– Molly y yo vamos a ir a Atlantic City más tarde. Quiero mostrarles la fotografía de Paul a los empleados del motel donde solía alojarse. Mientras, ¿podrían Sonya y usted repasar las cuentas del negocio, las finanzas personales de Paul y darme una lista de las fechas en las que salió de la ciudad por negocios?
– No hay problema. ¿En qué estás pensando?
– No sé nada con certeza todavía. Sólo me pregunto si Atlantic City era una parada secundaria cuando Paul iba a un viaje de negocios para usted. Y, de ser así, ¿paraba allí para jugar? ¿Debía más dinero del que había perdido? Estoy buscando otros sospechosos para que podamos plantearle una duda razonable al jurado. Más importante aún, quizá pudiéramos convencer al juez de que retirara los cargos contra usted debido a la falta de pruebas.
– Te lo agradezco mucho -dijo Frank.
– Sólo hago mi trabajo, señor.
– ¿Cómo está Molly? No me refiero a la cara de valiente que pone para mí, sino a cómo está de verdad -preguntó el general con preocupación.
Hunter apreciaba los sentimientos de aquel hombre por su hija. En el general, Molly había encontrado todo lo que estaba buscando en un padre, y Hunter se sentía muy feliz por ella.
– Es fuerte. Soportará todo esto perfectamente -le aseguró Hunter.
– No es justo. En algo tan horrible como esto, es la gente a la que quiero la que se está llevando la peor parte.
Daniel asintió. Había oído decir lo mismo a muchos de sus clientes. Sin embargo, en aquella ocasión Hunter estaba más vinculado a su representado y al resultado del juicio, y no podía quedarse mirándolo todo sin involucrarse personalmente. Se preocupaba por los sentimientos de todos ellos, y hubiera deseado tener una familia tan unida como la que Molly había descubierto allí.
Por supuesto, no la tenía. Y aunque Molly pensara que él no se había reconciliado con su pasado, Daniel sabía que lo aceptaba como lo que era: el pasado. Por desgracia, eso no significaba que no sintiera tristeza y anhelo porque las cosas hubieran sido distintas. Y, cuando veía a Molly tan integrada en su vida, sus propias necesidades resurgían y le resultaba más difícil reprimirlas.
– ¿Un puro? -le preguntó el general, sacándose dos cigarros del bolsillo de la camisa.
Hunter arqueó una ceja.
– ¿No es un poco temprano?
Frank se rió.
– En esta casa, fumo cuando y donde puedo, porque mi madre se empeña que no haya humo en el ambiente, por el pájaro.
Hunter notó la resignación de su interlocutor.
– Su hogar no es su castillo.
– Lo has entendido muy rápido -dijo Frank. Le tendió el puro y Hunter lo tomó.
– Es difícil vivir en una casa llena de mujeres, ¿eh?
– Si sabes lo que te conviene, no responderás a eso.
Ambos se dieron la vuelta y vieron a Edna tras la puerta mosquitera, con el mencionado pájaro en el hombro.
– Algunas veces no sé si acaba de salir de Piratas del Caribe.
No era una descripción muy halagadora, pensó Hunter.
– Sigo siendo tu madre, así que sé agradable. Hunter, ¿te apetece una taza de café? -le preguntó la comandante.
– No, gracias.Ya he tomado una.
– ¿Queréis que os prepare un termo para el trayecto? Molly se está tomando el suyo ahora, y hay un camino largo hasta Atlantic City. Sobre todo, si conduce Molly.
Hunter no había pensado en cómo iban a ir, pero se dio cuenta de que su moto no sería cómoda para un viaje tan largo.
– Seguro que me dejará conducir su coche.
– No creo. La chica es mi nieta, y como a mí, le gusta tener controlada la situación.
Aquello parecía propio de Molly, sí.
– Me parece buena idea lo del café para el camino -le dijo a la comandante, y después se volvió hacia el general-. Y con suerte, cuando volvamos traeremos buenas noticias.
– Amén -respondió el general.
Por primera vez en mucho tiempo, Hunter estaba deseando estar con Molly a solas. Aunque sabía que aquélla no era una situación a largo plazo, eso no apagó su entusiasmo por el viaje que iban hacer a Atlantic City.
Molly nunca había estado en Atlantic City, y le apetecía la idea. Con una pequeña maleta en la mano, se reunió con Hunter junto al coche.
– Estoy lista, y puntualmente.
– Ya lo veo. Me encontré a Jessie hace un rato con un jersey amarillo -dijo él, con una mirada de aprobación.
– Decidí concederle el beneficio de la duda y fingí que en realidad no quería chantajearme -dijo Molly, riéndose-. Cada vez está más agradable conmigo. No veía razón para decirle que no.
Él tomó su maleta y fue hacia el maletero.
– Espero que antes le echaras un sermón sobre que no debe pasar a una habitación sin llamar, que no debe hurgar en las cosas de los demás y tampoco chantajear.
– Claro que sí.
– ¿Las llaves?
Ella se sacó el llavero del bolso y apretó el botón de apertura automática. Hunter abrió el maletero, guardó la maleta y su bolsa y cerró.
– Yo conduciré -dijo.
Normalmente, Molly prefería conducir, y le hubiera encantado recorrer el camino hasta la costa de Jersey, pero la medicación que tomaba para las migrañas le producía somnolencia. Sabía que tendría que hacer grandes esfuerzos para permanecer despierta durante el viaje, así que, encogiéndose de hombros, le entregó las llaves a Hunter.
– Gracias -dijo él con asombro.
– ¿Por qué te quedas pasmado?
Se acomodaron en el coche antes de que él respondiera.
– Tu abuela me dijo que tenías que controlar la situación. Me aseguró que no ibas a dejarme conducir.
– ¿Y tú te lo creíste?
Él arrancó el motor.
– Digamos que no tenía razón para dudarlo, pero pensé en intentarlo.
– No me importa que tú tengas el control, al menos durante un ratito. Además, es un coche nuevo y tiene GPS -le explicó ella, señalándole el mapa del salpicadero-. Por si te pierdes.
Hunter miró al cielo.
– Creo que podré arreglármelas. Es un camino muy recto -dijo él, y comenzó a dar marcha atrás para salir a la calle.
Molly se quedó dormida casi en cuanto salieron del vecindario. Se despertó hora y media después, cuando él hizo una parada para repostar. Compraron un tentempié en la tienda de la gasolinera, fueron al servicio y se pusieron en camino. Ella se quedó dormida de nuevo y se despertó cuando paraban en un precioso hotel.
Inmediatamente, un mozo se acercó a abrirles la puerta.
– ¿Van a quedarse a dormir o sólo durante el día?
Molly abrió la boca, pero volvió a cerrarla. No sabía si aquél era el lugar al que habían ido a investigar o el lugar donde iban a alojarse. No habían hablado mucho de lo que iban a hacer en Atlantic City después de tomar la decisión de ir.
– Vamos a quedarnos a dormir -respondió Hunter.
Aceptó el tique que le entregó el mozo. Después se dirigió hacia el mostrador de recepción, y ella lo siguió.
– Éste no es el motel de Paul, ¿verdad? -le preguntó.
– No. Este es nuestro hotel, al menos para esta noche. Pensé que, ya que estábamos aquí, podíamos disfrutar del viaje.
Cuando llegaron al mostrador, Hunter le entregó su carné y una tarjeta de crédito al recepcionista. El joven, que llevaba un uniforme blanco con el cuello de la camisa almidonado, les sonrió.
– Bienvenido, señor Hunter -dijo, y comenzó a teclear en el ordenador-. Es una suite de no fumadores, ¿verdad?
– Eh… -murmuró Molly.
– Discúlpenos un momento -le dijo Daniel al recepcionista, y tomó a Molly del codo para alejarla unos cuantos pasos del mostrador-. ¿Hay algún problema?
– Bueno, no tengo ningún problema en compartir habitación contigo, como tú bien sabes…
Él sonrió. Le lanzó una sonrisa sexy, seductora, de «no puedo esperar para llevarte a la cama».
– ¿Pero?
– No puedo permitirme pagar una suite. No estoy trabajando esta temporada, y no sé ni siquiera si podría pagar la mitad de una suite aquí. Y tú no puedes catalogar esto como gastos de trabajo porque mi padre nunca podrá pagar la cuenta de este hotel, tampoco -dijo ella, avergonzada por tener que hablar de sus finanzas, o más bien de su falta de finanzas.
Él la miró fijamente.
– ¿Acaso te he pedido que lo pagues? Por favor, Molly. Tengo un poco de clase. Yo te he traído aquí, así que yo invito.
Ella abrió unos ojos como platos. Pensaba que irían a Atlantic City para trabajar, y que se quedarían en un hotel económico, no en uno de los lugares más bonitos de la ciudad.
– ¡No puedo pedirte que hagas eso!
– No me lo has pedido. Yo te lo he ofrecido. Quería sorprenderte con una noche alejada de los problemas de casa. Hasta el momento, la sorpresa no va muy bien -dijo él, que obviamente estaba disgustado con sus objeciones-. ¿No podemos empezar de nuevo, reservar la habitación y que tú dejes de cuestionar cada cosa que hago?
– De acuerdo -dijo ella, verdaderamente conmovida por su ofrecimiento.
Entonces, él le acarició la mejilla, y su ternura fue un contraste con la frustración de su tono de voz.
– Deja que haga esto por ti.
Ella asintió.
– Si me lo hubieras contado antes, no habría…
Él le puso un dedo sobre los labios.
– No más objeciones, ¿de acuerdo?
Ella asintió nuevamente.
– Bien.
Daniel la tomó de la mano y la guió de nuevo hacia el mostrador.
– Ya está resuelto. La suite está bien.
Diez minutos más tarde habían terminado la reserva, pero la suite no estaría preparada hasta una hora después.
– ¿Qué te parece si vamos al motel e investigamos un poco sobre Paul?
– Muy bien.
– Sólo una cosa -dijo él-. Cuando terminemos, lo dejaremos todo en punto muerto hasta que lleguemos a casa mañana. Nos tomaremos el resto del día y la noche libres.
Daniel la observó intensamente, esperando una respuesta.
Molly se dio cuenta de que él había pensado en aquel viaje y se había esforzado en que saliera bien. En algún momento de las pasadas veinticuatro horas, él le había perdonado su mentira.
– Nadie podría acusarte de tonto. Lo tenías todo bien planeado, ¿eh?
– Lo he pensado mucho.
Ella se sintió muy complacida por su previsión, y sonrió.
– Me gusta cómo piensas.
Él asintió.
– Bien. Entonces, vamos a ver qué averiguamos en el Seaside Inn, y después tendremos más tiempo para nosotros.
Nosotros.
A Molly le gustaba cómo sonaba aquella palabra en los preciosos labios de Daniel.
Capítulo 13
El motel Seaside Inn era muy diferente al hotel que Hunter había elegido para ellos. Molly lo siguió al establecimiento de mala muerte. En su interior olía a humedad, y el sitio no había visto una mano de pintura ni una reforma desde hacía años.
Sintió una gran decepción hacia Paul Markham, algo que se repetía a medida que averiguaban más cosas sobre él. Víctima o no, no era la persona que su padre y Sonya pensaban que conocían.
– Quisiera ver a Ted Frye -le dijo Hunter a la señorita que había tras el mostrador.
– Yo soy Mary Frye, la hermana de Ted. Él tiene el día libre hoy. ¿En qué puedo ayudarlos? -preguntó la muchacha, que tenía el pelo rubio teñido, mientras se volvía hacia ellos.
La joven, que tenía poco más de veinte años, vio a Hunter y abrió unos ojos como platos. Se llevó la mano al pelo, que le llegaba a mitad de la espalda, al verdadero estilo playero.
– De hecho, sí puede. Mi hermana y yo estamos buscando información sobre este hombre -dijo Hunter, y se sacó del bolsillo la fotografía de Paul que le había dado Sonya.
Molly se irritó al oír que Hunter decía que era su hermana. Hubiera protestado, pero él la agarró por la muñeca y le dio un tirón para que se colocara a su lado. Era una orden clara para que se mantuviera callada y le dejara hablar a él.
«Muy bien», pensó Molly, pero sólo porque quería aquella información, y era evidente que Daniel tenía un plan. Probablemente, al ver a la guapa rubia, él había decidido que la chica cooperaría más si pensaba que Hunter estaba disponible.
Sonrió dulcemente a su supuesto hermano y le hundió las uñas en la mano al mismo tiempo, para hacerle saber exactamente lo que pensaba de su plan. Sólo porque fuera increíblemente sexy para Molly, no tenía por qué serlo también para todas las mujeres del mundo.
La chica de la recepción, sin embargo, pensaba que sí lo era, porque se inclinó hacia él y posó su hermoso busto en el mostrador para proporcionarle una vista privilegiada de su escote. Lo que Molly tuvo que admitir, con total desagrado, era que el escote impresionaba, sobre todo comparado con el suyo.
– Deje que lo vea -dijo Mary, apoyando los codos en el mostrador y mirando fijamente la foto-. ¡Ah! Es el señor Markham. He oído decir que lo han asesinado -dijo en un susurro, como si estuviera chismorreando-. Qué pena. Su prometida lleva aquí toda la semana. Mis padres se sienten muy mal por ella, y le han permitido quedarse todo el tiempo que necesite para recuperarse.
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