¿Cómo podría enderezar la situación? Ella estaba convencida de que pasar una sola noche con Pete sería algo sencillo: sexo y nada más; sin arrepentimientos y sin mirar atrás. Pero no habían pasado ni veinticuatro horas desde entonces y aquella noche se había convertido en una pesadilla.
– Es imposible que me encuentre -se dijo en voz alta. -Quemaré la peluca y el vestido y ya no habrá ninguna prueba -se volvió hacia el escritorio, tomó un montón de folios e intentó cuadrarlos. -No tengo nada de lo que preocuparme. Además, nadie sabe que estuve en el bar, salvo… -inmediatamente se quedó sin respiración. Voló hasta el teléfono y tuvo que marcar tres veces la extensión de Ellie antes de acertar con la secuencia numérica, pero no obtuvo respuesta. Ellie jamás lo contaría a nadie, ¿pero Sam? Si Sam sabía que había ido al Vic la noche anterior, Pete no tardaría en saberlo. Y si Pete se enteraba, su secreto dejaría de serlo inmediatamente.
Nora colgó el auricular, agarró su abrigo y corrió hacia la puerta. Pero cuando la abrió, descubrió que le estaba bloqueando el paso la última persona a la que esperaba ver en ese momento. Celeste Pierce permanecía frente a ella, con su perfectamente manicurada mano levantada para llamar a la puerta.
– ¡Mamá!
Celeste la besó a ambos lados de la cara, sin rozarle las mejillas siquiera, antes de pasar y sentarse en una de las sillas.
– Tu padre está muy enfadado -dijo mientras colocaba encima de la mesa un número reciente de El Herald.
Nora contempló la posibilidad de salir corriendo. El asunto de Ellie era mucho más importante que escuchar otro de los discursos de su madre.
– Mamá, esta mañana estoy muy ocupada. Te llamaré esta noche si…
– ¿Cómo se supone que vamos a manejar esto? Todos nuestros amigos saben que eres Prudence Trueheart. Todos leen tu columna y hasta ahora nos sentíamos orgullosos de ti. Pero últimamente estoy avergonzada. Es tan vulgar. Casi no me atrevo a dejarme ver por el Club.
– Mamá, ya sé que nos estamos alejando de las cuestiones de etiqueta, pero mi editor…
– Tu padre cree que deberías dejarlo. Sus abogados han examinado tu contrato y creen que puedes abandonar el trabajo. No deberías rebajarte a ese nivel, Nora. Sé lo mucho que valoras tu independencia, pero hasta que consigas otra cosa, puedes volver a casa.
Nora tomó a su madre de las manos y la instó a levantarse de la silla.
– Te agradezco mucho tu ofrecimiento, mamá. Y te prometo que pensaré en ello. Pero ahora mismo tengo que ponerme a trabajar- condujo a Celeste hasta la puerta y le dio un beso en la mejilla. -Gracias por haberte pasado por aquí. Siempre es un placer verte.
– ¿Has recibido ya mi invitación para la cena de recaudación de fondos para la ópera?
Nora asintió, y la empujó suavemente, urgiéndola a marcharse.
– La señora Alexandre me ha preguntado que si podía llevar a su hijo. Es cirujano, ¿sabes? Un cirujano de éxito, y está soltero. Creo que voy a sentarlo a tu lado.
– Iré con Stuart -repuso Nora, maniobrando para que su madre caminara hacia el ascensor.
Celeste suspiró.
– Stuart es un encanto y tiene un gusto incuestionable. ¿Pero qué sabes realmente de él? No sabes nada de su familia ni de su pasado – frunció el ceño y miró atentamente a Nora. -¿Estás bien, querida? Te veo un poco… sonrojada.
Nora se llevó las manos a las mejillas. ¿Continuaría siendo tan obvio? Agradeció que las puertas del ascensor se abrieran antes de que hubiera tenido tiempo de contestar. Se metió en el ascensor con Celeste, pulsó el botón de la planta baja y rápidamente salió.
– Adiós, mamá -dijo, mientras las puertas se cerraban.
Conociendo la propensión de Celeste a interferir en su vida, no podía evitar agradecer que el ascensor hubiera llegado tan rápidamente. ¿Cómo si no podría haberle explicado su conducta de la noche anterior? Esas no eran cosas propias de la dulce y sensata hija de Celeste Pierce.
Pero las había hecho. Aunque Pete y ella hubieran sido presuntos desconocidos, el deseo que se había encendido entre ellos había sido profundo e intenso. Nora lo había visto en los ojos de Pete. El corazón le dio un vuelco al recordarlo y se llevó la mano al pecho, intentando apartar aquella imagen de su mente. ¡Tenía que dejar de lado aquellos recuerdos!
En vez de esperar al ascensor, Nora decidió subir las escaleras. El departamento de ventas estaba en el décimo piso y para cuando llegó, le faltaba aire para respirar. Encontró a su amiga inclinada sobre el ordenador. La agarró del brazo, la condujo a su despacho y cerró la puerta tras ellas.
– ¿Le has contado a alguien lo de anoche?
Ellie le dirigió una mirada asesina.
– Cuando salí del baño, ya no estabas. Estuve a punto de llamar a la policía… Hasta que me di cuenta de que también Pete había desaparecido. Así que sumé dos y dos y comprendí que ibas a cometer una enorme estupidez -chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. -Te acostaste con él, ¿no?
Nora gimió. Primero Stuart, luego su madre y, por último, Ellie. ¿Llevaría tatuado en la frente lo que había hecho la noche anterior?
– No seas ridícula -musitó. No quería mentirle a Ellie, pero contar los detalles de lo ocurrido en voz alta lo convertiría en algo mucho más real. -Nosotros… no nos acostamos -le dijo. -Supongo que te alegrará saber que pasé la noche en mi cama. Sola…
– ¿No fue más lejos la cosa? ¿Quieres decir que salisteis del bar y Pete te llevó a casa?
– Bueno, antes paramos en su casa.
– ¿Pero no te acostaste con él?
– No exactamente. Técnicamente, no hubo ninguna cama de por medio.
Ellie arqueó las cejas con expresión de sorpresa y esperó al resto de la explicación. Como Nora se negaba a decir nada, se encogió de hombros y sugirió:
– Quizá debería preguntarle a Pete lo que ha pasado.
Nora se dejó caer en una silla, con expresión desolada.
– De acuerdo. Pero si te lo cuento todo, tienes que prometerme que no le dirás nada a Sam.
En cuanto Ellie asintió, las palabras empezaron a salir como un torrente de su boca y le hizo un rápido resumen de lo ocurrido sin detenerse siquiera para tomar aire.
– Así que eso es todo. No voy a decir una sola palabra más. Y en lo que a mí concierne, lo ocurrido ya pertenece al pasado -cerró los ojos, intentando recuperar la compostura, pero apenas podía tomar aire. -Así es y así será – abrió los ojos y miró a Ellie. -¿Le has contado algo a alguien sobre el bar o sobre Pete?
– No.
– ¿Ni siquiera a Sam?
– Bueno, tuve que decirle dónde íbamos. Y fue él el que me sugirió que fuéramos al Vic, ¿recuerdas? Me dijo que ese local siempre estaba lleno de tipos solteros.
Nora se levantó, agarró a Ellie por los hombros y la sacudió ligeramente.
– Tienes que hablar con Sam. Tienes que decirle que no le mencione nada a Pete. Que no le diga una sola palabra.
– Él nunca…
– Prométemelo, Ellie. No me importa lo que tengas que hacer, pero Pete no pude enterarse de que estuve en el Vic ayer por la noche. Lo descubriría todo.
– ¿Pero cómo no va a haberse enterado de que estuvo contigo? Ese hombre no es estúpido.
– No lo sé -musitó. -Pero me alegro de que no se enterara. Quizá estaba bebido, o a lo mejor la peluca me cambiaba demasiado. O quizá estaba tan ocupado mirando mi cuerpo que ni siquiera se fijó en mi cara.
– O quizá lo sabía y prefirió no decir nada – sugirió Ellie.
Nora se quedó completamente helada. Ya se le había ocurrido a ella aquella posibilidad, pero al oírsela sugerir a Ellie le parecía mucho más real.
– No creerás…
Ellie se encogió de hombros.
– No puedo formarme una opinión hasta que no conozca los detalles -deslizó el brazo por los hombros de su amiga y ambas volvieron a sentarse.
Nora comenzó entonces a hacerle un relato de la noche, omitiendo los detalles que todavía le hacían sonrojarse. Y para cuando terminó, volvía a estar convencida de que Pete Beckett había hecho el amor con una completa desconocida.
– Si sabía que era yo, Ellie, ¿por qué iba a pedirme ayuda?
– ¿Ayuda?
– Quiere ver a esa mujer otra vez y me ha pedido que yo…
– ¿Qué?
– Le gusto de verdad, quiero decir, ella le gusta. Cree que es atractiva y divertida. Y quiere que le convierta en un caballero, en la clase de hombre del que yo, es decir, ella, se enamoraría.
Ellie sacudió la cabeza.
– Entonces será mejor que le digas la verdad antes de todo este asunto te explote a ti en la cara. En lo relativo a las mujeres, Pete Beckett siempre consigue lo que quiere. Y si te quiere a ti, Nora, no se detendrá hasta que te consiga.
– ¡Pete Beckett no me quiere a mí! Si supiera que soy yo la mujer con la que estuvo anoche, saldría corriendo. Además, no voy a decírselo.
– ¿Por qué no? Has dicho que lo pasaste maravillosamente. Y es evidente que él también, puesto que quiere otra cita. ¿Dónde está el problema entonces?
– Ella era ella y yo soy yo. ¡Yo no soy una de esas mujeres que van solas a los bares y eligen un hombre con el que disfrutar de una increíble noche de sexo!
– Prudence no es de esa clase de mujeres. Pero tú no eres Prudence, ¿recuerdas? -una sonrisa curvó los labios de Ellie. -Si tú y Pete volvéis a salir, quizá os enamoréis y terminéis casándoos. Así podríamos ir los cuatro juntos de vacaciones y tener los hijos al mismo tiempo y…
– Lo engañé, Ellie, lo manipulé. A los hombres como él no les gusta sentirse engañados. Si alguna vez descubriera la verdad, se enfadaría terriblemente conmigo.
Se hizo entre ellas un largo silencio. Lo único que se escuchaba en el despacho era el zumbido del ordenador de Ellie. Las consecuencias de aquella noche de pasión parecían multiplicarse por segundos.
– Hay una forma de que nunca lo averigüe -dijo por fin Ellie, -de que nunca llegue a enterarse de que eras tú.
– ¿Cuál?
– El te ha pedido consejo, así que dáselo. No tienes por qué darle el consejo apropiado para volver a verla, ¿no es cierto?
Nora consideró aquella sugerencia. Podía funcionar. Podía ofrecerse a guiar a Pete, pero solo para conducirlo en la dirección contraria, para alejarlo de aquella misteriosa dama… para alejarlo de ella. Eso implicaría pasar algún tiempo con él, pero tenía que reconocer que la perspectiva no le parecía del todo desagradable.
– Podría hacerlo -musitó Nora. -Pero tú tendrás que hacer también tu parte. Tienes que mantener a Sam callado. Prométemelo.
Una sonrisa traviesa transformó la severa expresión ele Ellie.
– Lo mantendré callado con una condición: me prestarás la peluca. A Sam siempre le ha encantado Xana, la Princesa Guerrera, y si aparezco yo en el dormitorio con esa peluca, te garantizo que nada ni nadie podrá arrancarle ese secreto.
Nora asintió.
– Puedes quedarte con esa maldita peluca. No quiero volver a verla en mi vida. Quiero que toda esta experiencia se quede para siempre en el pasado.
Ellie la miró fijamente durante unos segundos y le tomó la mano.
– No se puede olvidar tan rápidamente, Nora. Una pasión como esa no es algo de lo que se disfrute todos los días. Por lo que me has contado, vosotros dos conectasteis y eso es algo que no se olvida por el mero hecho de querer hacerlo.
Nora tomó la mano de su amiga y asintió. Sabía que tenía razón. Jamás había vivido una pasión tan intensa como la que había compartido con Pete Beckett; todavía sentía su recuerdo grabado en la piel. ¿Pero cuánto tardaría Pete en olvidarla y lanzarse a una nueva conquista?
Sintió una punzada de arrepentimiento, pero inmediatamente decidió ignorar aquel dolor. Ella no había sido la primera mujer en la vida de Pete Beckett y desde luego no sería la última. Y haría mejor en recordárselo.
Pete no la había visto marcharse. De alguna manera, Nora había conseguido salir de su despacho sin que la viera, sin darle otra oportunidad de enderezar la situación. Maldijo en silencio y tomó la pelota de golf. Aquello era absurdo. Pete Beckett detrás de una mujer como si fuera un enamorado estúpido.
– Vamos, Pete, no tenemos todo el día.
Pete alzó la mirada. Los chicos de la Zona Caliente habían comenzado otra competición. De golf en aquella ocasión. Pete miró fijamente la pelota de plástico y a continuación la papelera que servía como primer hoyo. Apartó la imagen de Nora de su mente y dio su primer golpe. La pelota se elevó en un arco perfecto e iba destinada a caer limpiamente en el hoyo hasta que un obstáculo llamado Nora se interpuso en su camino.
Todo el mundo gritó:
– ¡Fore! -pero, evidentemente, Nora no comprendía el significado de aquella palabra. La pequeña pelota de plástico golpeó directamente su frente. En aquella ocasión, no gritó, abrió la boca en una silenciosa queja mientras fulminaba a Pete con la mirada.
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