– ¿Prometida? -preguntó Molly.

– ¿Lydia está aquí? -intervino Hunter suavemente.

La rubia asintió.

– La pobre mujer está destrozada, claro. Si mi prometido hubiera sido asesinado, seguro que yo también me desmoronaría -dijo, y le dio un suave codazo a Hunter en el brazo.

– Ha sido una tragedia -convino él rápidamente-. Somos amigos de Lydia, y estamos preocupados por ella.

– Oh, la llamaré para decirle que están aquí -dijo Mary, y se acercó al teléfono.

– ¡No! Quiero decir, creo que es mejor que la sorprendamos. Quizá, debido a su tristeza, no quiera vernos, pero lleva sola demasiado tiempo -dijo Molly, decidida a ser parte de la investigación.

– Mi hermana tiene razón. ¿Le importaría darnos su número de habitación?

– Se supone que no puedo divulgar esa información.

– Sólo esta vez. Como favor a mí -le dijo Hunter, estirando el torso sobre el mostrador, poniendo en funcionamiento su potente atractivo-. La verdad es que tengo noticias sobre lo que le ocurrió a su prometido, así que si usted me dijera dónde puedo encontrarla, seguramente ella se sentiría muy agradecida. Y yo también.

– Bueno…

– ¿Por favor? -insistió Hunter, con su sonrisa más sexy. La que normalmente reservaba para ella, pensó Molly, incapaz de controlar los celos, por muy poco lógicos que fueran.

– Está bien. Habitación doscientos quince. Pero no le diga a nadie que se lo he dicho.

– Su secreto está a salvo conmigo. Gracias -dijo Hunter, y le apretó la mano a la otra mujer antes de volverse hacia Molly-. Vamos, hermanita.

Molly apretó los dientes y lo siguió hacia la puerta. Rodearon el edificio hacia las habitaciones. Típico de un motel, los alojamientos de la segunda planta eran accesibles por unas escaleras que partían desde el aparcamiento.

Cuando estuvieron fuera de la vista y del oído de la chica, ella lo agarró por el brazo para llamarle la atención.

– ¿Hermana? ¡Has dicho que era tu hermana!

Él se volvió.

– Y tú has representado muy bien tu papel. Te has quedado en segundo plano y me has dejado…

– Poner en marcha tus encantos para conseguir la información que necesitabas -dijo Molly-. Ha sido un buen plan -reconoció.

– Vaya, gracias -respondió Daniel con una sonrisa-. ¿Te acuerdas de lo que te dije acerca de verte vestida con colores fuertes?

Ella asintió cautelosamente.

– Bueno, pues sobre todo me gusta verte verde de celos -dijo él, riéndose.

Molly se cruzó de brazos y se detuvo.

– Yo no estaba celosa de una rubia teñida con los pechos grandes.

– ¿No? -preguntó Hunter, acercándose a ella para desafiarla a que dijera la verdad.

Ella frunció el ceño.

– Bueno, quizá un poco.

– Quizá no tengas motivo para estar celosa. Quizá me gusten más los pechos de verdad que los operados. Y quizá tus pechos sean los que más me gustan -dijo él. Inclinó la cabeza y la besó de un modo que a Molly no le dejó ninguna duda de quién tenía el interés de Daniel por el momento.

«El perdón es divino», pensó Molly mientras le devolvía el beso, disfrutando de su sabor masculino unos momentos.

– Siento haber montado una escenita de celos -dijo cuando se separaron.

Daniel se rió.

– Me ha gustado.

– Bueno, que no se te suba a la cabeza, ¿de acuerdo?

– De acuerdo. ¿Lista para buscar a Lydia McCarthy?

– Más que lista. Qué afortunado que ella esté aquí.

Hunter la tomó de la mano, y juntos subieron las escaleras hasta la habitación doscientos quince.

Molly llamó a la puerta. Para su sorpresa, se abrió lentamente y Lydia, la secretaria de su padre, apareció ante ellos.

– No sois del reparto de pizza -dijo Lydia con la voz ronca.

– No, pero necesitamos hablar contigo.

Molly hizo ademán de entrar, pero Lydia le bloqueó el paso.

– No tengo nada que decirte a ti, ni a tu padre. Lo siento, Molly, me caes bien, pero ahora estamos en bandos opuestos.

Intentó cerrar la puerta, pero Hunter metió el pie.

– Por favor, Lydia. No tenemos nada contra ti. Sé que estás sufriendo por la muerte de Paul. Sólo queremos evitar que un hombre inocente vaya a la cárcel, y tal vez tú sepas algo que nos ayude -le dijo Molly-. Por favor.

– Está bien. Pasad, pero sólo unos minutos -dijo Lydia de mala gana.

– Gracias -respondió Molly, y la siguió al interior de la habitación junto a Hunter.

Lydia se sentó en la cama y les señaló dos sillas para que se pusieran cómodos.

A juzgar por lo hinchados que tenía los ojos, la secretaria había estado llorando. Y por su aspecto desarreglado, llevaba sin salir de aquel motel unos cuantos días. Molly casi sintió lástima por ella. Sin embargo, el hecho de que hubiera tenido una aventura con un hombre casado, que estuviera dispuesta a creer que el general había matado a su mejor amigo y socio y que hubiera abandonado al padre de Molly y su negocio en el momento más inoportuno le ponían difícil a Molly el hecho de sentir compasión.

– Señorita McCarthy, me llamo Daniel Hunter. Soy el abogado del general Addams. Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas sobre la noche en que fue asesinado Paul. Ya conocemos su relación con la víctima, así que no voy a presionarla para que me dé detalles incómodos.

– Se lo agradezco -dijo Lydia.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí escondida? -le espetó Molly.

Hunter se inclinó hacia delante en su asiento.

– Lo que quiere decir es… ¿cuánto tiempo ha pasado aquí? No puede ser bueno para usted estar sola en estos momentos.

Molly asintió y pensó que era mejor que se mordiera la lengua. Aunque quería interrogar a Lydia, sabía que Hunter sería mucho más diplomático para manejarla. En aquel momento, Molly estaba demasiado enfadada como para tener tacto.

– Paul y yo solíamos alojarnos aquí. He venido aquí para estar más cerca de él -dijo Lydia. Sacó un pañuelo de papel de una caja y se sonó la nariz-. Miren, yo no he hecho nada. No vi nada. No sé lo que quieren de mí.

Hunter carraspeó.

– Quiero que me diga lo que ocurrió la noche que murió Paul.

– Bien.

Lydia se levantó de la cama y comenzó a caminar por la habitación.

– Ha dicho que sabe que Paul y yo teníamos una relación. Él me había prometido durante años que iba a dejar a su mujer y que nos casaríamos. Me juraba que quería pasar el resto de su vida conmigo.

Molly abrió la boca, pero la mano de Hunter se aferró a su muslo en una clara advertencia para que se mantuviera en silencio. Ella obedeció.

– ¿Y aquella noche?

– Bueno, todo comenzó aquel día. Paul y Frank tuvieron una discusión de dinero. Yo no sé exactamente lo que ocurrió, pero discutieron violentamente, y Paul se marchó como una furia. Volvió más tarde aquella noche, y continuaba enfadado. Yo nunca lo había visto así. Dijo que había tenido una pelea con Sonya. Que ella no lo entendía, y que nunca lo entendería. Me dijo que había robado una enorme cantidad de dinero del negocio y que se lo había jugado. Todo.

– ¿Que se lo había jugado? -preguntó Molly, sorprendida.

– ¿Aquí, en Atlantic City? -inquirió Hunter.

Lydia asintió.

– Muchos de sus viajes de negocios incluían visitas aquí. Yo me reunía con él en este motel para pasar el fin de semana. Él me daba dinero para que fuera a un spa, para que me diera un masaje… él iba al casino. A mí no me gusta jugar, y no me importaba que él fuera solo.

Molly estuvo a punto de soltar un resoplido, pero Hunter no había quitado la mano de su muslo, y ella no quería que volviera a apretarla con tanta fuerza como antes. Además, en aquel momento estaba consiguiendo más detalles de los que nunca hubiera imaginado de Lydia McCarthy, y algunas piezas sobre Paul y el dinero estaban empezando a encajar.

– Pero esa noche usted se dio cuenta de que él lo había perdido todo -dijo Hunter.

– Sí, pero tampoco me importó. Lo vi como una bendición, una señal de que éramos libres. Le dije a Paul que debíamos aprovechar la oportunidad y huir juntos.

– ¿Y él se negó? -inquirió Hunter.

Lydia asintió secamente.

– No sólo eso, sino que me dijo que nunca había tenido intención de dejar a Sonya ni a su hijo. Dijo que no estaba dispuesto a abandonar la vida que tenía. Cada una de sus palabras fue como un puñal que se me clavaba en el corazón -dijo, y se puso las manos en el pecho.

Molly tuvo ganas de gritar ante el teatro de Lydia, pero se dio cuenta de que, aunque fuera absurdo, su dolor era real. Molly no tenía por qué aprobar las decisiones que había tomado la secretaria, pero tampoco podía juzgarla.

– ¿Y qué hiciste? -le preguntó Molly. ¿Qué hacía una mujer cuando el hombre al que quería le daba la espalda?

¿Qué había hecho Hunter cuando Molly le había dado la espalda? Se había retirado a su infierno privado, pensó ella, al revisar la escena con la que se había encontrado pocas semanas antes. El apartamento desordenado, la bebida y la mujer que estaba en su cama, a la que no había vuelto a mencionar.

Vaya. Nada como sentir el impacto de las propias acciones pasadas en mitad de la cara, pensó Molly.

– ¿Qué pasó después de que él la dejara?

La voz de Hunter sacó a Molly de sus dolorosos recuerdos. Esperaba no haberse perdido mucho de la entrevista.

– Me marché. Creía que estaba muy enfadado por lo del dinero, por Frank y por su esposa, y que se le pasaría cuando se diera cuenta de que probablemente Sonya no querría seguir a su lado, pero que yo estaba esperándolo pese a todo. Decidí que hablaría con él de nuevo por la mañana, pero cuando llegué a la oficina al día siguiente, la policía estaba allí y Paul había muerto.

Lydia parpadeó, intentando contener las lágrimas.

– ¿Está bien? -le preguntó Hunter.

La mujer asintió.

– Ahora mismo vuelvo.

Hunter se levantó al mismo tiempo que ella. Lydia entró al baño y cerró la puerta.

Él se volvió hacia Molly.

– ¿Y tú? ¿Estás bien?

Ella asintió, sorprendida y reconfortada por su preocupación, sobre todo después de lo que había estado pensando. No le había gustado darse cuenta del dolor que le había causado a Hunter, y detestaba pensar cómo habían sido para él los meses que habían pasado desde que ella se había alejado.

Tampoco sabía qué decir, así que se mantuvo en silencio.

Lydia volvió a la habitación.

– ¿Hemos terminado? Es muy doloroso recordar todo esto.

– Sólo unos minutos más -le aseguró Hunter-. ¿Qué hizo esa noche, después de salir de la oficina?

– Me fui a casa y lloré hasta que me quedé dormida.

Hunter se acercó a ella.

– Lo siento -le dijo-. Seguro que ya le ha contado todo esto a la policía. Es sólo que a veces ayuda oír los hechos en boca de la persona que los ha vivido, en vez de leerlo todo en un informe.

Molly admiró la técnica de Hunter. Se había ganado la confianza de Lydia con su actitud comprensiva, e incluso después de oír que había estado sola aquella noche, no le había preguntado si tenía una coartada. Seguro que no quería enfrentarse a ella y arriesgarse a que se cerrara en banda. Era un estratega brillante.

Lydia, mientras, tomó aire profundamente.

– Sí se lo dije a los policías, pero ellos no tenían ni la mitad de interés que ustedes.

Porque ya tenían a su hombre, pensó Molly amargamente. La policía de una ciudad pequeña ni siquiera se molestaría en pensar que quizá Lydia hubiera disparado a su amante cuando él la había dejado.

– Una cosa más -dijo Hunter-. Si puede pensar más allá del hecho de que Frank fuera arrestado por el asesinato de Paul, ¿se le ocurre alguien más que hubiera podido querer asesinarlo? ¿Alguien que tuviera una enemistad con él, personal o profesional? Ustedes dos estaban muy unidos, así que nadie podría responder a esa pregunta mejor que usted.

Estaba halagando a Lydia, pensó Molly. Y era muy bueno.

– Por mucho que me duela, tengo que decir que puede que lo hiciera Frank. Tenía motivo, oportunidad y acceso de noche al edificio. Lo siento, Molly, pero es la verdad.

Molly apretó los dientes.

– Pero, por favor, complázcame -insistió Hunter antes de que ella pudiera responderle a la secretaria-. ¿Se le ocurre alguien más que tuviera una rencilla con Paul?

– No creo que sirva de mucho, pero el alcalde Rappaport hizo con él un trato unos meses antes de que Molly llegara a la ciudad. Los Rappaport tenían unas tierras a las afueras de la ciudad que habían estado en su familia durante generaciones. Paul se enteró de que algunos constructores estaban interesados en esos terrenos. Habían estado husmeando, pero no se habían puesto en contacto con el alcalde todavía. Él estaba inmerso en la campaña de reelección, enfrentándose a un oponente más joven que estaba ganándole terreno. No prestaba atención a otra cosa que no fuera su carrera, y necesitaba dinero para financiarla. Así que, cuando Paul le ofreció quitarle la propiedad de encima, el alcalde Rappaport aprovechó la oportunidad, como Paul sabía que haría.