– Deja que lo adivine. Paul compró los terrenos a precio de saldo -dijo Molly, incapaz de disimular su repugnancia. Cuanto más sabía sobre el amigo de su padre, menos le gustaba.

Lydia asintió.

– Exacto. Después se puso en contacto con los constructores y vendió la tierra por mucho más dinero. Mucho más de lo que le había pagado al alcalde, claro.

– Y el alcalde se puso furioso -dijo Hunter.

– No se le puede culpar por ello -respondió Lydia.

Molly la miró con desconcierto.

– ¿Y querías a un hombre así?

Lydia se encogió de hombros.

– Todo vale en el amor, la guerra y el negocio inmobiliario. Los tratos de Paul no tenían nada que ver conmigo.

«¿Igual que su matrimonio?», se preguntó Molly en silencio. Sabía que no debía hacer la pregunta en voz alta, porque Hunter la mataría. Además, Lydia ya tenía suficiente castigo por su papel en los sucios tejemanejes de Paul y por interponerse en su matrimonio.

– ¿Sabe la policía este asunto entre el alcalde y Paul? -preguntó Hunter.

– Sé que se mencionó todo esto durante los días siguientes al… asesinato de Paul -dijo ella, atragantándose con la palabra-. Pero la policía no siguió la pista.

– No sé cómo darle las gracias.

Lydia asintió.

– De nada. Espero que sirva de algo.

Hunter se detuvo junto a la puerta.

– ¿Le importa que le dé un consejo? -le preguntó, pero continuó antes de que ella pudiera rechazar la oferta-. Vayase de este motel y deje atrás los recuerdos. Vuelva a casa a rehacer su vida. No puede sacar nada bueno de permanecer aquí.

– Adiós, Lydia -dijo Molly suavemente.

La otra mujer alzó la mano para despedirse.

Ellos salieron al aire fresco y oyeron la puerta del motel cerrándose a sus espaldas. Cuando bajaron las escaleras, Molly se volvió hacia Hunter, incapaz de contener su entusiasmo.

– ¿Te das cuenta de lo que hemos averiguado? ¡Tenemos dos sospechosos más!

– No es tan sencillo.

– No lo entiendo -dijo Molly.

No quería oír nada negativo que pudiera ahogar su alegría o amenazar lo que había pensado que eran noticias muy positivas para su padre.

– Estamos en el mismo bando, Molly, pero tienes que ser realista y objetiva. Nos gustaría tener sospechosos alternativos. La policía se niega a tenerlos en cuenta. Has visto que Lydia no tiene coartada. Me temo que el jurado verá en ella a una mujer que cometió un error al liarse con un hombre casado, pero que se vio enredada por sus falsas promesas. Serían comprensivos con ella. Si la usáramos como testigo, dirá que piensa que tu padre es el asesino. No va a ayudarnos en el caso.

Molly tragó saliva.

– ¿Y el alcalde? ¿Por qué no es él un sospechoso?

– Porque, que nosotros sepamos, no le había causado problemas a Paul. Perdió las tierras pero ganó las elecciones. Esta situación sólo da más pruebas de que Paul era un mal tipo, pero no exonera a tu padre. Y sinceramente, no creo que pudiéramos llevar al alcalde a juicio a menos que tuviéramos la prueba de que amenazó a Paul. Lo siento -le dijo Hunter a Molly, y la abrazó.

Molly se dejó envolver entre sus brazos.

– Algunas veces, te odio por ser tan profesional.

– Espero que sea mi profesionalidad lo que encuentre la llave para liberar a tu padre. Lo conseguiremos de algún modo -le prometió él.

– Te tomo la palabra.

– Igual que yo te tomo la palabra a ti. Me prometiste que nos olvidaríamos del caso hasta mañana. Hemos hablado con Lydia y hemos analizado nuestras averiguaciones. Ahora nos tomaremos el resto del día libre. Mañana, cuando volvamos a casa, decidiremos cuál será el paso siguiente.

Molly no tenía ganas de discutir. Estaba desesperadamente necesitada de sus abrazos y de su habilidad para hacer que olvidara los problemas, al menos durante aquella noche.


Cuando Hunter había llamado para reservar la suite, había pedido unos cuantos lujos sencillos. Al entrar en la habitación, la luz era tenue y sus peticiones habían sido satisfechas.

Molly lo rodeó y se adelantó. Vio una botella de champán en un cubo de hielo, una bandeja de fruta y un surtido de sándwiches y postres junto a la ventana, al lado de un gran centro de flores.

– Esto es maravilloso. Me muero de hambre y hay comida esperando -dijo, y paseó la vista por el resto de los detalles-. Y champán. Champán caro -añadió, y se giró hacia Hunter-. No deberías haberlo hecho.

Él se encogió de hombros, azorado. Cuando no sabía qué hacer, tenía tendencia a exagerar. Como por ejemplo, el hecho de pedir comida para media docena de personas porque no sabía lo que iba a gustarle a Molly.

Se metió las manos en los bolsillos.

– Quería que disfrutaras.

Ella sonrió sensualmente.

– Estoy de acuerdo contigo. ¿Cómo no voy a disfrutar?

Molly se acercó a él, se puso de puntillas y lo besó en los labios.

– Eres generoso y bueno -murmuró-. Por no mencionar guapísimo.

Le pasó los dedos entre el pelo, deleitándose con el mero hecho de tocarlo.

Con facilidad, Molly consiguió que Hunter se olvidara de su azoramiento y que el deseo se adueñara de él.

– Has dicho que tenías hambre -le recordó.

– Tengo hambre. De ti -dijo Molly. Bajó las manos hasta su cintura y metió los dedos por sus pantalones; extendió los dedos calientes por su piel.

A él se le escapó un gruñido.

– Estás jugando con fuego -le advirtió.

– Eso es porque quiero quemarme -replicó ella, mientras le desabrochaba la cremallera.

Dejó que los pantalones cayeran al suelo. Daniel se los quitó y se sacó los zapatos y los calcetines. Hizo lo mismo con la camisa y la añadió a la pila de ropa.

Hunter alzó la vista y su mirada se cruzó con la de Molly. Estaba ruborizada y tenía los ojos llenos de pasión. A él le dio un salto el corazón en el pecho. Debería hacerle caso a aquella advertencia, pensó, pero estaba demasiado emocionado como para seguir lo que le dictaba el sentido común.

Sin avisar, la tomó en brazos. Ella soltó un gritito y se aferró a su cuello.

– No necesito que me lleves -le dijo, pero su risa le dio a entender a Daniel que estaba disfrutando de aquella exhibición de dominación masculina.

– Lo sé. Eres una mujer independiente -repuso él, mientras caminaba hacia el dormitorio. La depositó en la cama y continuó-: pero tan sólo por esta vez, vas a rendirte ante mí.

Aunque lo dijo riéndose, no se había dado cuenta de lo mucho que deseaba aquello. Su sometimiento. Necesitaba que Molly admitiera lo mucho que lo quería, que podía confiar en él.

– Oh, vamos. Tú no quieres que yo me someta. Quieres que participe activamente.

Prácticamente, ronroneó mientras ella lo despojaba de la ropa interior. Después, tomó su erección entre las manos y le acarició la punta sensible con el pulgar.

Él jadeó.

– Tienes razón.

– Lo habías planeado todo, así que por favor dime que has traído preservativos -dijo Molly, y él abrió los ojos.

– Sí. Están en el bolsillo exterior de mi maletín.

– Que Dios bendiga a los hombres previsores.

Molly lo soltó y le hizo un gesto hacia el equipaje, que estaba reunido en un rincón del dormitorio.

El apretó los dientes y buscó la caja de preservativos. Cuando la encontró, volvió a la cama, y descubrió que ella se había quitado los zapatos y la camisa, y que estaba liberándose de los vaqueros.

Cuando terminó, quedó vestida tan sólo con un sujetador diminuto y unas braguitas a juego. Él paseó la mirada por su cuerpo y sacudió la cabeza.

– Demonios, eres muy sexy.

– Me alegro de que lo pienses -dijo Molly. Se puso de rodillas sobre la cama, para estar a la misma altura que él, y apoyó las manos en sus hombros.

Él pensó que iba a besarlo de nuevo, pero en vez de eso, Molly le rozó la mejilla con los labios. Con una ligereza cálida y seductora, siguió el camino hacia su cuello y terminó mordisqueándole suavemente el lóbulo de la oreja. Aquello creó una ráfaga de sensaciones que viajó directamente a sus entrañas.

– Dios -murmuró Daniel-. Lo que me haces no tiene descripción -añadió, temblando.

Ella arqueó la espalda y le tocó el torso con los pechos. Sus pezones erectos lo rozaron a través de la tela del sujetador. Aquellos ligeros toques lo estaban llevando hasta el punto de estallar.

– ¿Molly? -le preguntó entre dientes.

– ¿Mmm? -ella había recostado la cabeza en su hombro, y Daniel sentía su respiración fresca en la piel.

– Me gustan los juegos preliminares tanto como a cualquiera, pero creo que van a tener que esperar a la próxima vez.

Si jugueteaba más con él, iba a romperse en dos, pensó Hunter.

Molly elevó la cabeza y lo besó, pasándole la lengua entre los labios. Sin poder contenerse, Daniel la tomó por las caderas y la tumbó sobre la cama.

– Me gusta que seas brusco -dijo ella riéndose.

Mientras Daniel se ponía el preservativo, Molly se quitó la ropa interior. Sus pezones estaban erectos y endurecidos, y su triángulo de vello rubio era toda una tentación. Antes de que él pudiera reaccionar, le pasó una pierna por la cintura y lo hizo rodar por la cama para colocarlo bajo ella.

Sus miradas quedaron atrapadas. Él la tomó de las caderas y juntos balancearon los cuerpos al unísono, hasta que el de Daniel se deslizó dentro del calor estrecho y húmedo de Molly.

Él sintió cómo el cuerpo de ella latía y se tensaba a su alrededor. La miró mientras ella cerraba los ojos, acogiéndolo en lo más profundo de su ser, hasta que estuvieron completamente unidos. Daniel apretó los dientes, inspiró con fuerza, luchó por mantener el control.

Se concentró en Molly. Ella tenía el pelo suelto por los hombros, y los labios húmedos y rojos. Le encantaba verla así, salvaje y desvergonzada, sólo para él.

Sin que Daniel pudiera evitarlo, sus caderas empujaron hacia arriba, y ella gimió, arqueándose hacia atrás mientras sus paredes internas se apretaban contra él.

– ¿Molly?

Ella abrió los ojos con esfuerzo.

– ¿Sí?

– Sé que te dije que quería que fueras sumisa, pero creo que prefiero que tú dirijas la situación.

Una sonrisa sensual se dibujó en los labios de Molly.

– ¿Estás seguro?

Él asintió.

– Haz lo que quieras. Lo que necesites.

Sus ojos brillaron con una combinación de deseo y deleite.

– Si tú lo dices…

Entonces, comenzó a mover las caderas con un ritmo circular, lento, apretando los muslos y presionándolo. Primero giró y después se balanceó hacia atrás y hacia delante, y aquél fue el movimiento que excitó por completo a Daniel.

Molly sabía cómo llevarlo más allá cuando él pensaba que había alcanzado el límite. A cada movimiento, le demostraba que podía tomarlo con más fuerza. Cada vez que movía la pelvis hacia delante, su cuerpo lo aprisionaba en su interior y ella respiraba cada vez con más urgencia.

Daniel se aproximaba al éxtasis cada vez más deprisa, pero, al mismo tiempo, se intensificaban los sentimientos que tanto había trabajado por controlar. No sólo estaba involucrado su cuerpo; sus caderas empujaban hacia arriba para satisfacer las necesidades físicas, pero el corazón le latía en el pecho declarando sus emociones a cada pulsación. Y cuando oía los suaves gemidos de Molly, se le hinchaba la garganta con un sentimiento que ya no podía negar.

La había querido una vez.

Aún la quería.

Hunter lo sabía, y había luchado contra ello desde que había vuelto a verla. Sin embargo, no importaba que Molly estuviera destinada a herirlo al final; Daniel daría todo por tener aquello durante el mayor tiempo posible. De lo contrario, ¿por qué iba a dejarse llevar en una noche que nunca olvidaría?

Ella siguió balanceándose, gimiendo y pronunciando su nombre mientras se acercaba al climax. Daniel sabía que no podría esperar mucho más, y quería que llegaran juntos a lo más alto de la pasión.

Con el dedo índice, comenzó a acariciarle bajo el pubis, allí donde sus cuerpos se encontraban. La humedad que habían creado le mojó el dedo y él lo apretó contra ella. A Molly se le escapó un suave grito, e intentó que él se hundiera más profundamente en su cuerpo. El miembro erecto de Daniel creaba una intensa fricción entre ellos, y los ruidos sensuales de Molly daban a entender que también la sentía. Durante todo el tiempo, siguió acariciándola y conduciéndola hacia la locura.

Súbitamente, ella se inclinó hacia abajo y se tumbó sobre el cuerpo de Daniel para aumentar la presión en el punto más sensible de su cuerpo.

– Así -le susurró él al oído. Le acarició el pelo y le besó la mejilla sin dejar de mover las caderas hacia arriba-. Tú tienes el control, llévanos al orgasmo -le pidió, sabiendo que estaba a segundos de hacerlo.

– Ahora, ahora… Dios, Hunter, yo…