Oyó un ruido de alas moviéndose y se acercó a la jaula, que estaba cubierta con un paño. Edna le había dicho que no molestara al pájaro, porque los guacamayos necesitaban doce horas de sueño ininterrumpido. Sin embargo, como había salido el sol y Hunter tenía curiosidad por su compañero de cuarto, alzó el paño por una esquina, y el pájaro abrió un ojo. No dijo nada por el momento.
– Sigue así y nos llevaremos muy bien -le comentó Daniel al guacamayo.
De repente, el pájaro movió las alas azules y sobresaltó a Daniel con el ruido y la envergadura de su cuerpo.
– ¡Rock and roll! -graznó.
Hunter se echó a reír.
– No está mal para empezar el día -le dijo.
Después, se sacó el teléfono móvil del bolsillo. No le había contado sus planes a Ty y ya era hora de enfrentarse a la reacción de su amigo. Cuando Ty respondió a la llamada, Daniel habló rápidamente.
– Estoy en Connecticut. Voy a aceptar el caso, y no me digas que ya me lo dijiste.
La risa de su amigo retumbó en el teléfono.
– Está bien, no lo haré. ¿Cómo está Molly?
Hunter cerró los ojos.
– Es Molly.
– Y tú todavía estás enganchado.
– Estoy esforzándome por superarlo.
– ¿Puedo preguntarte por qué has cambiado de opinión?
– ¿Aparte de por todas las cosas que Lacey y tú me dijisteis la otra noche? Lacey tenía razón. Le debo una a Molly
– Vaya. Eso no me lo esperaba.
– Bueno, odio decir que me he equivocado y no me resulta fácil decir que Lacey tenía razón. Durante todo el tiempo, Molly decía que Dumont no era el responsable de los intentos de asesinar a Lacey, y yo me negué a reflexionar sobre ello. No confié en su buen juicio. Me puse de vuestro lado y en contra de ella.
– Entonces, ¿piensas que puedes compensarla aceptando el caso de su padre?
– En parte. Y ayudarla ahora me facilitará las cosas cuando me marche. Me marcharé cuando todo esto termine.
Ty se rió.
– Mira, eres muy contradictorio. Hace un minuto estabas maldiciéndola por haberte dejado, y al siguiente te estás culpando por no haberte puesto de su lado. ¿Crees que ése es el motivo por el que te dejó el año pasado?
– No me importa el motivo, sólo lo que hizo. Quiero que las cosas terminen limpiamente entre nosotros esta vez -dijo Daniel. De ese modo, él podría volver a su vida y dejar de maltratarse a sí mismo. Sería capaz de seguir adelante.
– Buena suerte, tío. Algo me dice que vas a necesitarla.
Ty colgó rápidamente antes de que Hunter pudiera decir la última palabra.
– Típico -murmuró Hunter, sacudiendo la cabeza.
Sin embargo, sabía que sí iba a necesitar tener suerte, porque se había dado cuenta de otra cosa durante los últimos días: no iba a permitir que ninguna mujer le estropeara la vida. Por desgracia, también había descubierto que no había superado lo de Molly.
Aquel año pasado había sido una regresión de la que no estaba orgulloso. De niño, había sido defensivo y protector consigo mismo. Necesitaba que alguien lo guiara, y no lo había conseguido.
Después de pasar por hogares de acogida de personas peligrosas algunas veces, y en otras ocasiones negligentes, a los dieciséis había llegado a la casa de la madre de Ty, donde su vida había cambiado a mejor. Ty y Lacey se habían hecho amigos suyos, y le habían enseñado a respetarse a sí mismo durante el año que habían pasado juntos.
Entonces, el tío de Lacey, Marc Dumont, había decidido inesperadamente que quería que ella volviera a su casa, a sufrir sus malos tratos. Los tres amigos habían fingido la muerte de Lacey; la habían enviado a Nueva York para evitar que tuviera que volver a la pesadilla que había sido su vida.
Aquella supuesta muerte le había negado al tío de Lacey la oportunidad de reclamar su fondo fiduciario, y él se había puesto furioso. Dumont no podía demostrar que Ty y Hunter hubieran tenido nada que ver con la muerte de su sobrina, pero de todos modos había decidido castigarlos.
Con sólo mover unos hilos, había conseguido que mandaran a Hunter a un reformatorio juvenil, donde había causado tantos problemas que lo habían enviado a un programa especial en la cárcel. Él había entrado en la prisión con chulería, con fanfarronería de adolescente, pero en cuanto había oído cerrarse las puertas tras él, había estado a punto de orinarse en los pantalones.
Gracias a Dios, no había sido estúpido. Había escuchado todo lo que le habían contado los presidiarios, y había prestado mucha atención. En aquel momento había decidido que de ningún modo terminaría como aquellos hombres que le estaban contando la historia de sus vidas.
Se había concentrado en sus palabras y había recordado a Lacey y a Ty, las dos personas que creían en él. Había visto aquello en lo que se había convertido. Había imaginado su decepción y había oído la voz de preocupación de Lacey.
De alguna manera, ellos dos habían estado con él durante aquel programa, mientras él pagaba por sus actos, mientras se aseguraba de que sus antecedentes penales se borraban en su cumpleaños décimo octavo, tal y como le había prometido el juez que llevaba su expediente. Habían estado con él mientras se ganaba las becas de estudios que le habían permitido comenzar la universidad. Ellos eran su familia.
Así que el año anterior, cuando Molly, que no conocía su pasado, le había dicho que el tío de Lacey estaba a punto de conseguir que la declararan legalmente muerta y de exigir la entrega de su fondo fiduciario, Hunter había enviado a Ty a Nueva York a encontrarla.
Y cuando alguien había intentado matarla varias veces después de su sorprendente resurrección, ellos habían culpado al tío de Lacey, el que pronto iba a ser padrastro de Molly. Hunter estaba seguro de que Marc Dumont era culpable, pese al afecto que le tenía Molly.
Sin embargo, Daniel nunca le había vuelto la espalda a Molly, y siempre había estado allí para ella. Le había ofrecido su vida, su alma, su amor, todo lo que nunca le hubiera dado a ninguna otra mujer, y ella lo había rechazado. Todo lo que él había tratado de conseguir después de salir del sistema de acogida estatal, llegar a ser alguien, se había desmoronado cuando ella lo había dejado. Molly le había demostrado que el peor de sus miedos era cierto.
Con buena ropa, bebidas caras y cubertería de plata no cambiaría quien era por dentro. Ella había confirmado su creencia de que ninguna mujer podía querer al verdadero Daniel Hunter, y él se había pasado todo el año anterior emborrachándose y trabajando como un demonio para olvidar. Sin embargo, Hunter había trabajado demasiado duramente para llegar a ser algo en la vida como para permitir que su tendencia autodestructiva lo venciera.
Lo cual le llevaba de nuevo hacia su plan para olvidar a Molly. Necesitaban cerrar aquel círculo. Al menos, él lo necesitaba, aunque eso conllevara ablandarse con Molly mientras trabajaba en el caso de su padre.
Dejaría que la naturaleza siguiera su curso, pensó con ironía mientras miraba al pájaro. Había deseado a Molly durante demasiado tiempo como para negar aquel deseo, sobre todo, porque parecía que iba a pasar una buena temporada en aquella ciudad. Aquellos casos nunca terminaban con rapidez. El hecho de concederse permiso para intimar con Molly le producía una buena sensación.
Muy buena.
Al pensarlo se puso de buen humor. Podría sonreír un poco más y disfrutar del tiempo que iba a pasar allí, trabajando en un caso que prometía ser un desafío, y de Molly. Siempre y cuando, en aquella ocasión, fuera él quien la dejara. El juego podía comenzar.
Molly volvió de su carrera matinal con su amiga Liza, una chica a la que había conocido casualmente en una cafetería, y gracias a la cual había comenzado a trabajar de voluntaria en un centro de mayores de la ciudad. En cuanto entró en casa, fue directamente a ducharse antes de que Jessie se despertara y ocupara el baño durante una hora.
Después de la ducha entró en su habitación, se secó el pelo, se vistió y se maquilló. Y, cuando salió al pasillo, se topó directamente con Hunter, que evidentemente también acababa de ducharse. Llevaba unos vaqueros y un polo de color verde, e iba silbando mientras se secaba el pelo con una toalla.
Se detuvo justo antes de chocarse con Molly.
– ¡Buenos días! -dijo, sorprendentemente contento de verla.
– Buenos días -respondió Molly con cautela-. ¿Has dormido bien en el sofá cama?
– Bastante bien -dijo Daniel, y apoyó un hombro contra la pared, dispuesto a charlar un rato-. He dormido lo suficientemente bien como para comenzar a trabajar en el caso de tu padre con la cabeza bien clara.
– Vaya, me alegro.
– ¿Y tú? ¿Qué tal has dormido?
«No tan mal, teniendo en cuenta que el hombre de mis sueños está bajo el mismo techo que yo», pensó Molly.
– He dormido muy bien -mintió.
Y, como si le hubiera leído el pensamiento, Hunter sonrió de una manera atractiva y sensual, y la miró fijamente.
Para evitar retorcerse, Molly se cruzó de brazos, irguió los hombros y le devolvió la mirada. Pasó los ojos por todo su cuerpo, lentamente, para evaluar aquello con lo que se estaba enfrentando.
Sin duda, se estaba enfrentando a un hombre guapísimo. El olor a jabón y a champú que él desprendía la envolvió como una niebla húmeda. Aquello la excitó, y notó que el cuerpo se le tensaba de deseo.
Carraspeó y se movió para disimular su nerviosismo.
– ¿Y cuál es el plan del día?
– Me gustaría ver a tu padre en la cárcel y conseguir una vista para solicitar la libertad bajo fianza en cuanto sea posible.
Molly abrió mucho los ojos debido a la sorpresa.
– Haces que todo suene muy fácil -le dijo.
– No debería ser difícil. He pedido a mi oficina que den aviso al tribunal de que yo seré su abogado de ahora en adelante, y que consigan una copia de todo el expediente y de la documentación que tiene entre manos el defensor de oficio. Me lo van a enviar. Gracias a Dios que existen el fax y el correo electrónico -dijo él con una carcajada.
¿Estaba riéndose? Ella lo miró con los ojos entrecerrados. ¿Dónde estaba el hombre que había llegado el día anterior con una actitud furiosa?
– ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer hoy? -le preguntó Daniel.
– Lo de costumbre.
– ¿Y qué es? -insistió Daniel, inclinándose hacia ella. En tono juguetón, añadió-: Vamos, comparte tus hábitos diarios conmigo.
– ¿Por qué?
– Porque soy curioso.
Ella sacudió la cabeza.
– ¿No fuiste tú el que dijo ayer que sólo habías venido por mi padre? No querías hablar de nada que fuera remotamente personal.
– He cambiado de opinión.
– Es evidente. La cuestión es por qué, y no me digas que una buena noche hace maravillas con tu estado de ánimo.
Aquel granuja sonrió. Fue una sonrisa sexy, despampanante.
Ella se pasó una mano temblorosa por el pelo y lo miró con toda la firmeza que pudo.
– No me gustan estos jueguecitos. Quizá se te haya olvidado ese detalle sobre mí, pero es cierto. Ayer me disculpé y tú rechazaste mis disculpas, y esta mañana estás tan contento, flirteando…
– ¿Es eso lo que estoy haciendo?
– Sabes muy bien que sí.
Entonces, él le acarició la mejilla. Su caricia fue un roce cálido y suave contra la piel.
– Ahora sí estoy flirteando -dijo, con una sonrisa mucho mayor.
Ella elevó la mano para apartarle, pero en vez de eso, le agarró la muñeca.
– No juegues conmigo.
Intentó que su voz sonara severa, pero emitió un susurro tembloroso que la traicionó.
Hunter dio un paso hacia ella. Sus caras estaban a centímetros de distancia.
– Pese a lo que dije cuando llegué ayer, me he dado cuenta de que tenías razón. Tenemos un asunto sin terminar, comenzando por que yo acepte tus disculpas.
A ella se le aceleró el pulso.
– Bueno, me alegro de que pienses así -dijo.
Se humedeció los labios secos y se recordó que no debía leer en sus palabras más de lo que significaban. Sin embargo, no podía negar que se sentía muy contenta de aquel cambio de actitud, aunque sólo fuera por el hecho de que trabajar para liberar a su padre le resultaría más fácil así.
¿O no? Mientras él la miraba, tenía un brillo intenso en los ojos castaños, y los destellos dorados de su iris bailaban con un deseo que ella reconocía, no sólo porque Daniel la hubiera mirado así muchas más veces, sino porque sentía el mismo anhelo creciendo dentro de sí misma.
Molly adivinó sus intenciones antes de que él se moviera, y advirtió que debía apartarse de Daniel rápidamente. Aún no sabía cuál era el motivo de su repentino cambio de actitud hacia ella, ni si podía confiar en aquel buen humor. Así que, si fuera cautelosa, se retiraría antes de que la dinámica entre ellos cambiara nuevamente.
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