– Ojalá el hombre responsable de que todos podamos estar juntos compartiera con nosotros este brindis -dijo Frank. Sin embargo, Hunter se había marchado poco después de pasar por la fiesta.
Y Molly se había quedado en silencio desde entonces.
Frank miró a sus hijos con un deseo: que tuvieran tanta suerte como él en la vida. Había encontrado dos veces el amor, y había tenido la oportunidad de forjar una relación con una hija de cuya existencia no sabía nada. Ninguno de ellos se merecía menos.
Sonó el timbre de la puerta y Molly, agradecida por la excusa para escapar, fue a abrir. A Frank se le encogió el estómago. Tenía un mal presentimiento sobre aquella visita.
Siguió a Molly y, cuando su hija abrió la puerta, ambos se encontraron con Francie en el umbral. Más allá había un taxi esperando.
Frank entornó los ojos con desconfianza. Quisiera lo que quisiera, no podían ser buenas noticias.
Molly tenía un horrible dolor de cabeza. Primero, Hunter la había tomado por sorpresa al hacer la maleta, darle las gracias a su familia y marcharse, todo en menos de media hora. Y después aparecía su madre, vestida de diseño, como de costumbre. Había una cosa segura, y era que Francie podría vivir vendiendo ropa de su armario durante el resto de su vida. Aunque su madre no iba a caer tan bajo. Molly se preguntó a qué pobre tipo iba a engañar en los siguientes días.
– No es buen momento -le dijo Frank a Francie.
Ella miró hacia dentro.
– Oh, ¿interrumpo una fiesta?
– No es una fiesta -respondieron Molly y su padre al unísono.
Molly sacudió la cabeza y sonrió.
– Es una reunión familiar -dijo, y optó por no dar más explicaciones.
Francie había estado en la casa lo suficiente como para saber exactamente lo que ocurría con el caso de su padre y con la familia.
Quizá Molly no quisiera verla, pero tampoco podía dejarla en la calle.
– ¿Por qué no entras?
– En realidad, sólo he venido a despedirme. Tengo un taxi esperando -dijo, y señaló al coche.
– ¿Te marchas? -le preguntó Molly, con el estómago encogido.
No sabía por qué. Su madre llegaba y se iba a menudo. Aquélla era su forma de actuar. Y como en aquella ocasión, Molly no había recibido bien su visita, no entendía por qué de repente sentía pánico.
– Bueno, sí. Me he quedado durante vuestros momentos difíciles, y ahora que todo ha terminado, no me necesitáis más -respondió Francie.
Molly movió la cabeza de un lado a otro. Era imposible saber si su madre decía la verdad o si la verdad coincidía con sus planes.
– No hemos tenido ocasión de hablar -le dijo Frank a su ex.
– Tonterías -respondió Francie-. Ha sido muy agradable verte y que nos pusiéramos al día sobre nuestras vidas. Y me alegro mucho de que Molly te haya encontrado. De veras.
Bueno, aquello era, probablemente, la única frase completamente cierta que había pronunciado su madre. Era como si el comportamiento de Francie durante todos aquellos años no se hubiera producido. O, si se había producido, ella no pensaba que nadie tuviera que guardarle rencor por ello.
– Bueno, tengo que irme.
El pánico volvió a adueñarse de Molly.
– ¡Espera!
Su madre miró nerviosamente hacia el taxi. «El tiempo es oro». No tenía que decirle a Molly lo que estaba pensando. Sin embargo, Molly no estaba dispuesta a pagarle el taxi sólo por tener unos cuantos minutos más para decirle lo que pensaba.
Aquélla era la razón de su pánico, pensó Molly: tenía unas cuantas cosas que decirle a su madre, y no podía esperar hasta la próxima vez que la mujer volviera revoloteando al país.
– Dile al taxista que se marche. Después puedes llamar a otro. Tengo que hablar contigo.
Francie le envió un beso.
– Te llamaré, te lo prometo.
– No, quiero hablar contigo ahora. Soy tu hija. Nunca te he pedido nada, pero ahora necesito cinco minutos de tu tiempo -dijo Molly con firmeza.
Francie la dejó asombrada al entrar en la casa sin discusión.
– Os dejo a solas -dijo Frank, y se marchó hacia la sala en la que esperaba su familia.
Molly se dio cuenta de que todos estaban pendientes de ellas, pero no le importó.
– Tenemos que llegar a un entendimiento.
Molly se oyó pronunciar aquellas palabras que no había ensayado, y mientras hablaba, por fin entendió lo que Hunter quería decir cuando afirmaba que su madre y ella no habían resuelto nada. Porque, aunque Molly la había llamado a gritos, Francie nunca la había oído.
– Querida, nos entendemos perfectamente la una a la otra.
Molly arqueó las cejas.
– Si nos entendiéramos, no te dedicarías a viajar por el mundo y a aparecer en mi vida sólo cuando te viene bien. Así que de ahora en adelante, si quieres visitarme, tendrás que llamarme. Necesito saber que vas a venir, y tú tienes que preguntarme si es un buen momento para mí.
Francie se quedó sorprendida.
– Soy tu madre. No me vas a negar una visita.
Molly sonrió, pese a todo. Su madre, algunas veces, era tan infantil que daba miedo.
– No, probablemente no. Ni siquiera aunque mi padre esté acusado de asesinato y todo lo que me rodea sea un caos -admitió ella.
La sonrisa resplandeciente de Francie le dio a entender a Molly que no se había explicado muy bien.
– ¿Lo ves? No hay motivo para tanta formalidad entre nosotras dos.
Molly suspiró.
– No se trata de formalidad, sino de mis sentimientos. Sería agradable saber que has pensado lo suficiente en mí como para avisarme con antelación. Supongo que una visita de vez en cuando no estaría mal, siempre y cuando tenga noticias tuyas alguna vez. No quiero más meses de silencio mientras me pregunto si sigues viva en algún lugar del mundo. Y no quiero más evasivas cuando te llame. Si no puedes hablar conmigo en un momento determinado, llámame más tarde. Lo único que pido es cortesía. Trátame como si fuera tu hija, no como algo incómodo.
Para horror de Molly, en las últimas palabras se le quebró la voz.
– Dios, qué día he tenido -dijo Molly, y tuvo que secarse las lágrimas con el dorso de la mano.
Francie la miró. La miró de verdad. Después la abrazó con torpeza.
– Supongo que puedo intentar estar un poco menos centrada en mí misma -dijo. Después le dio unos golpecitos en la espalda a Molly y se apartó.
Parecía que había captado el mensaje, al menos lo principal; así que Molly sonrió.
– Sí, eso estaría bien.
Francie se apretó los ojos con dos dedos, y Molly se preguntó si su madre tenía también la capacidad de emocionarse.
– Bueno, ahora tengo que marcharme.
Molly asintió.
– Lo sé.
– Pero te llamaré -le dijo Francie. Después la miró a los ojos-. Ya te he dicho eso más veces, ¿no?
Molly asintió y su madre bajó la mirada.
– He tenido una sensación de deja vu -murmuró Francie. Parecía que era más consciente de sus acciones que antes.
Lo que no sabía Molly era cuánto duraría aquella nueva conciencia. Al menos, por el momento, parecía que lo que le había dicho a su madre había causado efecto.
– Bueno, esta vez lo haré.
Francie le dio un beso a Molly en la mejilla y se volvió hacia la puerta. Se detuvo, se giró hacia Molly y le dio un abrazo impulsivo otra vez.
Entonces, entre despedidas, Francie se marchó. En aquella ocasión, Molly no sintió la misma ira del pasado. Tuvo más aceptación hacia su madre, por muy llena de imperfecciones que estuviera, y más esperanzas para el futuro.
No ilusiones, pensó con ironía.
Sólo esperanzas.
La vida recuperó rápidamente su normalidad.
Robin volvió a la universidad. Jessie y Seth también volvieron al colegio. Aunque Seth estaba en tratamiento psicológico, Hunter había conseguido un trato con el fiscal que garantizaba que el chico no pasaría por el correccional. El general abrió nuevamente su negocio con Sonya a su lado, que iba a ayudarlo a comenzar de nuevo. Y aunque Frank quería que Molly fuera su socia, Molly sabía que no era eso lo que deseaba. Asombroso, pero cierto.
Molly se había despertado aquella mañana, una semana después de que todo terminara, y había encontrado a todo el mundo haciendo sus cosas. Ya no había ninguna crisis que resolver, y ella se había visto obligada a examinarse a sí misma y a su vida.
No le gustó lo que vio. Estaba sola en casa de su padre, sin un trabajo al que dedicarse. Tenia veintiocho años y su ropa favorita estaba escondida en el armario porque ella había ocultado su verdadera personalidad para ser aceptada y querida. Además, había apartado de sí al hombre que la aceptaba sin condiciones.
Aunque al principio, Molly no lo había visto así. Cuando Hunter se había marchado, se había convencido a sí misma de que él era quien huía para no enfrentarse a lo que había entre los dos. Se convenció de que Daniel se había marchado porque ella lo había dejado la vez anterior y quería vengarse.
Entonces, durante aquella inesperada conversación con su madre, se había visto siguiendo el consejo de Hunter y estableciendo reglas de acuerdo a las que poder vivir. Había tomado el control. Así se dio cuenta de que la vida con la que se contentaba antes de que acusaran a su padre de asesinato se había convertido en una vida insuficiente desde que había probado la existencia junto a Daniel.
Molly llamó a la puerta del despacho de su padre.
– ¡Adelante! -dijo él.
Ella se asomó.
– ¿Podemos hablar un momento?
– Claro -respondió él. Se levantó del escritorio y se unió a ella en mitad de la habitación-. Vamos a sentarnos ahí -le dijo, y le señaló las dos butacas de cuero que había colocado al otro lado de su mesa.
Se acomodaron, y su padre habló primero.
– Vaya, qué cambiada estás -le dijo, mirando su camisa roja, los vaqueros ajustados y las botas de vaquero-. Me encanta el color rojo. Tu madre lo llevaba cuando nos conocimos. Es uno de los mejores recuerdos que conservo de ella -dijo él, riéndose.
Molly sonrió.
– Te había visto esas botas, pero no el resto de la ropa. ¿Es nueva?
– No para mí. Sólo para ti. Verás, lo cierto es que no he sido completamente sincera contigo.
Él arqueó las cejas.
– ¿Acerca de qué?
– Acerca de quién soy en realidad. O debería decir de quién era antes de venir a vivir aquí. Quizá te hayas dado cuenta de que tengo problemas con la aceptación de los demás.
Frank abrió los brazos.
– ¿Y cómo no ibas a tenerlos, sabiendo el modo en que te crió tu madre? -dijo él calmadamente.
Molly le agradeció su apoyo. Era una de las cosas que más adoraba de él. Su amor incondicional. Sólo lamentaba no haber confiado antes en ello.
– Bueno, cuando supe que tenía un padre y una familia aquí, deseé encajar con todas mis fuerzas, y habría hecho cualquier cosa por conseguirlo -admitió, y se ruborizó.
Su padre se levantó y dio un paso hacía ella.
– Esta familia ya ha tenido suficientes escándalos y problemas. Estoy seguro de que lo que vas a decirme no es tan espantoso -le aseguró él.
Molly miró al general y se echó a reír.
– Después de esta introducción, lo que voy a decirte te va a parecer inmaduro -dijo. Se pasó una mano por el pelo y suspiró-. No tengo una forma de vestir tan modosa como Robin y Jessie. Me encantan los colores fuertes. Prefiero ser más sincera que dócil, y los primeros ocho meses que pasé aquí, mordiéndome la lengua mientras Jessie me pasaba por encima como una apisonadora, fueron un atentado contra mi naturaleza.
Terminó la explicación soltando una gran exhalación.
– Y pensabas que, ocultando esas facetas tuyas, yo… ¿qué? ¿Te querría más?
– Temía que si conocías mi verdadera personalidad, me querrías menos. O que no me querrías nada. No te olvides de que tú no me educaste, y no estableciste lazos de amor conmigo desde el principio. Soy una adulta que apareció completamente formada en la puerta de tu casa. Tienes todo el derecho a que no te caiga bien, si es eso lo que sientes. Pero yo no quería darte motivos, ni a ti, ni a Robin ni a Jessie.
Molly tragó saliva y miró a su padre a los ojos.
Él tenía una expresión divertida.
– No has dicho nada de la comandante. ¿Supongo que en ella encontraste a una persona que podía entenderte?
Molly asintió.
– La abuela se parece más a mí.
– Y Jessie. No sé si te has dado cuenta todavía.
Ella se rió.
– Me amenazó con chantajearme para que le prestara mi ropa y me pidió mi jersey favorito. Creo que ya había empezado a percatarme. Habíamos hecho muchos progresos hasta que le conté a Hunter el secreto que ella me había confiado.
El general le puso las manos en los hombros. Ella le agradeció aquel gesto de apoyo.
– Jessie sabe que le salvaste la vida a Seth haciendo lo que hiciste. Es una chica inteligente. Quizá intente hacértelo pagar para ver qué puede conseguir explotando tu culpabilidad, pero, en el fondo, le has demostrado lo que vales.
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