La única forma de escapar sin despertar su cólera era actuar como si la noche anterior hubiera hecho el amor con una desconocida. Tendría que continuar aquella farsa y averiguar una forma de mantenerla alejada de los bares de solteros por las noches.

Un suave gemido escapó de sus labios. ¿Por qué demonios tenía que importarle lo que hiciera Nora en su tiempo libre? Aquella mujer no era responsabilidad suya. De hecho, apenas se conocían. Pero desde el momento en el que la había golpeado con una pelota de béisbol, sentía que había una especie de conexión entre ellos. Y después de lo que había ocurrido la noche anterior, no estaba dispuesto a compartirla con ningún otro hombre.

Pete alzó la mano para llamar, pero entonces decidió utilizar la táctica de la sorpresa. Empujó silenciosamente la puerta y descubrió a Nora, todavía envuelta en su abrigo y con las gafas de sol, metiendo papeles en su maletín y musitando algo para sí.

– Me preguntaba cuándo ibas a llegar -dijo sonriente.

Nora se sobresaltó, soltó un pequeño grito y los papeles que tenía en la mano acabaron en el suelo. Se agachó para recogerlos.

Pete rodeó el escritorio y se inclinó para ayudarla.

– ¿Te acostaste tarde anoche? Nora lo miró por encima del borde de las gafas.

– ¿Qué?

– Es casi la hora de comer y apareces con gafas de sol. Si no te conociera, diría que ayer saliste y bebiste demasiado -le quitó las gafas y la miró a los ojos. De sus profundidades irradiaban miríadas de sentimientos: miedo, aprensión y un incipiente deseo. -¿No estás preparada para enfrentarte al día esta mañana?

Nora se levantó nerviosa y metió los papeles en un portafolios.

– La verdad es que me estoy enfrentando al día bastante bien.

Pete se sentó en el escritorio.

– Entonces debiste pasártelo muy bien anoche.

Nora tomó aire y palideció notablemente. Durante unos minutos, se olvidó de soltarlo. Pete estaba a punto de darle un golpe en la espalda cuando ella dijo por fin:

– ¿Anoche?

– Sí, en tu cita. ¿No te acuerdas? El ojo morado… Me dijiste que tenías una cita.

– No, no me acuerdo -murmuró Nora. Esbozó una mueca y lo miró irritada. -¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Qué es lo que quieres y qué estás haciendo aquí?

Con un único propósito en mente, Pete alargó la mano y le acarició la mejilla herida.

– Quería saber cómo estabas -fue una caricia tan ligera como inocente. Pero su reacción fue inmediata y tan intensa, que Pete tuvo que luchar contra la urgencia de enmarcarle el rostro entre las manos y besarla para perderse en el dulce sabor de su boca. Quizá entonces Nora admitiera su engaño. -Hum, no parece que te lo pasaras muy bien.

– No sé de qué estás hablando.

Nora se encogió de hombros, pero Pete advertía que estaba teniendo problemas para mantener la compostura. La boca le temblaba ligeramente. ¿Tan terrible le parecería admitir que se atraían? ¿Se habría arrepentido de lo que habían hecho hasta el punto de querer olvidarlo?

Pete rió y bajó del escritorio. ¿O aquello formaría parte de su juego?, se preguntó. ¿Se suponía que iba a desearla más solo porque no reconocía lo que habían hecho la noche anterior?

Pete se sentó en una de las sillas del despacho y la miró intencionadamente. ¿O continuaría creyendo Nora que no la había reconocido con aquel disfraz?

– Bueno, al menos uno de nosotros lo pasó bien anoche.

Nora alzó inmediatamente la cabeza y pestañeo.

– ¿Saliste?

Pete asintió.

– Y conocí a la mujer más increíble del planeta.

– Yo… ¿Ah sí? -el color tiñó las mejillas de Nora. Rápidamente recompuso la compostura fingiendo indiferencia. -¿Y qué la hace tan… tan increíble?

– Es endiabladamente atractiva -respondió. Se inclinó hacia atrás en la silla y entrelazó las manos por detrás de la cabeza. Observó los ojos de Nora fijos en su pecho. Cuando advirtió que comenzaba a descender su mirada, se aclaró la garganta y Nora alzó los ojos avergonzada-.

Hermosa, inteligente, divertida e interesante. Nunca había conocido a nadie como ella.

– A lo mejor hasta ahora has estado citándote con mujeres que no eran de tu tipo -respondió Nora.

– Tenía unos ojos increíbles -Pete se inclinó hacia delante y se cruzó de brazos. -¿Sabes? Tus ojos son casi del mismo color. Pero no exactamente iguales -apenas podía mantenerse serio. Nora parecía sentirse ofendida por aquel ambiguo cumplido. -Y es más o menos de tu talla, aunque mucho más curvilínea -¿por qué no hundir un poco más el dedo en la llaga? -Y su boca, bueno, ella…

– Estoy segura de que no necesito tantos detalles. ¿No tienes trabajo que hacer? ¿O algún partido que jugar?

Una idea iba cobrando forma en la mente de Pete. Se trataba de una manera de retener a Nora para sí hasta que esta estuviera dispuesta a poner fin a su pequeño juego.

– El caso es que me vendría bien un consejo. A ti se te dan bien ese tipo de cosas, ¿no es cierto? Eres consejera sentimental.

– Yo escribo una columna sobre normas de etiqueta. Y estoy segura de que Pete Beckett no necesita consejo par sus citas.

– Pero tú eres la persona perfecta -insistió Pete. -Ya ves, me encuentro en una situación muy delicada. Normalmente, cuando conozco a una mujer, siento una atracción casi inmediata…

– De verdad no creo que…

– Y aunque intento tomarme las cosas con calma, a menudo ignoro al sentido común y… me meto de lleno en el juego -las últimas palabras las pronunció lenta y casi provocativamente, haciendo que Nora se sonrojara.

– De verdad, no hay nada que yo pueda…

– ¿Cuáles son las normas de etiqueta para una aventura de una noche? -preguntó precipitadamente.

Nora lo miró boquiabierta.

– ¿Qué?

– He pensado que tú probablemente lo sabrías -se interrumpió. -No quiero decir con ello que tú hayas tenido aventuras de una noche, pero… – Pete apenas podía controlar la sonrisa ante la expresión avergonzada de Nora. -No voy a entrar en detalles, pero nosotros, esta mujer maravillosa y yo, terminamos envueltos por la pasión y una cosa condujo a la otra y…

– Creo que no tengo por qué oír todas estas cosas -repuso Nora, tapándose los oídos con las manos.

– Pues yo creo que sí. ¿Cómo vas a aconsejarme si no conoces todos los detalles? Como te he dicho, este es un asunto delicado -se inclinó por encima del escritorio, le tomó la mano y comenzó a juguetear con sus dedos. El contacto fue electrificante y Pete se descubrió a sí mismo perdido en el recuerdo de los placeres que con aquellas manos había experimentado. -Y tú eres tan delicada -musitó, presionando su palma contra la de Nora.

Alzó la mirada y descubrió que la joven estaba mirándolo a los ojos con los labios ligeramente entreabiertos.

– Ya ves, se fue sin decirme siquiera su nombre.

Nora pestañeó y apartó rápidamente la mano.

– No entiendo qué puede importarte no saber su nombre.

– Bueno, normalmente no me importaría. Pero quiero volver a verla. Algo que no me había pasado nunca. Me he dado cuenta de que quizá tenga algunas… deficiencias en mi forma cíe acercarme a las mujeres. Y ya es hora de que les ponga solución.

– ¿Deficiencias? ¿Así es como las llamas?

– Estoy seguro de que te has enterado de mi reputación.

Nora asintió incómoda.

– Bueno, pues eso forma parte del pasado. Ya llevaba un año alejado de los bares y de las chicas fáciles. He decidido adoptar una forma más conservadora de acercarme a las mujeres. Quiero una mujer con clase, refinada. Una verdadera dama. Y la única forma de conseguir una verdadera dama es convertirme yo en un caballero. Y ese es el motivo por el que he venido a verte.

– ¿A mí? ¿Pretendes que te convierta en el príncipe encantado?

– ¿Quién mejor que tú? Lo primero que tengo que hacer es ocuparme del problema de presentarnos… después de lo ocurrido. ¿Cómo lo haría un caballero?

– Después de… -Nora tragó saliva compulsivamente. -Bueno, no puedes volver a verla otra vez. No sería adecuado. Si una dama no quiere decirle su nombre a un caballero, entonces creo que su intención está bastante clara. No tiene ningún interés en volver a verte.

– Esa opción no me vale -replicó Pete. -Porque yo sí quiero volver a verla -se frotó la barbilla pensativo. -Pero tengo que estar preparado. No estamos hablando de una mujer cualquiera, sino de una mujer con clase, con sofisticación. No puedo cometer errores.

– ¿Se acostó contigo la primera noche y dices que es una mujer con clase?

El arrepentimiento subyacía bajo aquellas palabras y Pete comprendía lo mucho que le habría costado a Nora admitir lo que estaba admitiendo; la remilgada Prudence había arrojado a un lado todas sus inhibiciones al primer contacto de sus manos sobre su cuerpo.

– Solo necesito averiguar la forma de volver al principio -continuó diciendo Pete- para empezar de nuevo. Con esta mujer yo podría… Bueno, podría ser algo serio. Pero necesito encontrarla de nuevo. He cometido un error y quiero solucionarlo. ¿Vas a ayudarme o no?

Nora se levantó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Quieres que te dé un consejo? Pues bien, es este, Romeo: has utilizado la cama y ahora tendrás que ser tú el que lave las sábanas – abrió la puerta de par en par y lo invitó a salir con un gesto. -Tengo trabajo que hacer. Me gustaría que te fueras.

Pete se levantó, caminó lentamente hacia la puerta y se detuvo delante de ella, tan cerca como los buenos modales le permitían. Diablos, había hecho el amor con aquella mujer, era absurdo comenzar con formalidades.

– Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme -y sin más, salió y caminó hacia la Zona Caliente, decidido a no abandonar aquel juego. Quería que Nora regresara a sus brazos y a su cama. Y la única forma de hacerlo sería empezar a imponer sus propias reglas.

Unos segundos después, la puerta de Nora se cerró de un portazo, haciendo que la mayor parte de los redactores asomaran la cabeza por encima de sus cubículos y se miraran con curiosidad.

Pete sonrió y se encogió de hombros. -Creo que está empezando a gustarme.


Nora maldijo suavemente y comenzó a caminar por su despacho, retorciéndose los dedos hasta hacerse daño.

– Quiere verla otra vez. Oh, Dios mío, ¿qué voy a hacer? -gimió mientras apoyaba la cabeza contra la pared.

La mortificación se había apoderado de su cerebro y no conseguía pensar nada coherente. ¿Cómo iba a salir de aquel terrible lío? Si Pete volvía a verla, seguramente la reconocería y comprendería que había hecho el amor con Nora Pierce.

Los recuerdos de la noche anterior fluían sin tregua en su mente. Se había comportado como una mujer sin principios y Pete la había considerado como una mujer con clase. Pero incluso en medio de su vergüenza, no podía negar la pequeña emoción que sentía.

– Quiere verme otra vez -casi rió, llevándose la mano a la boca.

Desde que había pasado por delante del despacho de Pete, no había sido capaz de sacárselo de la cabeza, de recordar la sensación de sus manos y sus labios sobre su cuerpo o el exquisito orgasmo que había experimentando en lo más profundo de su ser. Nunca había sido una mujer especialmente apasionada, pero la noche anterior se había desprendido de todas sus inhibiciones como el que se deshace de un abrigo viejo.

– Esa no era yo -musitó, intentando desplazar la emoción con la lógica. ¡Tenía que dejar aquel desgraciado episodio en el pasado! ¿Pero cómo iba a hacerlo cuando Pete Beckett se presentaba en su despacho cuando le apetecía?

Era absurdo. ¿De verdad esperaría que lo ayudara a arrastrar a aquella mujer a su cama por segunda vez? Claro, quizá le apetecía disfrutar de otro par de noches de pasión, pero era imposible que un hombre como él cambiara de un día para otro. Para él lo único que realmente importaba era el sexo.

Nora apretó los puños, intentando dominar su frustración, y se quitó la trenca y las gafas. Se suponía que el juego tenía que haber terminado en el momento que había salido de su casa. ¡En ningún momento había imaginado que podría haber una segunda vuelta!

Al menos eso demostraba que estaba en lo cierto: Pete no sospechaba que era ella la mujer que se escondía bajo aquella peluca negra. Por lo que a él se refería, la mujer que lo había llevado más allá del éxtasis, era una mujer desconocida, una amante sin nombre.

Su mente regresó a las horas que habían pasado juntos y un lento escalofrío recorrió su espalda. Intentó mirar las cosas con objetividad. Se preguntaba si de verdad ella era tan excitante para que con una sola noche no fuera suficiente. O quizá había otras razones por las que parecía decidido a verla otra vez.

Mientras se frotaba la cabeza, acudió un inquietante pensamiento a su mente.

– Quizá sepa la verdad -musitó Nora, -y solo esté jugando conmigo -inmediatamente intentó descartar esa idea, pero por mucho que pretendiera ignorarla, era una posibilidad que se le planteaba constantemente y añadida al deseo y a la vergüenza se convertía en una sobrecarga para su ya saturada cabeza.