– Mala vida y alcohol -dijo Lacey, sacudiendo la cabeza con decepción e inquietud-. Creía que ya habrías superado la necesidad de autodestrucción. ¿Sabes lo preocupados que estamos por ti? -le preguntó, mientras ponía la mano sobre la de él-. Ty, díselo.
Ty se encogió de hombros otra vez, mirando a su amigo.
– Yo no estoy preocupado. Sólo me parece que eres idiota y que tienes que organizar tu vida. Ninguna mujer se merece… ¡ay! -exclamó, cuando su mujer le hundió el codo en las costillas-. Ya sabes lo que quiero decir -se corrigió. Le pasó el brazo por los hombros a Lacey y le dio un beso en la mejilla antes de volverse de nuevo hacia Hunter-. Te has dedicado por completo al trabajo y a las mujeres para olvidarte de Molly y no ha servido de nada. Ahora ella ha vuelto y necesita tu ayuda. Eso son dos cosas a las que no puedes resistirte, así que…
– Me dejó y desapareció durante más de un año. No hemos sabido una palabra…
– Yo sí -le recordó Lacey.
Él carraspeó.
– Como decía, yo no he sabido una palabra de ella hasta ahora, que necesita mi ayuda, y de oficio, debería añadir. Entonces, viene a buscarme. Hunter, el idiota. Hunter, el que no puede resistirse a ella. Mm, mm. Ni hablar. No voy a ayudarla -dijo, y dio un golpe con la botella sobre la mesa para subrayar sus palabras.
– Los casos de oficio son tus preferidos -le dijo Lacey en tono persuasivo.
Aunque fuera su mejor amiga, iba a estrangularla, pensó él.
– Además, se lo debes a Molly -prosiguió Lacey.
– ¿Cómo? -preguntó Hunter, sin dar crédito a lo que acababa de oír.
– Que se lo debes. El año pasado, cuando todo iba mal, yo creía que el tío Marc era quien quería verme muerta para poder quedarse con mi fondo fiduciario. Y en vez de ponerte del lado de Molly, me apoyaste. Así que se lo debes, Hunter, se lo debes.
Ty se inclinó hacia Hunter.
– Es una cuestión femenina -le explicó-. Limítate a mirarla y a sonreír como si estuvieras de acuerdo. Hazme caso, es mejor que discutir.
Sin embargo, Hunter protestó.
– Ya me disculpé con Molly -le recordó a Lacey-. Le pedí que se casara conmigo. Y no sólo eso, sino que le ofrecí cambiarme de ciudad e ir con ella a cualquier parte para poder tener un futuro juntos. Creo que no le debo nada -dijo entre dientes.
Cuando recordaba aquello, se enfurecía. Él había creído que Molly lo entendía y lo aceptaba, incluso con su pasado, pero se había equivocado, y por fin había aprendido que todo el refinamiento del mundo no iba a cambiar su destino. El rechazo de Molly había sido la demostración de que el trabajo duro no había cambiado las cosas. Seguía siendo lo que siempre le decía su padre: alguien que nunca conseguiría nada. Alguien con quien no merecía la pena quedarse.
Al final, todo el mundo abandonaba a Hunter; sin embargo, la traición de Molly le había herido mucho más que cualquier otra, porque él se había arriesgado y le había ofrecido su corazón.
Nunca volvería a hacerlo.
– La ayudarás -dijo Ty, antes de darle un mordisco a su hamburguesa-. Es tu forma de ser.
Lacey asintió.
Hunter sentía cada vez más frustración.
– No habéis escuchado una sola palabra de lo que os he dicho.
Lacey tomó un sorbito de su refresco y lo miró fijamente.
– Molly te necesita.
Hunter pronunció un juramento entre dientes y miró al techo.
– ¿Y qué pasa con lo que quiero y necesito yo? -preguntó él.
Ty le dio una palmadita en la espalda.
– En lo referente a las mujeres, no importa lo que nosotros queramos. Es más importante lo que quieren ellas.
Lacey sonrió.
– Aprende rápido.
– Los hombres casados no tienen otro remedio -le dijo Ty.
– Pero el matrimonio también tiene sus ventajas, ¿no? -le preguntó ella, pasándole la mano por el pelo de un modo juguetón.
– Por mucho que me entusiasme que seáis asquerosamente felices, tengo que volver a trabajar -dijo.
Era cierto que le entusiasmaba que sus mejores amigos tuvieran toda la felicidad que se merecían, pero no podía soportar estar con ellos cuando hacían gala de su dicha matrimonial.
Se levantó y dijo:
– Me marcho.
Lacey frunció el ceño.
– Quédate a los postres -le pidió.
– No puedo.
– No quieres -puntualizó Ty-. El trabajo no tiene nada que ver. Prefieres llevarte a casa a una mujer que no signifique nada para ti, siempre y cuando se vaya antes del amanecer.
Lacey hizo un gesto de dolor.
– ¿Por qué tienes que ser tan claro?
– ¿Te he contado que la de ayer no se había marchado todavía cuando Molly apareció? -le preguntó Ty a su esposa.
Lacey abrió unos ojos como platos.
– Dime que está bromeando -le pidió a Daniel.
Él sacudió la cabeza. Recordaba perfectamente cómo había palidecido Molly al darse cuenta de que no estaba solo, y dejó escapar un lento gruñido.
– Ojalá estuviera bromeando, pero no. Es cierto.
En el silencio condenatorio que siguió a sus palabras, Hunter lamentó no haberse marchado cuando había tenido la oportunidad.
– No sabía que ella iba a venir -murmuró.
– Tienes excusa -admitió Lacey.
– Ya es hora de que sientes la cabeza -le dijo Tyler a Hunter. Después se dirigió a Lacey-. ¿Y tú por qué siempre tienes que darle la razón cuando está equivocado? -le preguntó, disgustado.
Lacey se rió y lo abrazó hasta que Ty se ablandó y le devolvió la caricia.
Hunter, Ty y Lacey habían estado en situaciones similares. Los tres amigos habían pasado por muchas cosas juntos. La madre de Ty había sido la última de las madres de acogida de Daniel, la mejor de todas. También había acogido a Lacey, y desde el principio, la muchacha había sabido que Hunter necesitaba una amiga. Cada vez que Ty se metía con Hunter, ella salía en su defensa. Siempre había creído en Daniel, aunque nadie más lo hiciera. Ty había terminado haciendo lo mismo.
Lacey tenía un gran corazón, motivo por el que Hunter se había enamorado de ella cuando eran adolescentes. Al pasar los años, él se había dado cuenta de que lo que sentía por ella era amor fraternal. Aquello era beneficioso, porque Lacey siempre había estado loca por Ty.
Y Hunter había entendido la diferencia entre el cariño y el amor el día que había conocido a Molly Gifford, aquella chica que vestía de un modo llamativo y que decía lo que pensaba. Desde el principio, entre Hunter y Molly había una química innegable, pero también algo más. En Molly, Daniel había encontrado a alguien que estaba a su altura, intelectualmente hablando. Además, había percibido que ella tenía un vacío por dentro, un vacío que él comprendía a la perfección, porque era igual que el suyo. Daniel había creído que él podía satisfacer aquellas necesidades.
Se había equivocado. Y aquella equivocación había tenido un alto precio emocional para él.
Aún estaba sufriendo las consecuencias, pero no podía decir que Lacey y Ty se confundieran. Lo que le habían dicho tenía lógica.
– De verdad, tengo que irme -dijo Hunter, y se dio la vuelta para alejarse.
– Antes de irte, toma esto -le dijo Ty.
Hunter se volvió de nuevo hacia ellos y tomó el papel que le tendía su amigo.
– ¿Qué es?
– La dirección del general Frank Addams. Vive en Dentonville, Connecticut. Te ahorrará unos cuantos minutos de teléfono móvil. Sabes muy bien que ibas a llamarme para conseguir esta información -le dijo Ty.
Aquella sonrisita petulante de su amigo irritó mucho a Hunter, porque sabía que Ty tenía razón. En algún momento de aquella reunión tan indignante, había decidido tomar un avión hacia Connecticut para averiguar lo que estaba ocurriendo en la vida de Molly y el motivo por el que le había pedido ayuda.
Lacey tenía razón en otra cosa, aunque él no estuviera dispuesto a darle la satisfacción de reconocerlo. Daniel había puesto a Lacey por encima de su confianza en Molly. Ty y Lacey eran la única familia que tenía, los únicos que habían estado siempre a su lado. Él no había querido arriesgar aquello, ni siquiera por Molly, así que era cierto que tenía una deuda con ella.
Sin embargo, aquel sentimiento de obligación no era la única razón por la que iba a acudir a su llamada. Aquella noche, Lacey y Ty lo habían mirado con la misma expresión de disgusto que él veía en el espejo todas las mañanas.
Hunter se había hartado de acostarse con mujeres que no le importaban, y estaba harto de beber y beber y despertarse con resacas horribles. Había trabajado mucho para conseguir el éxito profesional, y lo estaba tirando todo por la borda.
Ayudaría a Molly sin enamorarse de ella otra vez. Se demostraría a sí mismo que lo había superado todo, ganaría el caso de su padre y se alejaría de ella sin mirar atrás.
Capítulo 3
A primera hora de la mañana del lunes, Molly fue a visitar a su padre. Se sentó frente a él y lo miró atentamente, buscando cambios, aunque sabía que no habría ninguno. Sólo había pasado unas cuantas noches en la cárcel, y eso no podía afectar al general, que era una persona fuerte y equilibrada. Tenía el pelo canoso y muy corto. Casi le quedaba a juego con el traje naranja de la prisión. Sin embargo, él no tenía por qué estar allí, y ella lo demostraría.
– ¿Cómo estás? -le preguntó.
Le habían advertido que no podía haber contacto entre ellos, así que mantuvo las manos inmóviles sobre la mesa.
– Estoy bien, de veras. ¿Y tú?
– Muy bien -respondió Molly, y se apretó los dedos.
– ¿Y el resto de la familia? ¿Cómo lo llevan?
Molly sonrió.
– Costó mucho convencerla, pero Robin ha vuelto a la universidad para pasar allí la semana, y la comandante le dice a todo el mundo que esto es una injusticia.
Él se rió.
– ¿Y Jessie?
– Creo que para ella es muy duro -dijo Molly, con un suspiro. Se le rompía el corazón al pensar en la adolescente, pese a que su relación con ella fuera difícil-. Normalmente, se apoyaría en Seth -añadió.
Seth era el mejor amigo de Jessie. Además, era hijo de Paul Markham, el hombre de cuya muerte habían acusado al general. Frank y Paul habían sido compañeros en el ejército. Ambos se habían retirado con honores, y después se habían convertido en socios de un negocio inmobiliario. Las familias tenían una relación muy cercana. Seth, su padre y su madre, Sonya, vivían en la casa de al lado.
– Pero Seth está intentando superar la muerte de su padre y sé que Jessie se siente sola, aunque no quiera admitirlo. Tampoco acude a mí para nada -le explicó Molly.
– Esto no debería estar sucediendo -dijo su padre; aunque mantuvo el control, como de costumbre, se puso tenso de frustración.
Instintivamente, Molly le tomó la mano para reconfortarlo, pero el guardia, que estaba tras ellos, carraspeó para recordarles que el contacto estaba prohibido. Ella miró a su padre con tristeza y apartó la mano.
– Vamos a resolverlo -le prometió.
Sin embargo, aún no sabía cómo. No iba a hablarle de Hunter a su padre y darle esperanzas cuando había muy pocas posibilidades de que el abogado los ayudara.
– ¿Qué tal estás durmiendo? -le preguntó.
– Bien. Estoy entrenado para dormir en cualquier sitio -dijo él-. Me encuentro perfectamente -insistió.
Molly lo creía sólo a medias. Sabía que su padre tenía que estar muy preocupado por lo que pudiera ocurrir.
– Lo único que pasa es que os echo mucho de menos a todas. Incluso a ese pájaro bocazas. No quiero que tú te vuelvas loca intentando arreglar esto, ni que Robin pierda concentración en los estudios. Y en cuanto a Jessie… -a su padre se le apagó la voz. No hacía falta que dijera nada.
Molly tragó saliva.
– Ojalá me hubiera especializado en derecho penal. Podría hacer mucho más.
– ¿Sabes? Cuando apareciste en casa, me sentí asombrado. Cuando tu madre se quedó embarazada, yo tenía planes, quería hacer una carrera profesional en el ejército tal y como había hecho mi padre. Tu madre me dijo que quería dar el bebé en adopción. Yo pensé que era lo mejor y firmé los papeles de renuncia. Creía que ella haría lo que había dicho y que tú tendrías una vida feliz.
Entonces, frunció el ceño, tal y como hacía siempre al recordar cómo las mentiras de la madre de Molly se habían interpuesto entre ellos.
– Vamos a olvidarlo. Sólo sirve para que nos disgustemos los dos.
– Permíteme que continúe, ¿quieres? No tengo nada más que tiempo para pensar estos días -le rogó él con una sonrisa. Sin embargo, tenía aquella mirada decidida, la misma que Molly había visto en los ojos de su abuela, normalmente, cuando estaba en sus funciones de comandante.
– Continúa -dijo ella.
– No digo que nunca haya pensado en el hecho de que engendré un bebé, pero era demasiado joven como para hacer algo al respecto. El ejército iba a convertirse en mi familia, y yo no tenía nada que darle a nadie, ni siquiera a tu madre. Aunque debes saber que le pedí que se casara conmigo.
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