– Cuando las cosas con mis amigas van mal, sé que tengo a mi familia -dijo Jessie-. Supongo que tengo más suerte de la que pensaba.
Molly sonrió.
– Eso no significa que no hayas tenido golpes duros en la vida. Perder a tu madre fue algo muy duro que no debería ocurrirle a ningún niño.
Jessie asintió con vehemencia. Por una vez, estaba de acuerdo con Molly.
– Pero la abuela vino a vivir con nosotros y papá siempre estuvo a nuestro lado. No me imagino lo difícil que era todo para ti.
La comandante tomaba en silencio el café, mirando con cariño a sus nietas. Molly pensó que debía de sentirse feliz por verlas hablar tranquilamente.
Molly miró a Jessie con la cabeza ladeada.
– No empieces a sentir pena por mí, o tendré que tomarte la temperatura y comprobar si te ocurre algo esta mañana -dijo con una sonrisa, implorando silenciosamente que Jessie se riera, queriendo llegar a ella de un modo que significara que habían dado un gran paso en su relación.
– Ni lo sueñes -dijo Jessie, y comenzó a reírse con fuerza, de Molly, de sí misma y de lo repelente que había sido durante aquellos últimos meses.
Al menos, eso fue lo que quiso pensar Molly, y nadie iba a decirle lo contrario cuando Jessie y ella se estaban riendo juntas.
– ¿Me he perdido algo divertido? -preguntó el general, que entraba en la cocina, y puso fin a las carcajadas-.Vamos, ¿de qué se están riendo mis hijas?
– No te has perdido nada -dijo Jessie. Se levantó de la silla, tomó su plato y su vaso y los llevó hasta el fregadero-. Eran sólo cosas de chicas. Tengo que irme, o voy a perder el autobús. Adiós a todo el mundo -dijo, y salió de la cocina sin mirar atrás.
Molly exhaló un largo suspiro y miró a su padre, que la observaba con sorpresa.
– Vaya -dijo él.
Ella parpadeó y miró hacia la puerta como si acabara de pasar un tornado.
– Vaya.
– Supongo que lo que se dice es cierto. Nunca se acaba de ver todo en la vida -dijo la comandante.
Todavía asombrada, lo único que pudo hacer Molly fue asentir. Más tarde, reflexionaría sobre la conversación de aquella mañana y saborearía el rato que acababa de pasar con Jessie. De momento tenía otras cosas en las que pensar.
Como, por ejemplo, si preguntarle o no a su padre si había estado con Sonya la noche anterior.
– ¿Qué tal tu reunión?
– Bien. John Perlman recibió un homenaje por su trabajo para la asociación.
Su respuesta era vaga, pero él no apartó la mirada.
Molly apretó los labios, y estaba a punto de preguntarle por qué le mentía cuando oyó pasos.
– Buenos días a todo el mundo -dijo la voz profunda de Hunter, que activó un recuerdo instantáneo en Molly.
Cada momento que había pasado con él la noche anterior le llegó vivamente, con colores y detalles. Su olor, sus caricias, su glorioso cuerpo desnudo, pensó ella, justo cuando él entraba en la habitación.
– Buenos días -dijo Molly, y levantó la taza de café para hacer un brindis.
– Buenos días -dijo también el general-. Espero que estés durmiendo bien en el sofá cama. Yo nunca lo he usado, así que no sé si es cómodo.
Hunter se sirvió un café y se sentó con ellos en la mesa.
– He pasado una noche excelente.
Se lo decía al general, pero Molly no tenía duda de que aquellas palabras eran sólo para ella.
– ¿Quieres que te prepare algo para desayunar? -le preguntó la comandante al invitado-. Un bagel, tortitas, huevos revueltos…
Molly suspiró de resignación ante lo solícita que estaba siendo su abuela.
– Tú eliges -le dijo a Daniel.
– Preservativo claramente -dijo el guacamayo.
– ¿Qué es lo que acaba de decir Ollie? -preguntó el padre de Molly.
– Repítelo -le dijo Edna al loro.
Como buen pájaro, Ollie obedeció.
– Preservativo claramente.
La comandante parpadeó.
El general se echó a reír.
Molly, que recordaba la conversación exacta entre Hunter y ella la noche anterior, notó que se ruborizaba hasta la raíz del pelo.
Y el pobre Hunter se volvió hacia un armario y comenzó a rebuscar comida.
Antes de que nadie se pudiera recuperar, Jessie volvió corriendo a la cocina sin previo aviso.
– Se me había olvidado la comida -dijo. Se acercó a la nevera y tomó una bolsa de papel marrón-. Gracias otra vez por recogernos a Seth y a mí anoche, comandante. Te lo agradezco.
Le dio un beso en la mejilla a su abuela y se marchó.
Molly se preguntó si su padre sabía que Sonya y ellos se habían encontrado en la pizzeria y les había dicho que llevaba la cena para su hijo, que estaba en casa. Un hijo que había estado en una fiesta con Jessie, según la niña acababa de confirmar inadvertidamente en aquel momento. Por la expresión neutra de Frank, no tenía ni idea. Claro que era un militar. Guardar secretos había formado parte de su trabajo.
Había una cosa segura: Hunter se había dado cuenta de la contradicción exactamente igual que ella la noche anterior, cuando había oído el mensaje del contestador. Él salió de su escondite detrás de la puerta del armario y miró al general. Tenía una mirada de confusión y de curiosidad.
– Pensaba que Sonya le había llevado la cena a Seth anoche a casa. ¿Cómo es que había salido?
– Bueno… -Frank se movió con incomodidad en el asiento. Era evidente que todos habían olvidado el comentario de Ollie.
Molly cerró los ojos y pidió perdón en silencio por lo que iba a hacer.
– Sonya sabe que los niños no comen en esas fiestas. Estoy segura de que pidió la pizza para cuando Seth llegara a casa -dijo, cortando la explicación de su padre.
Acababa de mentir por Sonya y por Frank.
Acababa de mentirle al hombre a quien le había suplicado ayuda.
Le había mentido al hombre al que quería.
Porque Molly tenía miedo de que, si no encubría a su padre, Hunter pensara que Frank estaba mintiendo acerca de más cosas, y decidiera que aquel caso no merecía la pena.
Y si ponía en una balanza el caso y el hecho de mentirle a Hunter, Molly sabía que no tenía elección. Ganaba la libertad de su padre porque, sin ella, la vida de Molly no existiría.
Había elegido a su padre por encima de Hunter. Sólo esperaba no tener que lamentarlo.
Capítulo 10
Hunter y Molly siguieron a Sonya hacia la sala de estar de su casa. Él se había llevado una libreta para tomar notas, e imaginaba que, más tarde, los dos pondrían en común lo que averiguaran durante la entrevista.
Aquella mañana, Daniel se había despertado sobresaltado. La fragancia de Molly estaba en la almohada, y los recuerdos de su encuentro eran vividos, cálidos y dolorosos al mismo tiempo: él sabía cómo era la situación entre los dos.
Habían tenido relaciones sexuales. Daniel quería creer que había satisfecho un deseo que lo perseguía desde años atrás, y que así conseguiría sacársela de la cabeza. Sin embargo, las cosas con Molly siempre habían sido complicadas. Aunque le hacía sentir mucho más que ninguna otra mujer que hubiera conocido, Daniel no podía repetir los mismos errores. Sabía que no debía pensar que aquella noche había sucedido algo distinto al sexo. Estaban juntos por el caso del padre de Molly, y los dos necesitaban liberar la tensión sexual. Eso era todo. Eso era todo lo que podía ser, aunque él deseara algo distinto.
Se sentaron todos en el sofá. Al sentir a Molly a su lado, Daniel recordó cómo sus cuerpos habían estado unidos y un calor abrumador se adueñó de él.
– ¿Cómo estás? -le preguntó Molly a Sonya.
Sonya se encogió de hombros.
– No duermo mucho, pero supongo que es normal.
– Intentaré hacer esto de la manera menos dolorosa y más breve posible -dijo Hunter.
Sonya se agarró las manos sobre el regazo.
– Te diré todo lo que sepa.
– Primero, hábleme del día y de la noche del asesinato, ¿de acuerdo?
– Fue un día normal. Fui a la peluquería, hice algunos recados y volví a casa antes de que Seth llegara del colegio. Jessie vino con él. Pasan mucho tiempo juntos, como seguramente te habrá contado Molly -dijo Sonya, y sonrió cálidamente a Molly.
Hunter se dio cuenta de que ambas mujeres se profesaban afecto. Claro que la mayoría de la gente que conocía a Molly le tomaba cariño.
– Sí, Molly me ha hablado de lo unidos que están Seth y Jessie. Estoy deseando conocerlo.
– Es un buen chico. Lo está pasando mal. Incluso antes de… su padre no era la persona más fácil con la que convivir, pero Seth es un orgullo y una alegría para mí.
Hunter asintió.
– Lo entiendo -dijo con delicadeza-. Ahora, volviendo a aquel día…
– Sí. Seth y Jessie pasaron aquí la tarde, haciendo los deberes y escuchando música. Yo estaba escribiendo a máquina unas listas para la Asociación de Padres de Alumnos, para la cual trabajo de voluntaria. Como he dicho, fue un día normal. Jessie se marchó a las cinco y media, más o menos, y Seth y yo cenamos solos porque Paul estaba trabajando.
– ¿Y después?
A ella se le oscureció el semblante.
– Paul llegó a casa. Se encerró en su oficina, y yo supe que era mejor no molestarlo. Últimamente estaba de muy mal humor. Sin embargo, comencé a oír ruidos en el despacho, como si Paul lo estuviera destrozando todo. Así que abrí la puerta.
Sonya se quedó callada, con los ojos humedecidos.
– ¿Qué pasó después? -le preguntó Molly suavemente.
– Le pregunté a Paul qué ocurría y él me dijo que lo había perdido todo. Yo apenas entendía lo que trataba de explicarme, hasta que él comenzó a hablar de desfalcar dinero del negocio y de que Frank lo había averiguado. Paul no dejaba de gritar que lo había perdido todo.
Le temblaron los hombros. Hunter se admiró de que pudiera mantener la compostura y la fortaleza.
Sonya sacudió la cabeza como si todavía no diera crédito a lo que había ocurrido.
– Yo perdí los nervios y comencé a gritar también. Le dije que había destrozado nuestra familia y nuestra reputación, y también el futuro de Seth. Le dije que nunca lo perdonaría -dijo, y se le quebró la voz.
– ¿Y después? -inquirió Molly.
– Después, Paul me golpeó -susurró Sonya.
Hunter se estremeció.
Molly tomó aire bruscamente, y por su reacción, él se dio cuenta de que no sabía nada del carácter de Paul.
– Le dije que habíamos terminado. Que se marchara de aquí. Él lo hizo. Salió hecho una furia y aquélla fue la última vez que lo vi, hasta que… -sacudió nuevamente la cabeza y se tapó la cara con las manos al recordar el asesinato de su marido.
Hunter alzó la vista y se dio cuenta de que Molly había salido de la habitación y volvía con un vaso de agua para Sonya. Se lo entregó y tomó asiento a su lado.
– Tengo algunas preguntas más, si está bien para continuar -le dijo Hunter.
Sonya tomó un sorbo de agua.
– Estoy bien.
– El general dijo que usted lo había llamado para que acudiera aquí.
Ella asintió.
– Me avergüenza admitirlo, pero me derrumbé después de que Paul se marchara. Acababa de descubrir que habíamos perdido nuestro dinero, nuestros ahorros… y mi marido había… Paul destrozó su despacho. Yo estaba histérica.
– Y después de todo eso… ¿la primera persona a la que llamó fue a Frank? ¿No a una amiga, ni a una vecina?
– ¡Hunter! -exclamó Molly a su lado-. ¡Esa es una pregunta horrible!
– En realidad, es una pregunta de sentido común. Una que podría ocurrírsele a cualquier miembro del jurado. Mi trabajo es prever todas esas cuestiones.
– No pasa nada -intervino Sonya-. Por muy raro que parezca, Frank es mi mejor amigo.
– ¿Era también Paul su mejor amigo?
Molly alzó las manos al aire y se puso en pie.
– Este es un interrogatorio absurdo.
– ¿Por qué? ¿Por qué es absurdo preguntar si su marido no era también su mejor amigo? -inquirió Hunter, mirándola con los ojos entornados a causa de su vehemente reacción.
– Porque ella acaba de admitir que la maltrataba.
– A veces, las relaciones no tienen sentido para los demás -dijo Hunter, y se volvió hacia Sonya-. Me parece raro que usted recurriera a Frank y no a alguna de sus amigas en un momento así.
Molly gruñó de frustración.
Entre aquella frustración de Molly y el silencio de Sonya, Hunter tenía la sensación de que se estaba acercando a un secreto de las dos familias. Al principio, él sólo estaba formulando preguntas que podría hacer o no un jurado en el transcurso de un juicio. En aquel momento, sin embargo, se daba cuenta de que era algo serio.
– Estás siendo insultante con una mujer que acaba de perder a su marido -le dijo Molly, defendiendo a Sonya.
– Y tú estás demasiado cerca de esta situación como para ver las cosas con claridad.
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