– Así -susurró él-. Quiero que tengas un orgasmo tras otro y sigas hasta que grites.
De hecho, Hunter quería que sintiera un éxtasis tan fuerte que nunca olvidara aquel momento, ni a él tampoco.
Molly tenía las mejillas enrojecidas, pero se ruborizó más al oír su comentario.
– No quisiera despertar a toda la casa y que tuviéramos compañía.
– Yo me ocuparé de eso. Tú acepta lo que te suceda naturalmente. Esos ruidos tuyos me excitan -le dijo Daniel en voz baja. De hecho, le excitaban tanto que contenerse le estaba exigiendo toda su fuerza de voluntad.
Sin embargo, siempre que se concentrara en Molly, en acariciarle los pechos exuberantes y deliciosos, y no en el punto en el que sus cuerpos estaban conectados con tanta perfección, podría prolongar su disfrute y esperarla.
Para demostrar que tenía razón, se irguió apoyándose en los codos y la atrajo hacia delante para poder lamerle los pechos y juguetear con uno de sus pezones, succionándolo y rozándolo con la lengua.
Ella emitió un sonido débil y comenzó a mover las caderas hacia delante y hacia atrás, frotándose contra la base de su miembro.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Hunter no podía soportarlo un segundo más. La agarró por las caderas y comenzó a moverse a su ritmo, empujando hacia arriba al mismo tiempo, entrando y saliendo de ella con fuerza.
Sin previo aviso, Molly comenzó a llegar al clímax. Antes de que ella pudiera gritar, él se elevó y de algún modo, sin saber cómo, se las arregló para tumbarla de lado y después sobre la espalda, invirtiendo sus posiciones de modo que pudiera cubrirle la boca con la suya, y acallar los sonoros gemidos que ella pudiera emitir. Daniel esperaba que fueran muchos.
Ya encima de ella, capturó sus labios y la besó hasta dejarla sin sentido mientras seguía embistiéndola, cada vez más profundamente y con más fuerza, sabiendo lo mucho que ella necesitaba el contacto entre sus cuerpos. A Molly se le había entrecortado la respiración, pero le devolvía los besos y le hundía las uñas en los hombros. Succionó su cuerpo con los músculos tensos y húmedos alrededor de él.
Hunter estaba a punto de llegar al orgasmo cuando trasladó la boca hasta el oído de Molly y le susurró:
– Vamos, Molly, sigúeme, ahora.
Ella gimió y le rodeó la cintura con las piernas. Él sintió los bordes duros de sus sandalias clavándosele en la espalda. De repente, Molly inclinó la pelvis y acogió la embestida de Daniel con una última de las suyas, hasta que él estuvo completamente enterrado en su cuerpo, perdido dentro de ella.
El primer sonoro gruñido no fue de Molly, sino de él, y habría despertado a toda la casa de no ser por la rapidez con la que ella le selló los labios. En aquel mismo instante, él llegó al clímax y ella lo siguió, deshaciéndose por dentro, tensándose girando las caderas hacia él, buscando un contacto más intenso y una presión más grande. Él le dio lo que quería y se lo dio ansiosamente, porque también lo necesitaba.
Aquel éxtasis no fue como ningún otro que él hubiera sentido en su vida, y los gemidos de Molly se perdieron junto a los suyos, entre los besos.
Después de que ambos volvieran a la tierra, Hunter abrazó a Molly contra su cuerpo, exhausto. Molly luchó contra el sueño, sabiendo que debía subir sigilosamente a su dormitorio antes de que los sorprendieran juntos, pero no pudo resistirse a pasar unos minutos más entre sus brazos. Él se acurrucó contra ella, a su espalda, abrazándole la cintura, con la cara posada en su cuello, hasta que su respiración se hizo lenta y suave.
Ya lo sabía. Molly ya sabía cómo era hacer el amor con Daniel, y la experiencia había superado sus sueños más salvajes. Se había sentido más desinhibida que con cualquier otro hombre, más abierta, más generosa, más preocupada por sus necesidades y deseos. Todo con Hunter podía resumirse en una palabra.
Más.
Lo cual se traducía en que no era suficiente. Sin embargo, Molly sabía que ni siquiera el pasar la vida entera con aquel hombre sería bastante para satisfacerla. Él le había ofrecido aquella vida, y ella la había rechazado.
Hunter había respondido continuando con su existencia, y Molly no había sido capaz de hacer lo mismo. Él había estado con otras mujeres desde que lo había dejado. Ella había evitado a los hombres. Él había acudido a fiestas. Ella había encontrado una familia, y cierta estabilidad. Y en aquel momento, lo que más deseaba era tener un futuro con Hunter. Podía darle su corazón sin condiciones y sin reservas, pero entendía que él le había mostrado todo aquello que estaba dispuesto a conceder.
Daniel se acostaría más veces con ella. Sin embargo, por muy bueno que fuera el sexo entre ellos, y aunque Molly se enamorara más y más de él, no podía engañarse y pensar que iba a ofrecerle su corazón de nuevo.
Eso no significaba, por otra parte, que ella no pudiera intentar convencerlo.
Porque sabía que estaba enamorada de él. Quizá siempre lo hubiera estado, pero la profundidad de aquel amor acababa de quedarle bien clara.
Y si Hunter se despertaba sintiendo una pequeña parte de lo que sentía ella, echaría a correr rápidamente. La fiesta de cumpleaños de aquel día le había enseñado a Molly por qué él tenía unas defensas tan fuertes, y cuánto daño le había hecho con su rechazo.
Si Molly había albergado alguna esperanza de convencer a Hunter de que había cambiado, de que estaba preparada para todo lo que él tenía que ofrecerle, su forma de reaccionar ante la celebración le había dado a entender lo difícil que sería su misión.
El pasado de Daniel era la causa. El abandono de Molly sólo había servido para reforzar sus creencias más inveteradas. Sus padres lo habían abandonado después de convencerlo de que no era digno de su amor. Y lo que sus padres no habían destruido en su interior, lo había destrozado el acogimiento familiar. Las celebraciones para otros, la exclusión de los eventos familiares, la falta de amor y afecto, todo aquello había hecho más mella de la que ella pensaba en el corazón de Hunter. Se le llenaron los ojos de lágrimas, no por sí misma y por todo lo que había desperdiciado, sino por Daniel y por lo mucho que él necesitaba el amor que ella podía darle. Amor que él no iba a aceptar, porque no creía en su permanencia.
Y Molly sólo podía culparse a sí misma.
Con tristeza, Molly se salió del abrazo de Daniel y se alejó. Él gruñó, se volvió hacia el otro lado y se acurrucó con la almohada entre los brazos. Sin dejar de mirarlo, ella se desabrochó las sandalias y se las quitó para no hacer ruido por el pasillo a aquellas horas de la noche.
Él murmuró algo en sueños. Molly se inclinó y le besó la espalda, sonriendo. Estaba decidida a seguir sonriendo y a no pensar más en el pasado, pero no podía evitar pensar cómo, un año antes, él había dejado aparte sus miedos y le había abierto el corazón. Y ella se lo había pisoteado.
De algún modo, por algún medio, Molly necesitaba traspasar los muros de su corazón. Temía que, de no ser así, el cuerpo sería lo único que Daniel volvería a ofrecerle.
Y ella, en realidad, quería mucho más.
Molly tomó uno de los bagel que había comprado Edna para desayunar. Lo abrió por la mitad y lo untó con crema de queso. Con aquel panecillo delicioso y un café de avellana de los de la comandante, estaba preparada para comenzar el día.
Estaba sentada en la cocina, disfrutando de la paz, pero por los ruidos que oía en el piso de arriba sabía que no duraría mucho. Tomó un sorbo del delicioso café y dejó que el líquido la calentara a medida que descendía por su garganta. Claro que no necesitaba el calor. Hunter le había generado suficiente temperatura como para que le durara años; aunque no para el resto de su vida. Se preguntó cómo iba a conseguir el mayor desafío personal de su vida.
– Bueno, ¿y qué pasa entre el tío bueno y tú? -le preguntó Jessie, haciendo añicos el silencio.
– Oh, a mí también me gustaría saberlo -añadió Edna, que entraba en la cocina junto a su nieta, envuelta en una larga bata y con Ollie en el hombro.
– Confiesa -dijo el guacamayo.
– Sí, confiesa -dijo Jessie, riéndose.
Molly miró a su hermana, que era otro de sus desafíos personales. Tenía la sensación de que su vida estaba llena de retos. Se recordó que quería conseguir el cariño de la adolescente, y no alejarla más de sí.
Así pues, en vez de responderle que su vida privada no era de su incumbencia, Molly sonrió.
– Hunter está muy bien, gracias por preocuparte tanto -le dijo, como si hubiera malinterpretado la pregunta de Jessie y su motivación.
– Yo no… -la adolescente cerró la boca-. Quiero decir que… -después sacudió la cabeza, dejó escapar un gruñido de frustración y miró el desayuno de Molly-. ¿Dónde están los bagel?
– Ahí, junto a la nevera, en una bolsa cerrada. ¿Por qué no os servís uno cada una y desayunáis conmigo?
– Era lo que había pensado -dijo la comandante.
Sin embargo, Jessie tenía que tomar el autobús del instituto, y miró el reloj del horno microondas.
– Tienes tiempo de sobra -le dijo Molly-. Además, no voy a morderte, a contestarte mal ni a molestarte. Te lo prometo.
Jessie se quedó demasiado sorprendida como para hablar. Se hizo el desayuno, pero tomó margarina en vez de queso para su bagel y se sirvió zumo de naranja en vez de café.
– ¿Cómo estuvo la fiesta de anoche? -le preguntó Molly.
Jessie se sentó en la silla más alejada de su hermanastra. Le dio un mordisquito a su panecillo, lo masticó y lo tragó antes de responder.
– En realidad, no estuvo mal. Al menos, para mí. Seth no se lo pasó bien -dijo, y tomó una buena cantidad de zumo antes de continuar-. Pero las chicas están empezando a portarse mejor conmigo. Sarah me dijo que sentía haberme dado de lado por lo de mi padre y me preguntó qué tal estaba.
Molly hizo una pausa, con la taza a medio camino hacia los labios. ¿No iban a cesar las maravillas? Jessie le había respondido civilizadamente a una pregunta y le había revelado datos de su vida personal. Molly respondió con sumo cuidado para no hacer que la niña se cerrara nuevamente a ella.
– Me alegro mucho. Seguro que las cosas no han sido fáciles para ti.
Jessie se encogió de hombros.
– Puedo soportar la situación -dijo, a la defensiva.
– No he dicho que no puedas, pero sé que los chicos pueden ser muy malos. Al menos, tú conoces a tus amigas desde hace muchos años. Hay un vínculo entre vosotras que podéis recuperar aunque a veces falle. Cuando yo tenía tu edad, no permanecía mucho tiempo en el mismo lugar, no más de uno o dos años. Así que cada vez que mi madre cometía una estupidez o hacía algo vergonzoso, las consecuencias eran peores para mí, porque yo ya era la intrusa.
– Vaya. Debió de ser horrible.
Molly arqueó una ceja. ¿Comprensión o sarcasmo?
– Sí, fue horrible. Y yo no tenía una familia en la que apoyarme, como tú. Tampoco tenía un amigo como Seth.
Los recuerdos de su adolescencia, con tantas privaciones emocionales, consiguieron que se estremeciera.
– ¿Y tu madre? -le preguntó Jessie con la boca llena de bagel.
Molly no iba a regañarle por sus modales en aquel momento.
– Si yo no estaba en un internado caro, y ella era imposible de localizar, entonces estaba en su casa, haciendo las cosas que le gustaban, que eran las que más dinero costaban. De todos modos, nunca estaba disponible para mí, y normalmente destrozaba todos sus matrimonios con una infidelidad. Causaba un escándalo, los niños de la escuela se enteraban y yo me quedaba sola hasta que ella recordaba que tenía que ir a buscarme porque su marido no estaba dispuesto a pagar el internado durante más tiempo.
Jessie se quedó boquiabierta.
Por lo menos había terminado el panecillo, pensó Molly, mordiéndose el interior de la boca para no echarse a reír. No quería estropear aquel momento entre las dos.
– ¿Y tu padre, o el hombre que pensabas que era tu padre? ¿Era un buen tipo? -le preguntó Jessie, con una inmensa curiosidad.
– Siempre pensé que era un hombre frío. De vez en cuando me enviaba una postal desde donde estaba de vacaciones, pero nada más. Y como él nunca me pagó el colegio, ni nada, pensé que era porque mi madre había hecho algo para que él nos odiara. Hasta el año pasado no supe que no tenía ninguna obligación hacia mí, ni legal ni paternal. Durante todo el tiempo, él era consciente de que no era mi padre biológico. Y dice que pensaba que, debido a que mi madre siempre se casaba con hombres muy ricos, yo tenía todo lo que necesitaba.
Normalmente, a Molly se le formaba un nudo en el estómago cuando hablaba de su infancia, pero aquella vez no le importaba, en realidad. Aunque se sorprendía de poder compartir su pasado con Jessie de una manera tan natural, también se alegraba. Cuando Jessie no se estaba comportando como una adolescente malcriada, era sólo una niña dolida. Y Molly podía solidarizarse con ella. Quería ayudar a su hermana pequeña y conocerla mejor.
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