el juego. A menos que su abogado o él encontraran pruebas sólidas, estaba metido un problema muy grave.

Se apartó aquella idea de la cabeza.

– ¿Sonya? -dijo suavemente.

– Estoy aquí -dijo ella.

Tal y como le había prometido, lo estaba esperando en la sala de estar. Al verlo entrar, ella se levantó del sofá.

– ¿Está dormido Seth?

Sonya asintió y se acercó a él.

– Dios, necesitaba que me abrazaras.

Él se aferró a ella con fuerza e inhaló la fragancia de su pelo para sacar fuerzas del mero hecho de sentirla.

– Sé que ha sido muy duro para vosotros dos. Ojalá hubiera podido estar aquí durante los días siguientes al funeral.

Lo habían arrestado tan sólo un día después del entierro, y desde entonces había tenido que consolarse con las visitas de su familia.

Sonya lo guió de la mano hasta el sofá y ambos se sentaron.

– Yo también quería que estuvieras aquí. Ha sido muy difícil. Seth está destrozado por su padre. Va al instituto, viene directamente a casa y sube a su habitación. Sólo quiere hablar con Jessie.

– Al menos tiene a alguien. ¿Te parece bien que le pregunte si quiere hablar conmigo?

Frank había sido como un segundo padre para Seth durante toda su vida, y él lo quería como a un hijo.

Sonya asintió con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Cree que he tenido algo que ver con la muerte de Paul? -le preguntó Frank. Aquello lo había tenido obsesionado desde el principio: el hecho de que sus seres más cercanos y queridos sospecharan que lo que decía la policía era cierto.

Sonya negó con la cabeza.

– No. Es lo único que me ha dicho durante días. Que sabe con seguridad que tú no le hiciste nada a su padre.

Él tomó aire profundamente.

– Pero quería hacerlo. Hubiera soportado el desfalco, pero en cuanto supe que te había pegado de nuevo, tuve ganas de matarlo -dijo con rabia.

Era rabia hacia su mejor amigo y hacia sí mismo. Él siempre había sabido que Paul tenía un lado oscuro, pero nunca había pensado que descargaría su carácter con su familia. Frank había cerrado los ojos para preservar la paz, y se había engañado a sí mismo para poder dormir por las noches. Sin embargo, eso no había ayudado a la gente a la que quería.

Y él quería a Sonya. Lo que había comenzado como una amistad había florecido después de la muerte de Melanie. Frank no sabía cuál había sido el momento exacto en el que se había enamorado de la mujer de su mejor amigo, ni ella de él. Sólo sabía que se querían desde hacía años, pero ninguno de ellos había pronunciado aquellas palabras. No habían tenido ningún contacto emocional, y mucho menos físico. Querían a sus familias y se respetaban el uno al otro.

Ella le tomó la cara con las manos.

– Pero no lo hiciste. No le hiciste daño a mi marido. No le hemos hecho daño a nadie.

– Siempre y cuando nadie averigüe lo que sentimos, nadie sufrirá -dijo Frank.

– Puede que yo fuera cada vez más infeliz, pero no quería que asesinaran a Paul.

– Lo sé -le dijo él.

– Y no quiero que te culpen de su muerte.

– No lo harán. Ya te he dicho que me va a defender el amigo de Molly, Daniel Hunter. Todo saldrá bien.

– Querrá saber tu coartada -dijo Sonya.

Él apretó la mandíbula.

– Ya me lo preguntó, y le dije que había salido a dar un paseo. Estaba solo.

– Pero…

– Estaba solo. Fin de la conversación -dijo él.

Conocía lo suficiente a Sonya como para saber que respetaría su decisión. Sin embargo, no estaba seguro de que pudiera decir lo mismo de Hunter. Esperaba que el abogado pudiera componer una defensa sólida sin investigar demasiado.

– Hunter quiere que digamos la verdad sobre… el abuso -le dijo Frank con delicadeza-. Yo no quiero, pero él teme que la fiscalía lo averigüe y lo use contra mí. Ya sabes, como si fuera otro móvil para asesinar a Paul.

Sonya asintió lentamente.

– Tiene lógica.

– Pero Seth…

– Él ya lo sabe. No podía vivir en esta casa sin saber que su padre tenía… problemas de carácter. Superará esto como todos los demás -afirmó ella con seguridad.

Frank asintió.

– Está bien. Sólo una cosa más -añadió, y tuvo que tomar aire para darse fuerzas. Lo que iba a decirle era lo más difícil de todo.

– ¿Qué?

– Es algo sobre Paul.

– ¿Sí?

– Tuve una visita en la cárcel. Lydia McCarthy.

Sonya se irguió.

– Paul y ella tenían una aventura.

Frank se puso en pie de golpe.

– ¿Lo sabías?

– Vivía con Paul. Claro que lo sabía. Y, sinceramente, fue un alivio. Hacía mucho tiempo que mi matrimonio con Paul se había desmoronado. Me quedé con él para mantener la familia, pero no podía soportar su modo de ser y… no podía soportar que me tocara -dijo con un escalofrío.

Sin embargo, cuando miró a Frank, él percibió una gran tristeza y culpabilidad en sus preciosos ojos.

– No te sientas mal -le dijo él con la voz ronca-. No te sientas culpable por lo que ocurrió con tu matrimonio -añadió, y le acarició la mejilla con los nudillos-. Lo superaremos -susurró para intentar reconfortarla.

Aunque algunas veces, Frank se preguntaba cómo.

Capítulo 7

Hunter se despertó al día siguiente con un plan. Por el momento, la policía había acusado al general por el móvil, la oportunidad y la falta de coartada la noche del asesinato. Eran pruebas condenatorias, pero las autoridades no tenían el arma del delito para vincularla a su cliente. Para Hunter, aquel caso era circunstancial.

Su siguiente paso sería crear dudas razonables sobre la responsabilidad de su cliente en el asesinato de Paul Markham, encontrando gente que tuviera móvil para haberlo perpetrado. Comenzaría entrevistando a aquellos más cercanos al general, incluyendo a su familia, a Sonya y a su hijo Seth, a Frank y a la secretaria de Paul, Lydia McCarthy.

Y esperaba hacer todas aquellas cosas solo, sin la compañía de Molly, que le impedía concentrarse. Al menos, hasta que tuviera un mejor conocimiento de los hechos y de las personas. Hunter sabía que ella quería ayudarlo, y estaba resignado, pero antes tenía que tomar velocidad.

– Gallina.

Hunter miró al pájaro y frunció el ceño.

– No, es sólo que quiero estar en igualdad de condiciones con ella. ¿Es que es demasiado pedir?

Aquella mujer ya lo desequilibraba tal y como estaban las cosas, pensó Hunter. Lo suficiente como para que él se pusiera a hablar con un guacamayo.

Miró a Ollie, pero el ave no respondió.

Recogió algunos de los papeles que le habían enviado por fax desde su oficina, los metió en su maletín y salió del despacho. Tenía que haber una biblioteca en el centro en la que pudiera sentarse a trabajar y concentrarse sin distracciones.

Primero, sin embargo, tomaría algo de desayuno. Cada día, la comandante hacía café con un aroma diferente. Al acercarse a la puerta de la cocina percibió un delicioso olor.

– ¿Avellana? -se preguntó en voz alta mientras se servía una taza.

– Vainilla francesa -le respondió Molly, acercándose a él.

– ¿Quieres un poco?

– No, gracias. Ya me he tomado una taza. ¿Adónde vas a ir hoy por la mañana?

Hunter se dio la vuelta y la vio observando el maletín que él había dejado sobre la mesa.

– Tengo que preparar una defensa, ¿no te acuerdas?

– ¿Cómo iba a olvidarlo? -preguntó ella con una expresión triste, como si no pudiera quitarse de la cabeza la situación de su padre.

Hunter quería darle esperanzas, pero aún no tenía suficiente munición para hacerlo.

– Escucha, he estado pensando en el asesinato de Paul, y creo que tiene que haber otros sospechosos -dijo Molly-. Lo primero que deberíamos hacer es investigar en el negocio inmobiliario, y averiguar quién tenía motivos para querer ver muerto a Paul Markham.

Él abrió la boca para decir algo, pero ella continuó sin darle oportunidad de hacerlo.

– Yo he ayudado algunas veces a Lydia, su secretaria, y tengo una idea aproximada de cómo es el sistema de trabajo de la oficina. Podemos repasar los tratos más recientes, aquellos en los que una cantidad importante de dinero pasara a diferentes cuentas, y buscar cualquier cosa sospechosa. Quizá Paul le hiciera una jugarreta a alguien a quien debía dinero o con quien tuviera negocios.

Molly hablaba rápidamente, como si estuviera esperándose que él echara por tierra su idea en cualquier momento.

En vez de eso, Hunter sonrió.

– Cualquiera pensaría que eres más lista que yo.

Ella se irguió de hombros.

– Fui la encargada de dar el discurso de despedida en la ceremonia de graduación. Y también fui la primera de nuestra promoción en la universidad, ¿no te acuerdas?

– Más o menos, dos décimas por encima del resto de los estudiantes -le recordó él. Después carraspeó-. Escucha…

Molly se acercó a Daniel y él percibió de lleno el olor embriagador que siempre asociaba con ella. Perfume o champú, no importaba. Le gustaba.

– Por favor, no me digas que no quieres que me implique en el caso -le rogó Molly-. Es mi padre, y por eso sólo ya me incumbe. Quiero ayudar. En realidad, necesito ayudar…

– Tienes razón.

Ella parpadeó.

– ¿Cómo?

Él probó el café.

– Que tienes razón. El café tiene aroma a vainilla francesa -dijo. Sabía que era un mal momento para bromear, pero no pudo resistirse.

Molly enrojeció.

– Hunter, si crees que puedes distraerme con tonterías, te equivocas.

– ¿Yo? ¿Creer que puedo distraerte cuando tienes una misión? Nunca -dijo Daniel, y la miró a los ojos-. Entiendo perfectamente que necesites formar parte de esto. Y lo respeto.

– ¿De verdad? -Molly lo miró con la cabeza ladeada, con los ojos entrecerrados.

– De verdad. ¿Vas a ir al centro de mayores hoy?

– Sí. Tenía la esperanza de que fuéramos los dos. Está en el centro, de camino a cualquier lugar al que necesites ir -respondió ella, arqueando las cejas esperanzadamente.

– Tengo que estudiar toda la documentación que me han enviado desde la oficina. No estoy tan familiarizado como debiera con el entorno y la gente de aquí. Necesito pruebas para poder rechazar la acusación, y como la policía no va a investigar más, tengo que hacerlo yo.

Ella asintió.

– Eso es exactamente lo que yo pensaba. Otros sospechosos. Podemos hacerlo juntos. Sólo quiero llevar una tarta al centro de mayores, para la fiesta de cumpleaños de Lucinda Forest. Es la mejor amiga de la comandante y su familia viene desde California. Su nieta y ella cumplen años el mismo día, y la niña viene para que lo celebren juntas. Le he hecho a Lucinda su tarta favorita, y cuenta con que yo vaya.

– Eso es muy amable por tu parte. Debes ir. Después podemos vernos en la biblioteca.

– Ven conmigo, e iremos juntos a la biblioteca más tarde. Yo puedo responderte cualquier pregunta que tengas sobre la gente de aquí, y te aclararás las ideas mucho más pronto. ¿De acuerdo?

– Eh… No. Preferiría no ir a la fiesta familiar de una extraña.

– ¿Por qué no?

Hunter odiaba admitir sus debilidades, pero no podía hacer otra cosa que explicarse.

– Cuando estaba bajo los cuidados de los servicios sociales, las familias de acogida celebraban los cumpleaños de sus hijos biológicos.

Había tarta, regalos, todas las cosas que él nunca tenía. Recordaba las fiestas, pero no recordaba que lo incluyeran en las celebraciones. Los cumpleaños de los extraños le causaban inseguridad.