Molly le dio la razón en silencio y se ruborizó.

– ¿Y crees que hará esto por ti? -le preguntó su hermana.

– No lo sé con certeza. La verdad es que, cuando nos separamos, no fue de un modo del todo amistoso.

En realidad, Molly no se hacía ilusiones. Pensaba que Hunter no iba a ponerse muy contento de volver a verla. Bajó la mirada al recordar el dolor y la devastación que se le habían reflejado en la mirada cuando ella lo había rechazado. Se arrepentía, pero ya no podía hacer nada por cambiar las cosas. Hunter se había criado bajo la tutela de la administración, en hogares de acogida. El niño que estaba convencido de que nadie podía quererlo se había convertido en un hombre que creía lo mismo. Y Molly no había hecho otra cosa que demostrarle que tenía razón. Él le había puesto el corazón en las manos, y ella se lo había estrujado.

– Eras algo más que amiga de Daniel Hunter, ¿verdad? -le preguntó Edna con delicadeza, con la sabiduría de todos sus años.

– Hunter y yo… las cosas eran complicadas -respondió.

Sin embargo, Hunter se tomaba con pasión su trabajo, y Molly contaba con que aquella pasión le empujara a aceptar el caso.

– Si consigo convencerlo de que represente a papá, se asegurará de que se haga justicia sean cuales sean sus sentimientos personales. Sólo depende de si ha superado las cosas tanto como para ayudarme.

– Oh, estupendo. No basta con que hayas puesto nuestra existencia patas arriba apareciendo aquí, sino que además ahora la vida de papá depende de un tipo con el que tú… -dijo Jessie, que acababa de entrar en la sala-. Con el que tú has tenido una mala relación -añadió rápidamente, al notar la mirada de su abuela.

Robin gruñó.

Molly cerró los ojos y contó hasta diez en silencio. Después se levantó y se acercó a su hermana, que estaba apoyada en el marco de la puerta.

– Tú y yo debemos darnos una tregua, porque estoy empezando a cansarme de tus tonterías -le dijo.

Aquélla era la primera vez que se enfrentaba a Jessie desde que había entrado en la casa, y la muchacha se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.

– ¿Y si no quiero? -le preguntó Jessie después de unos instantes, de manera desafiante.

– Quizá no quieras, pero de todos modos tendrás que hacerlo. Frank es mi padre, Jessie, y no pienso irme a ninguna parte.

La niña apartó la mirada y, como era de esperar, se marchó otra vez, dando grandes zancadas.

Robin aplaudió y Edna asintió con aprobación. El nudo que Molly tenía en el estómago se aflojó ligeramente cuando se dio cuenta de que ninguna de las dos iba a enfadarse con ella porque le hubiera plantado cara a su hermana pequeña.

– Buena suerte en tu viaje -le dijo Edna-. Me voy a la cocina.

Después, su abuela salió de la habitación.

– Yo estaré en mi cuarto, estudiando -dijo Robin-. Buena suerte -añadió, y después de guiñarle el ojo a Molly, se marchó.

Molly asintió.

– La necesitaré.

– ¡Croac!

Molly se acercó a la jaula de Ollie y lo miró.

– Podías creer un poco más en mí, ¿sabes? Quizá Hunter se alegre de verme.

– ¡Croac! -repitió el animal.

Molly interpretó su graznido como una muestra de incredulidad. Le puso al pájaro cara de pocos amigos, tomó la bolsa de viaje y se dirigió a la puerta.


Daniel Hunter rodó por la cama y extendió el brazo. Al notar que su mano topaba con algo sólido, se despertó de golpe. Le dolía mucho la cabeza y tenía la boca seca como el algodón, pero ninguna de aquellas cosas le molestaba tanto como haberse dado cuenta de que no estaba solo.

Abrió un ojo y miró a la mujer morena que compartía cama con él.

Demonios.

Allison se había quedado a dormir. Aunque ella no era exactamente un lío de una sola noche, tampoco era una presencia estable en su vida. Más bien, tenían una relación flexible, sin ataduras. Él siempre se aseguraba de que se marchara cuando habían terminado de mantener relaciones sexuales, engatusándola y haciéndole todo tipo de cumplidos. En aquella ocasión, sin embargo, tendría que conformarse con cerrar los ojos y esperar a que ella se despertara y se marchara sin hacer ruido.

Al instante, se preguntó qué demonios se estaba haciendo a sí mismo. Durante el día trabajaba como un esclavo, y por las noches bebía y se acostaba con cualquier mujer que estuviera disponible. No era una forma de vida de la que estuviera orgulloso, y cuando la mujer que estaba a su lado se movió suavemente, Daniel pensó que aquella situación no era nada atractiva.

Miró el despertador de la mesilla y constató que eran más de las doce de la mañana del sábado. Y, para empeorar las cosas, alguien llamó a la puerta. El sonido del timbre empeoró su dolor de cabeza.

Con un suspiro, tomó los pantalones vaqueros que había dejado en el suelo, junto a la cama, y se dirigió hacia la entrada. Antes de llegar, volvieron a llamar al timbre varias veces.

Fuera quien fuera el visitante, no tenía paciencia.

– Voy, voy -dijo Hunter-. ¿Qué desea? -preguntó al mismo tiempo que abría de par en par.

Entonces se quedó perplejo. Tenía que ser un fantasma o una visión, porque no podía ser real. Molly Gifford había salido de su vida sin mirar atrás.

– ¿Molly?

– Hola, ¿qué tal? -preguntó ella con timidez, y alzó una mano para saludarlo. Sin embargo, al darse cuenta de que él no respondía a su gesto, la bajó rápidamente.

Aquella voz familiar le dio a entender a Daniel que no estaba soñando. Y, con una sola mirada, se dio cuenta por su estupendo aspecto de que ella no había sufrido mucho durante el tiempo en que no se habían visto. Llevaba unos vaqueros ajustados y unas botas de vaquero rojas que él recordaba bien, porque había imaginado aquellas piernas enroscadas en su cintura muchas veces mientras él se hundía en su cuerpo cálido.

En realidad no había tenido oportunidad de hacerlo. Durante los últimos meses, había llegado a la conclusión de que debía de ser el único hombre del mundo que se había enamorado de una mujer con la que no se había acostado.

Carraspeó y se apoyó contra el quicio de la puerta para guardar el equilibrio. Con aquel dolor de cabeza, no conseguía pensar claramente.

Molly tenía el pelo más largo, y los mechones rubios le caían sobre los hombros y sobre la frente. Se apartó el flequillo de los ojos y lo observó con atención.

– Te he despertado, ¿verdad? -le preguntó; su voz, que normalmente denotaba seguridad, tenía un tono de incertidumbre.

De repente, él también se sintió azorado y se pasó la mano por el pelo revuelto.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Es una larga historia. Demasiado larga para contártela en el umbral. ¿Puedo pasar? -le preguntó ella, y se puso de puntillas para intentar ver algo más allá de la puerta.

– Sí, sí, entra -dijo Daniel de mala gana.

Cuando ella pasó, Daniel percibió su olor delicioso y fresco. Aquello le recordó como ninguna otra cosa todo lo que nunca podría tener. Le recordó el motivo por el que vivía el día a día y no se preocupaba de nada más.

Molly caminó hacia la sala de estar y él la siguió, abarcando con una mirada todo el espacio.

– Te pediría que te sentaras, pero no hay sitio.

– Ya lo veo -respondió ella, y se volvió hacia Daniel con una mirada llena de preguntas.

En los ojos marrones de Molly, él vio reflejado aquello en lo que se había convertido su vida. Vio las cosas de verdad por primera vez. Cuando era un adolescente que vivía en un hogar de acogida se había prometido que superaría su pasado, no sólo la circunstancia de que sus padres lo hubieran abandonado, sino también la suciedad y la pobreza que lo rodeaban.

Sin embargo, aunque en la actualidad vivía en el barrio más lujoso de Albany, seguía haciéndolo como sus padres biológicos y sus padres de acogida. Había latas de cerveza por la mesa, documentos y papeles por el sofá y el suelo y una caja de pizza vacía en el mostrador que separaba la cocina del resto del apartamento.

No había nada como que la mujer a la que había querido impresionar una vez lo sorprendiera en su peor momento, pensó Hunter con ironía.

Irguió los hombros y la miró. Él no le debía ninguna explicación a Molly. No le debía nada.

– ¿Para qué has venido?

– Bueno… -ella tomó aire, como si fuera a decir algo difícil.

– ¿Hunter? Vuelve a la cama.

Allison. A Daniel se le había olvidado por completo que seguía allí.

– Demonios -masculló, y miró hacía arriba.

Allison salía de la habitación envuelta en la camisa de Daniel.

– Aquí arriba hace frío si tú no estás, cariño.

– Oh, Dios mío -dijo Molly con horror-. Tienes compañía.

– ¿Quién es? -preguntó Allison en tono somnoliento.

Molly se estremeció al oír el sonido de la voz de la otra mujer.

– No estabas durmiendo. Estabas… -su voz se apagó-. Oh, Dios.

Hunter se quedó paralizado, observando la expresión de asombro de Molly. La jaqueca que tenía no era nada comparada con la punzada de dolor que sintió en el estómago. No debería sentirse culpable, como si ella lo hubiera sorprendido haciendo algo horrible, engañándola. Molly era quien lo había abandonado a él.

– ¿Hunter? -preguntó nuevamente Allison-. ¿Quién es?

– Yo… nadie -dijo Molly-. Esto ha sido un error.

Después se dio la vuelta y salió corriendo hacia la puerta.

Aquel movimiento brusco sacó a Hunter de su embobamiento, de la impresión que le había causado ver de nuevo a Molly.

Se volvió hacia Allison y le dijo:

– Vístete, por favor. Hablaremos cuando vuelva.

Siguió a Molly hacia el descansillo, pero no fue lo suficientemente rápido. Las puertas del ascensor se cerraron antes de que pudiera alcanzarla.

– Maldita sea -masculló, y dio un puñetazo contra las puertas de metal.

Acto seguido, corrió por las escaleras abajo.

Capítulo 2

Molly llegó rápidamente hasta su coche y buscó las llaves en el bolso con las manos temblorosas. Lo único que quería era alejarse de allí.

Ver a Hunter de nuevo, desaliñado y somnoliento justo después de levantarse, y sin embargo tan atractivo y sexy, había despertado a la mujer que llevaba dentro; la mujer a la que había reprimido para conseguir formar parte de una familia.

Molly había mirado a Daniel de pies a cabeza, sin disimulo, y se había dado cuenta de que llevaba desabrochado el primer botón de los vaqueros. No sabía si seguir observando su guapísima cara o su pecho desnudo. Al notar un cosquilleo en las terminaciones nerviosas, al notar cómo se le aceleraba el corazón, Molly se arrepintió profundamente de haberlo dejado.

Sin embargo, antes de que pudiera explicarle por qué había ido a verlo, la situación la había enfrentado con la prueba fehaciente de que él lo había superado todo.

«Aquí arriba hace frío si tú no estás, cariño».

Sintió una náusea y siguió rebuscando en el bolso hasta que finalmente dio con el llavero. Lo sacó y apretó el botón de apertura de la llave electrónica justo cuando oía la voz de Hunter.

– Molly, espera.

Ella sacudió la cabeza. Hablaba en serio al decir que aquel viaje había sido un error. Encontraría otra manera de salvar a su padre. Molly no era cobarde, pero no tenía ganas de mirar al hombre al que había interrumpido en mitad de… no quería saber qué.

La relación incipiente que habían tenido Hunter y ella no había durado lo suficiente como para poder descubrir lo que iba a florecer entre los dos, pero Molly sabía que sus sentimientos eran sólidos y reales. Y sin embargo, ella misma había dado al traste con cualquier oportunidad que hubieran podido tener.

Abrió la puerta del coche, pero Hunter la alcanzó antes de que pudiera entrar.

– Espera -le dijo en tono autoritario.

Molly reunió valor y se volvió. A plena luz del día, Hunter seguía siendo tan sexy que ella sintió fuego por dentro. Sin embargo, Molly vio más cosas. El Hunter al que ella conocía iba siempre afeitado, impecablemente vestido, y se preocupaba por la impresión que pudiera causarles a los demás. El hombre que tenía ante sí estaba cansado, desarreglado, desvaído como su apartamento.

Pese a todo, Molly tenía que terminar lo que había comenzado.

– Vuelve a tu casa y olvida que he venido.

Él puso la mano sobre la puerta.

– No puedo. Has venido por algún motivo, y quiero saber cuál es. Estoy seguro de que esto no era una visita social.

Al oír aquella voz distante y fría, a Molly se le llenaron los ojos de lágrimas de enfado y frustración. Ciertamente, no esperaba que él se pusiera a dar saltos de alegría sólo porque ella hubiera decidido aparecer. Racionalmente lo entendía. Emocionalmente, Molly no estaba preparada para todos los sentimientos que se le habían despertado al verlo de nuevo.