Con un sonoro juramento, Nora se apartó el pelo de los ojos y fulminó con la mirada al hombre que tenía debajo de ella. Pero no era Stuart el tipo sobre el que estaba sentada, sino un policía de San Francisco.
Nora se levantó al instante.
– Oh -le tendió la mano para ayudarlo a incorporarse. -Oh, Dios mío, lo siento, pensaba que era… -no, eso no lo debía hacer. No podía implicar a Stuart y a Ellie en aquel desastre. Se arriesgó a mirar al otro lado de la calle y comprobó aliviada que el coche de Ellie ya no estaba.
Nora tomó la gorra del policía del suelo y la sacudió frenéticamente, intentando que recuperara su forma.
– Ya sé que esto tiene muy mala pinta, pero conozco a la persona que vive aquí.
– ¿Ah, sí? -preguntó el policía, indiferente a sus sonrisas de disculpa.
Nora miró la placa que llevaba el policía sobre el bolsillo de la camisa.
– Señor McNally -le tendió la mano nerviosa, -es un placer conocerlo -el policía miró la mano que le tendía y a continuación fijó en Nora una mirada que podría haber partido el granito. -Me parece que no se puede considerar que sea un allanamiento de morada si se conoce al propietario. Además, yo solo quería entrar para poder recuperar algo que es mío.
– ¿Ah, sí?
– Quiero decir… no puede sospechar que haya intentado infringir la ley. Al fin y al cabo yo soy… -las palabras murieron en su garganta. ¿Prudence Trueheart? Sopesó los posibles beneficios de revelarle al policía su identidad, pero no podía involucrar a Prudence Trueheart en un delito.
McNally sacó una libreta de su bolsillo.
– ¿Nombre?
– Ah… Nora Pierce.
– ¿Y qué era lo que pretendía robar?
Nora se preguntó si aquel sería el momento adecuado para pedir un abogado. ¿Su respuesta podría ser considerada una confesión? Pero estaba segura de que, si conseguía explicarse con claridad, el policía la comprendería.
– Mi peluca. Una peluca oscura, de pelo largo. Es muy bonita.
– Y cuando encontrara la peluca, ¿tras qué otra cosa iría? ¿Dinero? Joyas? ¿Un ordenador? ¿O quizá un televisor?
– Claro que no. ¿Qué sentido tiene que traiga aquí mi televisor para luego llevármelo? En primer lugar, pesa demasiado y además, él ya tiene televisión -Nora tomó aire. -Si me deja entrar y recuperar mi peluca, le prometo que me iré inmediatamente de aquí.
– Creo que será mejor que me acompañe a la comisaría -el policía sacó sus esposas del bolsillo trasero. -Si me acompaña, no tendremos que usar esto.
– Dios mío -musitó Nora aterrada, -la prensa… Esto saldrá en todos los periódicos -agarró a McNally de la manga. -No puedo ser arrestada, perdería mi trabajo…
– Eso debería haberlo pensado antes de subirse a esa ventana, señora.
Pete se reclinó en la silla y colocó los pies encima del escritorio. Le tiró una pelota de béisbol a Sam y la recogió cuando Sam se la tiró.
– Todo ocurrió tan rápidamente -musitó. -En un minuto, estaba en la puerta de mi casa, con aquella peluca, y al siguiente, estábamos los dos desnudos y en la cama. Cuando me he despertado, la peluca era todo lo que quedaba de ella. Se fue a escondidas en medio de la noche, aunque por lo menos esta vez ha esperado a que me quedara dormido.
Sam se inclinó hacia adelante y tomó la peluca.
– Ellie trajo esta misma peluca a casa la otra noche. Siempre me ha gustado Xana, así que pensó… Bueno, la verdad es que lo pasamos bien -sonrió de oreja a oreja. -¿Entonces debo suponer que ya se han aclarado las cosas entre vosotros?
– Esta vez el juego ha terminado -respondió Pete, -aunque en unas condiciones un tanto extrañas. Antes de volver a acostarnos, ella quería un compromiso. Ya sabes, conocer a sus padres, citas en exclusiva y comenzar a pensar en el matrimonio.
– ¿Y qué le dijiste?
– Le pedí que se casara conmigo.
– ¿Le pediste a Prudence Trueheart que fuera tu esposa?
– A Nora Pierce -le corrigió. -Se lo pedí a Nora Pierce.
– Pero solo estabas bromeando, ¿verdad?
– Formaba parte del juego, o al menos así lo imaginé yo. Pero cuanto más pienso en ello, más consciente soy de que quiero que esa mujer forme parte de mi vida. Permanentemente. Y si hace falta participar en estúpidos juegos y dejarse engañar por esas pelucas, estoy dispuesto a hacerlo.
– ¿Por qué se ponía esa peluca?
– No lo sé, cuando la vea, pienso preguntárselo -se levantó, se asomó a la puerta y miró hacia el despacho de Nora. -Va a llegar tarde -comentó, antes de volver a sentarse.
– Quizá esté sexualmente reprimida -aventuró Sam. -Ya sabes, no puede hacerlo si no lleva esa peluca puesta…
– Créeme, no lo está -repuso Pete sin vacilar. -Y aunque lo estuviera, no me importaría. La quiero tal como es.
Permanecieron en silencio durante un buen rato. Aunque no era la primera vez que lo decía, Pete acababa de darse cuenta del impacto de aquella declaración: se había enamorado de Nora Pierce.
– Sé que parece una tontería -continuó diciendo. -Apenas nos conocemos. Y teniendo en cuenta mi reputación, ya sé que…
– No es ninguna tontería -repuso Sam. -En cuanto conocí a Ellie, supe que quería casarme con ella. Es algo que a veces ocurre.
– ¿Y si Nora no siente lo mismo? -preguntó Pete. -Nunca he sido rechazado por una mujer. -¿Nunca?
– No que yo recuerde.
Ambos consideraron en silencio las implicaciones de la historia de Pete con las mujeres. Pero el silencio fue roto por la brusca irrupción de Ellie en el despacho. Sam se levantó de un salto y la miró preocupado.
Ellie alzó la mano y comenzó a hablar apenas sin respiración.
– No podía esperar al ascensor… He tenido que subir por las escaleras… Nora estaba por la ventana cuando ha venido un policía.
Pete se levantó de un salto y cruzó el despacho.
– ¿Qué le ha pasado a Nora? ¿Ha tenido un accidente?
– Una accidente no: la han detenido.
– ¿Qué han detenido a Nora? ¿Cuándo? ¿Por qué?
Ellie tragó saliva, intentó contener las lágrimas y asintió.
– La han atrapado cuando estaba entrando por la ventana de tu baño. La han detenido por allanamiento de morada.
– ¿Te ha llamado por teléfono? -preguntó Sam.
– No, yo estaba allí. La he llevado en coche. Y Stuart estaba ayudándola a meterse por la ventana. Cuando hemos visto al policía, nos hemos ido. La hemos dejado… -volvió a tomar aire, -colgando.
– ¿Y por qué quería meterse en mi casa? – preguntó Pete.
– Ella quería… Tenía que conseguir-se interrumpió, frunció el ceño y se llevó la mano al pecho, intentando no perder la compostura. -Me niego a contestar nada que pueda incriminar a mi amiga.
Pete tomó la peluca y se la mostró a Ellie.
– ¿Era esto lo que buscaba?
Ellie asintió, mordiéndose el labio.
– ¿Y para qué tenía que entrar? Podía haberme llamado para que se la trajera a la oficina.
– ¿Entonces sabes que es suya? -preguntó Ellie.
– Por supuesto. ¿Por qué no iba a saberlo? Se la dejó anoche en mi casa.
– ¿Y lo has sabido durante todo este tiempo?
– Tendría que haber sido ciego, sordo y completamente estúpido para no saberlo.
– ¡Oh, esto es realmente terrible! -gimió Ellie.
– Todo formaba parte del juego -comentó Pete. -Ella fingía ser una desconocida y yo fingía no conocerla.
– El problema es que Nora estaba jugando con unas reglas diferentes. Ella tenía la impresión de que tú no sabías quién era, y piensa que tú estás enamorado de esa otra mujer.
– Estoy enamorado de ella -dijo Pete. -De las dos.
Ellie sonrió.
– Oh -suspiró. -Es tan romántico… Pete tomó la chaqueta que había dejado colgada en el pomo de la puerta.
– Será mejor que vaya a rescatarla. Supongo que la habrán llevado a la comisaría central -antes de salir, se detuvo en el marco de la puerta. -¿De verdad pensaba que no la había reconocido? -sacudió la cabeza. -Vaya, esto promete ser verdaderamente interesante.
– ¿Qué estoy haciendo aquí? -Nora se dejó caer en un frío banco de metal y fijó la mirada en el suelo.
– ¿Es la primera vez que te encierran, cariño?
Nora asintió a la mujer que estaba sentada a su lado en la celda; una de las muchas que ocupaba aquel pequeño espacio. Al igual que las demás, llevaba la ropa interior al descubierto.
– Ha sido un malentendido.
Su compañera de celda sonrió compasiva.
– Hombres. No podemos vivir con ellos y tampoco sin ellos.
Nora alzó la mirada, ansiosa por corregirla.
– Oh, no, yo no… bueno, quiero decir que yo no… Ya sabes.
– Querida, ninguna de nosotras lo somos. Todas somos víctimas de equivocaciones. Pero déjame darte un pequeño consejo: cuando ellos te pregunten por el dinero, tú diles que estás haciendo una colecta benéfica.
Nora sonrió y volvió a bajar la mirada. Si alguien le hubiera dicho unas semanas atrás que iba a pasar un día encerrada en una celda junto a unas cuantas prostitutas, se hubiera echado a reír. Pero lo que pretendía ser una simple aventura de una noche, había terminado convirtiéndose en una detención. Y todo por culpa de Pete, por ser tan dulce, tan atractivo y tan irresistible.
– Hombres -repitió Nora, con un suspiro.
– ¿Cómo te llamas, cariño? Yo soy Dulce Cherry, pero mi nombre real es Carol Ann Parker. Soy de Tulsa -miró a Nora un momento. -¿Estás segura de que esta es la primera vez? Tu cara me resulta familiar. ¿Has trabajado alguna vez en el Tenderloin?
– Oh, no. Yo no, bueno, yo no… ya sabes.
Carol Ann le palmeó cariñosamente la mano.
– Ninguna de nosotras lo somos. Y con una cara como la tuya, cariño, seguro que alguien termina creyéndote -se interrumpió y frunció el ceño. -¿Sabes? Yo nunca olvido una cara. No serás policía, ¿verdad?
– Estoy segura de que no nos conocemos – insistió Nora.
Se hizo un largo silencio entre ellas.
– Espera un segundo -repuso Carol Ann con expresión radiante. -Ya sé de qué te conozco. Eres Prudence Trueheart. ¡Eh, chicas, mirad a quién tenemos aquí! ¡Es Prudence Trueheart!
Nora palideció y sacudió la cabeza con vehemencia.
– No, no soy yo. Solo me parezco.
– ¡Prudence Trueheart! -gritó otra. -Te leo todos los días.
– Tu columna me encanta -añadió una tercera. -Pero estás más guapa así que en la foto.
– ¿Te inventas esas cartas, o son de gente real?
Antes de que hubiera podido volver a protestar, todas las detenidas de la celda estaban a su alrededor, parloteando encantadas.
– Chss -Nora les pidió silencio. -Soy Prudence, es cierto, pero estoy aquí con otra identidad. Así que no podéis decirle a nadie que he estado a aquí o me descubriríais.
– ¿Entonces vas a escribir una columna especial sobre las trabajadoras del sexo? -preguntó Carol Ann. -Todas nostras tenemos historias muy interesantes que contar. Como Lily, que estuvo con un banquero de Duluth al que le gustaba que le cubrieran el cuerpo de…
En ese momento, una funcionaría se asomó a la celda y susurró entre dientes:
– Nora Pierce.
Nora se levantó de un salto.
– Sí, esa soy yo -corrió hacia la puerta. -Estoy lista para irme. ¿Puedo salir ya? Por favor, dígame que puedo irme.
La funcionaría abrió la puerta y se echó a un lado. Nora se volvió y descubrió a sus compañeras de cautiverio despidiéndola con entusiasmo. Tras dirigirles una sonrisa, Nora salió corriendo. La funcionaría la condujo hacia una puerta con una interrogación en la puerta.
– Espere aquí dentro -le ordenó.
En la habitación había únicamente una mesa y tres sillas. Una de las paredes estaba cubierta por un espejo y Nora asumió que alguien estaba observándola al otro lado, de modo que, rápidamente, se sentó, cruzó las manos y adoptó un gesto contrito.
Observaba el reloj que había encima de la puerta, contando cada minuto. Pasaron catorce y aquella expresión contrita amenazaba con provocarle una parálisis facial. Para su alivio, la puerta se abrió en el minuto diecisiete. Nora se volvió, dispuesta a demostrar su inocencia. Abrió la boca para a comenzar a disculparse, pero la cerró de golpe.
– ¿Qué…? Oh, no, ¿qué estás haciendo tú aquí?
En tres grandes zancadas, Pete cruzó la habitación. Nora se levantó con piernas temblorosas. Él rodeó la mesa, le enmarcó el rostro con las manos y la besó. Nora debería haberse mostrado sorprendida u ofendida. Pero al ver a Pete se había sentido tan aliviada… Y besarlo era tan maravilloso.
– ¿Estás bien? -musitó Pete contra sus labios. -Caramba, Nora, ¿en qué estabas pensando?
Nora tragó saliva e intentó mantener sus hormonas bajo control.
– ¿Cómo te has enterado de que estaba aquí?
– Me lo dijo Ellie. Vino llorando a la oficina. Estaba terriblemente preocupada.
– ¿Y qué es lo que te dijo exactamente?
Pete se metió en la mano en el bolsillo de la chaqueta.
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