Inmediatamente, Molly enterró la cara en la almohada junto a él, y lo que fuera a decir quedó amortiguado cuando llegó al clímax.
Su cuerpo quedó rígido y él se permitió seguirla, sin dejar de embestir, hasta que los espasmos lo sacudieron una y otra vez.
Molly pronunció su nombre de nuevo, con la voz más débil en aquella ocasión, pero no menos dulce a oídos de Daniel.
Capítulo 14
Molly se quedó dormida durante el trayecto de vuelta a casa. A Hunter no le importó, porque necesitaba tiempo para recomponer sus ideas. La noche anterior había sido espectacular, desde la primera vez que habían hecho el amor hasta la última, y la comida, las bromas y la diversión. Sí, aprovechar el hecho de llevarse a Molly de casa de su familia había sido una genialidad, pensó, mirando a la belleza dormida que lo acompañaba en el asiento de al lado. Era evidente que la había dejado agotada. Aquella idea hizo sonreír a Daniel.
La quería, y la verdad le había caído como el plomo en el estómago, porque aunque no dudaba de los sentimientos de Molly hacia él, sí dudaba de su capacidad para comprometerse. Daniel sabía que, aunque estuviera enamorada, en el momento en que su vida se volviera inestable, ella saldría corriendo.
Y, si sucedía lo peor y él no podía conseguir que se retiraran los cargos contra su padre o que lo absolvieran, la agitación de Molly sería inimaginable. Lo único que Hunter podía hacer en aquel momento era concentrarse en el caso del general. Siempre y cuando estuviera vinculado a la familia de Molly, también estaría vinculado a ella.
Cuando llegaron, a última hora de la tarde, aparcó en la calle de la casa de la familia de Molly y paró el motor.
– Despierta, nena -le dijo. Le puso una mano en el muslo y la agitó con suavidad.
Ella abrió los ojos, lo miró y sonrió.
– Hola -murmuró.
– Hola.
– Soy mala compañera de viaje, ¿verdad? -preguntó, estirando los brazos por delante de sí.
Hunter se rió.
– Yo no diría eso. ¿Estás lista para entrar?
– Espera.
Él la miró.
– Me lo he pasado muy bien. Estupendamente, en realidad. Me alegro de que lo pensaras todo tanto. -Molly se mordió el labio inferior con una timidez rara en ella.
Él le pasó la mano por la nuca.
– Necesitabas una distracción -le dijo-. Y yo te necesitaba a ti.
Hunter siguió aquella declaración con un beso lento, profundo, largo. Uno que le recordara a Molly la noche que habían pasado juntos, y que la convenciera de que sus sentimientos eran sólidos y reales.
– Mmm -ronroneó ella. El sonido atravesó el cuerpo de Daniel y se dirigió directamente a sus entrañas.
Demonios. Él se apartó, mirándola a los ojos.
– Otro segundo más de esto y no podré entrar en la casa -dijo con una risa forzada, intentando relajarse.
– De acuerdo, vamos a pensar en otras cosas -le sugirió Molly, divertida-. Tenemos que decirle a mi padre que encontramos a Lydia en Atlantic City, pero que no conseguimos pruebas útiles.
Su tono triste ayudó a apagar la excitación de Hunter.
– No hemos terminado, Molly. Vamos a encontrar la manera de utilizar lo que hemos averiguado. Lo único que ocurre es que aún no tenemos un plan claro, pero todas las cosas van a encajar. Tienes que confiar en mí.
– Confío en que vas a hacer todo lo que esté en tu mano. Sólo estoy intentando racionalizar las cosas para no convencerme de que todo va viento en popa cuando no es así. Al menos, por el momento no hemos empeorado, y acabo de tener la mejor noche de mi vida. Eso es algo positivo en lo que puedo concentrarme.
Le dio un ligero beso en los labios y salieron del coche. Entraron en casa con el equipaje en la mano, y oyeron los ruidos familiares en el interior.
Jessie estaba en el vestíbulo con el móvil en la oreja, y Seth estaba justo tras ella.
– Dejad la puerta de la habitación abierta -les gritó su padre desde la cocina, mientras los chicos subían corriendo las escaleras hacia el cuarto de Jessie.
Jessie apenas saludó a Hunter y a Molly al pasar.
– ¿Crees que se ha dado cuenta de que nos habíamos ido? -le preguntó Molly a Daniel.
Él miró hacia arriba, por donde habían desaparecido los adolescentes.
– No -dijeron ambos a la vez, riéndose.
La risa era algo que había marcado su noche juntos, una felicidad y una ligereza que él no había sentido en toda su vida.
Hunter dejó su equipaje a los pies de la escalera.
– Después subiré tu bolsa -le prometió.
– Yo puedo hacerlo. Sólo quería decirle a todo el mundo que hemos vuelto -dijo Molly. Caminó hacia la cocina, y Hunter la siguió.
– ¿Hola? -dijo Molly.
Nadie respondió, pero a medida que se acercaba, Hunter oyó susurros en la cocina.
– ¿Papá? -preguntó Molly.
– Aquí -dijo el general, con la voz apagada.
– Me pregunto qué sucede -murmuró Molly.
Hunter la siguió hasta la cocina y miró a la gente que había sentada a la mesa. Al instante, entendió el problema.
– ¿Mamá? -dijo Molly con incredulidad.
– ¡Molly, cariño!
La mujer morena a la que Hunter había visto el año anterior se levantó de la silla y caminó hacia su horrorizada hija con un traje de diseño, color crema, que hacía que pareciera fuera de lugar en la acogedora y luminosa cocina de la casa.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Molly.
– ¿Ésa es forma de saludar a tu madre? -le preguntó su interlocutora, e intentó tocarle el hombro a Molly.
Ella se apartó.
– ¿Qué ha pasado con Francia?
– Londres.
– Lo que sea, porque no sabemos nada de ti estés donde estés. De verdad, mamá, ¿qué estás haciendo aquí?
La voz de Molly estaba teñida de desdén y hastío, y era muy distinta a la de la mujer que había pasado su vida anhelando la atención y la aprobación de su madre.
Quizá el hecho de encontrar a su padre y de tener su aceptación había terminado con la necesidad que Molly sentía por su madre. O quizá su fachada de frialdad sólo fuera eso, una fachada, y en su interior siguiera sintiendo dolor. Como aquello era lo más probable, Hunter supo que debía de sentirse doblemente agradecido por la noche anterior, porque la llegada de la madre de Molly destruiría cualquier buen momento.
– Me enteré de que Frank tenía problemas y pensé que quizá me necesitaras -dijo su madre.
Molly la miró con los ojos entrecerrados.
– ¿La noticia ha llegado hasta Londres? Oh, espera. Deja que lo adivine. El barón de turno adivinó que estabas a la caza de un marido rico y te dejó, y tú no has tenido más remedio que volver a los Estados Unidos para recuperarte.
Su madre apretó los labios.
– Esta actitud no es propia de ti, Molly.
Molly se pasó las manos por los brazos, aunque en la habitación no hacía frío.
– ¿Cómo sabes qué actitud es propia de mí? ¿Eh? Creo que nunca te has preocupado de averiguarlo.
Su madre se llevó una mano a la garganta.
– ¿Cómo puedes decir eso?
– ¿Estás de broma? Me has hecho creer que un hombre al que no le importaba un pimiento era mi padre, porque eso encajaba con tus necesidades. Nunca, en ninguna ocasión importante ni trivial, estuviste conmigo. Durante veintiocho años, me negaste el derecho a tener una familia cariñosa. ¿De verdad esperas que crea que te importo? -le preguntó Molly a su madre con la voz temblorosa.
Hunter tenía ganas de abrazarla y llevársela de allí, pero Molly tenía que enfrentarse a su madre. Tenían asuntos que resolver, por decirlo suavemente.
Daniel miró a Frank y lo encontró sombrío. El padre de Molly había decidido permanecer en silencio y dejar que las mujeres se reencontraran según sus propios términos. Claramente, no estaba dispuesto a intentar aplacar la ira de Molly hacia su madre, ni a permitir que la egoísta mujer se librara de la situación.
La madre de Molly miró a Frank y después a su hija.
– Bueno, ahora ya os conocéis, y veo que os lleváis estupendamente. Yo he venido para acompañaros en este momento difícil.
– ¿Y a olvidar el pasado? ¿Quieres que te demos un lugar para quedarte hasta que te sientas fuerte emocionalmente de nuevo para poder ir en busca de tu siguiente conquista? No, creo que no -dijo Molly entre dientes-. He venido a decirte que Hunter y yo hemos vuelto -le explicó a su padre-. Hablaremos luego. En este momento no tengo nada más que decir.
Se dio la vuelta y se marchó.
Hunter dio un paso tras ella, pero Frank sacudió la cabeza.
– Yo le daría unos minutos para recuperarse. Ésta no ha sido una sorpresa agradable -le dijo Frank, y después miró con frialdad a la madre de Molly-. Francie, ¿qué es lo que quieres en realidad? -le preguntó con cansancio.
– Estoy agotada. Acabo de hacer un vuelo muy largo y antes de salir tuve unos días difíciles en Londres. Me alojo en el Hilton. No es el Ritz, pero tiene cuatro estrellas, o eso dicen -dijo Francie.
Hunter parpadeó con perplejidad. Aquella mujer permanecía imperturbable ante todas las emociones que había provocado a su alrededor, ante su única hija y ante el hombre al que había mentido y traicionado años antes.
– Creo que has hecho bastante daño sólo con aparecer -dijo Frank-. Te agradecería que dejaras en paz a Molly.
Hunter secundaba la moción.
– Eso no es cosa tuya. Molly siempre ha estado ahí cuando la necesitaba. Puede que esté disgustada con la situación, pero cuando se recupere, se alegrará de verme. Siempre se alegra.
– Ha cambiado -dijo Hunter, sin poder contenerse.
– Una chica siempre está ahí para ayudar a su madre -dijo Francie. Tomó su bolso y se lo colgó del hombro.
– ¿Y no debería ser que una madre siempre está dispuesta a ayudar a su hija? -le preguntó Frank-. ¿O eso es típico de todas las madres menos de ti?
Francie bostezó.
– Estoy demasiado cansada para mantener esta conversación ahora. Frank, ¿puedes llevarme al hotel? Aquí no voy a poder tomar un taxi.
Hunter miró el perfecto peinado y el traje claro de Francie.
– Yo te llevaré encantado -le dijo, guiñándole el ojo a Frank sin que ella se diera cuenta.
Colocar a Francie en el asiento trasero de su moto era mezquino, pero también era una pequeña venganza por los años de dolor que le había causado a Molly. La visión de sus pelos revueltos sería muy dulce.
– ¿Frank?
El general se volvió al oír su nombre, y vio a Sonya en su cocina.
– No te había oído entrar.
– He llamado, pero nadie ha respondido. Como la puerta estaba entreabierta, he entrado.
Caminó hacia él. Era una imagen muy agradable, vestida con pantalones negros y un polo de manga corta.
Técnicamente aún estaba de luto, y había elegido una ropa de colores apagados para salir de casa. Aunque sus sentimientos fueran confusos, no podía negar que estaba lamentando la pérdida de algo importante en su vida, pese a que no fuera el amor de un marido que se había apagado años antes.
– Me alegro de que lo hicieras -respondió Frank, y le dio un beso en la mejilla-. Bueno, ¿y qué te trae por aquí? -le preguntó mientras se sentaban.
Sonya se encogió de hombros.
– Nada, en realidad. He visto el coche de Molly y quería saber qué han averiguado en Atlantic City. ¿Te han contado algo? -le preguntó esperanzadamente.
– Todavía no. Hemos tenido una visita que ha tomado la prioridad sobre todo lo demás.
– ¿Y qué podría ser más importante que tu caso? -preguntó Sonya, ofendida en su nombre.
Frank no pudo evitarlo. Se rió.
– Ha aparecido la madre de Molly. Créeme, cuando la conozcas te darás cuenta de que todo en este mundo gira alrededor de Francie. Los problemas o necesidades de los demás no tienen importancia -le dijo, sacudiendo la cabeza-. No sé qué vi en ella hace tantos años.
Sony se levantó y se colocó detrás de él. Apoyó las manos en sus hombros y comenzó a darle un masaje en los músculos, que estaban tan tensos como si fueran a romperse en dos.
Frank inclinó la cabeza hacia delante para que ella tuviera mejor acceso.
– Señor, qué alivio.
– Tienes mucha tensión en los hombros -dijo Sonya-. Más de la que un hombre debería tener. Bueno, ¿y qué es lo que viste en la madre de Molly? ¿Es guapa?
– Es muy guapa, pero no tiene nada por dentro. Ni una pizca de bondad ni generosidad.
Sonya siguió masajeándolo.
– ¿Cuántos años tenías cuando la conociste?
– Dieciocho, y estaba a un paso de alistarme en el ejército.
– No sé por qué me parece que no estabas interesado en lo que tenía en el corazón -dijo Sonya con una suave risa.
Frank sonrió.
– Eres una mujer lista. Y muy guapa por dentro y por fuera -dijo él. No quería que pensara que todavía sentía algo por aquella mujer.
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