– No más juegos -susurró, -no más juegos.
Quizá, pensó Nora mientras lo oía, si cerraba los ojos y se dormía entre sus brazos, al día siguiente todo se habría solucionado.
Pero Nora sabía que aquello no iba a pasar. Por lo menos mientras continuara engañándolo; mientras Pete estuviera enamorado de una mujer mucho más excitante y apasionada de lo que ella misma podría llegar a ser nunca.
Cuando Pete se despertó a la mañana siguiente, Nora ya no estaba en la cama. A Pete no le sorprendió, pero sí lo desilusionó. Él creía que el fin del juego significaba el final de su mentira. Se colocó el brazo sobre los ojos, para protegerse de la luz de la mañana.
Había habido un momento en el que se había alegrado de poder continuar con aquel juego. Pero estaba deseando que terminara, que cayeran todas las barreras que los separaban. La noche anterior había hecho el amor con Nora Pierce y aquella mañana sus sentimientos hacia ella eran más fuertes que nunca. Lentamente, las dos mujeres que había en Nora se habían fundido en su mente: la amiga en la que podía confiar y la amante capaz de desarmarlo con el simple roce de su mano.
Pete dio media vuelta en la cama y enterró la cabeza en la almohada. La esencia de su perfume continuaba impregnando las sábanas. Él esperaba que se despertaran juntos e hicieran el amor con la misma pasión que habían compartido por la noche. Pero no podía ser tan impaciente. Por lo que a él concernía, Nora continuaba formando parte de su vida y estaba seguro de que serían muchas las mañanas que despertarían juntos.
Sonrió para sí, sorprendido con su propia convicción. El amor a primera vista siempre le había parecido imposible. Pero en cuanto había mirado a Nora a los ojos, algo en él había cambiado y, por primera vez en su vida, se había abierto a la posibilidad del amor.
Diablos, si incluso, de manera indirecta, le había pedido que se casara con él. Y aunque la proposición formara parte del juego, la verdad era que Pete no lo veía del todo imposible. El hombre que se casara con Nora Pierce disfrutaría de una vida llena de desafíos. Los días y las noches jamás serían aburridos. Rio para sí. Él podía ser ese hombre: leal, fuerte y sincero. ¿No había demostrado ya que podía ser todo lo que Nora deseara?
Pete deslizó la mano por el espacio que Nora había ocupado en su cama y su mente se inundó de imágenes de ellos dos haciendo el amor. Cerró los ojos y fue saboreándolas una a una. Se había acostado con muchas mujeres hermosas, pero Nora desafiaba cualquier intento de calificar su belleza. Era como si su cuerpo hubiera sido hecho para él. Todo encajaba tan…
Sus dedos encontraron un objeto extraño. Al principio, no fue consciente, pero de pronto se dio cuenta de que había un animal peludo en su cama. Maldiciendo en voz alta, se levantó de un salto, arrastrando la sábana con él. Allí, sobre la almohada, había un animal durmiendo. Pete lo observó durante un buen rato, pero el animal no se movía. No se parecía a ningún animal conocido. Era demasiado pequeño para ser un perro y demasiado peludo para ser un gato… Y al pensar en ello comprendió que no era ningún animal, sino la peluca de Nora.
Soltó una carcajada y se llevó la mano a la frente. El corazón todavía le latía violentamente por culpa del susto mientras se acercaba de nuevo a la cama para agarrar a aquella extraña «criatura». La sostuvo en la mano y acarició sus mechones. Pero despertarse junto a la peluca de Nora no era en absoluto tan satisfactorio como levantarse a su lado. De modo que dejó la peluca en la mesilla de noche y se dirigió hacia el baño.
Mientras se duchaba, su cerebro reproducía las imágenes de cuanto había vivido con Nora. La veía de su mano en el estadio, dejando que la brisa meciera su pelo o mirándolo con aquella tentadora muestra de vulnerabilidad y pasión. Era imposible negar que aquella mujer lo había cautivado por completo.
Pete permaneció bajo la ducha hasta que el agua comenzó a enfriarse, cerró entonces el grifo y se envolvió en una toalla. Estaba en medio del baño, secándose la cabeza, cuando oyó un grito tras él.
– ¡Cuidado, me voy a caer!
Pete se volvió rápidamente al oír aquella voz.
– ¿Nora?
Pero no había nadie en el baño.
– ¿Nora? ¿Estás ahí? -preguntó de nuevo, y salió corriendo al dormitorio. Lo encontró tal como lo había dejado: las sábanas revueltas y la peluca de Nora en la mesilla de noche.
Lentamente, regresó al baño y se miró en el espejo.
– Maldita sea, Beckett. Esa mujer te está volviendo loco -habría jurado que había oído su voz y Pete no era un hombre propenso a las alucinaciones.
– ¿Cuidado me voy a caer? -repitió mientras se afeitaba. -¿Qué se supone que significa eso? Ya que oigo voces, por lo menos podrían tener sentido.
Pete terminó de afeitarse y regresó al dormitorio a vestirse. Mientras se ponía la camisa, miró hacia la cama. Por un momento, se olvidó de los botones de la camisa y se puso a estirar las sábanas hasta quedar satisfecho con su trabajo.
Seguro que había alguna posibilidad de que Nora y él pasaran otra noche en aquella cama, pensó sonriendo. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, se permitía a sí mismo pensar con optimismo.
CAPÍTULO 07
– ¡Yo estaba completamente quieto. Has sido tú la que has empezado a moverte!
Nora corrió por la acera, con Stuart pisándole los talones y se metió en el asiento delantero del coche de Ellie. Una vez allí, se agachó para que Pete no pudiera verla bajo ningún concepto. Solo unos segundos antes, estaba a punto de entrar en casa ele Pete Beckett por la ventana del baño… pero se había dado cuenta de que Pete estaba en medio del baño, completamente desnudo.
– ¿Qué es lo que ha ido mal? -preguntó Ellie.
– ¡Nora ha intentado entrar por la ventana del baño! -contestó Stuart mientras se metía en el coche. -Yo pensaba que íbamos a llamar al timbre, pero me ha arrastrado hasta la parte trasera de la casa y me ha hecho levantarla hasta la ventana.
Nora tragó saliva, intentando calmar sus nervios. Debería haber ido sola. Pero ella no tenía coche y necesitaba a Ellie al volante y los hombros de Stuart.
– ¿Para eso he tenido que levantarme a las siete de la mañana? ¿Para que pudieras jugar a la visita sorpresa? -preguntó Ellie, indignada.
Stuart estiró los brazos y bostezó.
– Debería estar prohibido que alguien saliera a esta hora de casa sin tomar antes un café. Nora pesa mucho más de lo que parece. Necesito una taza de café y un bizcocho de almendras para recuperar fuerzas.
– Lo menos que podía haber hecho por nosotros era traernos algo de almorzar.
No habían parado de quejarse desde que se habían metido en el coche. Y después del primer intento fracasado, a Nora le habría encantado mandarlos a ambos a casa y ocuparse ella misma de su problema. Pero, desgraciadamente, los necesitaba más que nunca.
– Os invitaré a todo el café que seáis capaces de beber en cuanto hayamos terminado.
– Yo pensaba que ya habíamos terminado – respondió Stuart. -¿Por qué no has entrado por la ventana?
– ¡Porque él estaba allí! -repuso Nora.
– ¿Y no era eso de lo que se trataba? -preguntó Ellie. -Si él no estuviera allí, difícilmente podrías haberle dado una sorpresa.
– ¿Quién es él? -preguntó Stuart.
Nora sacó su teléfono móvil.
– He llamado y no me han contestado. ¡Se suponía que no tenía que estar allí! -metió el teléfono nuevamente en el bolso. -¡Debía de estar en la ducha cuando he llamado!
– ¿Quieres decir que has intentado entrar en el apartamento de Pete Beckett sin que él lo supiera? -preguntó Ellie.
– ¿Este es el apartamento de Beckett? -preguntó Stuart con el ceño fruncido.
Ellie asintió.
– La dejé aquí ayer por la noche -contestó, volviéndose hacia Stuart. -Se suponía que tenía que poner su plan en acción, pero se niega a hablar de ello. Yo creo que ha vuelto a acostarse con él.
Stuart se inclinó hacia adelante y escrutó el perfil de Nora.
– Sí, tiene esa mirada.
– ¿Queréis dejar de hablar de mí como si yo no estuviera delante? -les reprochó Nora.
– Cariño, ya que tú no hablas, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? -replicó Stuart.
– Chsss, mira, está allí -el trío se volvió hacia la puerta de Pete. En la distancia, Nora apenas podía distinguir sus facciones, pero eso no evitó que sintiera una nueva oleada de emoción. Aparentemente al menos, Pete no parecía haber sufrido ningún tipo de efecto negativo al levantarse solo tras una noche de pasión.
Lo vio bajar casi corriendo los escalones y pasarse las manos por el pelo todavía húmedo. Cuando llegó a la acera, miró hacia la calle en la que estaba aparcado el coche de Ellie. De la garganta de Nora escapó un pequeño grito.
– ¡Agachaos! Nos ha visto.
Al cabo de unos minutos, Ellie se irguió.
– Mira, ahora está saliendo del garaje.
Esperaron los tres en silencio, convencidos de que lo más lógico sería que girara hacia el este, hacia la ciudad. Y cuando vieron que lo hacía, los tres suspiraron aliviados.
– ¿A qué distancia quieres que lo siga? -preguntó Ellie, poniendo el coche en marcha.
– No quiero que lo sigas, quiero meterme en su casa. Vamos, Stuart, necesito que vuelvas a subirme. Ellie, si ves venir a alguien por la calle, toca el claxon y finge que has venido a buscar a alguien para ir al trabajo.
– Antes de que lo intentes otra vez, creo que Stuart se merece una explicación -repuso Ellie.
– Exacto -añadió Stuart, -¿por qué quieres entrar a escondidas en casa de Pete Beckett?
– No tengo otro remedio, no tengo llave de su casa.
Ellie chasqueó la lengua.
– Eso no es una respuesta.
Nora suspiró.
– De acuerdo, me he dejado una cosa dentro… Algo que tengo que recuperar antes de qué él lo encuentre.
Stuart se recostó en el asiento y sacudió la cabeza.
– No pienso ayudarte a entrar por esa ventana hasta que no me digas exactamente qué es lo que pretendes robar.
¡Un motín! Nora debería haber sabido que no podía confiar en sus dos amigos.
– Me he dejado dentro una peluca -dijo por fin. -Me quedé dormida y se me debió caer. Y salí de la casa con tanta prisa, que no me di cuenta de que no la llevaba hasta que llegué a la parada del autobús. Si Pete encuentra esa peluca, no sé lo que va a pensar.
– Así que has vuelto a acostarte con él -aseguró Ellie.
– ¡Sí! -contestó Nora. -No he podido evitarlo. Y estoy segura de que ahora te regodearás de que mi plan para deshacerme de él no haya funcionado. Intenté librarme de él diciéndole que quería un compromiso y él me pidió que me casara con él.
– ¿Qué? -gritaron Ellie y Stuart al unísono.
– Estoy segura de que solo era una táctica para acostarse conmigo. Pete Beckett no tiene intención de casarse con nadie, ¡y menos con esa mujer! -abrió la puerta. -En cuanto recupere la peluca, todo esto habrá terminado. No pienso volver a acercarme a Pete Beckett y olvidaré que me he acostado con él.
– No comprendo cómo has conseguido convertir una aventura de una noche en un completo desastre.
Nora se mordió el labio. Ella estaba empezando a hacerse la misma pregunta. A esas alturas, estaba ya convencida de que la decisión de volver a verlo otra vez había sido una pura estupidez. Pero en lo que a Pete Beckett se refería, era incapaz de pensar con cordura.
– Esto será el final de todo -le dijo a su amiga. -Lo prometo -se dirigió hacia Stuart y lo animó con una sonrisa antes de que los dos volvieran a salir del coche. Corrieron hasta el estrecho callejón que separaba la casa de Pete Beckett de la de su vecino y Nora observó aliviada que la puerta del baño estaba todavía abierta.
– Súbeme -le ordenó. -Pero esta vez empújame un poco más alto -Stuart entrelazó los dedos. Ella colocó el pie sobre sus manos y casi inmediatamente se sintió elevarse en el aire. Prácticamente al instante, estaba viendo el interior del baño de Pete.
– Un poco más -susurró. -Solo un poco más -y en cuestión de segundos, había metido ya medio cuerpo por la ventana del baño. Pero tanto Stuart como ella, habían calculado mal la anchura de la ventana y de las caderas de Nora. A esta le resultaba imposible intentar meter la pierna a través de la apertura, de manera que no le iba a quedar más remedio que caer de cabeza sobre la pila de la ropa sucia.
– ¿Te importaría decirme lo que estás haciendo? -le preguntó Stuart.
– Ya casi estoy dentro. Unos centímetros más y…
Sintió que la agarraban del tobillo y tiraban de ella en dirección contraria.
– ¡Stuart, para, ya casi estoy! -extendió los codos, aferrándose al interior de la ventana para impedir que la bajara. Pero Stuart empujaba cada vez más fuerte. Al final, ya no pudo resistirlo más, estiró los brazos y se deslizó hacia abajo, cayendo encima de él.
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