– ¿Y yo puedo hacer el mismo trato? -le preguntó Jessie esperanzadamente.
Molly se volvió hacia ella. No habló. No tenía que decir nada. La desilusión de su rostro valía más que mil palabras.
Hunter había tardado algunos días en organizar las cosas en el trabajo y reasignar sus casos para liberarse y poder pasar una temporada en Connecticut. Y tomarse aquel tiempo para poner en orden su vida también le había servido para erigir muros de defensa contra Molly Gifford.
O eso había pensado él. Como había pensado que conocía todos los estados de ánimo de Molly. Sin embargo, la combinación de dolor y exasperación con la que ella miraba a su hermanastra hizo que se le encogiera el corazón. No le gustó que, pese a su promesa de permanecer indiferente hacia ella, pudiera sentir también su dolor. No le gustaba que, cada vez que la miraba, todos los viejos sentimientos se le avivaran. Tenía que superarlo, y lo haría. Se prometió que acabaría con aquellas emociones de una vez por todas.
Finalmente, Molly se dio la vuelta hacia él.
– Has venido -le dijo con asombro.
Hunter asintió.
– Tenemos que hablar.
– Lo sé -respondió ella. Miró a la adolescente, que a su vez los estaba observando con sumo interés. No parecía que la chica tuviera intención de dejarlos a solas-. ¿Jessie? -le preguntó Molly, en tono significativo.
– ¿Sí? -preguntó la chica, echándose la larga melena oscura hacia atrás con la mano.
– Vete. Ahora.
– Bonita manera de hablarle a tu hermana -dijo Jessie con sarcasmo.
– Sólo soy tu hermana cuando te conviene. Creo que en este momento Internet te está llamando.
Jessie frunció el ceño.
– Muy bien -dijo. Se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras con pasos más fuertes de lo necesario.
Molly suspiró otra vez.
– Bueno, la reina del drama se ha ido, y mi abuela está ocupada aprendiendo a hacer punto. Podemos hablar a solas un rato. Ven a la cocina.
Le hizo un gesto para que la siguiera, y atravesaron el vestíbulo, que estaba lleno de fotografías familiares. Pasaron ante un salón de aspecto acogedor y, cuando llegaron a la cocina, ella se sentó en una silla, frente a la mesa, y le indicó a Daniel que hiciera lo mismo.
Él se sentó a su lado y decidió ir directamente al grano.
– No estoy acostumbrado a verte en familia.
– Todo ha cambiado -dijo ella, e inclinó la cabeza con una mirada de incertidumbre.
Daniel carraspeó.
– Bueno, ¿y el hecho de encontrar a tu familia te ha proporcionado lo que estabas buscando?
Todo aquello por lo que se había alejado de él, pensó Hunter.
Molly apartó la vista. Era evidente que sabía lo que él estaba pensando.
– Ha sido un remolino de cosas buenas y malas.
Hunter tuvo que reprimir el deseo de tomarle la mano y decirle que lo entendía y que quería ayudarla a pasar por aquella situación. Molly no quería que la consolara. Nunca lo había querido.
– ¿Se alegró tu padre de conocerte? -le preguntó. Hasta el momento sólo había podido juzgar la reacción de Jessie.
Ella asintió.
– Tuvo una reacción estupenda -le dijo, con los ojos brillantes al recordarlo.
– Pero Jessie no comparte su alegría.
– No sé cómo te has dado cuenta -ironizó Molly-. Decir que me odia es un eufemismo.
Como no sabía muy bien qué responder, Daniel cambió de tema.
– Os parecéis.
Molly arrugó la nariz de un modo que a él siempre le había parecido encantador.
– ¿De veras? Ella es morena y yo soy rubia.
– El color del pelo es distinto, sí, pero os parecéis en los rasgos de la cara y en las expresiones.
– ¿De verdad? Yo he estado buscando parecidos entre las dos desde que llegué. Me alegra saber que tú sí los ves. Me produce la sensación de que somos familia, pese a lo que ella siente por mí.
Molly lo miró con calidez, con una expresión abierta, muy distinta a la de la mujer cautelosa que él conocía.
Aquello le ponía nervioso. Ella lo ponía nervioso.
– Bueno, para responder a la pregunta que me has hecho antes, creo que viniendo aquí he encontrado lo que me faltaba por dentro.
A él le sorprendió aquella revelación tan repentina y personal. Y aunque siempre había querido que Molly estuviera contenta, sus palabras le atravesaron el corazón.
– Me alegra ver que eres feliz -le dijo, aunque no pudo evitar hacerlo con aspereza.
– Yo no he usado esa palabra. No he dicho que fuera feliz.
De hecho, aquélla era una frase que evitaba, porque aunque hubiera encontrado una familia, se daba cuenta de que faltaban muchas cosas.
Y ver a Hunter le recordaba con exactitud lo que eran. Molly intentó sostener su mirada, hacer que la comprendiera, pero él bajó los ojos como señal de que no quería tener una conversación personal. Sin embargo, Daniel le había hecho una pregunta, y aunque al hacerla no pensara que ella fuera a darle una respuesta honesta, iba a tener que escucharla. Tenían muchos asuntos que aclarar antes de que pudiera encargarse del caso de su padre.
El motivo por el que ella lo había dejado era uno de aquellos asuntos.
– Lo siento -dijo.
Daniel se encogió de hombros.
– Fue hace mucho tiempo. Lo he superado.
– Mentiroso.
– Háblame del problema de tu padre.
Ella se levantó de la silla y se acercó a él. El olor masculino y fresco de Daniel invadió su espacio personal, y Molly casi se olvidó de respirar. Aquella esencia era cálida y familiar para ella, reconfortante y excitante al mismo tiempo. Su deseo por él no había disminuido lo más mínimo.
– No cambies de tema. Tenemos un asunto sin terminar y…
Sin previo aviso, Daniel también se puso en pie. Su altura le daba una ventaja que ella no agradecía en absoluto, no sólo porque él estuviera intentando ser intimidante, sino porque lo percibía más como hombre. Un hombre sexy y guapísimo con una cazadora de cuero negro, que la miraba fijamente.
– He venido aquí porque tu padre necesita un abogado. No quiero que veas nada más en esto.
Molly sintió una punzada de dolor al oírlo.
– En otras palabras -dijo-, no hay motivos para hablar de nada personal pese a que tú sacaras el tema.
Él asintió bruscamente.
– Lo siento, fue un error -murmuró, y atravesó la cocina hasta la esquina opuesta, añadiendo espacio físico al espacio mental que ya había creado.
– Muy bien -dijo Molly, y apretó los puños, intentando que él no se diera cuenta de lo mucho que la hería su actitud-. Has venido aquí por mi padre, así que vamos directos al grano.
Los repentinos golpecitos del bastón de Edna en el suelo los interrumpieron. A medida que ella se acercaba, el ruido se hizo más audible.
Hunter arqueó una ceja inquisitivamente.
– Mi abuela -le dijo Molly.
– Hay una moto ahí fuera -dijo Edna mientras entraba en la cocina-. ¿Crees que su propietario querría darme una vuelta?
Molly se quedó boquiabierta.
– No me mires así -le reprochó su abuela-. Una vez salí con un motorista.
Entonces, se dio cuenta de que Daniel estaba junto a la puerta.
– Tú debes de ser el dueño de la motocicleta -dijo.
– Sí, señora. Soy Daniel Hunter.
– Yo soy Edna Addams, pero mis amigos me llaman comandante.
– Encantado de conocerla, comandante -dijo Hunter, con su mejor sonrisa, mientras le estrechaba la mano a Edna.
Molly gruñó. Daniel ya había dejado atontada a Jessie, y en aquel momento estaba hechizando a la matriarca de la familia. Robin también se quedaría prendada cuando lo conociera, y Molly no tenía duda alguna de que su padre también sentiría admiración por Daniel. De repente, Molly se sintió desorientada en su nueva familia. Se sintió como una paria a la que Hunter soportaría sólo por necesidad mientras defendía a su padre.
– Así que tú debes de ser el abogado de quien nos ha hablado Molly -dijo Edna, apoyándose en el bastón e inclinándose hacia él.
– Espero que haya hablado bien -respondió Daniel, con una mirada de buen humor para su abuela. Sin embargo, cuando se giró hacia Molly, la calidez se disipó.
Molly intentó no estremecerse bajo su frialdad. Mientras, Edna asintió.
– No recuerdo exactamente lo que dijo, pero sí mencionó que eras el mejor abogado del estado.
Molly cerró los ojos. Claramente, iba a sentirse mortificada mientras él estuviera allí.
– Tiene razón.
– No eres modesto. Me gustan los hombres seguros de sí mismos.
Molly suspiró.
– ¿Qué tal va tu punto?
– En este momento es una bufanda llena de faltas y muy fea, pero lo conseguiré. Ya lo verás. He tenido que dejarlo para calentar la cena.
Entonces, clavó los ojos en Hunter. Un invitado.
– Tienes suerte, porque he hecho bastante comida. Te quedas a cenar -afirmó.
Molly se acercó a su abuela.
– Seguramente, tendrá que instalarse en algún sitio -dijo, con la esperanza de facilitarle a Hunter el hecho de rehusar la invitación.
Él no desearía sentarse alrededor de la mesa con un puñado de extraños. No le gustaban las escenas familiares, según le había contado a Molly cuando le hablaba de sus años en los hogares de acogida. Y desde que ella lo conocía, siempre había sido un solitario que rehuía la compañía de los demás, salvo la de Ty y Lacey, los únicos a los que consideraba de su familia. Los únicos que habían conseguido superar sus defensas.
«Él te ofreció pasar al otro lado y tú lo rechazaste», le recordó una vocecita.
– Bueno, he reservado una habitación en un hotel, pero dejé mi número de tarjeta de crédito para conservarla, así que no tengo prisa. Me encantaría quedarme a cenar -dijo Hunter-. Conocer a la familia me ayudará a formar una estrategia de defensa. Gracias por la invitación, comandante.
– Es un placer. Espero que te guste la carne asada, porque es lo que he preparado.
– Me encanta.
Molly estaba segura de que Hunter lo hacía a propósito, que quería hacérselo pasar mal y que se retorciera en el asiento como venganza por el dolor que ella le había causado. Cenar con la familia no servía para ayudar a su padre. Lo que de verdad ayudaría sería demostrar que era inocente encontrando otros sospechosos. Hunter y ella debían tener una larga charla al respecto en cuanto hubiera ocasión.
– Oh, ¿y has mencionado un hotel? -dijo Edna entonces, atrayendo la atención de Molly-. Eso no es necesario. Tenemos un sofá cama muy cómodo en el estudio.
Molly intentó captar la mirada de su abuela, pero no lo consiguió. Como Hunter, Edna estaba evitando mirar a su nieta.
En el caso de la comandante, eso significaba que tenía algún motivo para invitar a Hunter a que se quedara. Molly nunca hubiera pensado que su abuela era una casamentera, pero aquel día se había llevado varias sorpresas.
Intentó poner final al entrometimiento de Edna.
– Hunter necesita espacio para trabajar, y además, no sabemos cuánto estará en la ciudad. Pueden pasar semanas o meses, dependiendo de cuánto dure esta farsa. Pienso que estará más cómodo en un hotel.
– Tonterías -dijo la comandante, dando un golpe en el suelo con el bastón-. Ésa es la razón por la que debe quedarse aquí. El sofá cama está en el despacho de tu padre. Hunter tendrá un lugar perfecto para trabajar sin tener que desplazarse.
– El motel está a cinco minutos -dijo Molly.
Hunter carraspeó.
– No quisiera desplazar al general de su estudio.
– Aún está en la cárcel -dijo la comandante-. ¿Puedes creerlo? El idiota de su abogado no ha sido capaz de sacarlo todavía.
Hunter hizo un gesto de preocupación. Era evidente que no se había dado cuenta de lo difícil que era la situación. Bien, pues ya lo sabía. Seguramente, se iría directamente a su hotel a trabajar.
– Eso lo remediaremos mañana a primera hora -le prometió Daniel a Edna-. Como seguramente tendré muchas preguntas cuyas respuestas necesito para conseguirle una vista, quizá sea mejor que me quede aquí.
– Excelente -dijo Edna-. ¿No es excelente, Molly?
– Magnífico -respondió ella.
Molly se quedó sorprendida de que su abuela no comenzara a aplaudir.
Capítulo4
Teniendo en cuenta que Hunter no estaba en su propia casa y que había pasado la noche en un sofá cama bajo el mismo techo que Molly, tenía que admitir que había dormido bastante bien. Su primer objetivo de trabajo aquel día sería sacar a su nuevo cliente de la cárcel. No tenía ni idea de por qué estaba todavía entre rejas el padre de Molly, pero aquello era inaceptable. Se había levantado temprano y había hecho una lista de cuestiones sobre las que tenía que hablar con el general cuando se reunieran. Además, había dejado un mensaje en su oficina para que llamaran al abogado defensor de oficio que le habían asignado. Él debía enviarle a Daniel copia de toda la documentación, por fax, lo antes posible. Su primera parada de aquella mañana sería la cárcel del condado.
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